Una invitación a meditar en la meta última de nuestra peregrinación terrena

Homilía durante la misa en sufragio de los Papas Pablo VI y Juan Pablo I

El jueves 28 de septiembre, el Vicario de Cristo celebró en el altar de la cátedra de la basílica de San Pedro una misa en sufragio de sus dos predecesores, los Papas Pablo VI y Juan Pablo I: el primero falleció en Castelgandolfo el 6 de agosto de 1978; el segundo, en el Vaticano, la noche del 27 al 28 de septiembre de ese mismo año.

Concelebraron con el Romano Pontífice treinta cardenales, entre ellos el decano del Colegio cardenalicio, Bernardin Gantin; el secretario de Estado, Angelo Sodano; el vicedecano del Colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger; y Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid. Asistieron numerosos arzobispos y obispos, entre los cuales mons. Pasquale Macchi, arzobispo prelado emérito de Loreto, durante muchos años secretario particular de Pablo VI, y mons. Pietro Brollo, obispo de Belluno-Feltre, diócesis natal del Papa Luciani; estuvo también presente don Diego Lorenzi, secretario particular de Juan Pablo I, y otras personas que colaboraron con ambos Papas; el Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede; y una gran asamblea de fieles. Ofrecemos la homilía del Santo Padre.

1. «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas» (Lc 12, 35).

En el evangelio, Cristo invita muchas veces a sus discípulos a la vigilancia. Se trata, más bien, de un verdadero mandato: ¡vigilad!, ¡estad preparados! Ese mandato resuena hoy para nosotros, venerados hermanos, durante esta celebración, en la que nos reunimos en torno al altar del Señor para ofrecer su sacrificio en favor de las almas elegidas de los Sumos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo I. Y es conmovedor, en este momento, pensar en ellos e imaginarlos a ambos «con la cintura ceñida y las lámparas encendidas», preparados, gracias a sus virtudes personales y a su ministerio, para su encuentro definitivo con Cristo Señor.

En el Papa Luciani, en particular, se verificó a la letra la bienaventuranza de los servidores a quienes el señor, al «llegar entrada la noche» (Lc 12, 38), encuentra en vela. La impresión profunda que dejó en el corazón de los fieles, a pesar de los pocos días que duró su pontificado, atestigua que era vigilante, en su solicitud por toda la Iglesia.

2. Este año la tradicional celebración en sufragio de mis venerados predecesores Pablo VI y Juan Pablo I adquiere, debido a este tiempo de gracia jubilar, un significado especial y una ulterior eficacia espiritual.

Si se considera atentamente, esta eficacia no redunda sólo en beneficio de las almas de nuestros hermanos difuntos, sino también de todos nosotros, aquí reunidos en oración. En efecto, si podemos ofrecer sufragios en su favor, ellos, del otro lado del umbral de la muerte, nos invitan a meditar en la meta última de la peregrinación terrena.

3. «¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?» (Rm 8, 35). Es el apóstol san Pablo quien formula esta pregunta. Conocemos la respuesta: el pecado aparta al hombre de Dios, pero el misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Cristo ha restablecido la alianza perdida. Nada ni nadie podrá apartarnos jamás del amor de Dios Padre, revelada y actuado en Cristo Jesús, mediante el poder del Espíritu Santo. La muerte misma, privada del veneno del pecado, ya no atemoriza: para quien cree, se ha transformado en un sueño que preludia el descanso eterno en la tierra prometida.

El libro de la Sabiduría nos ha recordado que «el justo, aunque muera prematuramente encontrará el descanso», porque «agradó a Dios y Dios lo amó» (Sb 4, 7. 10). ¡Qué gran amor sintió el Padre por los venerados Pontífices Pablo VI y Juan Pablo I! Los llamó a la fe, al sacerdocio, al episcopado y al ministerio petrino. Los enriqueció con innumerables dones de sabiduría y de virtud. Y nosotros, mientras rogamos a Dios por ellos, con la seguridad de que «la gracia y la misericordia son para sus elegidos» (Sb 4, 15), le damos gracias por haberlos donado a la Iglesia, que fue y sigue siendo edificada por su testimonio y su servicio.

4. «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41, 3): Esta sed, que los Papas Montini y Lucian¡ experimentaron intensamente, se saciará cuando «entremos y veamos el rostro de Dios» (cf. Sal 41, 3).

En el ejército de los espíritus bienaventurados, que ya contemplan la gloria divina, acaban de entrar dos Pontífices romanos: Pío IX y Juan XXIII. A su especial intercesión encomendamos hoy nuestra oración de sufragio, para que, en la liturgia del cielo, Pablo VI y Juan Pablo I avancen «hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta» (Sal 41, 5).

Que los acoja, ante el trono del Altísimo, la santísima Virgen María, en cuya inmaculada belleza podrán admirar, finalmente perfecta, la de la Iglesia, a la que amaron y sirvieron en la tierra.