Sed siempre hombres de oración

Palabras de Su Santidad a un grupo de rectores de seminarios,
17 de febrero

Los rectores de los seminarios de lengua inglesa de Europa, con motivo del gran jubileo, escogieron la ciudad de Roma para su reunión anual. Juan Pablo II los recibió en audiencia la mañana del jueves 17 de febrero, en la sala Clementina, y les dirigió en inglés el discurso que ofrecemos a continuación.

Me alegra saludaron a vosotros, rectores de los seminarios de lengua inglesa en Europa, y, por medio de vosotros, me complace saludar afectuosamente a los miembros de cada una de vuestras comunidades de seminaristas. Con motivo de este gran jubileo del año 2000 habéis elegido Roma como sede de vuestro encuentro anual, y pido al Señor que el Año santo sea realmente para vosotros una ocasión de gracias especiales y de renovado empeño y fervor, mientras os esforzáis por cumplir las tareas que emprendéis para el bien de la Iglesia y la salvación de las almas.

Vuestros deberes particulares como rectores se caracterizan por vuestra relación con los obispos, que os envían las personas a quienes debéis preparar para el servicio sacerdotal, junto con el equipo que os ayuda en la formación de los seminaristas, con los estudiantes confiados a vuestro cuidado y supervisión, y con el presbiterio y las comunidades diocesanas donde los actuales seminaristas servirán como sacerdotes. Así, es evidente que debéis ser hombres de sólidas relaciones humanas en todos los niveles: eclesial, académico y espiritual, y también hombres de comunión. Tenéis la responsabilidad de desarrollar al máximo los dones y talentos de los demás, y actuar como guías competentes, orientando a cada seminarista y a la comunidad del seminario con decisión y sensibilidad pastoral.

Por eso es muy importante que seáis hombres de oración, auténticos discípulos del señor Jesús. La formación filosófica, teológica y pastoral que imparten vuestras instituciones resultará inútil e ineficaz si no está impregnada profundamente de la persona de Jesucristo, del conocimiento íntimo del Hijo de Dios, y de la experiencia diaria del único Salvador de toda la humanidad.

El principal fundamento de vuestros numerosos deberes y responsabilidades es vuestro testimonio fiel de una vida activa de oración. Si os esforzáis de verdad por ser hombres de oración y tratáis de infundir este mismo espíritu en vuestros seminaristas, podéis estar seguros de que al entrar la Iglesia en el tercer milenio cristiano estará preparada para responder con alegría y eficacia a las necesidades de las personas que está llamada a servir. En efecto, contará con sacerdotes que han aprendido a ponerse constantemente en presencia del Señor -hablando con él, escuchándole, asimilando sus enseñanzas y, acogiendo su amor- para que, a su vez, hagan lo mismo con los demás, hablándoles, escuchándolos, enseñándoles y amándolos en nombre del Señor.

Que el Espíritu Santo os ilumine, mientras pasáis estos dias juntos, discutiendo y reflexionando, y os infunda siempre nueva fuerza para llevar a cabo esta tarea vital para el pueblo de Dios. De modo especial, durante este Año santo, os encomiendo a María, Madre de los sacerdotes y Madre de la Iglesia, y os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, al equipo de formadores y a los alumnos de vuestros seminarios.