DISCURSO A una delegación de parlamentarios de Estados Unidos, lunes 8 de enero

 

Urge defender la dignidad de la persona

 

Una delegación de parlamentarios de Estados Unidos vino a Roma para entregar al Santo Padre Juan Pablo II la medalla de oro del Congreso, como reconocimiento de su obra en defensa de la dignidad humana y promoción de la vida. El Vicario de Cristo recibió a los cincuenta parlamentarios en la sala Clementina, el lunes 8 de enero, y les dirigió en inglés el discurso que ofrecemos.

 

Señor presidente; miembros del Congreso; distinguidos huéspedes: 

Me alegra daros la bienvenida al Vaticano esta mañana, y me siento honrado por el amable gesto que os ha traído aquí. No es propio del Sucesor del apóstol san Pedro buscar honores, pero acepto de buen grado la medalla de oro del Congreso como un reconocimiento de que en mi ministerio ha resonado una palabra que puede llegar a todo corazón humano. He proclamado la palabra de Dios, que en la primera página de la Biblia nos recuerda que el hombre y la mujer han sido creados a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26).

De esta gran verdad deriva todo lo que la Iglesia dice y hace para defender la dignidad humana y promover la vida humana. Esta es una verdad que contemplamos en la gloria de Jesucristo, el Hijo de Dios, crucificado y resucitado de entre los muertos. En los años de mi ministerio, pero especialmente en el Año jubilar que acaba de terminar, he invitado a todos a dirigirse a Jesús para descubrir de un modo nuevo y más profundo la verdad del hombre, puesto que sólo Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes, 22). Comprender la verdad de Cristo significa experimentar con profundo estupor el valor y la dignidad de todo ser humano, que es la buena nueva del Evangelio y el centro del cristianismo (cf. Redemptor hominis, 10).

Acepto este premio como un signo de que vosotros, en calidad de legisladores, reconocéis la importancia de defender la dignidad humana sin componendas, para que vuestra nación esté siempre a la altura de sus grandes responsabilidades en un mundo donde a menudo no se respetan los derechos humanos. Por eso, señoras y señores, os agradezco esta medalla de oro del Congreso. Al expresaros mis mejores deseos para el nuevo año, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos los que representáis, "la paz de Dios, que supera todo conocimiento" (Flp 4, 7).

¡Dios os bendiga a todos!