DISCURSO
A un grupo de peregrinos jubilares,
Castelgandolfo, viernes 18 de agosto
El
viernes 18 de agosto, el Papa recibió en audiencia, a las once y media de la mañana,
en el patio del palacio pontificio de Castelgandolfo, a varios grupos de
peregrinos que habían venido a Roma con motivo del jubileo, entre los que se
encontraban: una peregrinación del patriarcado de Alejandría de los
coptos (Egipto), encabezada por S. B. Stéphanos II Ghattas, c.m., de la
que formaban parte cuatro obispos, así como sacerdotes, religiosas y laicos
(430 personas); sacerdotes ortodoxos de la eparquía de Sabac-Valjevo (Serbia),
con mons. Stanislav Hocevar, s.d.b., arzobispo coadjutor de Belgrado, y el
obispo ortodoxo Lavrentije Trifunovic (40 personas); y una delegación de jóvenes
de Cuba, participantes en la Jornada mundial de la juventud, encabezados por el
cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de San Cristóbal de La Habana,
y el obispo de Guantánamo-Baracoa, mons. Carlos Jesús Patricio Baladrón Valdés.
Ofrecemos el discurso que Su Santidad pronunció en italiano, francés, serbio y
español.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría os acojo en este encuentro especial, que tiene lugar
durante las celebraciones de la XV Jornada mundial de la juventud. El clima de
fe y de espiritualidad que se respira en estos días ofrece a todos los
peregrinos la oportunidad de profundizar el conocimiento de Cristo y verificar
la propia fidelidad a él.
Os deseo de corazón que así sea también para cada uno de vosotros, que procedéis
de diversas naciones y continentes, a la vez que os saludo con gran cordialidad.
Patriarcado copto católico
2. Me alegra acogeros, queridos amigos del patriarcado copto católico,
mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar. Saludo muy cordialmente al
patriarca Stéphanos II Ghattas y a los obispos presentes. Para mí es una feliz
ocasión para recordar mi reciente viaje jubilar a Egipto y expresar una vez más
mi gratitud a todas las personas que contribuyeron a su éxito.
Habéis respondido a la llamada de la Iglesia, que invita a cada fiel ante todo
a volver al Señor, a convertirse y dar un testimonio mayor de fraternidad,
solidaridad y caridad en favor de los más pobres de la sociedad. En efecto,
desde la perspectiva bíblica, el jubileo es a la vez una ocasión privilegiada
para dar gracias a Dios, alabarlo y pedirle su fuerza a fin de ser testigos auténticos
del Evangelio, con palabras y obras. En vuestro país también es importante que
desarrolléis los vínculos con todos vuestros compatriotas, particularmente con
los fieles de las demás confesiones cristianas, para que caminemos juntos hacia
la unidad plena, así como con los creyentes de las diferentes religiones,
respetando a las personas y la libertad de conciencia.
A la vez que os encomiendo a la intercesión materna de la Virgen María, os
deseo a cada uno de vosotros, y a todos los fieles de la Iglesia copta católica,
que recibáis durante este Año jubilar las gracias necesarias. Que este evento
eclesial fortalezca también el testimonio evangélico de todos los miembros del
patriarcado, mediante el crecimiento de la vida litúrgica y espiritual, con
fidelidad a la hermosa herencia recibida de la tradición, y mediante el
desarrollo de la vida pastoral y misionera, sobre todo entre los jóvenes, para
que conozcan a Cristo y la enseñanza de la Iglesia. Gracias. Quisiera que
transmitierais mi saludo fraterno al Papa Shenouda.
Iglesia ortodoxa serbia
3. Me dirijo ahora a vosotros, queridos sacerdotes de la Iglesia ortodoxa
serbia, procedentes de la eparquía de Sabac-Valjevo. Os saludo con afecto a
vosotros, a vuestro obispo, monseñor Lavrentije Trifunovic, y al arzobispo católico
coadjutor de Belgrado, monseñor Stanislav Hocevar.
Por medio de vosotros, quisiera enviar mi saludo deferente y fraterno a vuestro
patriarca, Su Beatitud Pavle.
Mi pensamiento va en este momento a toda la nación serbia, que durante estos años
ha sufrido pruebas tan duras. Ojalá que vuestro querido pueblo permanezca fiel
a sus tradiciones cristianas, también gracias a vuestro servicio pastoral. Con
este fin, invoco la abundancia de las bendiciones de Dios sobre vosotros y sobre
las comunidades de fieles en las que vivís y trabajáis, sirviendo a la causa
del Evangelio. Que el Señor corone de frutos vuestro compromiso apostólico en
favor del reino de Dios.
Os deseo de corazón que vuestra patria, Serbia, logre superar pronto los
problemas que la afligen, de modo que pueda mirar con serenidad hacia un futuro
de paz y desarrollo, en un clima de colaboración y respeto recíproco con los
países vecinos.
Jóvenes cubanos
4. Me es muy grato saludar ahora a ustedes, queridos jóvenes cubanos,
acompañados por el señor cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de
La Habana, y por monseñor Carlos J. Baladrón Valdés, obispo de Guantánamo-Baracoa,
venidos a Roma representando a tantos coetáneos suyos en la Jornada mundial de
la juventud en este año del gran jubileo. Esta es una ocasión privilegiada de
evangelización, de comunión eclesial y de renovación interior mediante el
encuentro personal con Cristo, junto con numerosísimos jóvenes de todo el
mundo, peregrinos a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo.
Hoy deseo recordar las palabras que les dirigí a ustedes durante mi inolvidable
viaje a Cuba. Sigan poniendo la mirada en Jesús. Él quiere ofrecerles de nuevo
su amistad; sus ojos, llenos de ternura, se siguen fijando en la juventud
cubana, esperanza viva de la Iglesia y de Cuba. "No tengan miedo de abrir
sus corazones a Cristo". No se cierren a su amor. Sean sus testigos ante
los demás jóvenes, asumiendo compromisos concretos para difundir la civilización
del amor en todos los ámbitos: familia, comunidades eclesiales y trabajo.
Para ello pido al Señor que, en este Año jubilar, el Espíritu les colme de
sus dones y bendiciones. Al mismo tiempo, antes de regresar a sus lugares de
origen les repito, para que ustedes las hagan suyas, las palabras con que me
recibieron en Camagüey: "¡Benditos los pies del mensajero que
anuncia la paz!".
5. Os renuevo, una vez más, la expresión de mi afecto a
cada uno de vosotros, aquí presentes y, al mismo tiempo que invoco
la protección materna de María elevada al cielo, os imparto
complacido la bendición apostólica, extendiéndola a todos
vuestros seres queridos.