CATEQUESIS DEL PAPA

Durante la audiencia general del miércoles 29 de diciembre

La Navidad, fiesta de la familia

1. El domingo pasado la liturgia puso ante nuestra mirada a la Sagrada Familia de Nazaret, modelo de toda familia que se deja guiar por la sorprendente acción de Dios.

En el mundo occidental la Navidad se considera la fiesta de la familia. El hecho de reunirse e intercambiarse regalos subraya el fuerte deseo de comunión recíproca y pone de relieve los valores más altos de la institución familiar. La familia se redescubre como comunión de amor entre personas, fundada en la verdad, en la caridad, en la fidelidad indisoluble de los esposos y en la acogida de la vida. A la luz de la Navidad, la familia comprende su vocación a ser una comunidad de proyectos, de solidaridad, de perdón y de fe donde la persona no pierde su identidad, sino que, aportando sus dones específicos, contribuye al crecimiento de todos. Así sucedió en la Sagrada Familia, que la fe presenta como inicio y modelo de las familias iluminadas por Cristo.

2. Oremos para que el gran jubileo, que acaba de comenzar, sea realmente una ocasión de gracia y redención para todas las familias del mundo. Ojalá que la luz de la encarnación del Verbo les ayude a comprender y a realizar mejor su vocación original, el proyecto que el Dios de la vida tiene para ellas, a fin de que lleguen a ser imagen viva de su amor.

Así, el jubileo ofrecerá la oportunidad de un tiempo de conversión y de perdón recíproco en cada familia. Será un período propicio para afianzar las relaciones de afecto en todas las familias y para volver a unir los hogares divididos. Quiera Dios que toda familia cristiana tome cada vez mayor conciencia de su alta misión en la Iglesia y en el mundo. Hoy es necesario dedicar una atención singular a la familia, especialmente a las más pobres y menos serenas; es preciso estimular y acoger la vida naciente, porque todo niño que viene al mundo es don y esperanza para todos.

3. En nuestro tiempo, en el que la familia «ha sufrido, quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura», es importante que los creyentes reafirmen con vigor que «el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad». Por eso, la Iglesia no se cansa de ofrecer «su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia» (Familiaris consortio, 1).

Que el gran jubileo del año 2000 sea una ocasión para que todas las familias abran con valentía sus puertas a Cristo, único Redentor del hombre. En efecto Cristo es la novedad que supera todas las expectativas del hombre, el criterio último para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a humanizar cada vez más la existencia del hombre (cf. Incarnationis mysterium, 1).

Con esta certeza, entremos idealmente en la casa de Nazaret y pidamos a la Sagrada Familia que proteja y bendiga a las familias del mundo, para que sean «escuela del más rico humanismo» (Gaudium et spes, 52).