La herencia de san Adalberto y san Estanislao

Alocución a los polacos que vinieron a la canonización de sor Faustina Kowalska

Muchos de los peregrinos polacos que habían venido a Roma para la canonización de la beata Faustina Kowalska, y que participaron en la oración de la tarde del domingo 30 de abril -a los que Juan Pablo II saludó desde la ventana de su despacho- asistieron a la audiencia general del miércoles 3 de mayo. El Papa se dirigió a ellos con las palabras que ofrecemos a continuación.

 

Dirijo un saludo cordial a los polacos presentes en esta audiencia, en particular al cardenal Macharski, de Cracovia; a mons. Zbigniew Kraszewski, de Varsovia; a mons. Roman Andrzejewski, de Wloclawek; a los sacerdotes que han venido, juntamente con sus fieles, a la canonización de sor Faustina; a las religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia; a los miembros de «Solidaridad», que han participado, encabezados por su presidente, dr. Marian Krzaklewski, en el jubileo del mundo del trabajo en Roma; a los numerosos grupos parroquiales y de jóvenes; al grupo de invidentes de Laski, cerca de Varsovia; a los coros de Sandomierz y de Wyrzysk, al coro «Halka».

1. Nuestros pensamientos se dirigen hoy a la Madre de Dios, a la Reina de Polonia, cuya fiesta se celebra precisamente el 3 de mayo. Con ocasión de esta solemnidad del 3 de mayo, vienen a la memoria las palabras que el rey Juan Casimiro pronunció ante la imagen de la Virgen de las Gracias, en la catedral de Lvov, el 1 de abril de 1656: «Gran Madre de Dios-hombre, santísima Virgen, yo, Juan Casimiro, rey por la misericordia de tu Hijo, Rey de reyes, (...) rey postrado a tus santísimos pies, hoy te tomo como mi protectora y reina de mis Estados». Con este histórico y solemne acto, el rey Juan Casimiro puso todo nuestro país bajo la protección de la Madre de Dios.

El 3 de mayo es también el aniversario de la Constitución de 1791. Esta coincidencia ha permitido que en el mismo día celebremos la fiesta religiosa y la fiesta nacional.

No es licito olvidar estos acontecimientos enraizados tan profundamente en la historia de la nación. Han entrado con tanta fuerza en la conciencia de los polacos, que su recuerdo ha superado todos los momentos más difíciles vividos por la nación: el período de las reparticiones, que duró más de cien años; el tiempo de dos guerras mundiales; las persecuciones; y los muchos años de dominación del sistema comunista.

2. Hoy nuestros pensamientos se dirigen también a los santos mártires, test¡gos de Cristo en los comienzos de nuestra historia: san Adalberto y san Estanislao. El testimonio del martirio de san Adalberto, el testimonio de su sangre, selló de modo particular el bautismo recibido por nuestros antepasados hace mil años. Su martirio puso las bases del cristianismo en toda Polonia. San Estanislao, patrono del orden moral, vela en cierto sentido por esta herencia. Vela por lo que es más importante en la vida del cristiano y por los fundamentos de nuestra patria. Vela por el orden moral en la vida de las personas y de la sociedad. ¿Qué es este orden moral? Está relacionado con la observancia de la ley, con la fidelidad a los mandamientos y a la conciencia cristiana. Gracias a él podemos distinguir el bien del mal, y liberarnos de diversas formas de esclavitud moral. Estos dos santos, Adalberto y Estanislao, completan el tríptico de las fiestas patronales: la Madre de Dios, Reina de Polonia, san Adalberto y san Estanislao.

3. El testimonio del martirio, dado hace mil años en nuestra tierra por el obispo de Praga y por el obispo de Cracovia, perdura a lo largo de los siglos de generación en generación, y produce frutos de santidad siempre nuevos. Uno de estos frutos es también la canonización de sor Faustina Kowalska, que tuvo lugar el domingo pasado. Esta sencilla religiosa recordó al mundo que Dios es amor, que es rico en misericordia, y que su amor es más fuerte que la muerte, más poderoso que el pecado y que cualquier mal. El amor levanta al hombre de las mayores caídas y lo libra de los mayores peligros.

4. «No olvidemos las hazañas de Dios» (cf. Sal 78, 7), exclama el salmista, admirado por la sabiduría y la bondad de Dios. Que esta reflexión sea para nosotros motivo de aliento, a fin de conservar la gran riqueza que encierra la historia de nuestra patria desde sus comienzos. Que se transmita de generación en generación el recuerdo de las maravillas de Dios que se realizaban y se realizan en nuestra tierra. No pertenecen sólo al pasado. Son una fuente incesante de la fuerza de la nación en su camino de fidelidad al Evangelio, en su camino hacia el futuro.

¡Alabado sea Jesucristo!