MENSAJE del Papa a los peruanos, con motivo del VIII Congreso eucarístico nacional

La Eucaristía, fuente de santidad, fraternidad, solidaridad y evangelización

Del 30 de agosto al 3 de septiembre se celebró en Lima el VIII Congreso eucarístico nacional, en el que participó como enviado especial del Papa el cardenal Bernard Francis Law, arzobispo de Boston (Estados Unidos). En la jornada previa a la clausura, el cardenal Law presidió una misa multitudinaria para las familias del Perú, precedida por una procesión de antorchas, en la que participaron cientos de jóvenes que acompañaron a la imagen de Nuestra Señora de la Evangelización, patrona del Perú, desde la catedral metropolitana de Lima hasta el Campo eucarístico. El día de la clausura, decenas de miles de personas se congregaron en el Campo de Marte para participar en la misa final y durante su homilía, el cardenal Law expresó su alegría y satisfacción por el éxito de las jornadas eucarísticas. Destacó la profunda piedad de los peruanos y se dirigió de manera especial al grupo de niños que hizo su primera comunión durante la misa para recordarles que «Jesús los ama y los amará siempre». Antes de finalizar la misa, se dio lectura al mensaje enviado por el Papa Juan Pablo II con ocasión del Congreso, que publicamos a continuación, y el cardenal Law entregó a la Iglesia que está en Perú una preciosa custodia enviada por el Santo Padre como regalo con motivo del evento. Asimismo, mons. Luis Armando Bambarén Gastelumendi, s.j., obispo de Chimbote y presidente de la Conferencia episcopal peruana, felicitó al arzobispo de Lima, mons. Juan Luis Cipriani, y a sus «silenciosos colaboradores» por el trabajo realizado en la impecable organización del Congreso eucarístico.

 

A los queridos hijos e hijas del Perú:

1. Al concluir el Congreso eucaristico nacional deseo enviar un cordial saludo a cuantos habéis vivido intensamente la presencia constante de Cristo entre sus discípulos. Durante estos días habéis profundizado en este admirable misterio, del cual vive la Iglesia, y reflexionado sobre su inagotable riqueza para la vocación a la santidad de cada cristiano, para el crecimiento en comunión fraterna y solidaridad de las comunidades eclesiales, y para la acción evangelizadora de todos los sectores de la existencia personal y social.

He querido hacer patente mi cercanía a vosotros y mi participación espiritual en ese importante acontecimiento mediante mi enviado especial, el cardenal Bernard Francis Law. A ello me ha movido, no sólo el particular afecto por los hijos e hijas del Perú, sino también la seguridad de que el acercamiento sincero a la Eucaristía será el pilar más firme para un renovado impulso a la fe en ese país y un renacer vigoroso de la esperanza, en unos momentos en que no faltan dificultades que pueden hacer flaquear su vitalidad.

2. En efecto, como dice el lema del Congreso, Jesucristo, único salvador del mundo, es alimento para una vida nueva. Una vida que nace de la intimidad de Dios y que llega a la humanidad por el sacrificio de Jesús, el cual permanece con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20), especialmente en la Eucaristía. En torno a ella se reúne la comunidad cristiana para renovar sacramentalmente el sacrificio de Cristo y así llenar de dinamismo, con la eficacia de la gracia, a todos los miembros de su cuerpo místico. En ella, además, aprende de continuo el secreto de la vida verdadera, la que no caduca ni se extingue por ser la misma de Dios: es la que Cristo entrega libremente para la salvación de todos, sin que nadie se la arrebate (cf. Jn 10, 18), aquella que sabe sacrificarse para dar mucho fruto (cf. Jn 10, 24).

Por eso, al celebrar la Eucaristía, la comunidad cristiana aúna la liturgia y la caridad, la conmemoración del sacrificio de Cristo y el compromiso de imitar su amor sin límites. Los que «sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14), encontramos, pues, en Jesús Sacramentado la «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14), la generosidad para compartir los bienes con los hermanos, el vigor para llevar el Evangelio a cada rincón de la tierra y el tesón necesario para construir día a día, a pesar de las dificultades, la civilización del amor.

3. Imploro a Nuestra Señora de la Evangelización que ese Congreso eucarístico nacional produzca abundantes frutos de renovación espiritual, eclesial y social, haciendo llegar a toda la sociedad peruana la semilla de una vida nueva mediante el testimonio y la acción evangelizadora de los pastores y los fieles, de las familias, los grupos y organizaciones eclesiales, vivificados ellos mismos por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Y a vosotros, que habéis participado estos días en una experiencia intensa y gozosa de encuentro con Cristo en un clima de honda comunión eclesial, os aliento a llevarla también a vuestros pueblos y ciudades, a vuestras parroquias y familias, a la vez que os imparto de todo corazón la bendición apostólica.

Castelgandolfo, 8 de agosto de 2000