CATEQUESIS DEL PAPA
Durante la audiencia general del miércoles 29 de junio

La Eucaristía, fuente del compromiso misionero de la Iglesia

 

1. Jesucristo, único Salvador del mundo, pan para la vida nueva»: este es el tema del XLVII Congreso eucarístico internacional, que comenzó el domingo pasado y terminará el próximo domingo con la Statio orbis en la plaza de San Pedro.

EL Congreso sitúa la Eucaristía en el centra del gran jubileo de la Encarnación y manifiesta toda su profundidad espiritual, ecIesial y misionera. En efecto, la Iglesia y todas los creyentes encuentran en la Eucaristía la fuerza indispensable para anunciar y testimoniar a todos el Evangelio de la salvación. La celebración de la Eucaristía, sacramento de la Pascua del Señor, es en sí misma un acontecimiento misionero, que introduce en el mundo el germen fecundo de la vida nueva.

San Pablo, en la primera carta a los Corintios, recuerda explícitamente esta característica misionera de la Eucaristía: «Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Co 11, 26).

2. La Iglesia recoge esas palabras de san Pablo en la doxología después de la consagración. La Eucaristía es sacramento «misionero», no sólo porque de ella brota la gracia de la misión, sino también porque encierra en sí misma el principio y la fuente perenne de la salvación para todos los hombres. Por tanto, la celebración del sacrificio eucarístico es el acto misionero más eficaz que la comunidad eclesial puede realizar en la historia del mundo.

Toda misa concluye con el mandato misionero «id», «ite, missa est», que invita a los fieles a llevar el anuncio del Señor resucitado a las familias, a los ambientes de trabajo y de la sociedad, y al mundo entero. Precisamente por eso en la carta Dies Domini invité a los fieles a imitar el ejemplo de los discípulos de Emaús, los cuales, después de reconocer «en la fracción del pan» a Cristo resucitado (cf. Lc 24, 30-32), sienten la exigencia de ir inmediatamente a compartir con todos sus hermanos la alegría de su encuentro con él (cf. n. 45). El «pan partido» abre la vida del cristiano y de toda la comunidad a la comunión y a la entrega de sí por la vida del mundo (cf. Jn 6, 51). Es precisamente la Eucaristía la que realiza ese vínculo inseparable entre comunión y misión, que hace de la Iglesia el sacramento de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).

3. Hoy es particular mente necesario que, mediante la celebración de la Eucaristía, todas las comunidades cristianas adquieran la convicción interior y la fuerza espiritual para salir de sí mismas y abrirse a otras comunidades más pobres y necesitadas de apoyo en el campo de la evangelización y de la cooperación misionera, favoreciendo el fecundo intercambio de dones recíprocos que enriquece a toda la Iglesia.

También es muy importante discernir, a partir de la Eucaristía, las vocaciones y los ministerios misioneros. Siguiendo el ejemplo de la primitiva comunidad de Antioquía, reunida «en la celebración del culto del Señor», toda comunidad cristiana está llamada a escuchar al Espíritu y aceptar sus inspiraciones, reservando para la misión universal las mejores fuerzas de sus hijos, enviados con alegría al mundo y acompañados por la oración y el apoyo espiritual y material que necesitan (cf. Hch 13, 1-3).

La Eucaristía es, además, una escuela permanente de caridad, de justicia y de paz, para renovar en Cristo al mundo que nos rodea. La presencia del Resucitado proporciona a los creyentes la valentía para ser promotores de solidaridad y de renovación, contribuyendo a cambiar las estructuras de pecado en las que las personas, las comunidades y, a veces, pueblos enteros, están sumergidos (cf. Dies Domini, 73).

4. Por último, en esta reflexión sobre el significado y el contenido misionero de la Eucaristía no puede faltar la referencia a esos singulares misioneros y testigos de la fe y del amor de Cristo que son los mártires. Las reliquias de los mártires, que desde la antigüedad se colocan bajo el altar, donde se celebra el memorial de la «víctima inmolada por nuestra reconciliación», constituyen un claro signo del vigor que brota del sacrificio de Cristo. A cuantos se alimentan del Señor esta energía espiritual los impulsa a dar su propia vida por él y por sus hermanos; mediante la entrega total de sí, si fuera necesario, hasta la efusión de la sangre.

Quiera Dios que el Congreso eucarístico internacional, por intercesión de María, Madre de Cristo inmolado por nosotros, reavive en los creyentes la conciencia del compromiso misionero que brota de la participación en la Eucaristía. El «cuerpo entregado» y la «sangre derramada» (cf. Lc 22, 19-20) constituyen el criterio supremo al que siempre deben y deberán referirse en su entrega por la salvación del mundo.