SÁBADO SANTO Homilía del Vicario de Cristo durante la Vigilia pascual en la basílica de San Pedro, 14 de abril

Esta Vigilia nos introduce en un día que no conoce el ocaso

 

El Sábado santo, 14 de abril, el Papa celebró la Vigilia pascual en la basílica de San Pedro, donde se habían congregado miles de peregrinos de diversas partes del mundo. Comenzó a las ocho de la noche. La primera parte, el "lucernario", con la bendición del fuego y la preparación y bendición del cirio, tuvo lugar en el atrio de la basílica, mientras el templo se hallaba a oscuras; Su Santidad recorrió el pasillo central, precedido del diácono con el cirio, los sacerdotes, treinta arzobispos y obispos, y diecinueve cardenales. Después del canto del Pregón pascual, comenzó la liturgia de la Palabra:  las cuatro primeras lecturas, tomadas del Antiguo Testamento, se hicieron en inglés, francés, español y alemán; la epístola, en italiano; y el evangelio, en latín. El Santo Padre pronunció la homilía que ofrecemos. A continuación tuvo lugar la liturgia bautismal, que comenzó con la letanía de los santos. Juan Pablo II administró los sacramentos del bautismo y la confirmación a seis catecúmenos:  una japonesa, una china y su hija, de nacionalidad italiana, una estadounidense, una peruana y un albanés. Siguió la liturgia eucarística, en la que dio la primera comunión a los neófitos. En el momento del Prefacio subieron al presbiterio los cardenales Bernardin Gantin, decano del Colegio cardenalicio; Angelo Sodano, secretario de Estado; Joseph Ratzinger, vicedecano del Colegio cardenalicio y prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe; y Simon D. Lourdusamy. Estuvo también presente el Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, acompañado por los arzobispos mons. Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado, y mons. Jean-Louis Tauran, secretario para las relaciones con los Estados; así como por los monseñores Pedro López Quintana, asesor de la Secretaría de Estado para los Asuntos generales; Celestino Migliore, subsecretario para las relaciones con los Estados; y Tommaso Caputo, jefe del protocolo. El sacro rito se concluyó hacia las once de la noche con el canto del "Regina caeli".


1. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6).

Estas palabras de dos hombres "con vestidos resplandecientes" refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos que culminaron con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. Sin embargo, no habían abandonado, en la hora de la prueba, a su Señor.

Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido sepultado para volverlo a ver y abrazarlo por última vez. Las impulsa el amor; aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea y Judea hasta el Calvario.

¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, precisamente ellas, habían sido los primeros testigos de la resurrección de Jesús.

2. "Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro" (Lc 24, 2).

Así lo narra el evangelista san Lucas, y añade que, "al entrar, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús" (Lc 24, 3). En un instante todo cambia. Jesús "no está aquí, ha resucitado". Este anuncio, que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia, durante esta Vigilia pascual.

Extraordinaria Vigilia de una noche extraordinaria. Vigilia, madre de todas las Vigilias, durante la cual la Iglesia entera permanece a la espera junto a la tumba del Mesías, sacrificado en la cruz. La Iglesia espera y reza, escuchando nuevamente las Escrituras que relatan toda la historia de la salvación.

Pero en esta noche no son las tinieblas las que dominan, sino el fulgor de una luz repentina, que irrumpe con el anuncio sobrecogedor de la resurrección del Señor. La espera y la oración se convierten entonces en un canto de alegría:  "Exsultet iam angelica turba caelorum! ¡Exulte el coro de los ángeles!".

Se cambia totalmente la perspectiva de la historia:  la muerte da paso a la vida, una vida que ya no muere. Enseguida cantaremos en el Prefacio que Cristo "muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida". He aquí la verdad que proclamamos con palabras, pero sobre todo con nuestra existencia. Aquel que las mujeres creían muerto está vivo. Su experiencia se convierte en la nuestra.

3. ¡Oh Vigilia penetrada de esperanza, que expresas en plenitud el sentido del misterio! ¡Oh Vigilia rica en símbolos, que manifiestas el corazón mismo de nuestra existencia cristiana! Esta noche todo se resume prodigiosamente en un nombre, el nombre de Cristo resucitado.

¡Oh Cristo, cómo no darte las gracias por el don inefable que nos regalas esta noche! El misterio de tu muerte y tu resurrección se infunde en el agua bautismal que acoge al hombre viejo y carnal y lo hace puro con la misma juventud divina.

En tu misterio de muerte y resurrección nos sumergiremos enseguida, renovando las promesas bautismales; en él se sumergirán especialmente los seis catecúmenos, que recibirán el bautismo, la confirmación y la Eucaristía.

4. Queridos hermanos y hermanas catecúmenos, os saludo con gran cordialidad, y en nombre de la comunidad eclesial os acojo con afecto fraterno. Provenís de diversas naciones:  de Japón, de Italia, de China, de Albania, de Estados Unidos de América y de Perú.

Vuestra presencia expresa la multiplicidad de las culturas y de los pueblos que han abierto su corazón al Evangelio. También para vosotros, como para cada bautizado, en esta noche la muerte cede el paso a la vida. El pecado es borrado y se inicia una existencia totalmente nueva. Perseverad hasta el final en la fidelidad y en el amor. Y no tengáis miedo a las pruebas, porque "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene poder sobre él" (Rm 6, 9).

5. Sí, queridos hermanos y hermanas, Jesús está vivo y nosotros vivimos en él. Para siempre. He aquí el regalo de esta noche, que ha revelado definitivamente al mundo el poder de Cristo, Hijo de la Virgen María, que nos fue dada como Madre al pie de la cruz.

Esta Vigilia nos introduce en un día que no conoce el ocaso. Día de la Pascua de Cristo, que inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza.

"Haec dies quam fecit Dominus:  exsultemus et laetemur in ea  Este es el día que ha hecho el Señor:  regocijémonos y exultemos de alegría". ¡Aleluya!