DISCURSO
A los profesores universitarios en
la sala Pablo VI, sábado 9 de septiembre
+ Amadísimos profesores universitarios:
1. Me alegra encontrarme con vosotros en este año de gracia, en el que
Cristo nos llama con fuerza a una adhesión de fe más convencida y a una
profunda renovación de vida. Os agradezco sobre todo el compromiso que habéis
manifestado en los encuentros espirituales y culturales que han caracterizado
estas jornadas. Al veros, mi pensamiento se ensancha en un saludo cordial a los
profesores universitarios de todas las naciones, así como a los estudiantes
confiados a su guía en el camino, fatigoso y gozoso a la vez, de la investigación.
Saludo asimismo al senador Ortensio Zecchino, ministro de Universidades, que está
aquí con nosotros en representación del Gobierno italiano.
Los ilustres profesores que acaban de tomar la palabra me han permitido hacerme
una idea de cuán rica y articulada ha sido vuestra reflexión. Les doy las
gracias de corazón. Este encuentro jubilar ha constituido para cada uno de
vosotros una ocasión propicia para verificar en qué medida el gran
acontecimiento que celebramos, la encarnación del Verbo de Dios, ha sido
acogido como principio vital que informa y transforma toda la vida.
Sí, porque Cristo no es el signo de una vaga dimensión religiosa, sino el
lugar concreto en el que Dios hace plenamente suya, en la persona del Hijo,
nuestra humanidad. Con él "el Eterno entra en el tiempo, el Todo se
esconde en la parte y Dios asume el rostro del hombre" (Fides et ratio,
12). Esta "kénosis" de Dios, hasta el "escándalo" de la
cruz (cf. Flp 2, 7), puede parecer una locura para una razón orgullosa
de sí. En realidad, es "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Co
1, 23-24) para cuantos se abren a la sorpresa de su amor. Vosotros estáis aquí
para dar testimonio de él.
Cristo es la respuesta a la búsqueda del hombre
2. El tema de fondo sobre el que habéis reflexionado, La universidad
para un nuevo humanismo, encaja muy bien en el redescubrimiento jubilar de
la centralidad de Cristo. En efecto, el acontecimiento de la Encarnación toca
al hombre en profundidad e ilumina sus raíces y su destino, y lo abre a una
esperanza que no defrauda. Como hombres de ciencia, os interrogáis
continuamente sobre el valor de la persona humana. Cada uno podría decir, con
el antiguo filósofo: "Busco al hombre".
Entre las numerosas respuestas dadas a esta búsqueda fundamental, habéis
acogido la respuesta de Cristo, que brota de sus palabras pero, mucho más,
brilla en su rostro. Ecce homo: "he aquí el hombre" (Jn
19, 5). Pilato, mostrando a la muchedumbre exaltada el rostro desfigurado de
Cristo, no imaginaba que se convertiría, en cierto sentido, en portavoz de una
revelación. Sin saberlo, señalaba al mundo a Cristo, en quien todo hombre
puede reconocer su raíz, y de quien todo hombre puede esperar su
salvación. Redemptor hominis: esta es la imagen de Cristo que,
ya desde mi primera encíclica, he querido "gritar" al mundo, y que
este Año jubilar quiere hacer resonar en las mentes y en los corazones.
Una cultura orientada hacia la verdad
3. Inspirándoos en Cristo, que revela el hombre al hombre (cf. Gaudium
et spes, 22), en los congresos celebrados durante estos días habéis
querido reafirmar la exigencia de una cultura universitaria verdaderamente
"humanística". Y, ante todo, en el sentido de que la cultura debe
ser a medida de la persona humana, superando las tentaciones de un saber
plegado al pragmatismo o disperso en las infinitas expresiones de la erudición
y, por tanto, incapaz de dar sentido a la vida.
Por esta razón, habéis reafirmado que no existe contradicción, sino más bien
un nexo lógico, entre la libertad de la investigación y el reconocimiento de
la verdad, a la que tiende precisamente la investigación, a pesar de los límites
y las fatigas del pensamiento humano. Hay que subrayar este aspecto, para no
caer en el clima relativista que insidia a gran parte de la cultura actual. En
realidad, si no está orientada hacia la verdad, que debe buscar con actitud
humilde, pero al mismo tiempo confiada, la cultura está destinada a caer en lo
efímero, abandonándose a la volubilidad de las opiniones y, quizá, cediendo a
la prepotencia, a menudo engañosa, de los más fuertes.
Una cultura sin verdad no es una garantía para la libertad, sino más bien
un riesgo. Ya lo dije en otra ocasión: "las exigencias de la
verdad y la moralidad no menoscaban ni anulan nuestra libertad, sino que, por el
contrario, le permiten crecer y la liberan de las amenazas que lleva en su
interior" (Discurso a la III asamblea general de la Iglesia italiana en Palermo, 23
de noviembre de 1995, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en
lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 7). En este sentido, sigue siendo
perentoria la advertencia de Cristo: "La verdad os hará
libres" (Jn 8, 32).
Apertura al Trascendente
4. Arraigado en la perspectiva de la verdad, el humanismo cristiano implica
ante todo la apertura al Trascendente. Aquí residen la verdad y la grandeza del
hombre, la única criatura del mundo visible capaz de tomar conciencia de sí,
reconociéndose envuelta por el misterio supremo al que la razón y la fe juntas
dan el nombre de Dios. Es necesario un humanismo en el que el horizonte de la
ciencia y el de la fe ya no estén en conflicto.
Sin embargo, no podemos contentarnos con un acercamiento ambiguo, como el que
favorece una cultura que duda de la capacidad de la razón de alcanzar la
verdad. Por este camino se corre el riesgo del equívoco de una fe reducida
al sentimiento, a la emoción, al arte, en síntesis, una fe privada de todo
fundamento crítico. Pero esta no sería la fe cristiana, que, por el contrario,
exige una adhesión razonable y responsable a cuanto Dios ha revelado en Cristo.
La fe no brota de las cenizas de la razón. Os exhorto vivamente a todos
vosotros, hombres de la universidad, a realizar todos los esfuerzos posibles
para reconstruir un horizonte del saber abierto a la Verdad y al Absoluto.
Sentido escatológico de la creación
5. Sin embargo, debe quedar claro que esta dimensión "vertical"
del saber no implica ningún aislamiento intimista; al contrario, se abre por su
misma naturaleza a las dimensiones de la creación. ¡No podía ser de otra
forma! Al reconocer al Creador, el hombre reconoce el valor de las criaturas.
Abriéndose al Verbo encarnado, acoge también todo lo que ha sido hecho por él
(cf. Jn 1, 3) y por él ha sido redimido. Por eso, es necesario redescubrir
el sentido original y escatológico de la creación, respetándola en sus
exigencias intrínsecas, pero, al mismo tiempo, disfrutándola desde la
libertad, responsabilidad, creatividad, alegría, "descanso" y
contemplación.
Como
nos lo recuerda una espléndida página del concilio Vaticano II, "gozando
de las criaturas con pobreza y libertad de espíritu, (el hombre) entra en la
verdadera posesión del mundo como quien no tiene nada y lo posee todo.
"Pues todas las cosas son vuestras, vosotros de Cristo, Cristo de
Dios" (1 Co 3, 22-23)" (Gaudium et spes, 37).
Hoy la más atenta reflexión epistemológica reconoce la necesidad de que las
ciencias del hombre y las de la naturaleza vuelvan a encontrarse, para que el
saber recupere una inspiración profundamente unitaria. El progreso de las
ciencias y de las tecnologías pone hoy en las manos del hombre posibilidades
magníficas, pero también terribles. La conciencia de los límites de la
ciencia, considerando las exigencias morales, no es oscurantismo, sino
salvaguardia de una investigación digna del hombre y al servicio de la vida.
Amadísimos hombres de la investigación científica, haced que las
universidades se transformen en "laboratorios culturales" en los que
dialoguen constructivamente la teología, la filosofía, las ciencias humanas y
las ciencias de la naturaleza, considerando la norma moral como una exigencia
intrínseca de la investigación y condición de su pleno valor en el
acercamiento a la verdad.
Sociedad y persona humana
6. El saber iluminado por la fe, en vez de alejarse de los ámbitos de la
vida diaria, está presente en ellos con toda la fuerza de la esperanza y de la
profecía. El humanismo que deseamos promueve una visión de la sociedad
centrada en la persona humana y en sus derechos inalienables, en los valores de
la justicia y de la paz, en una correcta relación entre personas, sociedad y
Estado, y en la lógica de la solidaridad y de la subsidiariedad. Es un
humanismo capaz de infundir un alma al mismo progreso económico, para
"promover a todos los hombres y a todo el hombre" (Populorum
progressio, 14; cf. Sollicitudo rei socialis, 30).
En particular, es urgente que trabajemos para salvaguardar plenamente el
verdadero sentido de la democracia, auténtica conquista de la cultura. En
efecto, sobre este tema se perfilan tendencias preocupantes, cuando se reduce la
democracia a un hecho puramente de procedimiento, o cuando se piensa que la
voluntad expresada por la mayoría basta simplemente para determinar la
aceptabilidad moral de una ley. En realidad, "el valor de la democracia se
mantiene o cae con los valores que encarna y promueve. (...) En la base de estos
valores no pueden estar provisionales y volubles "mayorías" de opinión,
sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que, en cuanto "ley
natural" inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia
normativa de la misma ley civil" (Evangelium vitae, 70).
Función educativa de la cultura
7. Queridísimos profesores, también la universidad, al igual que otras
instituciones, experimenta las dificultades de la hora actual. Y, sin embargo,
sigue siendo insustituible para la cultura, con tal de que no extravíe su
originaria figura de institución entregada a la investigación y, al mismo
tiempo, a una función formativa vital y, diría, "educativa", en
beneficio sobre todo de las jóvenes generaciones. Hay que poner esta función
en el centro de las reformas y de las adaptaciones que también esta antigua
institución puede necesitar para adecuarse a los tiempos.
Con su valor humanístico, la fe cristiana puede ofrecer una contribución
original a la vida de la universidad y a su tarea educativa, en la medida en que
se dé testimonio de ella con fuerza de pensamiento y coherencia de vida,
mediante un diálogo crítico y constructivo con cuantos promueven una inspiración
diversa. Espero que esta perspectiva se profundice también en los encuentros
mundiales en los que participarán próximamente los rectores, los dirigentes
administrativos de las universidades, los capellanes universitarios y los mismos
alumnos en su foro internacional.
La Iglesia y las universidades
8. Ilustrísimos profesores, en el Evangelio se funda una concepción del
mundo y del hombre que no deja de irradiar valores culturales, humanísticos y
éticos para una correcta visión de la vida y de la historia. Estad
profundamente convencidos de esto, y convertidlo en criterio de vuestro
compromiso.
La Iglesia, que ha desempeñado históricamente un papel de primer orden en el
mismo nacimiento de las universidades, sigue mirándolas con profundo aprecio, y
espera de vosotros una contribución decisiva para que esta institución entre
en el nuevo milenio reencontrándose plenamente a sí misma como lugar donde se
desarrollan de modo cualificado la apertura al saber, la pasión por la verdad y
el interés por el futuro del hombre. Ojalá que este encuentro jubilar deje
dentro de cada uno de vosotros un signo indeleble y os infunda nuevo vigor para
esta ardua tarea.
Con este deseo, en nombre de Cristo, Señor de la historia y Redentor del
hombre, os imparto a todos con gran afecto la bendición apostólica.