ÁNGELUS

Meditación mariana del Romano Pontífice el domingo 2 de abril

 

Invitación a la alegría

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Laetare Jerusalem, Alégrate, Jerusalén» (cf. Is 66, 10).

Esta invitación resuena al inicio de la misa en este domingo, que precisamente por eso suele llamarse «domingo Laétare». Ya estamos a mitad del camino cuaresmal, y la invitación a la alegría nos impulsa a proseguir sin ceses el itinerario penitencial hacia la Pascua. Durante la Cuaresma sucede lo mismo que en las peregrinaciones: el cansancio del camino no atenúa, sino que aumenta la alegría de ir hacia la meta.

«Alégrate, Jerusalén ...». También yo experimenté, en los días pasados, la alegría de ir como peregrino de Roma a Tierra Santa, tendiendo un puente entre los dos puntos focales del gran jubileo del año 2000, Roma y Jerusalén. El gozo espiritual que llevo en mi corazón por esa gracia es profundo, y por ello le doy continuamente gracias al Señor. Expreso mi agradecimiento, además, a todos los que me acompañaron con su oración. En aquellos momentos, en aquellos lugares, sentí presente junto a mí a toda la Iglesia.

2. «Alegraos y exultad, los que estabais tristes». Esta alegría, de la que habla la liturgia de este cuarto domingo de Cuaresma, deriva de la conciencia del misterio de amor que nos envuelve y que hoy reflejan las palabras del evangelio de san Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16). ¿Cómo no sentirse atraídos por este amor? Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para vivir, el hombre debe dirigirse a él, debe abandonar los caminos que degradan su dignidad y volver a la casa del Padre.

Ése es el sentido del jubileo, que en este tiempo cuaresmal ha entrado en su fase más intensa. En Roma es un hecho palpable: las Puertas santas de las cuatro basílicas mayores acogen sin cesar a los peregrinos, cada vez más numerosos. Lo mismo sucede en las diócesis, en todas partes del mundo. Se puede decir que por doquier los cristianos están en camino, lo mismo individualmente que como pueblo de Dios.

3. En esta común peregrinación jubilar, María santísima nos precede y alienta como Madre tierna y misericordiosa. Aprendamos de ella: a «apresurar» el paso hacia Cristo, a quien en la Pascua contempláremos muerto y resucitado por nosotros. Guardemos en nosotros, en los momentos más oscuros, el recuerdo de la invitación de Dios: «Alégrate, (...) el Señor está contigo».

Virgen santa, causa nostrae laetitiae, alcánzanos seguir fielmente a Cristo para recibir en plenitud el don de la alegría pascual.