DISCURSO
A los participantes en la asamblea plenaria de la
Congregación para la doctrina de la fe, viernes 18 de enero
La Congregación para la doctrina de la fe celebró su asamblea plenaria del 15 al 18 de enero. Durante las reuniones los participantes reflexionaron sobre los trabajos llevados a cabo durante los dos últimos años, entre los que figuran las tres importantes notificaciones, que concluyeron diálogos profundos con tres teólogos representativos de diversas áreas de la teología (dogmática, moral y liturgia), que han puesto de relieve la fecundidad de la colaboración entre el Magisterio de la Iglesia y los teólogos, con vistas a un anuncio que, sin renunciar a las riquezas de la tradición cristiana, adquiera nueva intensidad y capacidad para iluminar los problemas del mundo de hoy; reflexionaron también sobre las reacciones, positivas y negativas, suscitadas por la publicación de la declaración "Dominus Iesus"; y luego profundizaron en algunos temas que van adquiriendo cada vez mayor importancia en el momento histórico actual de la vida de la Iglesia, en particular la Eucaristía, en su relación con la Iglesia, y la ley natural. Juan Pablo II recibió a los asambleístas el viernes 18 de enero en la sala Clementina, y después de escuchar las palabras que le dirigió el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto del dicasterio, en las que expuso brevemente los trabajos de la reunión, pronunció en italiano el discurso que ofrecemos a continuación.
Venerados señores cardenales; queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
1. Me alegra acogeros al término de la sesión plenaria de vuestro
dicasterio. Dirijo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, y deseo agradecer
en particular al señor cardenal Joseph Ratzinger, vuestro prefecto, las
nobles palabras con que ha interpretado vuestros sentimientos.
He escuchado cuanto el cardenal prefecto me ha expuesto sobre los trabajos que
habéis realizado durante estos intensos días de reflexión. A este respecto,
permitidme ante todo proponeros algunas reflexiones y convicciones sobre el
significado más profundo de vuestra reunión. La Iglesia exige y vive de esta
continua confrontación fraterna, de este flujo y reflujo, de los que sólo
puede nacer una colaboración más efectiva y eficaz entre los dicasterios de la
Curia romana, con las Conferencias episcopales y, por consiguiente, también con
los superiores generales de los institutos de vida consagrada y de las
sociedades de vida apostólica. Sin esta colaboración, que brota de una
consolidada unidad de propósitos, la Iglesia no podría ser verdaderamente ella
misma, comunidad de los que se han reunido con el más estrecho de los vínculos,
el que nace de la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Por tanto, buscar esta unidad y
colaboración y ser después fieles a las convicciones que deben guiar, en este
tiempo histórico, nuestro común testimonio de cristianos, es la exigencia
primaria de nuestra fidelidad al Señor, fidelidad que da sentido a nuestra
existencia. Así pues, una comunicación y una colaboración más intensa aún
entre los dicasterios, las Conferencias episcopales y los superiores generales
es el primer fruto que debemos invocar juntos para nuestro encuentro de hoy.
Recepción
y transmisión de los documentos
2. En cuanto a los temas que me ha expuesto el cardenal prefecto, considero
oportuno reflexionar, en primer lugar, sobre el problema de la recepción de los
documentos doctrinales que vuestra Congregación, como organismo valioso al
servicio de mi ministerio de Pastor universal, va publicando progresivamente. Al
respecto, existe ante todo un problema de asimilación de sus contenidos y de
colaboración en la difusión y en la aplicación de las consecuencias prácticas
que derivan de ellos; esto afecta a todos los dicasterios de la Curia romana,
unidos precisamente por la misma fe y por la misma voluntad de anuncio y
testimonio. En efecto, en la Iglesia todo está encaminado al anuncio de
Jesucristo Salvador.
Existe, además, un problema de transmisión de las
verdades fundamentales, que estos documentos recuerdan a todos los fieles, más
aún, a todas las personas y, en particular, a los teólogos y a los hombres de
cultura. Aquí la cuestión se hace más difícil y exige atención y ponderación.
¿Cuánto influye la dinámica de los medios de comunicación de masa en estas
dificultades de recepción? ¿Cuánto depende de situaciones históricas
particulares? O ¿cuánto obedece simplemente a la dificultad de aceptar las
estrictas exigencias del lenguaje evangélico que, sin embargo, tiene una fuerza
liberadora? Estos son temas que ciertamente vuestra asamblea ya habrá
examinado, pero que evidentemente exigen tiempo y estudios
adecuados.
Por mi parte, sólo deseo recordar la utilidad de esta
escucha recíproca, para que las diversas sugerencias, oportunamente ponderadas
y meditadas, permitan que el mensaje llegue íntegro al mayor número posible de
personas. Es evidente asimismo la necesidad de una implicación cada vez mayor
de las Conferencias episcopales, de cada uno de los obispos y, por medio de
ellos, de todos los anunciadores del Evangelio en la obra de sensibilización
sobre los temas más urgentes de la proclamación de la fe hoy. Por último,
existe un problema de estilo, de coherencia en la vida; estas reacciones son
asimismo una provocación y una invitación a testimoniar cada vez más, también
con la vida, la centralidad del amor de Cristo en nuestra existencia frente a
perspectivas efímeras, que ofuscan su fuerza persuasiva.
La
Eucaristía en la Iglesia y la ley natural
3. Por lo que respecta también al tema de la Eucaristía y la Iglesia, no
es necesario que me explaye sobre su centralidad para la vida del mundo, al que
el Señor nos ha enviado como semillas de renovación. Reconducir la Iglesia a
su fuente eucarística le dará ciertamente autenticidad y fuerza, aliviándola
del peso de discusiones menos urgentes de carácter organizativo, y ofreciéndole,
en cambio, las perspectivas de consagración a Dios y de comunión fraterna que,
con el tiempo, permitirán superar también fragmentaciones y divisiones. Por
otra parte, el dramatismo del sacrificio eucarístico de Cristo no permite su
reducción a un simple encuentro convival, sino que es siempre
signo de contradicción y, por tanto, también de verificación de nuestra
conformidad con el radicalismo de su mensaje, tanto con respecto a Dios como a
los demás hermanos.
En cuanto a la otra temática, o sea, el estudio sobre la pérdida
de relevancia de la ley natural, creo
oportuno recordar, como he afirmado por lo demás muchas veces en las cartas encíclicas
Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio, que aquí
nos hallamos en presencia de una doctrina perteneciente al gran patrimonio de la
sabiduría humana, purificado y llevado a su plenitud gracias a la luz de la
Revelación. La ley natural es la participación de la criatura racional en la
ley eterna de Dios. Su identificación crea, por una parte, un vínculo
fundamental con la ley nueva del Espíritu de vida en Cristo Jesús, y, por
otra, permite también una amplia base de diálogo con personas de otra
orientación o formación, con vistas a la búsqueda del bien común. En un
momento de tanta preocupación por el destino de numerosas naciones, comunidades
y personas, sobre todo las más débiles en todo el mundo, no puedo dejar de
alegrarme por el estudio emprendido con el fin de redescubrir el valor de esta
doctrina, también con vistas a los desafíos que aguardan a los legisladores
cristianos en su deber de defender la dignidad y los derechos del hombre.
Intervenciones
saludables
4. Por último, os agradezco el servicio que, como Congregación, habéis
decidido prestar con vuestra colaboración en el juicio de algunos graves
problemas morales, que exigen competencia y profundización particulares y para
los cuales, además de las necesarias intervenciones saludables, será cada vez
más necesario estudiar adecuados itinerarios educativos y de acompañamiento
formativo.
"Duc in altum, rema mar adentro": dijo Jesús a Pedro y a sus compañeros a orillas del mar de Galilea. Con estos temas, que ha afrontado en el alba del nuevo milenio, la Congregación para la doctrina de la fe "rema mar adentro", es decir, se compromete en una reflexión de largo alcance, que permitirá a toda la Iglesia entrar con más fuerza en el corazón y en la mente de todos los miembros de la familia humana, para reconducir de este modo a todos a su único origen: el Padre, que nos amó tanto, que nos dio a su Hijo único, el Hijo predilecto, para la redención del mundo.