«POPULORUM PROGRESSIO»
SOBRE
"EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS"



Carta Encíclica del
Papa Pablo VI
promulgada el 26 de Marzo de 1967


El desarrollo de los pueblos -principalmente de los que ponen su empeño en liberarse del yugo del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la incultura; de los que ansían una participación más intensa en los frutos de la civilización, una más activa apreciación de sus humanas peculiaridades; y que, finalmente, se orientan con constante decisión hacia la meta de su pleno desarrollo-, este desarrollo de los pueblos -decimos- es observado con tanta atención como esperanza por la Iglesia misma. Porque, en efecto, una vez terminado el Concilio Ecuménico Vaticano II, el renovar un concienzudo examen ha movido a la Iglesia a juzgar y valorar con más claridad lo que el Evangelio de Jesucristo demandaba, y creyó obligación suya el colaborar con todos los hombres para que éstos no sólo investigaran los problemas de esta gravísima cuestión, sino que se persuadieran de que, en esta hora decisiva en la historia de la humanidad, es necesaria urgentemente la acción solidaria de todos.

2. Nuestros Predecesores -León XIII, al escribir su encíclica Rerum novarum[2], Pío XI al promulgar la encíclica Quadragesimo anno[3], y, sin hablar de los radiomensajes de Pío XII para todo el mundo[4], Juan XXIII, al publicar sus encíclicas Mater et Magistra[5] y Pacem in terris[6]- nunca faltaron al deber, propio de su alto oficio, de proyectar -con tan notables documentos- la luz del Evangelio sobre las cuestiones sociales de su tiempo.

3. Hoy el hecho más importante es que todos tengan clara conciencia de que actualmente la cuestión social entra por completo en la universal solidaridad de los hombres. Claramente lo ha afirmado Nuestro Predecesor, de fel. rec., Juan XXIII[7], y el Concilio se ha hecho eco de ello en su Constitución pastoral sobre La Iglesia en el mundo actual[8]. Puesto que tanta y tan grave es la importancia de tal enseñanza, ante todo es necesario obedecerla sin pérdida de tiempo. Con lastimera voz los pueblos hambrientos gritan a los que abundan en riquezas. Y la Iglesia, conmovida ante gritos tales de angustia, llama a todos y a cada uno de los hombres para que, movidos por amor, respondan finalmente al clamor de los hermanos.

4. Ya antes de ser elevados al Sumo Pontificado, Nuestros dos viajes a la América Latina (1960) y al Africa (1962), Nos pusieron en personal contacto con aquellos continentes, atenazados por los problemas de su propio desarrollo, no obstante sus singulares bienes materiales y espirituales. Investidos con la paternidad universal, hemos podido -en Nuestros viajes a Tierra Santa y a la India- ver con Nuestros ojos y casi tocar con las manos las gravísimas dificultades que pesan sobre estos pueblos de antigua civilización en su lucha con los problemas del desarrollo. Y mientras en Roma se celebraba el Concilio Vaticano II, circunstancias providenciales Nos permitieron dirigirnos a la Asamblea general de las Naciones Unidas y allí, como ante tan honrado Areópago, defender públicamente la causa de los pueblos pobres.

5. Finalmente, para responder al voto del Concilio y para concretar la aportación de la Santa Sede a esta gran causa de los pueblos en vías de desarrollo, recientemente creímos que era deber Nuestro añadir a los demás organismos centrales de la Iglesia una Comisión Pontificia, que tuviese como misión singular suya "suscitar, en el pueblo de Dios, una plena conciencia de su misión en el momento presente, para, de una parte, promover el progreso de los países pobres y fomentar la justicia social entre las naciones, y por otra, ayudar a las naciones subdesarrolladas a que también ellas trabajen por su propio desarrollo"[9]: Justicia y Paz son su nombre y su programa. Pensamos que para este programa, junto con Nuestros hijos católicos y hermanos cristianos, han de unirse en iniciativas y trabajos todos los hombres de buena voluntad. Conforme a ello, Nos dirigimos hoy este solemne llamamiento a todos los hombres para una acción concreta en pro del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad.

 

PRIMERA PARTE

POR UN DESARROLLO INTEGRAL DEL HOMBRE

1. LOS DATOS DEL PROBLEMA

6. Verse libres de la miseria, hallar con mayor seguridad la propia subsistencia, la salud, una estable ocupación; participar con más plenitud en las responsabilidades, mas fuera de toda opresión y lejos de situaciones ofensivas para la dignidad del hombre; tener una cultura más perfecta -en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser también más-, tal es la aspiración de los hombres de hoy, cuando un gran número de ellos se ven condenados a vivir en tales condiciones que convierten casi en ilusorio deseo tan legítimo. Por otra parte, pueblos recientemente transformados en naciones independientes sienten la necesidad de añadir a la libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, con el cual puedan asegurar a sus propios ciudadanos un pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que en el concierto de las naciones les corresponde.

7. Ante la amplitud y urgencia de la labor que precisa llevar a cabo, disponemos medios heredados del pasado, aunque sean insuficientes. Ciertamente se ha de reconocer que las potencias coloniales con frecuencia no se han fijado sino en su propio interés, su poderío o su gloria; y, al retirarse, a veces han dejado una situación económica vulnerable, ligada, por ejemplo, al monocultivo, cuyos valores hállanse sometidos a tan bruscas como desproporcionadas variaciones. Mas, aun reconociendo objetivamente los errores de un cierto tipo de colonialismo y sus consecuencias, necesario es, al mismo tiempo, rendir homenaje a las cualidades y a las realizaciones de los colonizadores, que en tantas regiones abandonadas han aportado su ciencia y su técnica, dejando en ellas preciosas señales de su presencia. Aun siendo incompletas, ciertas estructuras establecidas permanecen y han cumplido su papel, por ejemplo, logrando hacer retroceder la ignorancia y la enfermedad o habiendo establecido comunicaciones beneficiosas y mejorado las condiciones de vida.

8. Mas, aun reconociendo todo esto, es muy cierto que tal organización es notoriamente insuficiente para enfrentarse con la dura realidad de la economía moderna. Dejado a sí mismo, su mecanismo conduce al mundo hacia una agravación, y no hacia una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida: los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras los pobres no logran sino un lento desarrollo. Crece el desequilibrio: unos producen excesivamente géneros alimenticios de los que otros carecen con grave daño, y estos últimos experimentan cuán inciertas resultan sus exportaciones.

9. Y al mismo tiempo los conflictos sociales se han ampliado hasta alcanzar dimensiones exactamente mundiales. La vida inquietud que se ha adueñado de las clases pobres en los países que se van industrializando alcanza ahora a aquellas cuya economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos han llegado -ellos también- a adquirir la conciencia de su inmerecida miseria[10]. A eso se añade el escándalo de las irritantes disparidades no sólo en el goce de los bines, sino, aún más, en el ejercicio del poder. Mientras en algunas regiones una oligarquía se goza con una refinada civilización, el resto de la población -pobre y dispersa- se halla "casi privada de toda iniciativa y de toda responsabilidad propias, por vivir frecuentemente en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana"[11].

10. Por otra parte, el choque entre las civilizaciones tradicionales y las novedades traídas por la civilización industrial tiene un efecto destructor en las estructuras que no se adaptan a las nuevas condiciones. Dentro del ámbito, a veces rígido, de tales estructuras se encuadraba la vida personal y familiar, que encontraba en ellas indispensable apoyo, y a ellas continúan aferrados los ancianos, mientras los jóvenes tienden a liberarse de ellas como de un obstáculo inútil, volviéndose ávidamente hacia las nuevas formas de la vida social. Así sucede que el conflicto de las generaciones se agrava con un trágico dilema: o conservar instituciones y creencias ancestrales, renunciando al progreso, o entregarse a las técnicas y formas de vida venidas de fuera, pero rechazando, junto con las tradiciones del pasado, la riqueza de valores humanos que contenían. De hecho sucede con frecuencia que van faltando los apoyos morales, espirituales y religiosos del pasado, sin que la inserción en el mundo nuevo quede asegurada por otros.

11. Ante tan variable situación, cada vez se hace más violenta la tentación que obliga a dejarse arrastrar hacia mesianismos tan prometedores como forjadores de ilusiones. ¿Quién no ve los peligros que de ello pueden derivarse, como reacciones populares violentas, agitaciones insurreccionales y propensión gradual hacia ideologías totalitarias? Hasta aquí, los datos del problema: su gravedad a nadie se le puede ocultar.

2. LA IGLESIA Y EL DESARROLLO

12. Fiel a la enseñanza y al ejemplo de su Divino Fundador, que como señal de su misión dio al mundo el anuncio de la Buena Nueva a los pobres[12], la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus misioneros han construido centros asistenciales y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas la manera de lograr el mayor provecho de los recursos naturales, frecuentemente los han protegido contra la explotación de extranjeros. Indudable que su labor [misioneros], al ser humana, no fue perfecta; y a veces pudo suceder que algunos mezclaran no pocos modos de pensar y de vivir de su país originario con el anuncio del auténtico mensaje evangélico. Mas también supieron cultivar y aun promover las instituciones locales. En no pocas regiones fueron ellos los "pioneros", así del progreso material como del desarrollo material como del desarrollo cultural. Basta recordar el ejemplo del P. Carlos de Foucauld, a quien se juzgó digno de llamarle, por su caridad, el "Hermano universal", y al que también debemos la compilación de un precioso diccionario de la lengua "tuareg". Nos queremos aquí rendir a esos precursores, frecuentemente muy ignorados, el homenaje que se merecen: tanto a ellos como a los que, emulándoles, fueron sus sucesores y que, todavía hoy, siguen dedicándose al servicio tan generoso como desinteresado de aquellos a quienes evangelizan.

13. Pero ya no bastan las iniciativas locales e individuales. La actual situación del mundo exige una solución de conjunto que arranque de una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Merced a la experiencia que de la humanidad tiene, la Iglesia, sin pretender en modo alguno mezclarse en lo político de los Estados, está "atenta exclusivamente a continuar, guiada por el Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido"[13]. Fundada para establecer, ya desde acá abajo, el Reino de los cielos y no para conquistar terrenal poder, afirma ella claramente que los dos campos son distintos, como soberanos son los dos poderes, el eclesiástico y el civil, cada uno en su campo de acción[14]. Pero, al vivir en la historia, ella debe "escudriñar bien las señales de los tiempos e interpretarlas a la luz del Evangelio"[15]. En comunión -ella- con las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no verles satisfechos, desea ayudarles a que consigan su pleno desarrollo, y precisamente para esto ellas les ofrece lo que posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad.

14. El desarrollo no se reduce a un simple crecimiento económico. Para ser auténtico, el desarrollo ha de ser integral, es decir, debe promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud lo ha subrayado un eminente experto: "Nosotros no aceptamos la separación entre lo económico y lo humano, ni entre el desarrollo y la civilización en que se halla inserto. Para nosotros es el hombre lo que cuenta, cada hombre, todo grupo de hombres, hasta comprender la humanidad entera"[16].

15. En los designios de Dios cada hombre está llamado a un determinado desarrollo, porque toda vida es una vocación. Desde su nacimiento, a todos se ha dado, como en germen, un conjunto de aptitudes y cualidades para que las hagan fructificar: su floración, durante la educación recibida en el propio ambiente y por el personal esfuerzo propio, permitirá a cada uno orientarse hacia su destino, que le ha sido señalado por el Creador. Por la inteligencia y la libertad, el hombre es responsable, así de su propio crecimiento como de su salvación. Ayudado -a veces, estorbado- por los que le educan y le rodean, cada uno continúa siempre, cualesquiera sean los influjos en él ejercidos, siendo el principal artífice de su éxito o de su fracaso: sólo por el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad el hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más.

16. Por otra parte, ese crecimiento no es potestativo. Así como la creación entera se halla ordenada a su Creador, la criatura espiritual está obligada a orientar espontáneamente su vida hacia Dios, verdad primera y bien soberano. Por ello, el crecimiento humano constituye como una precisa síntesis de nuestros deberes. Más aún, esta armonía de la naturaleza, enriquecida por el esfuerzo personal y responsable, está llamada a superarse a sí misma. Mediante su inserción en Cristo vivificante, el hombre entra en una nueva dimensión, en un humanismo trascendente, que le confiere su mayor plenitud: ésta es la finalidad suprema del desarrollo personal.

17. Pero cada uno de los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad entera. No se trata sólo de este o aquel hombre, sino que todos los hombres están llamados a un pleno desarrollo. Nacen, crecen y mueren las civilizaciones. Pero, como las olas del mar durante el flujo de la marea van avanzando, cada una un poco más, sobre la arena de la playa, de igual manera la humanidad avanza por el camino de la historia. Herederos de pasadas generaciones, pero beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, nos hallamos obligados para con todos, y no podemos desentendernos de los que todavía vendrán a aumentar más el círculo de la familia humana. Solidaridad universal, que es un hecho a la vez que un beneficio para todos, y también un deber.

18. Este crecimiento personal y comunitario correría peligro, si la verdadera escala de valores se alterase. Legítimo es el deseo de lo necesario, y trabajar para conseguirlo es un deber: el que no quiera trabajar, no coma[17]. Mas la adquisición de bienes temporales puede convertirse en codicia, en deseo de tener cada vez más y llegar a la tentación de acrecentar el propio poder. La avaricia de las personas, de las familias y de las naciones puede alcanzar tanto a los más pobres como a los más ricos, suscitando, en unos y en otros, un materialismo que los ahoga.

19. Luego el tener más, así para los pueblos como para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para que el hombre sea más hombre, le encierra como en una prisión desde el momento que se convierte en bien supremo, que impide mirar ya más allá. Entonces los corazones se endurecen, los espíritus se cierran con relación a los demás; los hombres ya no se unen por la amistad, sino por el interés, que pronto coloca a unos frente a otros y los desune. La búsqueda, pues, exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser, mientras se opone a su verdadera grandeza: para las naciones, como para las personas, la avaricia es la señal de un subdesarrollo moral.

20. Si proseguir el desarrollo exige un número cada vez mayor de técnicos, aún exige más hombres de pensamiento, capaces de profunda reflexión, que se consagren a buscar el nuevo humanismo que permita al hombre hallarse a sí mismo, asumiendo los valores espirituales superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación[18]. Así es como podrá cumplirse en toda su plenitud el verdadero desarrollo, que es el paso, para todos y cada uno, de unas condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas.

21. Menos humanas: la penuria material de quienes están privados de un mínimo vital y la penuria moral de quienes por el egoísmo están mutilados. Menos humanas: las estructuras opresoras, ya provengan del abuso del tener, ya del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: lograr ascender de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las plagas sociales, la adquisición de la cultura. Más humanas todavía: el aumento en considerar la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza[19], la cooperación al bien común, la voluntad de la paz. Más humanas aún: el reconocimiento, por el hombre, de los valores supremos y de Dios, fuente y fin de todos ellos. Más humanas, finalmente, y, sobre todo, la fe, don de Dios, acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que a todos nos llama a participar, como hijos, en la vida del Dios viviente, Padre de todos los hombres.

3. LA ACCIÓN QUE SE DEBE EMPRENDER

22. Llenad la tierra, y sometedla[20]: desde sus primeras páginas la Biblia nos enseña que la creación entera es para el hombre, al que se le exige que aplique todo su esfuerzo inteligente para valorizarla y, mediante su trabajo, perfeccionarla -en cierto modo-, poniéndola a su servicio. Mas si la tierra está así hecha para que a cada uno le proporcione medios de subsistencia e instrumentos para su progreso, todo hombre tiene derecho a encontrar en ella cuanto necesita. Lo ha recordado el reciente Concilio: "Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene, para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados, en forma equitativa, deben alcanzar a todos bajo la dirección de la justicia acompañada por la caridad"[21]. Y todos los demás derechos, cualesquiera sean, aun comprendidos en ellos los de propiedad y libre comercio, a ello están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, deben facilitar su realización y es un deber social -grave y urgente- restituirlos hacia su originaria finalidad.

23. Si alguno tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano en necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que en él resida el amor de Dios?[22]. Bien conocida es la firmeza con que los Padres de la Iglesia precisaban cuál debe ser la actitud de los que poseen con relación a los que en necesidad se encontraren: No te pertenece -dice San Ambrosio- la parte de bienes que das al pobre; le pertenece lo que tú le das. Porque lo que para uso de los demás ha sido dado, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo, no tan sólo para los ricos[23]. Lo cual es tanto como decir que la propiedad privada para nadie constituye un derecho incondicional y absoluto. Nadie puede reservarse para uso exclusivo suyo lo que de la propia necesidad le sobra, en tanto que a los demás falta lo necesario. En una palabra: el derecho de propiedad no debe ejercerse con detrimento de la utilidad pública, según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos. Si se llegase al conflicto entre derechos privados adquiridos y exigencias comunitarias primordiales, corresponde a los poderes públicos aplicarse a resolverlos con la activa participación de las personas y de los grupos sociales[24].

24. El bien común, pues, exige algunas veces la expropiación, cuando algunos fundos -o por razón de su extensión, o por su explotación deficiente o nula, o porque son causa de miseria para los habitantes, o por el daño considerable producido a los intereses de la región- son un obstáculo para la prosperidad colectiva. Al afirmarla con toda claridad[25], el Concilio recuerda también, con no menor claridad, que la renta disponible no queda a merced del libre capricho de los hombres y que las especulaciones egoístas han de prohibirse. Por consiguiente, no es lícito en modo alguno que ciudadanos, provistos de rentas abundantes, provenientes de recursos y trabajos nacionales, las transfieran en su mayor parte al extranjero, atendiendo únicamente al provecho propio individual, sin consideración alguna para su patria, a la cual con tal modo de obrar producen un daño evidente[26].

25. La industrialización, tan necesaria para el crecimiento económico como para el progreso humano, es a un mismo tiempo signo y causa del desarrollo. El hombre, al aplicar tenazmente su inteligencia y su trabajo, paulatinamente arranca sus secretos a la naturaleza y utiliza mejor sus riquezas [las de la naturaleza]. Simultáneamente, mientras imprime nueva disciplina a sus costumbres, se siente atraído cada vez más por las nuevas investigaciones e inventos, acepta las variantes del riesgo calculado, se siente audaz para nuevas empresas, para iniciativas generosas y para intensificar su propia responsabilidad.

26. Con las nuevas condiciones creadas a la sociedad, en mala hora se ha estructurado un sistema en el que el provecho se consideraba como el motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema en la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites y obligaciones sociales que le correspondieran. Este liberalismo sin freno conducía a la dictadura, denunciada justamente por Pío XI como generadora del imperialismo internacional del dinero[27]. Nunca se condenarán bastante semejantes abusos, recordando una vez más solemnemente que la economía se halla al servicio del hombre[28]. Mas si es verdad que cierto capitalismo ha sido la fuente de tantos sufrimientos, de tantas injusticias y luchas fratricidas, cuyos efectos aún perduran, injusto sería el atribuir a la industrialización misma males que son más bien debidos al nefasto sistema que la acompañaba. Más bien ha de reconocerse, por razón de justicia, que tanto la organización del trabajo como la misma industrialización han contribuido en forma insustituible a la obra toda del desarrollo.

27. De igual modo, si algunas veces puede imponerse cierta mística del trabajo, en sí exagerada, no por ello será menos cierto que el trabajo es querido y bendecido por Dios. Creado a imagen suya, el hombre debe cooperar con el Creador a completar la creación y marcar a su vez la tierra con la impronta espiritual que él mismo ha recibido[29]. Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, también le ha dado el modo de llevar a cumplimiento su obra: artista o artesano, empresario, obrero o campesino, todo trabajador es un creador. Inclinado sobre una materia que le ofrece resistencia, el trabajador le imprime su sello, mientras él desarrolla su tenacidad, su ingenio, su espíritu de inventiva. Más aún, vivido en común, condividiendo esperanzas, sufrimientos, ambiciones y alegrías, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus, funde los corazones; al realizarlo así, los hombres se reconocen como hermanos[30].

28. El trabajo, sin duda ambivalente, porque promete el dinero, la alegría, el poder, invita a unos al egoísmo y a otros a la revuelta; desarrolla también la conciencia profesional, el sentido del deber y la caridad hacia el prójimo. Más científico y mejor organizado, tiene el peligro de deshumanizar al que lo realiza, convirtiéndolo en esclavo suyo, porque el trabajo no es humano sino cuando permanece inteligente y libre. Juan XXIII ha recordado la urgencia de restituir al trabajador su dignidad, haciéndole participar realmente en la labor común: se debe tender a que la empresa llegue a ser una verdadera asociación humana, que con su espíritu influya profundamente en las relaciones, funciones y deberes[31]. Pero el trabajo de los hombres tiene, además, para el cristiano, la misión de colaborar en la creación del mundo sobrenatural[32], no terminado hasta que todos lleguemos juntos a constituir aquel hombre perfecto del que habla San Pablo, a la medida de la plenitud de Cristo[33].

29. Urge darse prisa. Muchos hombres sufren, y aumenta la distancia que separa el progreso de los unos del estancamiento, cuando no del retroceso, de los otros. Necesario es, además, que la labor que se ha de realizar progrese armoniosamente, para no romper los equilibrios indispensables. Una reforma agraria improvisada puede resultar contraria a su finalidad. Una industrialización acelerada puede dislocar las estructuras, todavía necesarias, y engendrar miserias sociales que serían un retroceso en los valores humanos y en la cultura.

30. Cierto es que hay situaciones cuya injusticia clama al cielo. Cuando poblaciones enteras, faltas de lo necesario, viven en tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, y también toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política, es grande la tentación de rechazar con la violencia tan graves injurias contra la dignidad humana.

31. Mas, bien lo sabemos: las insurrecciones y las revoluciones -aun no tratándose de una evidente y prolongada tiranía que lesione los derechos fundamentales de la persona a la vez que dañe gravemente al bien común de la nación- engendran nuevas injusticias, introducen nuevos desequilibrios y excitan a los hombres a nuevas ruinas. En modo alguno se puede combatir un mal real si ha de ser a costa de males aún mayores.

32. Y deseamos que se entienda bien Nuestro pensamiento: el presente estado de cosas ha de afrontarse con fortaleza, y han de combatirse y vencerse las injusticias que consigo lleva. El desarrollo exige cambios que se han de acometer con audacia para renovar completamente el estado actual. Con gran esfuerzo se ha de corregir y mejorar todo lo que pide urgente reforma. Participen todos en ello con magnanimidad y decisión, singularmente los que por cultura, situación y poder tienen mayor influencia. Dando ejemplo, entreguen para ello una parte de sus haberes, como lo han hecho algunos de Nuestros Hermanos en el Episcopado[34]. De esta suerte responderán a la expectación de la sociedad y obedecerán fielmente al Espíritu Santo, porque es "el fermento evangélico el que suscitó y suscita en el corazón del hombre la irrefrenable exigencia de su dignidad"[35].

33. Mas las iniciativas personales y los afanes de imitar, tan sólo de por sí, no conducirán al desarrollo a dodne debe éste felizmente llegar. No se ha de proceder de forma tal que las riquezas y el poderío de los ricos se aumenten mientras se agravan las miserias de los pobres y la esclavitud de los oprimidos. Necesarios, pues, son los programas para animar, estimular, coordinar, suplir e integrar[36] las actuaciones individuales y las de los cuerpos intermedios. A los poderes públicos les corresponde determinar e imponer los objetivos que se han de conseguir, las metas que se han de fijar, los medios para llegar a todo ello; también les corresponde el estimular la actuación de todos los obligados a esta mancomunada acción. Mas tengan buen cuidado de asociar a la obra común las iniciativas de los particulares y de los cuerpos intermedios. Unicamente así se evitarán la colectivización integral y la planificación arbitraria, que, como opuestas a la libertad, suprimirían el ejercicio de los derechos primarios de la persona humana.

34. Porque todo programa planeado para lograr el aumento de la producción no tiene otra razón de ser que el servir a la persona humana; es decir, que le corresponde reducir las desigualdades, suprimir las discriminaciones, liberar a los hombres de los lazos de la esclavitud: todo ello de tal suerte que, por sí mismos y en todo lo terrenal, puedan mejorar su situación, proseguir su progreso moral y desarrollar plenamente su destino espiritual. Cuando hablamos, pues, del desarrollo significamos que ha de entenderse tanto el progreso social como el aumento de la economía. Porque no basta aumentar la riqueza común para luego distribuirla según equidad, como no basta promover la técnica para que la tierra, como si se tornara más humana, resulte efectivamente más conforme para ser habitada. Los que se hallan en camino del desarrollo han de aprender, de quienes ya recorrieron tal camino, a evitar los errores en que aquellos cayeron, en tales materias. El dominio de los tecnócratas -tecnocracia le llaman- en un mañana ya próximo puede producir aún mayores daños que los que antes trajo consigo el liberalismo. La economía y la técnica carecen de todo valor si no se aplican plenamente al bien del hombre a quien deben servir. Y el hombre mismo deja de ser verdaderamente hombre si no es dueño de sus propias acciones y juez del valor de éstas; entonces él mismo es artífice de su propio progreso: todo ello en conformidad con la naturaleza misma que le dio el sumo Creador y asumiendo libremente las posibilidades y las exigencias de aquél.

35. También puede afirmarse que el crecimiento económico se corresponde totalmente con el progreso social suscitado por aquél, y que la educación "básica" es el primer objetivo en un plan de desarrollo. Porque el hambre de cultura no es menos deprimente que el hambre de alimentos: un analfabeto es un espíritu infraalimentado. Saber leer y escribir, adquirir una formación profesional, es tanto como volver a encontrar la confianza en sí mismo, y la convicción de que se puede progresar personalmente junto con los otros. Como decíamos en Nuestra Carta al Congreso de la UNESCO, en Teherán, "la alfabetización es para el hombre un factor primordial de integración social y de enriquecimiento personal, mientras para la sociedad es un instrumento privilegiado de progreso económico y de desarrollo"[37]. Y en verdad que nos alegra grandemente el hecho de que se haya logrado tanto trabajo y tan felices resultados en esta materia, así por la iniciativa particular como por la de los poderes públicos y organizaciones internacionales: son los primeros artífices del desarrollo, por el hecho de que capacitan al hombre mismo para ser personalmente el primer actuante en el desarrollo mismo.

36. Pero el hombre no se pertenece verdaderamente sino en su propio ambiente social, en el cual la familia juega papel tan importante. Papel que, según tiempos y lugares, ha podido también ser excesivo, esto es, siempre que se ejercitó en daño de las libertades fundamentales de la persona humana. Mas, aunque frecuentemente sean demasiado rígidas y mal organizadas, las viejas estructuras sociales de los países en vías de desarrollo, son, sin embargo, necesarias todavía por algún tiempo, siempre que paulatinamente vayan siendo apartadas de su excesiva dominación. Pero la familia natural, esto es, la monógama y estable, tal como ha sido concebida en el plan divino[38] y ha sido santificada por el cristianismo, debe continuar siendo "el punto en que se congregan distintas generaciones y se ayudan mutuamente para adquirir una mayor sabiduría y para concordar los derechos de las personas con todas las demás exigencias de la vida social"[39].

37. Mas no cabe negar que un acelerado crecimiento demográfico con frecuencia añade nuevas dificultades a los problemas del desarrollo, puesto que el volumen de la población aumenta con mayor rapidez que los recursos de que se dispone, y ello de tal suerte que aparentemente se está dentro de un callejón sin salida. Fácilmente surge entonces la tentación de frenar el incremento demográfico mediante el empleo de medidas radicales. Cierto es que los poderes públicos, en aquello que es de su competencia, pueden intervenir en esta materia, mediante la difusión de una apropiada información y la adopción de oportunas medidas, siempre que sean conformes a la ley moral y a sus exigencias, y también dentro del respeto debido a la libertad justa de los cónyuges. Porque el derecho a la procreación es inalienable; cuando se le daña, se aniquila la verdadera dignidad humana. En última instancia, a los padres corresponde decidir, con pleno conocimiento de causa, sobre el número de sus hijos; derecho y misión que ellos aceptan ante Dios, ante sí mismos, ante los hijos ya nacidos y ante la comunidad a la que pertenecen, siguiendo los dictados de su propia conciencia iluminada por la ley divina, auténticamente interpretada, y fortificada por la confianza en El[40].

38. En la obra del desarrollo, el hombre, que en su familia tiene su ambiente de vida primordial y originario, muchas veces es ayudado por las organizaciones profesionales. Si éstas tienden a promover los intereses de sus asociados, su responsabilidad y deberes son grandes con relación a la función educativa que ellas pueden y deben simultáneamente desarrollar. Porque tales instituciones, al instruir y formar a los hombres en sus materias, pueden mucho en el imbuir a todos el sentimiento del verdadero bien común y de las obligaciones que éste exige a cada uno.

39. Toda acción social está encuadrada en una doctrina determinada. El cristiano debe rechazar la que se funde en una filosofía materialista o atea, puesto que no respeta ni la orientación religiosa de la vida hacia su último fin ni la libertad y dignidad humana. Siempre, pues, que estos valores queden salvaguardados, puede admitirse un pluralismo en cuanto a las organizaciones profesionales y sindicales; pluralismo que, desde ciertos puntos de vista, es útil siempre que sirva para proteger la libertad y conduzca a la emulación. De muy buen grado Nos rendimos sincero homenaje a todos cuantos, renunciando a sus comodidades, trabajan desinteresadamente en beneficio de sus hermanos.

40. Además de estas organizaciones profesionales, se muestran muy activas las instituciones culturales, contribuyendo grandemente al mayor éxito del desarrollo. Con graves palabras afirma el Concilio: "Gran peligro corre el futuro destino del mundo si no surgen hombres dotados de sabiduría". Y aún añade: "Muchas naciones, aun siendo económicamente inferiores, al ser más ricas en sabiduría, pueden ofrecer a las demás una extraordinaria aportación en esta materia"[41]. Rica o pobre, toda nación posee una civilización suya, propia, heredada de las generaciones pasadas: instituciones requeridas para el desarrollo de la vida terrenal y manifestaciones superiores -artísticas, intelectuales y religiosas- de la vida del espíritu. Cuando estas instituciones contienen verdaderos valores humanos, sería grave error sustituirlas por otras. Un pueblo que consintiese en ello perdería lo mejor de sí mismo: para vivir sacrificaría sus propias razones de vida. También ha de aplicarse a los pueblos el aviso de Cristo: ¿De qué le serviría al hombre ganar el mundo, si luego pierde su alma?[42].

41. Nunca jamás estarán bastante prevenidos los pueblos pobres contra la tentación que de parte de los pueblos ricos les viene. Con harta frecuencia éstos ofrecen, junto con el ejemplo de sus éxitos en el campo de la cultura y de la civilización técnica, un modelo de actividad dirigida preferentemente a la conquista de la prosperidad material. Y no es que ésta última por sí misma constituya un obstáculo a la actividad del espíritu, cuando, por lo contrario, el espíritu, al hacerse así "menos esclavo de las cosas, puede elevarse más fácilmente al culto y contemplación del Creador"[43]. Sin embargo, "la civilización actual, no ya de por sí, sino por estar demasiado enredada con las realidades terrenales, puede dificultar cada vez más el acercarse a Dios"[44]. En cuanto les viene propuesto, los pueblos en vías de desarrollo deben, pues, saber hacer una elección: criticar y eliminar los falsos bienes que llevarían consigo una peyoración del ideal humano, aceptar los valores sanos y benéficos para desarrollarlos, junto con los suyos, según su propio genio particular.

HACIA UN HUMANISMO VERDADERO Y PLENARIO

42. Tal es el verdadero y plenario humanismo que se ha de promover[45]. ¿Y qué otra cosa significa sino el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres? Un humanismo cerrado, insensible a los valores del espíritu y a Dios mismo, que es su fuente, podría aparentemente triunfar. Es indudable que el hombre puede organizar la tierra sin Dios: pero sin Dios, al fin y al cabo, no puede organizarla sino contra el hombre. Un humanismo exclusivo es un humanismo inhumano[46]. Luego no hay verdadero humanismo si no tiende hacia el Absoluto por el reconocimiento de la vocación, que ofrece la idea verdadera de la vida humana. Lejos de ser la norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo sino cuando asciende sobre sí mismo, según la justa frase de Pascal: "El hombre supera infinitamente al hombre"[47].


1 Dirigida: A los Obispos, a los Sacerdotes, a los Religiosos, y a los cristianos de todo el orbe católico y a los hombres de buena voluntad.- Pascua (26 de marzo) 1967

2 Cf. AL 11 (1892) 97-148.

3 Cf. A. A. S. 23 (1931) 177-228.

4 Cf. principalmente, Rm. 1 junio 1941 (L. aniversario de la RN): A. A. S. 33 (1941) 195-205; Rm. Navidad 1942 A. A. S.: 35 (1943) 9-24; Aloc. a trabajadores en el aniversario de la RN 14 de mayo 1953: A. A. S. 45 (1953) 402-408.

5 Cf. A. A. S. 53 (1961) 401-464.

6 Cf. A. A. S. 55 (1963) 257-304.

7 Cf. e. MM 15 mayo 1961 A. A. S. 53 (1961) 440.

8 GS n. 63-72 A. A. S. 58 (1966) 1084-1094.

9 M. pr. Catholicam Christi Ecclesiam: A. A. S. 59 (1967) 27.

10 Enc. RN l. c., 98.

11 GS n. 63 A. A. S. 58 (1966) 1026.

12 Cf. Luc. 7, 22.

13 GS n. 3, l. c. 1026.

14 Cf. e. ID 1 nov. 1885 AL 5 (1885) 127.

15 GS n. 4, l. c., 1027.

16 L. J. Lebret. O. P., Dynamique concrete du développement. Paris, "Economie et Humanisme", Les Editions Ouvrieres, 1961, 28.

17 2 Thes. 3, 10.

18 Cf., p. e., J. Maritain, Les conditions spirituelles du progres et de la paix, en "Rencontre de cultures a l'UNESCO sous le signe du Conc. Oecumén. Vat. II", París, Mame, 1966, 66.

19 Cf. Mat. 5, 3.

20 Gen. 1, 28.

21 GS n. 69, l. c. 1090.

22 1 Io. 3, 17.

23 De Nabuthe 12, 53 PL 14, 747. Cf. J. R. Palanque, Saint Ambroise et l'empire romain. Paris, De Boccard, 1933, 336 ss.

24 Carta a la Semana social de Brest, en L'homme et la révolution urbaine. Lyon, Chron. Soc. 1965, 8-9.

25 GS n. 71, l. c. 1093.

26 Cf. ibid. n. 65, l. c. 1086.

27 Enc. QA l. c. 212.

28 Cf., p. e., Colin Clark, The conditions of economic progress 3a. ed., London, Macmillan & Co., New York, St. Martin's Press, 1960, 3-6.

29 Carta a la Semana Social de Lyon, en Le travail et les travailleurs dans la societé contemporaine Lyon, Chron. Soc. 1965. 6.

30 Cf., p. e., M. D. Chenu, O. P., Pour une théologie du travail. Paris, Edit. du Seuil, 1955.

31 MM l. c. 423.

32 Cf., p. e., O. von Nell-Breuning, S. J., Wirtschaft u. Gesellschaft, t. 1, Grundfragen. Freiburg, Herder, 1956, 183-184.

33 Eph. 4, 13.

34 Cf., p. e., Mons. M. Larrain Errazuriz, Ob. de Talca (Chile), Pres. del CELAM. Carta past. sobre el desarrollo y la paz. Paris, Pax Christi, 1965.

35 GS n. 26, l. c. 1046.

36 MM l. c. 414.

37 Osserv. Rom. 11 sett. 1965. Doc. cathol., t. 62 Paris, 1965, col. 1674-1675.

38 Cf. Mat. 19, 6.

39 GS n. 52, l. c. 1073.

40 Cf. ibid. n. 50-51 (con nota 14), l. c. 1070-1073; y n. 87, l. c. 1110.

41 Ibid. n. 15 l. c. 1036.

42 Mat. 16, 26.

43 GS n. 57, l. c. 1078.

44 Ibid. n. 19, l. c. 1039.

45 Cf., p. e., J. Maritain, L'humanisme intégral. Paris, Aubier, 1936.

46 H. de Lubac, S. I., Le drame de l'humanisme athée, 3a. ed., Paris, Spes, 1945, 10.

47 Pensées, ed. Brunschvieg, n. 434. Cf. M. Zundel, L'homme passe l'homme. Le Caire, Ed. du lien. 1944.