HOMILÍA

Durante la misa de ordenación episcopal de doce presbíteros en la solemnidad de la Epifanía, 6 de enero

La luz de Cristo sigue orientando a los pueblos y naciones del mundo entero

Juan Pablo II, continuando la tradición que implantó al comienzo de su pontificado, el día 6 de enero, solemnidad de la Epifanía, confirió la ordenación episcopal a 12 presbíteros procedentes de Italia (5), Hungría (2) y uno de cada una de las siguientes naciones: Angola, Estados Unidos, India, Polonia y Rumanía; cuatro de ellos ejercerán su misión como representantes del Santo Padre en Bolivia, Honduras, Panamá y Gambia, Guinea, Liberia y Sierra Leona; siete serán pastores de Iglesias locales en Angola, Estados Unidos, Georgia, Hungría, Perú y Rumanía; y uno trabajará al servicio de la Santa Sede en la Curia romana. Durante su pontificado Juan Pablo II ha ordenado ya 290 obispos en el curso de 41 celebraciones de las cuales veintidós en la solemnidad de la Epifanía; en tres ocasiones ha ordenado nuevos pastores fuera de la basílica vaticana: el 4 de mayo de 1980 en Kinshasa (África), donde impuso las manos a ocho obispos; el 14 de septiembre de 1985, en la catedral de Albano (Italia), donde ordenó a mons. Rigali, y el 25 de abril de 1993 en Escútari, cuando ordenó cuatro nuevos obispos para la Iglesia albanesa.

En esta ocasión actuaron de co-consagrantes los arzobispos mons. Giovaimí Battista Re, sustituto de la Secretaría de Estado, y mons. Marcello Zago, o.m.í., secretario de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Asistieron al acto veintiocho cardenales y ciento dos arzobispos y obispos, algunos miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede y una gran asamblea de fieles procedentes de las naciones de origen de los nuevos prelados y de los lugares en los que ejercerán su ministerio.

La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro; comenzó a las 9 y terminó poco antes de las 12. Después del ríto de introducción, el cardenal Lucas Moreira Neves, o.p., prefecto de la Congregacion para los obispos, se acercó al altar para pedir al Papa «en nombre de la Iglesia católica», que confiera la ordenación episcopal a los doce presbíteros elegidos. Estos respondieron a continuación a las preguntas que les hizo el Santo Padre: si estaban dispuestos a cumplir el ministerio transmitido por los Apóstoles, a anunciar con fidelidad y constancia el evangelio de Cristo y custodiar puro e íntegro el depósito de la fe, a edificar el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, a prestar obediencia al Sucesor de Pedro, a cuidar del pueblo de Dios, a acoger a los pobres, a ir en busca de la oveja perdida, a orar incansablemente a Dios omnipotente. Siguió el canto de la letanía de los santos, el rito de la imposición de las manos, la imposición del Evangeliario abierto sobre la cabeza de los ordenandos, la oración de ordenación, la unción con el sagrado crisma y la entrega de las insignias episcopales: el Evangelio, el anillo, la mitra y el pastoral. Durante el rito de consagración, el Papa pronunció en italiano la homilía que ofrecemos a continuación traducida al castellano.

1. «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60, l).

El profeta Isaías dirige su nrírada al futuro. Pero el futuro que contempla no es un futuro profano. Iluminado por el Espíritu, se remonta a la plenitud de los tiempos, al cumplimiento del designio de Dios en el tiempo mesiánico.

El oráculo que pronuncia el profeta se refiere a la ciudad santa, que ve resplandecer de luz: «Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti» (Is 60, 2). Precisamente eso es lo que sucedió con la encarnación del Verbo de Dios. Con él vino ai mundo «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Ahora, el destino de cada uno se decide según la aceptación o el rechazo de esta luz; en efecto, en ella reside la vida de los hombres (cf. Jn 1, 4).

2. La luz que apareció en la Navidad aumenta hoy su resplandor: es la luz de la epifanía de Dios. Ya no son sólo los pastores de Belén quienes la ven y la siguen; también los reyes Magos, procedentes de Oriente, llegan a Jerusalén para adorar al Rey que ha nacido (cf. Mt 2, 1-2). Con los Magos están las naciones, que comienzan su camino hacia la Luz divina.

Hoy la Iglesia celebra esta Epifanía salvífica, escuchando la descripción que de ella se hace en el evangelio de san Mateo. La célebre narración de los Magos que llegaron de Oriente en búsqueda del Mesías que debía nacer, desde siempre ha inspirado también la piedad popular, convirtiéndose en un elemento tradicional del belén.

La Epifanía es un acontecimiento y, al mismo tiempo, un símbolo. El evangelista describe el acontecimiento de modo detallado. El significado simbólico, en cambio, se ha ido descubriendo gradualmente, a medida que el acontecimiento se convertía en objeto de meditación y de celebración litúrgica por parte de la Iglesia.

3. Después de dos mil años, dondequiera que se celebra la Epifanía, la comunidad eclesial toma de esta valiosa tradición litúrgica y espiritual elementos siempre nuevos de reflexión.

Aquí, en Roma, según una tradición a la que he querido permanecer fiel ya desde el comienzo de mi pontificado, celebramos este misterio consagrando algunos nuevos obispos. Se trata de una tradición que posee una intrínseca elocuencia teológica y pastoral, y con alegría la introducimos hoy en el tercer milenio.

Amadísimos hermanos que dentro de poco seréis consagrados, procedéis de diversas naciones y representáis la universalidad de la Iglesia que adora al Verbo encarnado por nuestra salvación. Así, se cumplen las palabras del Salmo responsorial: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra».

Nuestra asamblea litúrgica expresa de modo singular esta índole católica de la Iglesia, también gracias a vosotros, queridos obispos elegidos. En efecto, en torno a vosotros se reúnen idealmente los fieles de las diferentes partes del mundo, a los que sois enviados como sucesores de los Apóstoles.

4. Algunos de vosotros cumplirán su misión como nuncios apostólicos: tú, monseñor Józef Wesolowski, en Bolivia; tú, monseñor Giacomo Guido Ottonello, en Panamá; tú, monseñor George Panikularn, en Honduras; y tú, monseñor Alberto Bottari de Castello, en Gambia, Guinea, Liberia y Sierra Leona. Seréis los representantes pontificios en esos países, al servicio de las Iglesias particulares y del auténtico progreso humano de sus respectivos pueblos.

Tú, monseñor Ivo Baldi, guiarás la diócesis de Huaraz, en Perú; tú, monseñor Gabriel Mbilingi, has sido elegido como obispo coadjutor de Lwena, en Angola; y tú, monseñor David Laurin Ricken, como obispo coadjutor de Cheyerme, en Estados Unidos de América. La ordenación episcopal te confirma y fortalece a ti, monseñor Anton Cosa, en el servicio de administrador apostólico de Moldavia, y a ti mons Giuseppe Pasotto, como administrador apostólico del Cáucaso.

Tú, monseñor Andras Veres, serás obispo auxiliar del arzobispo de Eger, en Hungría; y tú, monseñor Péter Erdó, auxiliar del pastor de Székesfehérvár.

En cuanto a ti, monseñor Franco Croci, proseguirás tu tarea de secretario de la Prefectura para los Asuntos económicos de la Santa Sede.

Recordad constantemente la gracia de este día de Epifanía. La luz de Cristo brille siempre en vuestro corazón y en vuestro niinisterio pastoral.

5. La liturgia de hoy nos exhorta a la alegría por un motivo: la luz, que brilló con la estrella de Navidad para guiar a los Magos de Oriente hasta Belén, sigue orientando por el mismo camino a los pueblos y a las naciones del mundo entero.

Demos gracias por los hombres y las mujeres que han recorrido ese camino de fe durante los pasados dos mil años. Alabemos a Cristo, Lumen gentium, que los guió y sigue guiando a los pueblos por el camino de la historia.

A él, Señor del tiempo, Dios de Dios y Luz de Luz, elevemos con confianza nuestra súplica. Que su estrella, la estrella de la Epifanía, no deje de brillar en nuestro corazón, señalando en el tercer mílenio a los hombres y a los pueblos el camino de la verdad, del amor y de la paz. Amén.