ANGELUS

Meditación mariana del Santo Padre en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre

Maria es signo de esperanza

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen Maria, particularmente querida para el pueblo cristiano. En la Madre de Jesús, primicia de la humanidad redimida, Dios obra maravillas, colmándola de gracia y preservándola de toda mancha de pecado.

En Nazaret, el ángel llama a María «llena de gracia»: estas palabras encierran su singular destino, pero también, en sentido más general, el de todo hombre. La «plenitud de gracia», que para María es el punto de partida, para todos los hombres es la meta. En efecto, como afirma el apóstol Pablo, Dios nos ha creado «para que seamos santos e inmaculados ante él» (Ef 1, 4). Por eso, nos ha «bendecido» antes de nuestra existencia terrena y ha enviado a su Hijo al mundo para rescatarnos del pecado. María es la obra cumbre de esa acción salvífica; es la criatura «Toda hermosa», «Toda santa».

2. A todo hombre, independientemente de sus circunstancias, la Inmaculada le recuerda que Dios lo ama de modo personal, quiere únicamente su bien y lo sigue constantemente con un designio de gracia y misericordia, que alcanzó su culmen en el sacrificio redentor de Cristo.

La vida de María remite a Jesucristo, único Mediador de la salvación, y ayuda a ver la existencia como un proyecto de amor, en el que es preciso cooperar con responsabilidad. María es modelo de la llamada y también de la respuesta. En efecto, dijo «sí» a Dios al comienzo y en cada momento sucesivo de su vida, siguiendo plenamente su voluntad, incluso cuando le resultaba oscura y difícil de aceptar.

3. La fiesta de la Inmaculada Concepción de María cobra un significado muy particular este año, en el comienzo ya inminente del gran jubileo. María ilumina Ios pasos de nuestra peregrinación hacia la Puerta santa y señala a todo hombre la «puerta» que es Cristo, a través de la cual ella fue la primera en pasar, invitando a todos a entrar por ella para ser «santos e inmaculados por el amor».

Lo que hoy contemplamos y celebramos en María, es decir, el hecho de que está «llena de gracia» y libre de pecado, es el fruto maduro del jubileo. Por eso, la imagen de la Inmaculada, que la tradición representa en el acto de aplastar la cabeza de la serpiente, satanás, resulta más elocuente que nunca en este tiempo de Adviento, que constituye el «atrio» de ingreso del gran jubileo.

Queridos hermanos, dirijamos nuestra mirada a María, signo de esperanza segura. Que la Virgen Inmaculada ayude a cada uno a convertirse a Jesús, para experimentar la fuerza sonante de su amor. Este es el deseo que expreso hoy a todos los creyentes, invitándolos a entrar con empeño en el Año santo ya cercano.

Oracion a la Inmaculada Concepcion

1. Como cada año, en esta fecha tan querida para el pueblo cristiano, nos volvemos a encontrar aquí, en el corazón de la ciudad para renovar el tradicional homenaje floral a la Virgen, al pie de la columna que los romanos erigieron en honor de la Inmaculada Concepción. Ya en vísperas del gran jubileo, la celebración de hoy constituye una preparación especial para el encuentro con Cristo, que «destruyó la muerte e hizo irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio» (2 Tm 1, 10). Así presenta la Escritura la misión salvífica del Hijo de Dios.

2. La Virgen, a la que hoy contemplamos en el misterio de la Inmaculada Concepción, nos invita a dirigir nuestra mirada al Redentor nacido en la pobreza de Belén por nuestra salvación. Junto con ella, contemplamos el don de la encarnación del Hijo de Dios, que vino a nosotros para dar sentido a la historia de los hombres. Resuenan en nuestro corazón las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9, 1-2). María es el alba radiante de este día de esperanza cierta. Maria es Madre de Cristo, hecho hombre para inaugurar los tiempos nuevos anunciados por los profetas.

3. Estamos viviendo con María, «aurora de la Redención», el Adviento, tiempo de espera gozosa, de contemplación y de esperanza. Del mismo modo que la estrella de la mañana anuncia en el firmamento la salida del sol, así la encarnación del Hijo de Dios, «el astro que surge de lo alto» (Lc 1, 78), es precedida por la concepción inmaculada de la Virgen Maria. Sublime misterio de gracia, que sentimos aún más profundo este año, al final de un milenio y al comienzo ya inminente del Año jubilar. Hoy hemos acudido con mayor confianza a los pies de la Virgen, para pedirle que nos ayude a cruzar, con renovado empeño, el umbral de la Puerta santa que nos introducirá en el gran jubileo del año 2000.

4. Cruzaremos conscientemente ese umbral, sostenidos y animados por tu ayuda, Virgen Inmaculada. Hace dos mil años, en Belén de Judá, nació de ti el Triunfador de la muerte y el Autor de la vida, que por medio del Evangelio ha hecho resplandecer toda la vida humana. Cristo vino a nosotros para devolver la dignidad plena al hombre creado a imagen de Dios. Sí, el ser humano no puede permanecer en las tinieblas; anhela la Luz verdadera, que ilumine los pasos de su peregrinación terrena.

5. El hombre no ama la muerte: dotado de una naturaleza espiritual desea la inmortalidad de todo su ser. Jesús al anular con su sangre el poder de la muerte he hecho realidad este íntimo deseo del corazón del hombre. Contemplándote a ti, Virgen elegida y llena de gracia, nosotros, peregrinos en la tierra, vemos la realización de la promesa de la inmortalidad en la comunión plena con Dios. En ti Madre de los vivos, se cumplieron, como primicia de gloria, las palabras del Apóstol: el Señor Jesús «destruyó la muerte e hizo irradiar vida e inmortalidad». La Iglesia repite este anuncio gozoso también este año, en el umbral de un nuevo milenio.

6. Por eso, hoy, estamos nuevamente a tus pies, Inmaculada llena de gracia, para implorarte, en nombre de todo el pueblo cristiano que acojas nuestro homenaje, expresión de nuestra fe y de nuestra devoción, a la vez que, con profunda gratitud, transmitimos al próximo milenio la hermosa tradición de esta cita devota contigo, junto a la columna de la plaza de España. Y tú, Inmaculada Virgen María, ¡ruega por nosotros!