HOMILÍA Durante la santa misa del miércoles de Ceniza, celebrada por el cardenal Jozef Tomko, 28 de febrero

Tiempo de penitencia y reconciliación

El Papa impuso la ceniza a los cardenales, arzobispos y obispos, y a numerosos fieles

Juan Pablo II, como ha hecho desde el comienzo de su pontificado, siguiendo la tradición que Juan XXIII reanudó el 2 de marzo de 1960, el miércoles de Ceniza, 28 de febrero, fue al Aventino para hacer la primera estación cuaresmal en la basílica de Santa Sabina. A las cuatro y media de la tarde, mientras llegaba el Santo Padre, el cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos y titular de dicha basílica, presidió un momento de oración en la basílica de San Anselmo, regida por los benedictinos. Después del canto del himno "Audi, benigne Conditor" y la oración, inició la procesión hacia Santa Sabina, mientras se cantaban las letanías de los santos. Siguió el canto de los salmos 50 y 24. Iban también en la procesión otros doce cardenales, entre ellos, Bernardin Gantin, decano del Colegio cardenalicio; Paul Augustin Mayer, o.s.b., titular de San Anselmo; Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma; Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el clero; Jorge Arturo Medina Estévez, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos; Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los obispos; y Jorge María Mejía, archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana; numerosos arzobispos y obispos, entre los cuales mons. Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado, y mons. Jean-Louis Tauran, secretario para las relaciones con los Estados; mons. Juan Francisco Sarasti, c.i.m., arzobispo de Ibagué (Colombia); los monjes de la comunidad benedictina de San Anselmo y los frailes de la comunidad dominica de Santa Sabina. Juan Pablo II llegó al Aventino poco después de las cinco y fue acogido con un cordial y prolongado aplauso por los fieles que no habían podido hallar sitio en el templo. Recorrió la nave central hasta llegar a la cátedra, del siglo XIII, mientras el coro cantaba "Miserere omnium, Domine". Celebró la eucaristía el cardenal Jozef Tomko. Después de las lecturas, el Vicario de Cristo pronunció la homilía. A continuación, bendijo la ceniza; el cardenal Tomko se la impuso a Su Santidad, quien, a su vez, la impuso a los cardenales, a los arzobispos y obispos, entre ellos a mons. James Michael Harvey, obispo titular de Memfi, prefecto de la Casa pontificia, y a mons. Stanislaw Dziwisz, obispo titular de San León, prefecto adjunto; al regente, mons. Paolo De Nicolò; al asesor de la Secretaría de Estado para los asuntos generales, mons. Pedro López Quintana; al maestro general de la Orden de Predicadores, p. Timothy Radcliffe; al teólogo de la Casa pontificia, p. Georges Marie Cottier, o.p.; a las comunidades de Santa Sabina y San Anselmo, y a una representación de fieles; entretanto, frailes de ambas órdenes se la imponían al resto de los fieles, mientras se cantaban los salmos 40, 129 y 78. Al final de la misa, Juan Pablo II impartió la bendición a los presentes. El rito se concluyó con el canto del "Parce, Domine". Ofrecemos seguidamente el texto de la homilía del Santo Padre.


1. "Reconciliaos con Dios (...). Ahora es el momento favorable" (2 Co 5, 20; 6, 2).

Esta es la invitación que la liturgia nos dirige al inicio de la Cuaresma, exhortándonos a tomar conciencia del don de la salvación que, en Cristo, se ofrece a todo hombre.

Hablando del "momento favorable", el apóstol san Pablo se refiere a la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga 4, 4), es decir, el tiempo en el que Dios, mediante Jesús, "escuchó" y "socorrió" a su pueblo, realizando plenamente las promesas de los profetas (cf. Is 49, 8). En Cristo se cumple el tiempo de la misericordia y del perdón, el tiempo de la alegría y de la salvación.

Desde el punto de vista histórico, el "momento favorable" es el tiempo en el que la Iglesia anuncia el Evangelio a los hombres de toda raza y cultura, para que se conviertan y se abran al don de la redención. De esa forma, la vida queda íntimamente transformada.

2. "Ahora es el momento favorable".

Dentro del año litúrgico, la Cuaresma, que comienza hoy, es un "momento favorable" para acoger con mayor disponibilidad la gracia de Dios. Precisamente por esto, suele definirse "signo sacramental de nuestra conversión" (Oración colecta del I domingo de Cuaresma):  signo e instrumento eficaz de aquel radical cambio de vida que en los creyentes se ha de renovar constantemente. La fuente de ese extraordinario don divino es el Misterio pascual, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, del que brota la redención para todo hombre, para la historia y para el universo entero.
A este misterio de sufrimiento y amor alude, en cierto modo, el tradicional rito de la imposición de la ceniza, iluminado por las palabras que lo acompañan:  "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). También a ese mismo misterio se refiere el ayuno que hoy observamos, para iniciar un camino de verdadera conversión, en el que la unión con la pasión de Cristo nos permita afrontar y vencer el combate contra las fuerzas del mal (cf. Oración colecta del miércoles de Ceniza).


3. "Ahora es el momento favorable".

Con esta conciencia, emprendamos el itinerario cuaresmal, prosiguiendo idealmente el gran jubileo, que ha constituido para la Iglesia entera un extraordinario tiempo de penitencia y reconciliación. Ha sido un año de intenso fervor espiritual, durante el cual se ha derramado en abundancia sobre el mundo la misericordia divina. Para que este tesoro de gracia siga enriqueciendo espiritualmente al pueblo cristiano, en la carta apostólica Novo millennio ineunte ofrecí indicaciones concretas sobre cómo actuar en esta nueva fase de la historia de la Iglesia.

Entre esas indicaciones, quisiera recordar aquí  algunas que corresponden muy bien a las características peculiares del tiempo cuaresmal. La primera de todas es la contemplación del rostro del Señor:  rostro que en Cuaresma se presenta como "rostro doliente" (cf. nn. 25-27). En la liturgia, en las Stationes cuaresmales, así como en la práctica piadosa del vía crucis, la oración contemplativa nos permite unirnos al misterio de Aquel que, aunque no tuvo pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (cf. 2 Co 5, 21). Siguiendo el ejemplo de los santos, todo bautizado está llamado a seguir más de cerca a Jesús que, subiendo a Jerusalén y previendo su pasión, dice a sus discípulos:  "Tengo que recibir un bautismo" (Lc 12, 50). Así, el camino cuaresmal se convierte para nosotros en seguimiento dócil del Hijo de Dios, que se hizo Siervo obediente.

4. El camino al que nos invita la Cuaresma se realiza, ante todo, con la oración:  en estas semanas, las comunidades cristianas deben transformarse en auténticas "escuelas de oración". Otro objetivo privilegiado es acercar a los fieles al sacramento de la reconciliación, para que cada uno pueda "redescubrir a Cristo como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo" (Novo millennio ineunte, 37). Además, la experiencia de la misericordia de Dios no puede por menos de suscitar el compromiso de la caridad, impulsando a la comunidad cristiana a "apostar por la caridad" (cf. ib., IV). En la escuela de Cristo, la comunidad cristiana comprende mejor la exigente opción preferencial por los pobres, viviendo la cual "se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia" (ib, 49).

5. "En nombre de Cristo os lo pedimos:  reconciliaos con Dios" (2 Co 5, 20).

En el mundo de hoy aumenta la necesidad de pacificación y perdón. En el Mensaje para esta Cuaresma destaqué ese deseo recurrente de perdón y reconciliación. La Iglesia, apoyándose en las palabras de Cristo, anuncia el perdón y el amor a los enemigos. Al hacerlo, "es consciente de que introduce en el patrimonio espiritual de la humanidad entera una nueva forma de relacionarse con los demás:  una forma ciertamente ardua, pero llena de esperanza" (n. 4). He aquí el don que ofrece también a los hombres de nuestro tiempo.

"Reconciliaos con Dios":  resuenan con insistencia en nuestro corazón estas palabras. Hoy -nos dice la liturgia- es el "momento favorable" para nuestra reconciliación con Dios. Conscientes de ello, recibiremos la imposición de la ceniza, dando los primeros pasos en el itinerario cuaresmal. Prosigamos con generosidad por ese camino, conservando la mirada fija en Cristo crucificado. En efecto, la cruz es la salvación de la humanidad:  sólo partiendo de la cruz es posible construir un futuro de esperanza y de paz para todos.