Alocución en la fiesta de la Transfiguración
El Santo Padre Juan Pablo II presidió una misa, el domingo 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor, en la capilla del palacio pontificio de Castelgandolfo, en sufragio de su predecesor el Papa Pablo VI, que murió exactamente en ese mismo día hace veintidós años. Concelebraron con el Vicario de Cristo el cardenal Bernardin Gantin, decano del Colegio cardenalicio; el arzobispo Jean-Louis Tauran, secretario para las Relaciones con los Estados; mons. Pedro López Quintana, asesor de la Secretaría de Estado; mons. Pasquale Macchi, arzobispo prelado emérito de Loreto, que fue secretario de Pablo VI hasta su muerte; mons. James M. Harvey, prefecto de la Casa pontificia; mons. Stanislaw Dziwisz, prefecto adjunto de la Casa pontificia; mons. Donato De Bonis, prelado de la Soberana Orden militar de Malta; mons. Agostino Vallini, obispo de Albano, con su auxiliar mons. Paolo Gillet. Al inicio de la misa Su Santidad dirigió a los presentes las palabras que publicamos.
Nos disponemos a celebrar la santa misa en la fiesta de la Transfiguración
del Señor, llevando en el corazón el recuerdo siempre vivo del siervo de Dios
Pablo VI, veintidós años después de su "éxodo" hacia la eternidad.
La liturgia de hoy nos invita a contemplar el rostro del Hijo de Dios que, en la
montaña, como testimonian concordemente los evangelios sinópticos, se
transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan, mientras la voz del Padre
proclama desde la nube: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo" (Mc 9, 7). San Pedro, recordando con emoción ese
acontecimiento, afirmará: "Hemos sido testigos oculares de su
grandeza" (2 P 1, 16).
En la época actual, dominada por la así llamada "civilización de la
imagen", es más fuerte el deseo de contemplar con los propios ojos la
figura del Maestro divino, pero conviene recordar sus palabras:
"Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20, 29). El
venerado e inolvidable Pablo VI vivió precisamente mirando con los ojos de la
fe el rostro adorable de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios. Contemplándolo
con amor ardiente y apasionado, dijo: "Cristo es belleza, belleza
humana y divina; belleza de la realidad, de la verdad, de la vida" (Catequesis
durante la audiencia general del 13 de enero de 1971: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 17 de enero de 1971, p. 3).
Y añadió: "La figura de Cristo presenta, sí, sin alterar el
encanto de su dulzura misericordiosa, un aspecto serio y fuerte, formidable, si
queréis, contra la vileza, las hipocresías, las injusticias, las crueldades,
pero nunca desligado de una soberana irradiación de amor" (Catequesis durante
la audiencia general del 27 de enero de 1971: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 31 de enero de 1971, p. 3).
A la vez que, con sentimientos de gratitud, nos acercamos al altar orando por el
alma bendita de este gran Pontífice, deseamos contemplar, como él y como los
discípulos, el rostro radiante del Hijo de Dios para ser iluminados por él.
Pidamos a Dios, por intercesión de María, Maestra de fe y de contemplación,
la gracia de acoger en nosotros la luz que resplandece en el rostro de Cristo,
de modo que reflejemos su imagen sobre cuantos se acerquen a nosotros.
Con estos sentimientos, comencemos la santa misa, invocando ante todo la
misericordia del Señor.