HOMILÍA
Durante
la santa misa en el jubileo del mundo del espectáculo, III domingo de Adviento,
17 de diciembre
Al
final de la ceremonia algunos artistas realizaron una exhibición ante el Santo
Padre
Del 15 al 17 de diciembre tuvo lugar el jubileo del mundo del espectáculo. El día 17, III domingo de Adviento, el Romano Pontífice celebró la misa en la plaza de San Pedro. A la derecha del altar habían colocado una gran copia del Cristo de San Damián, que acompañará durante 2001 la misión jubilar en los circos y parques de atracciones de Europa y América. Al comienzo de la celebración, saludaron a Su Santidad el arzobispo John Patrick Foley, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales; el actor Alberto Sordi, en representación del mundo del espectáculo; y el presidente del "Directory Guild of America".
Con el Vicario de Cristo concelebraron los cardenales Roger Etchegaray,
presidente del Comité para el gran jubileo; Paul Poupard, presidente del
Consejo pontificio para la cultura; Edward Idris Cassidy, presidente del Consejo
pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos; los arzobispos
Crescenzio Sepe, secretario del Comité para el gran jubileo; John P. Foley;
Stephen Fumio Hamao, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los
emigrantes e itinerantes; el obispo Pierfranco Pastore, secretario del Consejo
pontificio para las comunicaciones sociales; el obispo de Sulmona-Valva, mons.
Giuseppe Di Falco, promotor, en la Conferencia episcopal italiana, de la
pastoral en los circos y parques de atracciones; y el p. Bernard Ardura, o. praem.,
secretario del Consejo pontificio para la cultura.
Juan Pablo II pronunció la homilía que publicamos. La oración de los fieles
se hizo en portugués, suahili, polaco, filipino, alemán y español. Concluida
la misa, después de la alocución que publicamos en la página 1 y del rezo del
Ángelus, Su Santidad bendijo las estatuillas del Niño Jesús que, como es
tradición, llevan a la plaza de San Pedro los niños de las escuelas y
oratorios de Roma; los acompañaban sus padres y animadores voluntarios, que
trabajan para el Centro de oratorios romanos. Al final, algunos payasos
realizaron ante el Papa y los participantes una exhibición de sus habilidades.
1. "Alegraos. (...) El Señor está cerca" (Flp 4, 4. 5).
Este tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría: la
alegría de quien espera al Señor que "está cerca", el Dios con
nosotros, anunciado por los profetas. Es la "gran alegría" de la
Navidad, que hoy gustamos anticipadamente; una alegría que "será de
todo el pueblo", porque el Salvador ha venido y vendrá de nuevo a
visitarnos desde las alturas, como sol que surge (cf. Lc 1, 78).
Es la alegría de los cristianos, peregrinos en el mundo, que aguardan
con esperanza la vuelta gloriosa de Cristo, quien, para venir a ayudarnos, se
despojó de su gloria divina. Es la alegría de este Año santo, que
conmemora los dos mil años transcurridos desde que el Hijo de Dios, Luz de Luz,
iluminó con el resplandor de su presencia la historia de la humanidad.
Por tanto, desde esta perspectiva, cobran singular elocuencia las palabras del
profeta Sofonías, que hemos escuchado en la primera lectura:
"Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate
de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena; ha expulsado a
tus enemigos" (So 3, 14-15): este es el "año de gracia
del Señor", que nos sana del pecado y de sus heridas.
2. Resuena con gran intensidad en nuestra asamblea este consolador anuncio
profético: "El Señor tu Dios, en medio de ti, es un
poderoso salvador. Él se goza y se complace en ti, te ama" (So 3,
17).
Él es el que ha venido, y es él al que esperamos. El Año
jubilar nos invita a fijar la mirada en él, sobre todo en este Adviento del año
2000. Él, "el poderoso salvador", se os presenta hoy también a
vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, que actuáis en diversos sectores
del mundo del espectáculo. En su nombre os acojo y os saludo cordialmente.
Agradezco con afecto las amables palabras que me han dirigido monseñor John
Patrick Foley, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones
sociales, y vuestros dos representantes. Extiendo mi saludo a
vuestros colegas y amigos que no han podido estar presentes.
3. El evangelio de san Lucas nos presentó el domingo pasado a Juan
Bautista, el cual, a orillas del Jordán, proclamaba la venida inminente del
Mesías. Hoy la liturgia nos hace escuchar la continuación de ese texto evangélico:
el Bautista explica a las multitudes cómo preparar concretamente el camino
del Señor. A las diversas clases de personas que le preguntan:
"Nosotros, ¿qué debemos hacer?" (Lc 3, 10. 12. 14),
les indica lo que es necesario realizar a fin de prepararse para acoger al Mesías.
Esta página evangélica nos hace pensar, en cierto sentido, en los encuentros
jubilares para las diversas clases sociales o profesionales. Os hace pensar
también a vosotros, queridos hermanos y hermanas: con vuestra
peregrinación jubilar, también vosotros habéis venido a preguntar:
"¿Qué debemos hacer?". La primera respuesta que os da la
palabra de Dios es una invitación a recuperar la alegría. ¿Acaso no es
el jubileo -término que deriva de "júbilo"- la exhortación a
rebosar de alegría porque el Señor ha venido a habitar entre nosotros y nos ha
dado su amor?
Sin embargo, esta alegría que brota de la gracia divina no es superficial y
efímera. Es una alegría profunda, enraizada en el corazón y capaz de
impregnar toda la existencia del creyente. Se trata de una alegría que puede
convivir con las dificultades, con las pruebas e incluso, aunque pueda parecer
paradójico, con el dolor y la muerte. Es la alegría de la Navidad y de la
Pascua, don del Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado; una alegría que
nadie puede quitar a cuantos están unidos a él en la fe y en las obras (cf. Jn
16, 22-23).
Muchos de vosotros, queridos hermanos, trabajáis para entretener al público,
en la ideación y realización de espectáculos que quieren brindar momentos de
sana distensión y esparcimiento. Aunque, en sentido propio, la alegría
cristiana se sitúa en un plano más directamente espiritual, abarca también la
sana diversión, que hace bien al cuerpo y al espíritu. Por tanto, la
sociedad debe estar agradecida con quien produce y realiza transmisiones y
programas inteligentes y relajantes, divertidos sin ser alienantes, humorísticos
pero no vulgares. Difundir una auténtica alegría puede ser una forma genuina
de caridad social.
4. Además, la Iglesia, como Juan Bautista, tiene hoy un mensaje específico
para vosotros, queridos trabajadores del mundo del espectáculo. Un mensaje
que podría expresarse en estos términos: en vuestro trabajo, tened
siempre presentes a las personas de vuestros destinatarios, sus derechos
y sus expectativas legítimas, sobre todo cuando se trate de personas en formación.
No os dejéis condicionar por el mero interés económico o ideológico. Este es
el principio fundamental de la ética de las comunicaciones sociales, que cada
uno de vosotros está llamado a aplicar en su ámbito de actividad. A este propósito,
el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales publicó el pasado mes de
junio un documento específico: Ética en las comunicaciones sociales,
sobre el que os invito a reflexionar.
Especialmente aquellos de entre vosotros que son más conocidos por el público
deben ser siempre conscientes de su responsabilidad. Queridos amigos, la gente
os observa con simpatía e interés. Sed siempre para ellos modelos positivos y
coherentes, capaces de infundir confianza, optimismo y esperanza.
Para poder realizar esta comprometedora misión, viene en vuestra ayuda el Señor,
a quien podéis acudir mediante la escucha de su palabra y la oración. Sí,
queridos hermanos, vosotros trabajáis con las imágenes, los gestos y los
sonidos; en otras palabras, trabajáis con la exterioridad. Precisamente
por eso debéis ser hombres y mujeres de fuerte interioridad, capaces de
recogimiento. En nosotros mora Dios, más íntimo a nosotros que nosotros
mismos, como decía san Agustín. Si dialogáis con él, podréis comunicaros
mejor con vuestro prójimo. Si tenéis gran sensibilidad por el bien, la verdad
y la belleza, las obras de vuestra creatividad, incluso las más sencillas, serán
de buena calidad estética y moral.
5. La Iglesia os acompaña y cuenta con vosotros. Espera que infundáis
en el cine, la televisión, la radio, el teatro, el circo y en toda forma de
entretenimiento la "levadura" evangélica, gracias a la cual toda
realidad humana desarrolla al máximo sus potencialidades positivas.
Es impensable una nueva evangelización en la que no participe vuestro mundo,
el mundo del espectáculo, tan importante para la formación de las mentalidades
y de las costumbres. Pienso aquí en las numerosas iniciativas que vuelven a
proponer el mensaje bíblico y el riquísimo patrimonio de la tradición
cristiana en el lenguaje de las formas, de los sonidos y de las imágenes
mediante el teatro, el cine y la televisión. Pienso, asimismo, en las obras y
en los programas no explícitamente religiosos que, sin embargo, son capaces de
hablar al corazón de las personas, suscitando en ellas admiración,
interrogantes y reflexiones.
6. Amadísimos hermanos y hermanas, la Providencia ha querido que vuestro
jubileo se celebre pocos días antes de la Navidad, la fiesta sin duda
alguna más representada en vuestro campo de trabajo, en todos los niveles,
desde los medios de comunicación social hasta los belenes vivientes. Así, este
encuentro nos ayuda a entrar en sintonía con el auténtico espíritu navideño,
muy diverso del mundano, que lo transforma en ocasión de comercio.
Dejad que María, la Madre del Verbo encarnado, os guíe en el itinerario de
preparación para esta solemnidad. Ella espera en silencio el cumplimiento de
las promesas divinas, y nos enseña que para llevar al mundo la paz y la
alegría es preciso acoger antes en el corazón al Príncipe de la paz y fuente
de la alegría, Jesucristo. Para que esto suceda, es necesario convertirse a
su amor y estar dispuestos a cumplir su voluntad.
Amadísimos amigos del mundo del espectáculo, os deseo que también vosotros
hagáis esta experiencia consoladora. Así, con los lenguajes más diversos, seréis
portadores de alegría, de la alegría que Cristo da a toda la humanidad
en la Navidad.