A UN GRUPO DE JÓVENES DE ROUEN, 14 DE ABRIL

La Iglesia necesita vuestra generosidad para ofrecer al mundo una nueva esperanza

Doscientos jóvenes de la archidiócesis francesa de Rouen, que habían venido a Roma con motivo del jubileo, fueron recibidos por el Papa la mañana del viernes 14 de abril en la sala Clementina. Formaban parte del grupo también los seminaristas de la archidiócesis con sus formadores. Encabezaba la peregrinación el arzobispo metropolitano, monseñor Joseph Duval. Al comienzo del encuentro saludaron a Su Santidad el arzobispo y una joven. Juan Pablo II les dirigió el discurso que ofrecemos.


 

Querido hermano en el episcopado; queridos jóvenes de la diócesis de Rouen:

Os acojo con alegría, con ocasión de vuestra peregrinación jubilar a Roma, que es a la vez un tiempo de retiro, reflexión y oración. Saludo cordialmente a todas las personas que os acompañan en vuestro camino y os sostienen en vuestro crecimiento humano y espiritual, ayudandoos a responder a los interrogantes que os planteáis.

Vuestra estancia en la ciudad de san Pedro y san Pablo os permite descubrir que la Iglesia tiene una historia y una tradición, y que es un pueblo vivo, animado por el Espíritu Santo. Al acoger el testimonio de fe de las primeras comunidades cristianas, se os invita a ser testigos y a ocupar plenamente el lugar que os corresponde en el seno del pueblo de Dios. La Iglesia cuenta con vosotros; necesita vuestra juventud, vuestra generosidad y vuestro dinamismo, para ser cada vez más el pueblo que Dios ama y para ofrecer una nueva esperanza al mundo.

Mediante la oración personal y comunitaria, los sacramentos, los intercambios que podéis realizar y las visitas a los lugares significativos de la historia de la Iglesia y a las riquezas artísticas de Roma, conoceréis cada vez más a Cristo y a su Iglesia, y encontraréis los medios para testimoniar la buena nueva entre vuestros compañeros. ¡Ojalá que seáis los testigos que tanto precisa el nuevo siglo! Ciertamente necesitaréis valentía y audacia para ir a veces contra corriente con respecto a las propuestas atractivas del mundo actual y para comportaros de acuerdo con las exigencias evangélicas del amor verdadero. Pero descubriréis que la vida con Cristo, la búsqueda de la verdad, la práctica de los valores humanos y morales fundamentales, y el respeto a sí mismo y a los demás, son los caminos de la libertad auténtica y de la verdadera felicidad. Para realizar el ideal que os anima, pedid a los adultos que os muestren el camino y os ayuden a avanzar.

El jubileo es una ocasión particularmente importante para experimentar el amor misericordioso de Dios que, al darnos su perdón, nos abre un futuro nuevo y nos comunica la plenitud de la vida divina, convirtiéndose en nuestro alimento en la Eucaristía. No tengáis miedo de volver sin cesar a Cristo, fuente de la vida. El quiere sosteneros en vuestro camino de conversión, colmaros de gracia y daros su alegría. En este período de vuestra existencia, os preguntáis legítimamente sobre vuestro futuro. Al manifestaros su confianza, Jesús os dirige su mirada y os exhorta a transformar vuestra existencia en algo hermoso, haciendo fructificar los talentos que os ha confiado para el servicio a la Iglesia y a vuestros hermanos, asi como para la construcción de una sociedad más solidaria, justa y pacífica.

Cristo os invita a poner vuestra esperanza en él y a seguirlo por el camino del matrimonio, del sacerdocio o de la vida consagrada. En el silencio de vuestro corazón, no tengáis miedo de escuchar al Señor, que os habla. Mediante los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos, la Iglesia está a vuestro lado para ayudaros a discernir lo que corresponde a vuestra vocación auténtica. Jesús os dará la gracia necesaria para responder a su llamada. Os concederá la alegría profunda de los verdaderos discípulos.

A todos os deseo un buen itinerario hacia la Pascua. Que vuestra peregrinación jubilar reavive en vosotros el deseo de vivir intensamente el gran misterio de Cristo muerto y resucitado. Os imparto, de buen grado a vosotros y a todos vuestros seres queridos la bendición apostólica.