«QUADRAGESIMO ANNO»

Sobre la restauración del orden social
en plena conformidad con la ley evangélica

Carta enciclica del Papa Pío XI
promulgada el 15 de mayo de 1931


 

III. CAMBIOS DESDE LEÓN XIII
A) EN EL ORDEN ECONÓMICO
DICTADURA ECONÓMICA
SUS FUNESTAS CONSECUENCIAS
Y REMEDIOS

B) EN EL SOCIAL-POLÍTICO: TRANSFORMACIÓN DEL SOCIALISMO
PARTIDO DE VIOLENCIA: "COMUNISMO"
PARTIDO MODERADO: "SOCIALISMO"
SOCIALISMO Y CATOLICISMO
SOCIALISMO EDUCADOR
CATÓLICOS, PASADOS AL SOCIALISMO

C) LAS "COSTUMBRES"
EL MAYOR DESORDEN ACTUAL
CAUSAS DE ESTE MAL

D) REMEDIOS
1) VIDA CRISTIANIZADA
2) LEY DE LA CARIDAD

E) RESTAURACIÓN CRISTIANA
1) EMPRESA ARDUA
2) CAMINO A SEGUIR
3) UNIÓN Y COOPERACIÓN

38. Grandes cambios han sufrido desde los tiempos de León XIII tanto la organización económica como el socialismo.

En primer lugar, es manifiesto que las condiciones económicas han sufrido profunda mudanza. Ya sabéis, Venerables Hermanos y amados hijos, que Nuestro Predecesor, de f. m., enfocó en su Enciclica principalmente el régimen capitalista, o sea, aquella manera de proceder en el mundo económico por la cual unos ponen el capital y otros el trabajo, como el mismo Pontífice definía con una expresión feliz: Ni el capital puede existir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital[52].

A) EN EL ORDEN ECONÓMICO

León XIII puso todo empeño en ajustar esa organización económica a las normas del recto orden; de donde se deduce que no puede condenarse por sí misma. Y, en realidad, no es por su naturaleza viciosa; pero viola el recto orden cuando el capital esclaviza a los obreros o a la clase proletaria con tal fin y tal forma que los negocios y, por lo tanto, todo el capital sirvan sólo a su voluntad y a su utilidad, despreciando la dignidad humana de los obreros, la índole social de la economía y la misma justicia social y bien común.

Es cierto que aun hoy no es éste el único modo vigente de organización económica; existen otros, dentro de los cuales vive una muchedumbre de hombres, muy importante por su número y por su valor, por ejemplo, la profesión agrícola; en ella la mayor parte del género humano, honesta y honradamente, halla su sustento y su bienestar. Tampoco están libres de las estrecheces y dificultades que señalaba Nuestro Predecesor en no pocos lugares de su Encíclica, y a las que también Nos en ésta hemos aludido más de una vez.

Pero el régimen económico capitalista se ha extendido muchísimo por todas partes, después de publicada la Encíclica de León XIII, a medida que se extendía por todo el mundo el industrialismo; tanto, que ha llegado a invadir y penetrar hasta en las condiciones económicas y sociales de quienes se encuentran fuera de su esfera de acción, comunicándoles así las ventajas como las desventajas y deficiencias propias, y estampando en ellas su propio carácter.

Así, pues, cuando invitamos a estudiar las transformaciones que el orden económico capitalista ha experimentado desde el tiempo de León XIII, no sólo Nos fijamos en el bien de los que habitan en los países dominados por el capital y la industria, sino en el de todos los hombres.

DICTADURA ECONÓMICA

39. Primeramente, salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino que también se crean enormes poderes y una prepotencia económica despótica en manos de muy pocos. Muchas veces no son éstos ni dueños siquiera, sino sólo depositarios y administradores, que rigen el capital a su voluntad y arbitrio.

Su poderío llega a hacerse despótico como ningún otro, cuando, dueños absolutos del dinero, gobiernan el crédito y lo distribuyen a su gusto; diríase que administran la sangre de la cual vive toda la economía, y que de tal modo tienen en su mano, por decirlo así, el alma de la vida económica, que nadie podría respirar contra su voluntad.

Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el fruto que naturalmente produjo la libertad ilimitada de los competidores, que sólo dejó supervivientes a los más poderosos, esto es, con frecuencia, a los más violentos en la lucha y a los que menos atienden a su conciencia.

A su vez, esta concentración de riquezas y de fuerzas produce tres clases de lucha por el predominio: primero, se combate por la hegemonía económica; luego se inicia una fiera batalla para obtener el predominio sobre el poder público, y consiguientemente poder abusar de su fuerza e influencia en los conflictos económicos; finalmente, se entabla el combate en el campo internacional, en el que luchan los Estados pretendiendo usar la fuerza y poder político para favorecer las utilidades económicas de sus respectivos súbditos, o, por lo contrario, haciendo que las fuerzas y el poder económico sean los que resuelvan las controversias políticas originadas entre las naciones.

SUS FUNESTAS CONSECUENCIAS

40. Ultimas consecuencias del espíritu individualista en el campo económico, Venerables Hermanos y amados hijos, son las que vosotros mismos estáis viendo y deplorando: la libre concurrencia se ha destrozado a sí misma; la prepotencia económica ha suplantado al mercado libre; al deseo de lucro ha sucedido la ambición del predominio; toda la economía se ha hecho extremadamente dura, cruel, implacable. Añadanse los daños gravísimos, suscitados por la confusión y mezcla lamentable entre las atribuciones y deberes del orden político y las del económico: valga como ejemplo uno de los más graves, la caída del prestigio del Estado, el cual se hace esclavo y dócil instrumento de las pasiones y ambiciones humanas cuando, libre de todo partidismo y teniendo como único fin el bien común y la justicia, debería estar erigido en soberano y supremo árbitro. Por lo que toca a las naciones en sus relaciones mutuas, se ven dos corrientes que manan de la misma fuente: de una parte, el nacionalismo o también el imperialismo económico; y de otra, el no menos funesto y detestable internacionalismo del capital, o sea, el imperialismo internacional del dinero, para el cual la patria está donde se está bien.

Y REMEDIOS

41. Los remedios a males tan profundos quedan indicados en la segunda parte de esta Encíclica, donde de propósito hemos tratado de ello bajo el aspecto doctrinal: bastará, pues, recordar la sustancia de Nuestra enseñanza. Puesto que el régimen económico moderno descansa principalmente sobre el capital y el trabajo, deben conocerse y ponerse en práctica los preceptos de la recta razón, esto es, de la filosofía social cristiana, que conciernen a ambos elementos y a su mutua colaboración. Para evitar ambos escollos, el individualismo y el socialismo, debe sobre todo tenerse presente el doble carácter, individual y social, del capital o de la propiedad y del trabajo. Las relaciones que anudan el uno al otro deben ser reguladas por las leyes de una exactísima justicia conmutativa, apoyada en la caridad cristiana. Es imprescindible que la libre concurrencia, contenida dentro de límites razonables y justos, y, sobre todo, el poder económico, estén sometidos efectivamente a la autoridad pública en todo aquello que le está peculiarmente encomendado. Finalmente, las instituciones de los pueblos deben acomodar la sociedad entera a las exigencias del bien común, es decir, a las reglas de la justicia social; de ahí resultará que la actividad económica, función importantísima de la vida social se encuadre asimismo dentro de un orden sano y bien equilibrado.

B) EN EL SOCIAL-POLÍTICO: TRANSFORMACIÓN DEL SOCIALISMO

42. No menos profunda que la del régimen económico es la transformación que desde León XIII ha sufrido el socialismo, con quien principalmente tuvo que luchar Nuestro Antecesor. Entonces podía considerarse todavía sensiblemente único, con una doctrina definida y bien sistematizada; pero luego se ha dividido principalmente en dos partes, casi siempre contrarias entre sí y llenas de odio mutuo, sin que ninguna de las dos reniegue del fundamento anticristiano, propio del socialismo.

PARTIDO DE VIOLENCIA: "COMUNISMO"

43. Una parte del socialismo sufrió un cambio semejante al que indicábamos antes respecto a la economía capitalista, y dio en el comunismo. Enseña y pretende, no oculta y disimuladamente, sino clara y abiertamente, y por todos los medios, aun los más violentos, dos cosas: la lucha de clases encarnizada y la desaparición completa de la propiedad privada. Para lograr su ideal, nada hay a lo que no se atreva, ni nada que respete; y, una vez conseguido el poder, tan atroz e inhumano se manifiesta, que parece cosa increíble y monstruosa. Nos lo dicen las horrendas matanzas y ruinas con que ha devastado inmensas regiones de la Europa Oriental y Asia; y que es enemigo abierto de la Santa Iglesia y del mismo Dios, demasiado, por desgracia, demasiado nos los han probado los hechos y es de todos bien conocido. Por eso juzgamos superfluo prevenir a los buenos y fieles hijos de la Iglesia contra el carácter impío e injusto del comunismo; pero no podemos menos de contemplar con profundo dolor la incuria de los que parecen despreciar estos inminentes peligros, y con cierta pasiva desidia permiten que se propaguen por todas partes doctrinas que destrozarán por la violencia y por la muerte toda la sociedad. Mayor condenación merece aún la negligencia de quienes descuidan la supresión o reforma del estado de cosas que llevan a los pueblos a la exasperación y con ello preparan el camino a la revolución y ruina de la sociedad.

PARTIDO MODERADO: "SOCIALISMO"

44. La parte que se ha quedado con el nombre de socialismo es ciertamente más moderada, pues no sólo profesa que ha de suprimirse toda violencia, sino que, aun sin rechazar la lucha de clases y la abolición de la propiedad privada, las suaviza y modera de alguna manera. Diríase que, aterrado por sus principios y por las consecuencias que se siguen del comunismo, el socialismo se inclina y en cierto modo avanza hacia las verdades que la tradición cristiana ha enseñado siempre solemnemente, pues no se puede negar que sus peticiones se acercan muchas veces a las de quienes desean reformar la sociedad conforme a los principios cristianos.

45. La lucha de clases, sin enemistades y odios mutuos, poco a poco se transforman en una como discusión honesta, fundada en el amor a la justicia; ciertamente, no es aquella bienaventurada paz social que todos deseamos, pero puede y debe ser el principio de donde se llegue a la mutua cooperación de las profesiones. La misma guerra a la propiedad privada se restringe cada vez más y se suaviza de tal modo que, al fin, ya no es la posesión misma de los medios de producción lo que se ataca, sino cierto predominio social que contra todo derecho se ha tomado y arrogado la propiedad. Y de hecho, semejante poder no pertenece a los que poseen, sino a la potestad pública. De este modo se puede llegar insensiblemente hasta el punto de que estos postulados del socialismo moderado no difieren de los anhelos y peticiones de quienes desean reformar la sociedad humana fundándose en los principios cristianos. En verdad que con toda razón cabe el defender que se puedan legítimamente reservar a los poderes públicos ciertas categorías de bienes, aquellos que llevan consigo tal preponderancia económica que no se podría, sin poner en peligro el bien común, dejarlos en manos de los particulares.

Estos deseos y postulados justos ya nada contienen contrario a la verdad cristiana, ni tampoco son, en verdad, reivindicaciones propias del socialismo. Por lo tanto, quienes solamente pretenden eso, no tienen por qué agregarse al socialismo.

Pero no vaya alguno a creer que los partidos o grupos socialistas, que no son comunistas, se contenten todos de hecho o de palabra con eso sólo. Los más llegan a suavizar en alguna manera la lucha de clases o la abolición de la propiedad, no a rechazarlas.

46. Ahora bien; esta mitigación, y como olvido de los falsos principios, hace surgir, o mejor, a algunos les ha hecho plantear indebidamente esta cuestión: la conveniencia de suavizar o atemperar los principios de la verdad cristiana, para salir al paso del socialismo y convenir con él en un camino intermedio. Hay quienes se ilusionan con la aparente esperanza de que así vendrán a nosotros los socialistas. ¡Vana esperanza! Los que quieren ser apóstoles entre los socialistas, deben confesar abierta y sinceramente la verdad cristiana plena e íntegra, sin connivencias de ninguna clase con el error.

Procuren primeramente, si quieren ser verdaderos anunciadores del Evangelio, demostrar a los socialistas que sus postulados, en lo que tienen de justos, se defienden con mucha mayor fuerza desde el campo de los principios de la fe cristiana y se promueven más eficazmente por la fuerza de la caridad cristiana.

Pero ¿qué decir en el caso de que el socialismo de tal manera se modere y se enmiende en lo tocante a la lucha de clases y a la propiedad privada, que no se le pueda ya reprender nada en estos puntos? ¿Acaso con ello abdicó ya de su naturaleza anticristiana? He aquí la cuestión, ante la cual se quedan perplejos muchos espíritus. Y son muchos los católicos que, sabiendo perfectamente que nunca pueden abandonarse los principios católicos ni suprimirse, parecen volver sus ojos a esta Santa Sede y pedir con insistencia que resolvamos si ese socialismo está suficientemente purgado de sus falsas doctrinas, de tal suerte que, sin sacrificar ningún principio cristiano, pueda ser admitido y en cierto modo bautizado. Para satisfacer, según Nuestra paternal solicitud, a estos deseos, decimos: El socialismo, ya se considere como doctrina, ya como hecho histórico, ya como acción, si sigue siendo verdaderamente socialismo, aun después de sus concesiones a la verdad y a la justicia en los puntos de que hemos hecho mención, es incompatible con los dogmas de la Iglesia católica, porque su manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana.

SOCIALISMO Y CATOLICISMO

47. Según la doctrina cristiana, el hombre, dotado de naturaleza social, ha sido puesto en la tierra para que, viviendo en sociedad y bajo una autoridad ordenada por Dios[53], cultive y desarrolle plenamente todas sus facultades para gloria y alabanza de su Creador; y cumpliendo fielmente los deberes de su profesión o de su vocación, sea cual fuere, logre la felicidad temporal y juntamente la eterna. El socialismo, por lo contrario, completamente ignorante y descuidado de tan sublime fin del mundo y de la sociedad, pretende que la sociedad humana no tiene otro fin que el puro bienestar material.

La división ordenada del trabajo es mucho más eficaz para la producción de los bienes que los esfuerzos aislados de los particulares; de ahí deducen los socialistas la necesidad de que la actividad económica (en la cual sólo consideran el fin material) proceda socialmente. Los hombres, dicen ellos, haciendo honor a esta necesidad real, están obligados a entregarse y sujetarse totalmente a la sociedad en orden a la producción de los bienes. Más aún, es tanta la estima que tienen de la posesión del mayor número posible de riquezas con que satisfacer las comodidades de esta vida, que ante ella deben ceder y aun inmolarse los bienes más elevados del hombre, sin exceptuar la misma libertad, en aras de una producción mucho más eficaz. Piensan que la abundancia de bienes que ha de recibir cada uno en ese sistema, para emplearlo a su placer en las comodidades y necesidades de la vida, fácilmente compensa la disminución de la dignidad humana, a la cual se llega en el ordenamiento socializado de la producción. Una sociedad cual la ve el socialismo, por una parte, no puede existir ni concebirse sin el empleo de una gran violencia, y por otra, entroniza una falsa licencia, puesto que en ella no existe verdadera autoridad social; ésta, en efecto, no puede basarse en las ventajas materiales y temporales, sino que procede de Dios, Creador y último fin de todas las cosas[54].

48. Si acaso el socialismo, como todos los errores, tiene una parte de verdad (lo cual nunca han negado los Sumos Pontífices), el concepto de la sociedad que le es característico y sobre el cual descansa, es inconciliable con el verdadero cristianismo. Socialismo religioso, socialismo cristiano, son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero.

SOCIALISMO EDUCADOR

49. Todo esto, que hemos recordado y confirmado solemnemente con Nuestra autoridad, se debe aplicar de la misma suerte a una nueva forma del socialismo hasta ahora poco conocida, que actualmente, sin embargo, se va propagando por muchas agrupaciones socialistas. Su primera preocupación es educar los espíritus y las costumbres; ante todo intenta atraer, bajo capa de amistad, a los niños para arrastrarlos consigo, pero se extiende también a toda clase de hombres con el intento de formar finalmente al hombre socialista, en el cual se apoye la sociedad formada según los principios del socialismo.

Hemos tratado largamente en Nuestra encíclica Divini illius Magistri[55] de los principios en que se funda y de los fines que persigue la pedagogía cristiana; y es tan evidente y claro cuánto pugna con esas enseñanzas lo que hace y pretende el socialismo educador, que podemos dispensarnos de declararlo. Sin embargo, parece que ignoran o ponderan poco los gravísimos peligros que trae consigo ese socialismo quienes nada hacen por resistir a ellos con la energía y celo que la gravedad del asunto reclama. Nuestro deber pastoral Nos obliga a avisar a éstos de la inminencia del gravísimo mal: acuérdense todos de que el padre de este socialismo educador es el liberalismo; y su heredero, el bolchevismo.

CATÓLICOS, PASADOS AL SOCIALISMO

50. Por lo tanto, Venerables Hermanos, podéis comprender con cuánto dolor vemos que, sobre todo, en algunas regiones, no pocos hijos Nuestros, de quienes no podemos persuadirnos que hayan abandonado la verdadera fe y perdido su buena voluntad, dejan el campo de la Iglesia para pasarse a las filas del socialismo: unos, que abiertamente se glorían del nombre de socialistas y profesan la fe de éstos; otros, que por indiferencia, o tal vez con repugnancia, dan su nombre a asociaciones que por su ideología o por su actuación son socialistas.

Angustiados por Nuestra paternal solicitud, examinamos e investigamos los motivos que los han llevado tan lejos, y Nos parece oír lo que muchos de ellos responden como excusa: que la Iglesia y los que se dicen adictos a la Iglesia favorecen a los ricos, desprecian a los obreros, y nada se cuidan de éstos. Por eso ellos tuvieron que pasarse a las filas de los socialistas y alistarse en ellas para poder ocuparse de aquellos.

Es, en verdad, lamentable, Venerables Hermanos, que haya habido y aun haya ahora quienes, llamándose católicos, apenas se acuerden de la sublime ley de la justicia y de la caridad, en virtud de la cual nos está mandado no sólo dar a cada uno lo que le pertenece, sino también socorrer a nuestros hermanos necesitados, como a Cristo mismo[56], y, lo que aun es más grave, no temen oprimir a los obreros por espíritu de lucro. Hay, además, quienes abusan de la misma religión y se cubren con su nombre en sus exacciones injustas, para defenderse de las reclamaciones completamente justas de los obreros. No cesaremos nunca de condenar semejante conducta; esos hombre son la causa de que la Iglesia, inmerecidamente, haya podido tener la apariencia y ser acusada de inclinarse de parte de los ricos, sin conmoverse ante las necesidades y estrecheces de quienes se encontraban como desheredados de su parte de bienestar en esta vida. La historia entera de la Iglesia claramente prueba que esa apariencia y esa acusación es inmerecida e injusta; la misma Encíclica, cuyo aniversario celebramos, es testimonio elocuente de la suma injusticia de tales calumnias y contumelias lanzadas contra la Iglesia y su doctrina.

51. Aunque afligidos por la injuria y oprimidos por el dolor paterno, lejos estamos de rechazar a los hijos miserablemente engañados y tan apartados de la verdad y de la salvación; antes al contrario, con la mayor solicitud que podemos, los invitamos a que vuelvan al seno maternal de la Iglesia. ¡Ojalá quieran dar oídos a Nuestra voz! ¡Ojalá vuelvan a la casa paterna de donde salieron y perseveren en ella, en el lugar que les pertenece, a saber, entre las filas de los que, siguiendo con entusiasmo los avisos promulgados por León XIII y renovados solemnemente por Nos, procuran restaurar la sociedad según el espíritu de la Iglesia, afianzando la justicia y la caridad social! Persuádanse que en ninguna otra parte de la tierra podrán hallar más completa felicidad, sino en la casa de Aquel que, siendo rico, se hizo por nosotros pobre, para que con su pobreza llegáramos nosotros a ser ricos[57]; que fue pobre y estuvo entregado al trabajo desde su juventud; que invita a Sí a todos los agobiados con trabajos y cargas para confortarlos plenamente en el amor de su Corazón[58], y que, finalmente, sin acepción de personas, exigirá más a aquellos a quienes dio más[59] y dará a cada uno según sus obras[60].

C) LAS "COSTUMBRES"

52. Pero si más diligente e íntimamente consideramos este asunto, claramente descubriremos que a esta restauración social tan deseada debe preceder la renovación profunda del espíritu cristiano, del cual se han apartado desgraciadamente tantos hombres, entre los inclinados a los problemas y a las cosas económicas; de lo contrario, todos los esfuerzos será estériles y el edificio se asentará no sobre roca, sino sobre arena movediza[61].

En realidad, el examen que hemos hecho de la economía moderna, Venerables Hermanos y amados hijos, Nos la ha mostrado cargada de gravísimos defectos. Hemos llamado de nuevo a juicio al comunismo y al socialismo, y hemos encontrado que todas sus formas, aun las más suaves, están muy lejos de los preceptos evangélicos.

Por lo tanto -usamos las palabras de Nuestro Predecesor-, si ha de haber algún remedio para los males de la humanidad, ésta no lo encontrará sino en la vuelta a la vida y a las costumbres cristianas[62]. Ya que sólo esto puede traer el remedio eficaz a la solicitud excesiva por las cosas caducas, que es el origen de todos los vicios; sólo esto puede hacer que la vista fascinada de los hombres, fija en las cosas mudables de la tierra, se separe de ella y se eleve a los cielos. Y ¿quién negará que éste es el remedio que más necesita hoy el género humano?

EL MAYOR DESORDEN ACTUAL

53. Todos se impresionan casi únicamente con las perturbaciones, calamidades y ruinas temporales. Y ¿qué es todo esto, mirando con ojos cristianos, como es razón, comparado con la ruina de las almas? Sin embargo, se puede decir sin temeridad que las condiciones de la vida social y económica son tales, que a una gran parte de los hombres les crean las mayores dificultades para cuidarse de lo único necesario, su salvación eterna.

Como Pastor y Defensor de tan innumerables ovejas hemos sido constituidos por el Príncipe de los Pastores, que las redimió con su Sangre, y no podemos contemplar sin lágrimas el tan inmenso peligro en que se hallan; más aún, conscientes del oficio pastoral e impulsados por la solicitud paterna, meditamos continuamente cómo podremos ayudarlas, recurriendo también al incansable empeño de quienes por justicia o por caridad se interesan por ellas. ¿Qué aprovecharía a los hombres hacerse hábiles para ganar aun el mundo entero por medio de un uso más sabio de las riquezas, si por ello se condenasen las almas?[63]. ¿De qué sirve mostrarles los principios seguros de la economía, si arrebatados por una sórdida y desenfrenada codicia se entregan con tal ardor a sus cosas que, oyendo los mandamientos del Señor, hacen todo lo contrario?64.

CAUSAS DE ESTE MAL

54. La descentralización de la vida social y económica, así como la consiguiente apostasía en una gran parte de los obreros, tienen su principio y origen en las pasiones desordenadas del alma, triste consecuencia del pecado original; él deshizo de tal modo la concordia admirable que existía entre las facultades humanas, que el hombre, fácilmente arrastrado por los malos apetitos, se siente vehementemente incitado a anteponer los bienes caducos de este mundo a los celestiales y duraderos. De aquí esa insaciable sed de riquezas y bienes temporales que en todos los tiempos ha empujado a los hombres a infringir las leyes de Dios y a conculcar los derechos del prójimo, pero que en la organización moderna de la economía prepara atractivos mucho más numerosos a la fragilidad humana. La inestabilidad propia de la vida económica y, sobre todo, su complejidad, exigen de los que se han entregado a ella una actividad absorbente y asidua; y en algunos se han embotado los estímulos de la conciencia hasta llegar a la persuasión de serles lícito el aumentar sus ganancias de cualquier manera y defender por todos los medios las riquezas acumuladas con tanto esfuerzo y trabajo contra los repentinos reveses de la fortuna. Las fáciles ganancias que la anarquía del mercado ofrece a todos, incitan a muchos al cambio de las mercancías con el único anhelo de llegar rápidamente a la fortuna con la menor fatiga; su desenfrenada especulación hace aumentar y disminuir incesantemente, a medida de su capricho y avaricia, el precio de las mercancías hasta echar por tierra con sus frecuentes alternativas las previsiones de los fabricantes prudentes. Las instituciones jurídicas destinadas a favorecer la colaboración de los capitales, dividiendo y limitando los riesgos, han sido muchas veces la ocasión de los excesos más reprensibles; vemos, en efecto, que las responsabilidades se han disminuido hasta el punto de no impresionar sino ligeramente a las alma; que, además, bajo la capa de un nombre colectivo se cometen las injusticias y fraudes más condenables; los que gobiernan estos grupos económicos, despreciando los deberes de su cargo, traicionan los derechos de quienes les confiaron la administración de sus ahorros. Finalmente, hay que señalar a aquellos hombres astutos que, olvidando la obligada honorabilidad de su propia profesión, no temen poner acicates a la codicia de sus clientes y, después de excitados, los aprovechan para su propio lucro.

Corregir estos gravísimos inconvenientes y aun prevenirlos, debiera haber sido propio tan sólo de una severa disciplina de las costumbres, mantenida firmemente por la autoridad pública; pero, desgraciadamente, faltó muchísimas veces. Los gérmenes de la nueva economía aparecieron por vez primera, cuando los errores racionalistas habían arraigado ya plenamente en los entendimientos; y con ellos pronto nació una ciencia económica distanciada de la verdadera ley moral: así es como quedaron libres de todo freno las concupiscencias humanas.

Con esto creció mucho el número de los que ya no se cuidaban sino de aumentar sus riquezas de cualquier manera, buscándose a sí mismos sobre todo y ante todo, sin que nada les remordiese la conciencia, ni aun ante los mayores delitos contra el prójimo. Los primeros que entraron por este ancho camino, que lleva a la perdición[65], fácilmente encontraron muchos imitadores de su iniquidad, gracias al ejemplo de su aparente éxito, o con el inmoderado alarde de sus riquezas, o porque se mofaban de la conciencia de los demás como si fuera víctima de vanos escrúpulos, o porque anulaban a sus competidores, si eran más honestos en sus negocios.

Era natural que, marchando los directores de la economía por camino tan alejado de la rectitud, la masa de los obreros se precipitara a menudo por el mismo abismo; tanto más, cuanto que muchos de los patronos utilizaron a los obreros como meros instrumentos, sin preocuparse nada de sus almas, y sin pensar siquiera en sus intereses superiores. En verdad, el ánimo se horroriza al ponderar los gravísimos peligros a que están expuestos, en las fábricas modernas, la moralidad de los obreros (principalmente jóvenes) y el pudor de las doncellas y demás mujeres; al pensar cuán frecuentemente el régimen moderno del trabajo y principalmente las irracionales condiciones de habitación crean obstáculos a la unión e intimidad de la vida familiar; al recordar tantos y tan grandes impedimentos que se oponen a la santificación de las fiestas; al considerar cómo se debilita universalmente el sentido verdaderamente cristiano, que aun a hombres indoctos y rudos enseñaba a elevarse a tan altos ideales, suplantado hoy por el único afán de procurarse por cualquier medio el sustento cotidiano. Así, el trabajo corporal, que estaba destinado por Dios, aun después del pecado original, a labrar el bienestar material y espiritual del hombre, se convierte a cada paso en instrumento de perversión; de la fábrica sale ennoblecida la materia inerte, mientras en aquélla se corrompen y envilecen los hombres.

D) REMEDIOS

1) VIDA CRISTIANIZADA

55. Ningún remedio eficaz se puede poner a tan lamentable ruina de las almas; y, mientras perdure ésta, será inútil todo afán de regeneración social, si no vuelven los hombres franca y sinceramente a la doctrina evangélica, es decir, a los preceptos de Aquel que sólo tiene palabras de vida eterna[66], palabras que nunca han de pasar, aunque pasen el cielo y la tierra[67]. Los verdaderos conocedores de la ciencia social pide insistentemente una reforma asentada en normas racionales que encuadren la vida económica en un régimen sano y recto. Pero ese régimen, que también Nos deseamos con vehemencia y favorecemos intensamente, será incompleto e imperfecto si todas las formas de la actividad humana no se ponen de acuerdo para imitar y realizar, en cuanto es posible a los hombres, la admirable unidad del plan divino. Ese régimen perfecto, que con fuerza y energía proclaman la Iglesia y la misma recta razón humana, exige que todas las cosas vayan dirigidas a Dios, como a primero y supremo término de la actividad de toda criatura, y que, después de Dios, todos los bienes creados, cualesquiera que sean, se consideren como simples medios, de los que ha de usarse en tanto en cuanto conduzcan al fin supremo. Lejos -por ello- de Nos el tener en menos las profesiones lucrativas o considerarlas como menos conformes con la dignidad humana; al contrario, la verdad nos enseña a reconocer en ellas con veneración la voluntad clara del divino Hacedor, que puso al hombre en la tierra para que la trabajara e hiciera servir a sus múltiples necesidades. Tampoco está prohibido, a los que se dedican a la producción de bienes, aumentar su fortuna justamente; antes es equitativo que el que sirve a la comunidad y aumenta su riqueza se aproveche asimismo del crecimiento del bien común conforme a su condición, con tal que se guarde el respeto debido a las leyes de Dios, queden ilesos los derechos de los demás y en el uso de los bienes se sigan las normas de la fe y de la recta razón. Si todos, en todas partes y siempre, observaran esta ley, pronto volverían a los límites de la equidad y de la justa distribución no sólo la producción y adquisición de las cosas, sino también el consumo de las riquezas, que hoy con frecuencia tan desordenado se ofrece; al sórdido egoísmo, que es la mancha y el gran pecado de nuestros días, sustituiría en la práctica y en los hechos la ley suavísima, pero a la vez eficacísima, de la moderación cristiana, que manda al hombre buscar primero el reino de Dios y su justicia, porque sabe ciertamente por la segura promesa de la liberalidad divina que los bienes temporales le serán dados por añadidura en la medida que le hicieren falta[68].

2) LEY DE LA CARIDAD

56. Mas para lograr establecer todo ello, es menester que a la ley de la justicia se una la ley de la caridad, que es vínculo de perfección[69]. ¡Cómo se engañan aquellos incautos reformadores que desprecian soberbiamente la ley de la caridad, cuidando sólo de hacer observar la justicia conmutativa! Ciertamente, la caridad no debe considerarse como una sustitución de los deberes de justicia que injustamente dejan de cumplirse. Pero aun suponiendo que cada uno de los hombres obtenga todo aquello a que tiene derecho, siempre queda para la caridad un campo dilatadísimo. La justicia sola, aun observada puntualmente, puede, es verdad, hacer desaparecer la causa de las luchas sociales, pero nunca unir los corazones y enlazar los ánimos. Ahora bien; todas las instituciones destinadas a consolidar la paz y promover la colaboración social, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que une a los miembros entre sí; cuando falta ese lazo de unión, la experiencia demuestra que las fórmulas más perfectas no tienen éxito alguno. La verdadera unión de todos en aras del bien común sólo se alcanza cuando todas las partes de la sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran familia e hijos del mismo Padre celestial; aun más, un solo cuerpo en Cristo, siendo todos recíprocamente miembros los unos de los otros[70]; por donde si un miembro padece, padecen a la vez todos los demás[71]. Sólo entonces los ricos y todos los dirigentes cambiarán su indiferencia habitual hacia los hermanos más pobres en un amor solícito y activo, recibirán con corazón abierto sus peticiones justas y perdonarán de corazón sus posibles culpas y errores. Por su parte, los obreros, depuesto sinceramente todo sentimiento de odio y envidia de que tan hábilmente abusan los propagadores de la lucha social, aceptarán sin molestia el puesto que les ha señalado la divina Providencia en la sociedad humana, o mejor dicho, lo estimarán mucho, bien persuadidos de que colaboran útil y honrosamente al bien común, cada uno según su propio grado y oficio, y que siguen así de cerca las huellas de Aquel que, siendo Dios, quiso ser entre los hombres Artesano y aparecer como hijo de Artesano.

E) RESTAURACIÓN CRISTIANA

1) EMPRESA ARDUA

57. De esta nueva difusión -por el mundo- del espíritu evangélico, que es espíritu de moderación cristiana y caridad universal, confiamos que saldrá la tan deseada total restauración en Cristo de la sociedad humana y la Paz de Cristo en el Reino de Cristo: a este fin resolvimos y firmemente propusimos desde el principio de Nuestro pontificado consagrar todo Nuestro cuidado y solicitud pastoral[72]. También vosotros, Venerables Hermanos, que por mandato de Espíritu Santo regís con Nos la Iglesia de Dios[73], incansablemente colaboráis con muy laudable celo a este mismo fin, tan capital y hoy más necesario que nunca, en todas las partes de la tierra, aun en las regiones de las sagradas Misiones entre infieles. Merecéis, pues, toda alabanza, así como todos esos valiosos cooperadores, clérigos o seglares, que Nos alegran al verlos participar con vosotros en los afanes cotidianos de esta gran obra. Son Nuestros amados hijos inscritos en la Acción Católica, y comparten con Nos de manera especial el cuidado de la cuestión social, en cuanto compete y toca a la Iglesia por su misma institución divina. A todos ellos exhortamos una y otra vez en el Señor a que no perdonen trabajos, ni se dejen vencer por dificultad alguna, sino que cada día crezcan en valor y fortaleza[74]. Ciertamente que es muy arduo el trabajo que les proponemos; conocemos muy bien los muchos obstáculos e impedimentos que por ambas partes, en las clases superiores y en las inferiores de la sociedad, se oponen y hay que vencer. Pero no se desalienten; de cristianos es afrontar ásperas batallas; de quienes como buenos soldados de Cristo[75] le siguen más de cerca, lanzarse aun a los más pesados trabajos.

Confiados únicamente en el auxilio omnipotente de Aquel que quiere que todos los hombres se salven[76], procuremos ayudar con todas nuestras fuerzas a aquellas infelices almas alejadas de Dios; y enseñémoslas a separarse de los excesivos cuidados temporales y aspirar confiadamente hacia las cosas eternas. A veces se obtendrá esto más fácilmente de lo que a primera vista pudiera esperarse. Puesto que si en el fondo aun del hombre más perdido se esconden, como brasas debajo de la ceniza, fuerzas espirituales admirables, testimonio indudable del alma naturalmente cristiana, ¡cuánto más en los corazones de esas grandes masas, que se han ido al error más bien por ignorancia o por las circunstancias exteriores!

Por lo demás, señales llenas de esperanza y de una renovación social son esas falanges obreras, entre las cuales con increíble gozo de Nuestra alma vemos alistarse incluso nutridos grupos de jóvenes obreros que reciben obedientes las inspiraciones de la divina gracia y tratan de ganar para Cristo con increíble celo a sus compañeros. No menor alabanza merecen los jefes de las asociaciones obreras que, sin cuidarse de sus propias utilidades y atendiendo solamente al bien de los asociados, tratan de acomodar prudentemente con la prosperidad de la profesión sus justas peticiones y de promoverlas, y no se acobardan en tan noble empresa por ningún impedimento ni sospecha. También hacen concebir alegres esperanzas de que han de dedicarse por completo a la obra de restauración social esos numerosos jóvenes que por su talento y sus riquezas tendrán puesto preeminente entre las clases superiores de la sociedad y que tan preocupados se hallan ya por estudiar los problemas sociales.

2) CAMINO A SEGUIR

58. El camino por donde se debe marchar, Venerables Hermanos, está señalado claramente por las presentes circunstancias. Como en otras épocas de la historia de la Iglesia, hemos de enfrentarnos con un mundo que en gran parte ha recaído casi en el paganismo. Si han de volver a Cristo esas clases de hombres que le han negado, es necesario escoger de entre ellos mismos y formar los soldados auxiliares de la Iglesia que los conozcan bien y entiendan sus pensamientos y deseos, y puedan penetrar en sus corazones suavemente con una caridad fraternal. Los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser obreros; los apóstoles del mundo industrial y comercial, industriales y comerciantes.

Buscar con afán estos apóstoles seglares, tanto obreros como patronos; elegirlos prudentemente, educarlos e instruirlos convenientemente, os toca principalmente a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro clero. A todos los sacerdotes les aguarda un delicado oficio: que se preparen, pues, con un estudio profundo de la cuestión social, ellos que forman la esperanza de la Iglesia. Mas aquéllos, a quienes especialmente vais a confiar este oficio, es del todo necesario que revelen ciertas cualidades: que tengan tan exquisito sentido de la justicia, que se opongan con constancia completamente varonil a las peticiones exorbitantes y a las injusticias, de dondequiera que vengan; que se distingan por su discreción y prudencia, alejada de cualquier exageración, y que, sobre todo, estén íntimamente penetrados de la caridad de Cristo, porque es la única que puede reducir con suavidad y fortaleza las voluntades y corazones de los hombres a las leyes de la justicia y de la equidad. No dudemos en marchar con todo ardor por este camino, más de una vez comprobado por el éxito feliz.

A Nuestros muy amados hijos elegidos para tan grande obra les recomendamos con todo ahinco en el Señor que se entreguen totalmente a educar a los hombres que se les han confiado; y que en ese oficio verdaderamente sacerdotal y apostólico usen oportunamente de todos los medios más eficaces de la educación cristiana: enseñar a los jóvenes, fundar asociaciones cristianas, organizar círculos de estudio, todo ello según las enseñanzas de la fe.

Pero, sobre todo, estimen mucho y apliquen frecuentemente, para bien de sus alumnos, aquel instrumento preciosísimo de renovación privada y social que son los Ejercicios Espirituales, como ya dijimos en Nuestra encíclica Mens Nostra. En ella hemos recordado explícitamente y recomendado con insistencia, además de los Ejercicios para todos los seglares, los Retiros especialmente dedicados a los obreros[77]. En esa escuela del espíritu no sólo se forman óptimos cristianos, sino también verdaderos apóstoles para todas las condiciones de la vida, inflamados en el fuego del Corazón de Cristo. De esa escuela saldrán, como los Apóstoles del Cenáculo de Jerusalén, fortísimos en la fe, armados de una constancia invencible en medio de las persecuciones, abrasados en el celo, sin otro ideal que propagar por doquier el Reino de Cristo.

Y, ciertamente, hoy más que nunca hacen falta valientes soldados de Cristo que con todas sus fuerzas trabajen para preservar la familia humana de la ruina espantosa en que caería si el desprecio de las doctrinas del Evangelio dejara triunfar un estado de cosas que pisotea las leyes de la Naturaleza no menos que las de Dios. La Iglesia de Cristo nada teme por sí, pues está edificada sobre la piedra inconmovible, y bien sabe que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella[78]; tiene, además, seguridad en la prueba que la experiencia de tantos siglos proporciona: de las tempestades más violentas ha salido siempre más fuerte y coronada con nuevos triunfos. Pero su maternal corazón no puede menos de conmoverse ante los males sin cuento que estas tempestades acarrearían a miles de hombres, y, sobre todo, ante los gravísimos daños espirituales que de ahí resultarían y que llevarían a la ruina a tantas almas redimidas por la sangre de Cristo.

Nada debe quedar por hacer, a fin de apartar a la sociedad de tan graves males; tiendan a eso nuestros trabajos, nuestros esfuerzos, nuestras continuas y fervientes oraciones a Dios. Puesto que, con el auxilio de la gracia divina, en nuestras manos está la suerte de la familia humana.

Por todo lo cual, no permitamos, Venerables Hermanos y amados hijos, que los hijos de este siglo se muestren más prudentes que nosotros, que por la divina bondad somos hijos de la luz[79]. Les vemos, en efecto, con qué maravillosa sagacidad se consagran a escoger activos adeptos y formárselos para esparcir sus errores cada día con mayor amplitud entre todas las clases y en todos los puntos de la tierra. Pero siempre que tratan de atacar con más vehemencia a la Iglesia de Cristo, los vemos acallar sus internas diferencias, formar en la mayor concordia un solo frente de batalla y trabajar con todas sus fuerzas unidas para alcanzar su ideal común.

3) UNIÓN Y COOPERACIÓN

59. Pues bien; nadie en verdad ignora el celo incansable de los católicos, que tantas y tan grandes batallas sostienen por doquier, así en obras del bien social y económico como en materia de escuelas y religión. Pero esta acción laboriosa y admirable es en no pocas ocasiones menos eficaz porque las fuerzas se dispersan demasiado. Unanse, pues, todos los hombres de buena voluntad, cuantos quieren combatir, bajo la dirección de los Pastores de la Iglesia, la batalla del bien y de la paz de Cristo; todos, bajo la guía y el magisterio de la Iglesia, según el talento, fuerzas o condición de cada uno, se esfuercen en contribuir de alguna manera a la cristiana restauración de la sociedad que León XIII deseó en su inmortal encíclica Rerum novarum; no miren a sí mismos, ni a sus propios intereses, sino a los de Jesucristo[80]; no pretendan imponer sus propios pareceres, antes estén dispuestos a deponerlos, por buenos que parezcan, si el bien común lo exige; para que, en todo y sobre todo, Cristo reine, Cristo impere, a quien se debe honor, gloria y poder para siempre[81].

Y para que esto suceda felizmente, a todos vosotros, Venerables Hermanos y amados hijos, miembros todos de la inmensa familia católica a Nos confiada, pero con particular afecto de Nuestro corazón a los obreros y demás trabajadores manuales que habéis sido más vivamente encomendados a Nos por la divina Providencia, como también a los patronos y jefes de trabajo cristianos, os damos con paternal ánimo la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de mayo de 1931, año décimo de Nuestro Pontificado.


[52] Rerum novarum n. 15.
[53] Cf. Rom. 13, 1.
[54] Enc. Diuturnum 9 iun. 1881.
[55] Enc. Divini illius Magistri 31 dec. 1929.
[56] Iac. c. 2.
[57] 2 Cor. 8, 9.
[58] Mat. 11, 28.
[59] Cf. Luc. 12, 48.
[60] Mat. 16, 27.
[61] Cf. Mat. 7, 24.
[62] Rerum novarum n. 22.
[63] Cf. Mat. 15, 26.
64 Cf. Iud. 2, 17.
[65] Cf. Mat. 7, 13.
[66] Cf. Io. 6, 70.
[67] Cf. Mat. 16, 35.
[68] Cf. Mat. 6, 23.
[69] Col. 3, 14.
[70] Rom. 12, 5.
[71] 1 Cor. 12, 26.
[72] Cf. enc. Ubi arcano.
[73] Cf. Act. 20, 28.
[74] Cf. Deut. 31, 7.
[75] Cf. 2 Tim. 2, 3.
[76] Cf. 1 Tim. 2, 4.
[77] Cf. enc. Mens Nostra 20 dec. 1929.
[78] Mat. 16, 18.
[79] Cf. Luc. 8.
[80] Cf. Phil. 2, 21.
[81] Apoc. 5, 13.