"LOS
NIÑOS ENFERMOS"
Carta
pastoral del Arzobispo de Sevilla
¿Quién
no se ha preguntado alguna vez sobre el dolor de los más inocentes, de los niños?
Según algunos, ese sufrimiento es un verdadero escándalo para la fe en un
Dios Padre y lleno de misericordia. Así, que tendremos que hacer todo lo
posible para erradicar la enfermedad y por acercarnos con el amor de Cristo a
los que sufren, pues la voluntad de Dios Padre no puede ser otra que el bien
de sus hijos.
Los
avances de la medicina en cuanto a la prevención y curación de enfermedades
infantiles, han sido espectaculares. Aquellas enormes cifras de mortandad
infantil han quedado olvidadas. Se han erradicado, prácticamente, muchas
enfermedades infantiles, pero han aparecido otras nuevas. Puede pensarse en el
cáncer, sida, enfermedades de transmisión sexual, depresiones infantiles,
traumas psicológicos, desnutrición por causa del hambre, maltrato,
abandono...
Todo ello, no sólo no puede dejar
indiferente nuestra conciencia cristiana, sino que hay que animar y apoyar,
tanto a los profesionales de la medicina y de la salud, como a todos nuestros
agentes de pastoral sanitaria, para que estén cerca de los niños y de sus
familias.
La
enfermedad no conoce las edades, puede haber alguna que sea propia de una
etapa de la vida, pero siempre marcará la persona con el sufrimiento, la
inquietud, las sospechas sobre la posible curación. En el caso de los niños,
la enfermedad y el dolor los padece el niño y toda la familia. Ante la
enfermedad sólo cabe un camino, el hacer todo lo posible por erradicarla.
Pero, mientras llega esa definitiva solución, habrá que arbitrar todos los
medios de prevención y cuidado necesario.
Antes se hablaba mucho de mortandad
infantil. De enfermedades que eran una verdadera epidemia en los niños.
Ahora, no se muere de esas enfermedades, pero los centros asistenciales pueden
hablar de tantos niños con enfermedades incurables, con traumas
irreversibles.
Huérfanos
de padres vivos
Muchos
de los problemas que afectan al matrimonio y a la familia (divorcio,
separaciones, uniones de hecho, familias monoparentales...) Tienen su
inmediata repercusión en los hijos. Muchas veces, son verdaderos huérfanos
de padres vivos. Vagando de una familia a otra, de un padre al otro, de una
casa a la que no es la suya... Parece como si fueran una mercancía de
alquiler temporal para el consumo afectivo de unos y otros. No pocas veces,
como carga que no saben que hacer para desprenderse de ella.
Es
la peor de todas las enfermedades la de no dejar vivir. Matar a la persona, en
cualquier fase de su desarrollo. Es el aborto, esa negación de un derecho tan
fundamental como inviolable del hombre. Y cuanto más inocente y vulnerable, más
ensañamiento. Junto al aborto, hay que pensar en tantas técnicas inmorales
de manipulación genética. Algunas políticas de regulación del embarazo,
son verdaderos programas de aniquilación de las personas, y muchos centros de
planificación familiar se convierten en auténticas escuelas donde se imparte
la terrible lección de enseñar a matar.
En palabras de Juan Pablo II es,
"entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el
aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave
e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio,
como « crímenes nefandos".
Porque
de ellos es el Reino
La
iglesia, quiere ser fiel a su Señor que tuvo preferencia por los niños, los
pobres y los enfermos, y como dicen los obispos de la Comisión Episcopal de
Pastoral: "La Iglesia Madre ha manifestado siempre una especial
sensibilidad hacia los más pequeños. Los defiende desde antes de nacer;
lucha por una vida justa; para ellos exige una formación auténticamente
integral; les dedica un gran esfuerzo en su dimensión evangelizadora
promoviendo una catequesis que le ayude a descubrir en su vida la dimensión
de la fe como valor fontal de su vida. A ellos ha dedicado y continua
ofreciendo sus servicios de salud. Nos sentimos solidarios con las
prestaciones que tantas organizaciones e instituciones de la iglesia están
ofreciendo a la infancia del Tercer Mundo, con centros de acogida a niños
recién nacidos y abandonados por sus padres, con centros de salud y
hospitales materno‑infantiles a ellos dedicados. Pero es mucho lo que
todavía falta por hacer. Mientras un solo niño esté desnutrido o carezca de
asistencia sanitaria adecuada, la Iglesia deberá alzar su voz y prestar su
colaboración, en la medida de sus posibilidades, para intentar remediar la
situación".
Que el Reino prometido a los niños se
anticipe en el cuidado médico y la prevención de las enfermedades, en la
atención del enfermo, en una pastoral evangelizadora de niños y de las
familias, en una buena política de atención a la infancia, en una buena
educación para la salud y para la vida.
Cristo, que fue niño entre nosotros, nos
ayude a saber comprender y poder asistir a quienes están más necesitados y
menos posibilidades tienen de poder decir aquello que, incomprensiblemente,
están sufriendo. En los brazos de María, que sostuvo al Niño Jesús,
ponemos a todos los niños enfermos y desasistidos del mundo.
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Carlos, Arzobispo de Sevilla