HOMILÍA Durante la misa de beatificación de cinco siervos de Dios en la plaza de San Pedro, domingo 3 de septiembre

La santidad es una relación profunda con Dios
vivida en la adhesión diaria a su voluntad

 

El domingo 3 de septiembre, el Santo Padre beatificó en la plaza de San Pedro a cinco siervos de Dios:  los Papas Pío IX y Juan XXIII; un arzobispo, mons. Tomás Reggio (los tres italianos); un sacerdote diocesano francés, Guillermo José Chaminade, fundador de la familia marianista; y un monje benedictino irlandés, dom Columba Marmion, escritor y maestro de espiritualidad. Con ellos, Juan Pablo II ha beatificado desde el comienzo de su pontificado a casi un millar de siervos de Dios.


La ceremonia, a la que asistieron más de cien mil fieles procedentes principalmente de los países de los nuevos  beatos  y  de  los  lugares  donde están extendidas sus congregaciones, comenzó a las diez de la mañana.


El Vicario de Cristo hizo su ingreso en la plaza por la puerta central de la basílica. Después del rito de introducción, se acercaron al altar para pedir la beatificación los cardenales Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma; Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Génova (Italia); Pierre Eyt, arzobispo de Burdeos (Francia); y mons. André-Mutien Léonard, obispo de Namur (Bélgica), con los postuladores de las causas:  mons. Brunero Gherardini, para Pío IX; p. Luca De Rosa, o.f.m., para Juan XXIII; el abogado Andrea Ambrosi, para mons. Tomás Reggio; p. Enrico Torres, s.m., para Guillermo José Chaminade; y dom Olivier Raquez, o.s.b., para dom Columba Marmion. El cardenal Ruini fue quien postuló la beatificación de los cinco siervos de Dios, en nombre de todos. A continuación leyeron sus biografías los tres cardenales y el obispo. Su Santidad pronunció la fórmula de beatificación y estableció que de ahora en adelante se pueda celebrar su fiesta, en los lugares y del modo que marca el derecho:  Pío IX, el 7 de febrero; Juan XXIII, el 11 de octubre; Tomás Reggio, el 9 de enero; Guillermo José Chaminade, el 22 de enero; y Columba Marmion, el 3 de octubre. La asamblea asintió con el canto del "Amén" y el "Aleluya", y un gran aplauso, mientras se iban descubriendo los tapices, que colgaban de los balcones de la fachada de la basílica; seguidamente, el coro de la capilla Sixtina cantaba el "Tibi laus, Domine, tibi gloria". El cardenal Camillo Ruini dio las gracias al Santo Padre por la beatificación.


La primera lectura se hizo en francés; la segunda, en español; el salmo responsorial se cantó en latín, y el evangelio se proclamó en italiano. La plegaria universal de los fieles se hizo en inglés, francés, malaya, japonés, gaélico, polaco e italiano.


Entre los cincuenta concelebrantes, además de los prelados que postularon la beatificación, se hallaban los cardenales Angelo Sodano, secretario de Estado, y Marco Cé, patriarca de Venecia; mons. Loris Francesco Capovilla y mons. Giovanni Battista Roncalli, respectivamente secretario particular y sobrino del Papa Juan XXIII.


Asistieron a la ceremonia veintitrés cardenales, entre ellos el decano del Colegio cardenalicio, Bernardin Gantin; el vicedecano, Joseph Ratzinger; y el camarlengo de la santa Iglesia romana, Eduardo Martínez Somalo. Participaron también muchísimos arzobispos y obispos. Fue significativa, asimismo, la presencia de los familiares de los nuevos beatos. Con el Cuerpo diplomático estaban los arzobispos Giovanni Battista Re, sustituto de la Secretaría de Estado; Jean-Louis Tauran, secretario para las relaciones con los Estados; y Carlo María Viganò, nuncio apostólico, delegado para las representaciones pontificias; asistieron también mons. Pedro López Quintana, asesor para los Asuntos generales de la Secretaría de Estado, y mons. Celestino Migliore, subsecretario para las relaciones con los Estados. En puestos reservados se hallaban las delegaciones oficiales procedentes de Italia, Francia, Irlanda, Bélgica, Bulgaria y Turquía.


Entre las numerosas personalidades que contribuyeron a dar relieve ecuménico a la ceremonia estaban el metropolita Simeón, representante de la Iglesia ortodoxa de Europa occidental; el arzobispo Vsevolod, de la comunidad ortodoxa ucraniana en Estados Unidos;  el  patriarca  armenio  de Estambul, S.B. Mesrob II Mutafyan; un representante de la Comunión anglicana; y fray Roger, prior de Taizé. Muchos eran también los religiosos y religiosas marianistas, fundados por el p. Chaminade, y las religiosas de Santa Marta, fundadas por el beato Tomás Reggio.


En el ofertorio, las postulaciones llevaron al Santo Padre sus dones:  algunos fieles de la diócesis de Senigallia ofrecieron al Romano Pontífice una cruz pectoral de oro; dos seminaristas de la diócesis de Bérgamo, una casulla y dos dalmáticas de color verde, junto con una estola bordada en la que se representaban Pentecostés y el bautismo de Jesús; una religiosa libanesa de Santa Marta y dos fieles de Génova, dos patenas de plata dorada; devotos del p. Chaminade, un relicario de metal dorado, con un hueso del nuevo beato, un cáliz con esmaltes y otros dones procedentes de Argentina; y la postulación del beato Marmion, un órgano para la capilla "Redemptoris Mater" y ejemplares de sus obras para seminarios pobres.


Al final de la misa, el Papa, antes de rezar el Ángelus, leyó la alocución mariana que publicamos en la primera página. Luego, saludó a las delegaciones oficiales y subió al coche descubierto, en el que recorrió la plaza bendiciendo a todos los asistentes.


1. En el marco del Año jubilar, con íntima alegría he declarado beatos a dos Pontífices, Pío IX y Juan XXIII, y otros tres servidores del Evangelio en el ministerio y en la vida consagrada:  el arzobispo de Génova Tomás Reggio, el sacerdote diocesano Guillermo José Chaminade y el monje benedictino Columba Marmion.


Cinco personalidades diversas, cada una con su fisonomía y su misión, pero todas unidas por la aspiración a la santidad. Es precisamente su santidad lo que reconocemos hoy:  santidad que es relación profunda y transformadora con Dios, construida y vivida en el compromiso diario de adhesión a su voluntad. La santidad se vive en la historia, y ningún santo está exento de las limitaciones y los condicionamientos propios de nuestra humanidad. Al beatificar a un hijo suyo, la Iglesia no celebra opciones históricas particulares realizadas por él; más bien, lo propone como modelo a la imitación y veneración por sus virtudes, para alabanza de la gracia divina que resplandece en ellas.


Dirijo mi saludo deferente a las delegaciones oficiales de Italia, Francia, Irlanda, Bélgica, Turquía y Bulgaria, que han venido aquí para esta solemne circunstancia. Saludo asimismo a los familiares de los nuevos beatos, así como a los cardenales, los obispos y las personalidades civiles y religiosas que han querido participar en esta celebración. Por último, os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, que habéis acudido en gran número para rendir homenaje a los siervos de Dios que la Iglesia inscribe hoy en el catálogo de los beatos.


2. Al escuchar las palabras de la aclamación del Evangelio:  "Señor, guíanos por el recto camino", nuestro pensamiento ha ido espontáneamente a la historia humana y religiosa del Papa Pío IX, Giovanni Maria Mastai Ferretti. En medio de los acontecimientos turbulentos de su tiempo, fue ejemplo de adhesión incondicional al depósito inmutable de las verdades reveladas. Fiel a los compromisos de su ministerio en todas las circunstancias, supo atribuir siempre el primado absoluto a Dios y a los valores espirituales. Su larguísimo pontificado no fue fácil, y tuvo que sufrir mucho para cumplir su misión al servicio del Evangelio. Fue muy amado, pero también odiado y calumniado.


Sin embargo, precisamente en medio de esos contrastes resplandeció con mayor intensidad la luz de sus virtudes:  las prolongadas tribulaciones templaron su confianza en la divina Providencia, de cuyo soberano dominio sobre los acontecimientos humanos jamás dudó. De ella nacía la profunda serenidad de Pío IX, aun en medio de las incomprensiones y los ataques de muchas personas hostiles. A  quienes  lo rodeaban, solía decirles:  "En las cosas humanas es necesario contentarse  con actuar lo mejor posible; en todo lo demás hay que abandonarse a  la  Providencia, la cual suplirá los defectos y las insuficiencias del hombre".


Sostenido por esa convicción interior, convocó el concilio ecuménico Vaticano I, que aclaró con autoridad magistral algunas cuestiones entonces debatidas, confirmando la armonía entre fe y razón. En los momentos de prueba, Pío IX encontró apoyo en María, de la que era muy devoto. Al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, recordó a todos que en las tempestades de la existencia humana resplandece en la Virgen la luz de Cristo, más fuerte que el pecado y la muerte.
3. "Tú eres bueno y dispuesto al perdón" (Antífona de entrada). Contemplamos hoy en la gloria del Señor a otro Pontífice, Juan XXIII, el Papa que conmovió al  mundo  por  la afabilidad de su trato, que reflejaba la singular bondad de su corazón. Los designios divinos han querido que esta beatificación uniera a dos Papas que vivieron en épocas históricas muy diferentes, pero que están unidos, más allá de las apariencias, por  muchas semejanzas en el plano humano y espiritual. Es muy conocida la profunda veneración que el Papa Juan XXIII sentía por Pío IX, cuya beatificación deseaba. Durante un retiro espiritual, en 1959, escribió en su Diario:  "Pienso siempre en Pío IX, de santa y gloriosa memoria, e, imitándolo en sus sacrificios, quisiera ser digno de celebrar su canonización" (Diario del alma, p. 560).


Ha quedado en el recuerdo de todos la imagen del rostro sonriente del Papa Juan y de sus brazos abiertos para abrazar al mundo entero. ¡Cuántas personas han sido conquistadas por la sencillez de su corazón, unida a una amplia experiencia de hombres y cosas! Ciertamente la ráfaga de novedad que aportó no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla; era nuevo su modo de hablar y actuar, y era nueva la simpatía con que se acercaba a las personas comunes y a los poderosos de la tierra. Con ese espíritu convocó el concilio ecuménico Vaticano II, con el que inició una nueva página en la historia de la Iglesia:  los cristianos se sintieron llamados a anunciar el Evangelio con renovada valentía y con mayor atención a los "signos" de los tiempos. Realmente, el Concilio fue una intuición profética de este anciano Pontífice, que inauguró, entre muchas dificultades, un tiempo de esperanza para los cristianos y para la humanidad.


En los últimos momentos de su existencia terrena, confió a la Iglesia su testamento:  "Lo que más vale en la vida es Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, la verdad y la bondad". También nosotros queremos recoger hoy este testamento, a la vez que damos gracias a Dios por habérnoslo dado como Pastor.


4. "Llevad a la práctica la Palabra y no os limitéis a escucharla" (St 1, 22). Estas palabras del apóstol Santiago nos hacen pensar en la existencia y en el apostolado de Tomás Reggio, sacerdote y periodista, que fue obispo de Ventimiglia y, luego, arzobispo de Génova. Fue hombre de fe y cultura y, como pastor, supo convertirse en guía atento de los fieles en todas las circunstancias. Sensible a los múltiples sufrimientos y a la pobreza de su pueblo, organizó una ayuda tempestiva en todas las situaciones de necesidad. Precisamente para este fin fundó la familia religiosa de las Religiosas de Santa Marta, encomendándoles la tarea de ayudar a los pastores de la Iglesia, sobre todo en el campo de la caridad y la educación.


Su mensaje puede resumirse en dos palabras:  verdad y caridad. Ante todo la verdad, que significa escucha atenta de la palabra de Dios e impulso valiente en la defensa y en la difusión de las enseñanzas del Evangelio. Y luego, la caridad, que estimula a amar a Dios y, por amor a él, a abrazar a todos, por ser hermanos en Cristo. Si hubo alguna preferencia en las opciones de Tomás Reggio, fue por los que atravesaban dificultades y los que sufrían. Por eso hoy es propuesto como modelo no sólo a los miembros de su familia espiritual, sino también a obispos, sacerdotes y laicos.
5. La beatificación, durante el Año jubilar, de Guillermo José Chaminade, fundador de los marianistas, recuerda a los fieles que deben inventar sin cesar modos nuevos de ser testigos de la fe, sobre todo para llegar a quienes se hallan alejados de la Iglesia y carecen de los medios habituales para conocer a Cristo. Guillermo José Chaminade invita a cada cristiano a arraigarse en su bautismo, que lo conforma al Señor Jesús y le comunica el Espíritu Santo.


El amor del padre Chaminade a Cristo, que se inscribe en la espiritualidad de la escuela francesa, lo impulsó a proseguir incansablemente su obra mediante la fundación de familias espirituales, en un período agitado de la historia religiosa de Francia. Su devoción filial a María le ayudó a mantener la paz interior en todas las circunstancias y a cumplir la voluntad de Cristo. Su solicitud por la educación humana, moral y religiosa es una invitación a toda la Iglesia a prestar una atención renovada a la juventud, que necesita a la vez educadores y testigos para volverse al Señor y participar en la misión de la Iglesia.


6. Hoy, la orden benedictina se alegra por la beatificación de uno de sus hijos más ilustres, dom Columba Marmion, monje y abad de Maredsous. Dom Marmion nos legó un auténtico tesoro de doctrina espiritual para la Iglesia de nuestro tiempo. En sus escritos enseña un camino de santidad, sencillo pero exigente, para todos los fieles, a quienes Dios ha destinado por amor a ser sus hijos adoptivos en Cristo Jesús (cf. Ef 1, 5). Jesucristo, nuestro Redentor y fuente de toda gracia, es el centro de nuestra vida espiritual, nuestro modelo de santidad.


Antes de entrar en la orden benedictina, Columba Marmion se dedicó durante algunos años al cuidado pastoral de las almas como sacerdote de su archidiócesis natal, Dublín. A lo largo de toda su vida el beato Columba fue un excepcional director espiritual, que prestó atención especial a la vida interior de los sacerdotes y los religiosos. A un joven que se preparaba para la ordenación le escribió:  "La mejor preparación para el sacerdocio es vivir a diario con amor donde la obediencia y la Providencia nos ponen" (Carta del 27 de diciembre de 1915). Ojalá que un amplio redescubrimiento de los escritos espirituales del beato Columba Marmion ayude a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos a crecer en su unión con Cristo y a dar testimonio fiel de él con amor ardiente a Dios y un servicio generoso a sus hermanos y hermanas.


7. A los nuevos beatos Pío IX, Juan XXIII, Tomás Reggio, Guillermo José Chaminade y Columba Marmion les pedimos con confianza que nos ayuden a vivir de modo cada vez más conforme al Espíritu de Cristo. Que su amor a Dios y a sus hermanos ilumine nuestros pasos en esta alba del tercer milenio.