EL SACERDOCIO COMO «OFFICIUM LAUDIS»

Cardenal Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero


1. Hermanos y amigos, qué regalo para mí, al inicio de mi servicio a la Congregación del Clero, poder encontrarme, en un clima intenso de comunión, precisamente con los presbíteros, cuyo bien integral es el objeto específico de haber sido yo llamado aquí, junto a la tumba del Príncipe de los Apóstoles, por Aquel que es fundamento visible de toda la comunión eclesial.

¡Y con qué asamblea de ministros ordenados! Numerosa e intercontinental representación de cuantos, como el Santo Padre, recibisteis la imposición de las manos episcopales hace medio siglo. ¡Bienvenidos! Y bienvenidos también vosotros, sacerdotes que condividís la alegría de vuestros hermanos jubilares. Hoy en todos nosotros, juntamente a Pedro, se manifiesta aquél amor fraterno que es "sacramental", que hace visible la comunión vivida por el Señor con los Apóstoles, haciendo de fermento a la comunión de la Iglesia y que sirve a la única causa de la edificación del Reino de Dios!

Queridos sacerdotes jubilares, si pienso en cuántas veces habéis renovado el Sacrificio divino, nuestra razón de ser y lugar de nuestra identidad, si pienso en cuántas veces habéis levantado vuestra diestra para absolver y para bendecir, en cuántas veces habéis aconsejado y consolado, en cuántas veces habéis evangelizado a los pobres, en cuántas veces habéis acompañado en el paso a la eternidad a tantos fieles, si pienso en cuántas ansias, cuántos entusiasmos, cuántas amarguras y pruebas, cuántos obstáculos y tentaciones superados, cuántas incomprensiones y también cuántas alegrías ha probado vuestro corazón de "otros Cristos", en tantos y tantos años de ministerio, no puedo no conmoverme y no agradecer a Dios por vuestra vida. En efecto, pienso una y otra vez, en el misterio exaltante en el que todos nosotros estamos ontológicamente plasmados y en virtud del cual somos ulteriormenrais, aquí en Roma, cerca de Pedro, el abrazo de la Iglesia Universal. Hemos tratado de hacer todo para que podáis percibir, vosotros y cuantos os acompañan, la estima y la acción de gracias de la Sede de Pedro; querríamos que pasando por la plaza de San Pedro, viendo el abrazo magnífico de la columnata de Bernini, este abrazo no fuese de piedra, sino que lo sintierais cálido, con el calor del corazón del Papa y con el corazón misionero de la Iglesia entera. También cuando estéis en vuestras comunidades, en vuestras iglesias, hasta las más apartadas y las más pobres y humildes, en cualquier condición y lugar, sentid este abrazo, pues es real, es intenso, es verdadero.

2. Y es detalle de exquisita delicadeza que Pedro haya querido asociar a su "Te Deum", en estas jornadas benditas, puestas bajo la mirada de la "Regina Apostolorum", a cuantos han sido ordenados presbíteros, como él, en 1946.

El misterio del sacerdocio ministerial, absolutamente esencial a la Iglesia y al perpetuarse de la redención, es tan alto, que la persona desaparece tras el oficio. El Santo Padre ha querido que el protagonista fuese el sacerdocio ordenado.

En efecto, el jubileo sacerdotal es ocasión propicia para reconsiderar nuestra vocación, volviendo a descubrir el sentido y la grandeza que siempre nos superan (cf. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1996, n.8). Es también ocasión para que nuestra comunidades descubran el tesoro de este sacerdocio -hecho para que todos puedan beneficiarse copiosamente de él y reciban vida en abundancia- y para que quienes se consideran "alejados", se interroguen sobre él; es ocasión de estímulo para quien ha de implorar cotidianamente el don de la santa perseverancia.

3. Según la tradición bíblica, que nos ha recordado el Santo Padre en su última Carta del Jueves Santo, el jubileo es "tiempo de alegría y de acción de gracias". Tales han de ser estas jornadas romanas, pero puesto que el sacerdocio no es una simple "función" -no se "hace" el sacerdote, sino que se "es" sacerdote-, ninguno de vosotros está en pensión, aunque no estuviera actualmente comprometido en algún oficio de responsabilidad directa y específica (cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.44). El venerable sacerdote, avanzado en edad, puede cambiar lugar y forma de trabajo, pero cuanto es esencial, así como la potencia de la gracia que obra mediante él, no cambiará jamás. Así que hay que seguir mirando hacia adelante y no cesar de comunicar la riqueza de vuestra vida, de trabajar según las propias fuerzas, no dejar de proyectar pastoralmente. Vosotros, ricos de sabiduría y de perseverancia, constituís una gran tesoro pastoral.

El mismo hecho de haber sido invitados aquí por el Santo Padre, sea para vosotros motivo de estímulo, y para vuestros presbiterios sea motivo de inteligente valorización. Qué ayuda, incluso semántica, podéis prestar a los hermanos de generaciones más recientes, para profundizar en el sentido contemplativo de la vida sacerdotal, para descubrir el alma de todo apostolado, la verdad profunda de aquello por lo que se fatiga en el "opus" cotidiano: para hacer florecer de nuevo el sentido del fin, para clarificar la distinción entre lo que es instrumento y lo que es esencial, para repetirse a sí mismos los principios y las verdades objetivas, indeclinables y cómo todo en nuestra vida y en nuestro ministerio haya de medirse sobre lo Absoluto que es Cristo y no sobre lo cambiante que es el mundo. Para evidenciar cómo el compromiso por el hombre descienda de tal criterio de medida, cómo la pastoral auténtica, sabia, provisoria y sus iniciativas dignas de respeto florezcan exclusivamente en el terreno de aquella "caritas pastoralis" que no es otra cosa sino la santidad propia del pastor, de cuantos hemos sido modelados como Cristo Pastor y Cabeza. En efecto, quién es si no Cristo el camino, la verdad y la vida? He dicho "LA" y no "UNA", porque sin esta convicrare omnia in Christo" Todas las cosas de no inmediata percepción espiritual y que puedan tocar a nuestro ministerio, debemos afrontarlas con ánimo y estilo sacerdotales y deben ser sabiamente orientadas al fin: "ut in omnibus glorificetur Deus" para que sea "Gloria Dei vivens homo". Tal es el "officium laudis".

4. Sed preciosos generadores de comunión pastoral, propulsores de amistad respetuosa y leal con el propio Obispo, medicina poderosa y buena para posibles sensaciones de cansancio y soledad, ocasión de descubrimiento del manantial de la espiritualidad sacerdotal (cf. Exhortación Apostólica Post-sinodal Pastores Dabo vobis, n.77; Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.94).

Los presbíteros tienen necesidad constante de esta memoria: vosotros sois memoria viva y, permitidme decirlo, simpática, de lo que el sacerdote y su ministerio pastoral estructuralmente unido, son.

Más aún, a quien incumbe por oficio el grave deber de reservaros todo signo delicado de consideración afectuosa y real, de valorizaros en las formas respectivamente más aptas de verdadero y real ministerio (Cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.95). Sí, porque, vuelvo a manifestarlo, el sacerdote como tal, prescindiendo de los tipos de responsabilidad, no puede conocer nunca la edad de la pensión. Esto es fuera de la lógica de la ontología sacerdotal, es extraño a toda la tradición y al mismo sentido del amor. El sacerdote anciano, aunque físicamente débil, es un verdadero tesoro para la Iglesia.

El sacerdote, no lo olvidemos, es un puro don de amor a la humanidad. No son nuestras capacidades ni nuestras fuerzas las que salvan: es el Amor misericordioso del Redentor que salva y para hacerlo, de ordinario, se quiere servir de nosotros, "siervos inútiles" que por amor somos "llamados" a entregarnos a nosotros mismos en la donación total. Somos propiedad de Dios y de los hermanos. He aquí el valor espléndido, teológica y pastoralmente tan conveniente al sacerdocio católico, del celibato y del radicalismo evangélico en su totalidad.

Vosotros, con el elocuente testimonio de medio siglo de fiel donación sacerdotal, predicáis a la Iglesia y al mundo que el ministerio ordenado no puede ser entendido como un servicio "ad tempus", generado "desde abajo" o en definitiva restringido solo a algunos aspectos celebrativos, aunque sean fundamentales, mientras es urgente volver a afirmar a nosotros mismos y después a todos, la magnífica integralidad pastoral del sacerdocio ordenado.

Entre otras cosas esta integralidad constituye también una garantía de auténtica promoción de todas las otras "vocaciones", de la laical a la consagrada, en su rica pluriformidad. Aquel que es ordenado en modo alguno disminuye el sacerdocio común, al contrario, lo sirve, para que se exprese en plenitud y madure en la caridad.

Nuestro sacerdocio es "officium laudis", como lo califica el Santo Padre en su Carta más reciente dirigida a nosotros con ocasión del Jueves Santo (n.6).

5. "Officium laudis" es, en sentido amplio, propio de todo bautizado, pero aquí se ha de entender como servicio al Unico, Sumo y Eterno Sacerdote, como servicio hecho a la redención que es específica del ministerio ordenado. "Officium laudis" que se eleva como perfume de la ontología del sacro ministerio, "officium laudis" fundado sobre nuestro "proprium", que nos constituye con irrepetibles e insubstituibles características en el seno del pueblo sacerdotal. Es nuestra identidad y nuestra consiguiente espiritualidad que especifica nuestro "officium laudis".

La reflexión, pues, sobre el "officium laudis" es reflexión sobre nuestra identidad y sobre nuestro enraizamiento instrumental en el misterio de la redención, que hace nuevas todas las cosas. Debemos volver a tomar consciencia de todo esto porque el jubileo de oro no os pone al término de un camino, sino en una etapa que ha de sumergiros en el "Magnificat" y en el "Miserere" por las grandes cosas que el Altísimo ha realizado en vosotros y por nuestras incorrespondencias humanas y posibles culpas.

Estamos también en una etapa que nos hace implorar una vez más "Veni, Creator Spiritus!", ven a llenarnos de tu fuego para incendiar de amor los senderos que la Providencia divina todavía nos abra por delante. Ven, porque cada día hasta el último de nuestra vida, estaremos junto al altar: "Introibo ad altare Dei, ad Deum qui laetificat iuventutem meam", y lo hacemos como "officium laudis" plenario, supremo.

Amigos y hermanos, es nuestra vida de "otros Cristos" la que es "officum laudis", nosotros mismos en nuestra persona, somos hechos "officium laudis" y por esto nosotros mismos, aunque miserables, débiles, inadecuados y pecadores, somos cosa sagrada, segregada para Dios y, precisamente por esto, constituidos para los hombres. Estamos fuera de la refriega para estar inmersos dentro de ella. Somos un misterio para nosotros mismos, mas un misterio luminoso, un misterio de amor. ¡Dios sea bendito! Estamos cercanos a todo hombre porque somos "segregados", somos padres de todos y disponibles para todos, porque vivimos el don fecundísimo del celibato, estamos revestidos de una dignidad asombrosa, ante la que se inclinan reverentes los mismos ángeles, pero no es para dominar, sino para servir. En una cultura que cada día atribuye mayor importancia a la visualidad, a los símbolos, a los signos, el hábito mismo que queremos llevar con fidelidad consciente es signo externo de no despreciable relieve (Cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.66).

6 Nosotros mismos, pues, "officium laudis". Debemos llegar a ser cada día lo que ya somos. Y en este terreno jamás terminaremos de roturar y de arar sino el día en que el Señor del campo nos introduzca en su casa, en la esperanza de que pueda decirnos en tal circunstancia: "siervo bueno y fiel..."

Nosotros mismos "officium laudis", porque el sacerdote es "sacramento" del sacerdocio de Jesucristo. Nosotros mismos somos acción de gracias, ifica un movimiento diferenciado y comunionalmente articulado de papeles que no pueden ser interpretados con modalidad sociológica. Aunque importantes y de relevancia social, no se trata de "poderes" -en tal caso sería comprensible la instancia de algunos para la ordenación de la mujer, por otro lado carente de todo sentido y, por tanto, no actuable en ningún tiempo y ante ninguna autoridad-. Se trata de papeles insustituibles todos en el Cuerpo Místico, no de poderes! No razonamos en términos de poder: el poder es sólo de Cristo, que es Kyrios, "el Señor" (Mt 28,18). El sacerdocio se puede entender sólo partiendo de Nuestro Señor crucificado y en verdad resucitado, que ha dotado a la Iglesia, su Esposa, de los propios dones y carismas (1 Cor 12,4-11; Ef 4,7-8). Entre estos, como diamante resplandeciente, está el sacerdocio ministerial, que lo representa como Aquel que preside el sacrificio convivial de la Eucaristía. Unico es el sacrificio de la cruz, único es el sacerdocio, que es Cristo y se representa realmente mediante el sacramento y el ejercicio ministerial, ámbito donde la "potestad" de Jesucristo se prolonga y se actualiza salvíficamente para todo hombre, en todo tiempo y en todo lugar, hasta el fin de los siglos.

"¡Sacrificium laudis!" De esta relación emerge el significado primario del sacerdocio; es un sacerdocio instrumental en relación a Aquel que ha recibido "todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18).

7. Está, pues, tan claro, más allá de cualquier problematismo esclavo de una lectura socio-mundana, que "nuestro" sacerdocio desciende "de lo alto" y no emerge "de abajo", con un inmenso abanico de consecuencias eclesiológicas, litúrgicas, espirituales, pastorales y disciplinares. Así como la comunión no se realiza sobre el consenso más o menos popular, sino sobre la verdad que es Cristo Señor. Es su voluntad la que norma y no otra cosa, y sobre esta voluntad se plasma nuestra santificación y se desarrolla la plena personalidad de cada miembro de la comunidad. Nosotros sacerdotes, con todas las responsabilidades, tomamos el puesto de Cristo, Pastor y Cabeza de la Iglesia, y tal papel, lejos de extrañas interpretaciones democraticísticas (Cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.17), es indispensable para demostrar que la fracción del pan, realizada por nosotros, es un don recibido de Cristo, que supera radicalmente el poder de la asamblea.

Así comprendemos mejor nuestro "officium laudis". No la progresiva disolución de todo signo y de toda especificidad del sacerdocio ministerial -y estemos atentos a las demasiado rastreras solicitaciones, emotivamente "sub specie boni" en tal sentido-, sino su presencia clara, su semántica, su constatación, su pleno ejercicio, ilustran la gratuidad de la redención, en acto en la disponibilidad de la fe.

"Officium laudis!". Debemos tener consciencia y decirlo con el ministerio y la vida, que el sacramento del Orden, con el que hemos sido distinguidos, no se sobrepone al de Cristo, sino lo acerca a todos, lo pone en contacto con todos, constituye el "instrumento" de presencia del Unico Sacerdocio del Kyrios.

8. Se hace así más clara y por motivos teológico-espirituales, la estrecha conveniencia del sagrado celibato, que ha de vivirse como novedad liberante, como don de sí "en" y "con" Cristo, como imitación de Cristo, Buen Pastor, que es pan puro partido para los otros, no retiene nada para sí y Él mismo es pura "entrega", "officium laudis!" (Cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, nn.58-59).

En esta búsqueda de las raíces de nuestro sacerdocio como "officium laudis" no podemos no toparnos con la obligada condición de humildad profunda y constitutiva en la comunidad y en los ámbitos de nuestro ministerio.

No es buscando uniformarnos con los fieles no ordenados, por el equivocado y corrosivo complejo de ser "casta", no es eliminando todo signo de distinción (hábito, vestidos litúrgicos, arquitectura sacra, etc.). Y casi avergonzándonos de ocupar el puesto que nos compete, precisamente para servir; no es manipulando a veces subjetivamente ritos, gestos o fórmulas litúrgicas como se construye la fraternidad, ¡No! La comunidad cristiana, el espíritu de familia y la fraternidad se despliegan evidenciando siempre más el poder de Jesucristo y la gracia que la ministerialidad significa. Ciertos temores, ciertos bochornos, ciertos complejos -que son por lo demás mundanizaciones, si bien se mira-, manifiestan un modo de entender el sacerdocio que lo asemeja a una propiedad o a bienes personales, que hay que apresurarse a tratar de repartir para poder ostentar la medalla de la pobreza. El espíritu sacerdotal de pobreza, por el contrario, -bien alejado de excentricidades externas o demagogias baratas- tiene objetivos salvíficos sobre el ejemplo de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para que nosotros fuéramos ricos por medio de su pobreza (2 Cor 8,9; Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.67).

Así el espíritu sacerdotal de pobreza no puede ser tal si no está equipado de fidelidad a la ortodoxia de la doctrina, del testimonio convencido y gozoso del sagrado celibato, de la fidelidad comunional a la disciplina eclesiástica, del enraizamiento en la oración y del saber reservar siempre a los más pobres las atenciones más delicadas, con una opción preferencial, no exclusiva ni excluyente, por todas las formas de pobreza, antiguas y nuevas, trágicamente presentes en el mundo, recordando siempre que la primera miseria de la que ha de ser liberado el hombre, es el pecado, raíz última de todo mal (cf.Directorio, n.67).

9. Estamos convencidos de que nada se podrá mejorar en las sociedades para cuyo bien gastamos nuestras vidas, si no se va a la raíz, a la lucha contra el pecado, al cambio del corazón de los individuos, en una palabra, a la conversión! De lo contrario, cualquier empeño, cualquier programación, cualquier inventiva personal o comunitaria podrán crear incluso simpatía y aplauso, pero no cambiarán nada.

También esto es para nosotros un deber semántico de presencia eficaz de Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor. El "officium laudis" lo cumplimos en la tensión de la fidelidad y toda legítima creatividad está en vivir plenamente, con todo lo que somos, dondequiera que estemos y en cualquier situación, lo que Él es.

En la mutabilidad de situaciones es absolutamente necesario individuar los componentes esenciales que no pueden ser discutidos, so pena de evaporar la identidad sacerdotal. No porque cuanto pertenece a la mutabilidad histórica sea por eso mismo objeto de elección autónoma o arbitraria, o porque le falte consistencia e incisividad, sino porque el sentido de los componentes respectivos puede ser tomado y recuperado a condición de que permanezcan claros los rasgos estructurales del sacerdocio.

"Officium laudis" no son solo las palabras del Salterio, los himnos litúrgicos, los cantos del pueblo de Dios, hechos resonar en presencia del Creador en tantas lenguas diversas: "officium laudis" es sobre todo el incesante descubrimiento de la verdad, del bien, de la belleza que el mundo recibe del Creador y, a la vez, es el descubrimiento del sentido de la existencia humana. La gloria de Dios está inscrita en el orden de la creación y de la redención: el sacerdote es llamado a vivir hasta el fondo este misterio para participar al gran "officium laudis" que se realiza incesantemente en el universo" (Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo de 1996, n.6).

Solamente viviendo la verdad de la redención del mundo y del hombre, el sacerdote puede acercarse correcta y eficazmente a cada problema, a cada persona, a cada grupo, a cada sociedad y cultura. El sacerdocio es transcultural. Ello no nace de la historia, sino de la inmutable voluntad del Señor. Sin embargo, se confronta con las circunstancias históricas y -aunque permaneciendo siempre fiel a sí mismo- se configura, en la concreción de las opciones, también a través de una relación crítica y de una búsqueda de respuesta evangélica a los signos de los tiempos" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.34).

Pues bien, los desafíos de la hora presente en la tarda modernidad marcada por una miscelánea de relativismo, subjetivismo autónomo, irenismo, secularismo y por múltiples contradicciones, nos interpelan sin cesar, nos exponen a la incomprensión, a la desconfianza, al aislamiento y, a veces, a la soledad. Es el precio de la fidelidad.

Cuando pensamos en esto o lo experimentamos, sentimos, fuerte y tranquilizadora, la voz del Divino Maestro: Nolite timere, ego sum vobiscum. Por otro lado, ¿es que ha habido tiempos idilíacos para la Iglesia, si el espíritu del mundo está siempre en los antípodas del Espíritu de Dios? ¡En vuestros labios no puede morir la profecía!

10. La Iglesia -y la historia lo demuestra claramente- está en grado de resistir a cualquier ataque, a todos los asaltos, hasta los más astutos, que puedan ser desencadenados contra ella por los potentados políticos, económicos, culturales y ocultos. Puede resistir a todo, pero no puede resistir al peligro que derivaría de estas palabras: Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo.

Jesús mismo indica las trágicas consecuencias: Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se preservará al mundo de la corrupción? (Mt 5,13-14). ¿Para qué serviría un sacerdote tan parecido al mundo que llegara a mimetizarse en vez de ser fermento transformador?

A cincuenta años de la imposición de las manos, después de haber visto y oído tantas cosas, después de haber asistido, sobre todo en los últimos decenios, a una grave obra de anestesia por parte del espíritu del mundo, inoculada en algunos de nuestros centros de formación, de fatigas pastorales y en algunos medios de comunicación, no podemos no hacer un examen de conciencia.

En este ser memoria viviente de fidelidad, en este ser sal, vosotros tenéis una función importantísima para el desarrollo de las vocaciones. No es verdad que falten vocaciones -bastaría una análisis reflexivo de los datos estadísticos-, pero su floración sigue simplemente la lógica evangélica hecha de autenticidad. No faltan lugares y ámbitos donde las vocaciones aparecen como un milagro por calidad y número, mas en tales lugares y ámbitos hay características sobre las cuales deberemos meditar para descubrir, si se me permite, la expresión, los gustos de Dios.

"Ciertamente la clara conciencia de la propia identidad, la coherencia de vida, la alegría transparente y el ardor misionero constituyen otros tantos elementos de la pastoral vocacional que ha de integrarse en la pastoral orgánica y ordinaria". Con esta viva consciencia, respaldada por datos objetivos, todos debemos sentir como exigencia insuprimible de caridad pastoral, acogiendo la gracia del Espíritu Santo, la preocupación de suscitar al menos una vocación sacerdotal que pueda continuar nuestro ministerio (Cf. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n.32).

El "Te Deum" por los 50 años de sacerdocio debe constituir también un estímulo para reunir un patrimonio por dejar en herencia, y el patrimonio más precioso está constituido por una posteridad de sacerdotes motivados, misioneros, deseosos de santificarse y santificar.

Así expresamos efectivamente el amor a Dios, a la Iglesia, a las almas. Esta sería la más bella fecundidad de nuestro sacerdocio.

11. Hermanos en el sacerdocio, hermanos aquí reunidos como corona de amistad y estima hacia el Santo Padre y hacia todos los festejados, elevamos juntamente en estos días nuestra acción de gracias y nuestra súplica al Padre de las misericordias: por la intercesión de María, Madre de Cristo y Madre nuestra, modelo de vida evangélica y apostólica, en el corazón de estos sacerdotes que llevan el peso de una fatiga apostólica, gozosa y fecunda, que dura ya medio siglo, sean custodiados los dones del Señor: la firme convicción de la propia identidad, la dulzura, la celebración de los misterios divinos crezca el templo de Dios que es la Iglesia.

Al Santo Padre, icono de la fidelidad al Buen Pastor, sacerdote infatigable y apasionado, renovamos nuestra adhesión convencida, el apoyo de la oración cotidiana y del ofrecimiento, nuestro compromiso, una vez vueltos a nuestros lugares de origen, de ser operarios de comunión vital con Él, y memorias vivientes de fidelidad, capaces de hacer brotar numerosas vocaciones que iluminen con Cristo el tercer milenio ya inminente!