DISCURSO
A varios grupos de peregrinos que
acudieron a Roma con ocasión del jubileo, sábado 9 de septiembre
El sábado 9 de septiembre, el Santo Padre recibió en audiencia, en la basílica de San Pedro, a varios grupos de fieles que habían venido a Roma con motivo del jubileo, entre los que se hallaban las peregrinaciones diocesanas de Lucera-Troia (Italia), encabezada por su obispo, mons. Francesco Zerrillo; de Caserta (Italia) y de Saint Catharines (Canadá). Juan Pablo II llegó al templo vaticano a las once de la mañana y recorrió la nave central, hasta llegar al baldaquino, desde donde pronunció el discurso que ofrecemos. Después de impartir la bendición apostólica, el Papa salió por la puerta de la plegaria para ir a la sala Pablo VI, donde le esperaban los profesores universitarios.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra encontrarme con vosotros, y os saludo a todos con alegría.
Vuestro encuentro tiene lugar en el día dedicado a la memoria de san Pedro
Claver, sacerdote jesuita, apóstol entre los negros deportados y modelo para
cuantos también hoy se prodigan para aliviar las condiciones de quien sufre.
Con el espíritu del jubileo, su ejemplo nos ayuda a comprender uno de los
compromisos que brotan de este acontecimiento fundamental: la atención a
cuantos, obligados por las circunstancias, abandonan su país y soportan las
vejaciones de quienes se aprovechan de la pobreza de los demás.
Quiera Dios que este espíritu, el auténtico espíritu del jubileo que estamos
celebrando, impregne la vida de nuestras comunidades cristianas y anime todas
las actividades de las Iglesias diocesanas. Celebramos a Cristo en el
bimilenario de su nacimiento y lo contemplamos en el misterio de su encarnación.
Se nos manifiesta como auténtica fuente de salvación para el mundo y para toda
persona humana. Los acontecimientos humanos constituyen la historia del
encuentro entre la pobreza espiritual de cada uno y la grandeza salvífica de un
Dios que ama infinitamente a su criatura.
Alegría por el perdón de los pecados
2. A este amor debe corresponder el testimonio de una vida orientada a
configurar al discípulo con su Maestro. A través de la confesión individual y
las celebraciones penitenciales propias del jubileo, así como por medio de la
celebración de los otros sacramentos, el creyente realiza un camino de
configuración con Cristo.
Este camino está representado simbólicamente por la peregrinación y
por el acto de cruzar la Puerta santa. Por eso, con razón, "el término
"jubileo" expresa alegría; no sólo alegría interior, sino un júbilo
que se manifiesta exteriormente, ya que la venida de Dios es también un
suceso exterior, visible, audible y tangible, como recuerda san Juan
(cf. 1 Jn 1, 1)" (Tertio millennio adveniente, 16; cf. 32). Y
es también la alegría por el perdón de los pecados, la alegría de la
conversión.
3. Con estos sentimientos, os doy cordialmente la bienvenida a vosotros,
queridos peregrinos procedentes de la diócesis de Lucera-Troia, acompañados
por vuestro obispo, monseñor Francesco Zerrillo, y también a vosotros,
peregrinos de la diócesis de Caserta. Os deseo que al cruzar la Puerta santa
experimentéis la riqueza que Dios prodiga en las celebraciones jubilares, para
que vuestro corazón y vuestras comunidades se abran a la vida nueva que es
Cristo.
Heraldos del Evangelio en el nuevo milenio
A vosotros, amadísimos hermanos y hermanas procedentes de varias parroquias, y
a vosotros, participantes en la Carrera de relevos de los deportistas
boloñeses, os deseo que esta peregrinación os deje en el corazón signos
eficaces de justicia y caridad. En el itinerario jubilar tenéis la oportunidad
de acercaros al sacramento de la penitencia y de la reconciliación; de
alimentaros en la mesa de la Eucaristía; y de visitar las memorias de los
Apóstoles. Ojalá que sean momentos intensos de comunión con Dios. Al volver a
vuestras comunidades, os sentiréis fortalecidos en la fe y estimulados a
practicar el bien y la caridad, según vuestro estado de vida y el compromiso al
que el Señor os llama.
4. Me alegra acoger al grupo de ex alumnos del seminario francés de Roma.
Sed bienvenidos, queridos hermanos en el sacerdocio y en el episcopado. Vuestra
presencia, esta mañana, es un signo de la gratitud que, jóvenes o ancianos,
sentís siempre por vuestro seminario. Podéis testimoniar la calidad de su
formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral. Encarezco a los
responsables del seminario a proseguir su misión, tan importante para la vida
de la Iglesia, deseando que el seminario francés siga siendo, especialmente
para el mundo francófono, un lugar privilegiado donde florezcan aún numerosas
generaciones de sacerdotes llamados a ser "heraldos del Evangelio" en
el nuevo milenio. De corazón imparto complacido a todos la bendición apostólica.
5. Me alegra saludar a los peregrinos de la diócesis de Saint Catharines,
en Canadá, encabezados por su vicario general. En este año del gran jubileo
habéis venido a visitar estos lugares santificados por la sangre de los mártires.
Ruego a Dios que vuestra estancia en Roma os permita vivir una experiencia nueva
y más profunda de la misericordia de Dios, para que, al volver a Canadá, deis
un testimonio más intenso del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios y
Salvador del mundo. Por medio de vosotros envío mi afectuoso saludo a monseñor
O'Mara, a monseñor Fulton y a todos los fieles de Cristo de esa diócesis. Que
la bienaventurada Virgen María y santa Catalina os protejan siempre, y Dios
todopoderoso os bendiga abundantemente a vosotros y a vuestras familias con el
don de su paz.
6. Sobre todos invoco la protección materna de María santísima, cuya
Natividad celebramos ayer. La Madre del Salvador os obtenga a cada uno paz y
serenidad. Con este deseo, os imparto de buen grado a todos una especial bendición
apostólica.