VISIÓN DE DIOS
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I. Aspectos generales

En la terminología teológica se entiende generalmente por v. de D. la totalidad de la salvación consumada (aunque con cierta acentuación excesiva del momento intelectual en esta salvación única y total) en la experiencia plena y definitiva de la comunicación inmediata de Dios, en la que la voluntad salvífica de Dios llega a su absoluta y plena realización. En cuanto esa voluntad absoluta (gracia eficaz de la salvación consumada que va ya implícita en la predestinación) alcanza al individuo como miembro de la humanidad redimida en Cristo y por Cristo, el concepto de v. de D. implica concretamente (aunque no formalmente) también la unidad de los redimidos en el reino consumado de Dios, en el «cielo» como comunidad de los bienaventurados entre sí y con el Señor glorificado, o sea, la consumación de la -> comunión de los santos.

Como consumación definitiva e irreversible de la acción de Dios en el hombre y en la libertad humana (la cual quiere libremente lo definitivo), la v. de D. es la «vida eterna». En cuanto la diferencia de «tiempo» (en la medida en que puede y debe pensarse) entre la consumación del hombre particular en su dimensión espiritual y personal y la consumación en su dimensión corporal no tiene, a la postre, gran trascendencia, pues la Escritura se refiere siempre a la consumación única y total del hombre, viéndola desde distintas perspectivas, unas veces como «-> resurrección de la carne» (1 Cor 15), otras veces como «estar con Cristo» (Flp 2, 23) en la «v. de D. cara a cara» (1 Cor 13, 12); se puede, en consecuencia, incluir también la consumación de la corporeidad del hombre en el concepto concreto de v. de D., sobre todo porque es una cuestión teológicamente abierta la de si la v. de D. «crece» por la glorificación corporal del hombre, es decir, queda también determinada concretamente por ésta. Con todo ello no se pone en duda que deba afirmarse, con Benedicto xii (Dz 530), que quien está libre de culpa y de reato de culpa (pena de sentido del -> pecado) entra «sin demora» en la visión inmediata de Dios.

II. La gratuidad de la visión de Dios

La v. de D., como libre comunicación personal de Dios mismo y como punto culminante de la -> gracia sobrenatural, es decir, no debida a ninguna criatura espiritual ya previamente a un eventual pecado, es simplemente indebida (Dz 475), es el milagro del amor radical de Dios, amor que sus destinatarios no pueden exigir ni por razones de justicia o equidad ni por su constitución esencial, en el sentido de que el creador de esta esencia no podría negarle razonablemente su realización y consumación (cf. también 1 Tim 6, 16; Jn 1, 16; 6, 41; Mt 11, 27; 1 Cor 2, 11: todo esto no podría decirse si la v. de D. fuera la consumación natural del espíritu humano). Ciertamente la v. de D. es la más perfecta realización de una criatura espiritual, en cuanto ésta tiene una apertura simplemente ilimitada al ser, a la verdad y al valor. Pero como esta «trascendentalidad» ilimitada del hombre tiene también un sentido y una función aun cuando no quede consumada por la comunicación de Dios mismo, a saber, la libre constitución de una vida espiritual e intercomunicativa dotada de sentido a través de una historia orientada a la posesión definitiva de tal vida, todo lo cual no es posible sin esa -> trascendencia; consecuentemente, la comunicación consumada de Dios mismo a una criatura espiritual como tal (como «naturaleza»), por un lado, es libre gracia y, por otro (a la postre sólo ella) puede ser la consumación de la criatura espiritual. Esa gratuidad de la v. de D. no pone en duda que en el orden fáctico de la realidad la criatura espiritual ha sido querida libremente por Dios porque él quería comunicarse libremente a sí mismo; o sea, no pone en duda que hay naturaleza porque había de darse la gracia, de modo que, por consiguiente, en toda criatura libre se da una ordenación indestructible a la v. de D. (un «existencial sobrenatural»), con lo cual la aspiración más alta de la criatura espiritual, el último sentido y el fin del drama de su historia están precisamente en la v. de Dios.

III. Esencia de la visión de Dios

1. Por lo que se refiere a la esencia última de la v. de D. (en sentido estricto) hemos de advertir lo siguiente. a) Hay que partir de que la esencia específica del espíritu creado es el conocimiento y el amor espirituales en una unidad radical y en un condicionamiento mutuo (del mismo modo que verum et bonum son propiedades trascendentales del ser y del ente como tales, las cuales no pueden separarse entre sí ni coinciden simplemente; y del mismo modo que hay dos [ni más ni menos] «procesiones» necesarias en Dios: como palabra de la verdad y fuerza del amor), y por cierto en la intercomunicación de personas espirituales. b) Hay que tener en cuenta que «salvación», y precisamente como definitiva, significa la perfección de la persona espiritual como tal e íntegramente y, por consiguiente, ante todo en su esencia específica que la distingue de los entes infraespirituales. c) Debe pensarse que, si dicha perfección del hombre consiste en la comunicación de Dios mismo por la gracia, esa perfección ya desde el principio de su concepto no puede prescindir de que Dios es necesariamente el trino, de que la  ->  Trinidad económica es la inmanente, cosa que queda confirmada por toda la estructura cristológica y pneumatológica de la historia de la -> salvación (B), cuya consumación es la v. de D. Por ello, la doctrina de la v. de D. debe de antemano poner de manifiesto su aspecto trinitario; cuando se habla de una «participación en la naturaleza divina», no puede ignorarse que ésta existe necesariamente en tres maneras distintas de subsistencia y que se comunica para que haya una relación inmediata entre Dios y la persona espiritual de la criatura, y, por consiguiente, una relación inmediata de la criatura con Dios corno Padre, Hijo y Espíritu Santo.

2. Con todo, es cierto que por la esencia de la cosa (el conocimiento del espíritu personal, que debe expresarse, como más fácilmente describe al espíritu es por el conocimiento mismo) la v. de D. puede describirse de la mejor manera desde su aspecto intelectual. Por esto ya en la Escritura es descrita como un conocer a Dios tal como él es, cara a cara, sin espejo ni imagen, como visión en contraposición a la esperanza (1 Jn 3, 2; 1 Cor 13, 12; cf. Mt 5, 8; 18, 10; 2 Cor 5, 7). El paralelismo de ese conocimiento con el ser conocido por Dios (1 Cor 13, 12) acentúa el carácter personal de la aceptación mutua del amor y de la comunicación de sí mismo, a diferencia de una toma de conocimiento puramente objetivista. En correspondencia con esto, Benedicto xii describe (Dz 530) la v. de D. como visio intuitiva et facialis de la esencia divina, visión cuya peculiaridad consiste (a diferencia de un conocimiento análogo de Dios, que está mediado por el conocimiento de un ser finito y distinto de Dios) en el hecho de que ningún objeto distinto de Dios media este conocimiento, sino que la esencia divina misma se muestra inmediatamente, clara y abiertamente (Dz 530; cf. también Dz 693).

La especulación teológica añade a esto con razón que la determinación real ontológica de la capacidad creada de conocimiento, por la cual ésta debe ser actuada para el conocimiento inmediato de la divinidad, tiene que ser Dios mismo, que en una manera cuasiformal cumple la función necesaria de una species impressa para el conocimiento. Si, y en la medida en que, aquí se requiere además una determinación creada, ontológicamente real, del espíritu (el lumen gloriae como perfección del hábito de la fe: Dz 475), su relación con la comunicación cuasi-formal de Dios mismo en la visión beatífica ha de concebirse como la relación entre la –> gracia «creada» y la «increada». Naturalmente, la visión beatífica no suprime el carácter incomprensible de Dios (Dz 428 1782); es más bien la experiencia inmediata y la afirmación amorosa de Dios como ser incomprensible, cuyo misterio no es solamente la limitación del conocimiento finito, sino también su último fundamento positivo y su fin supremo.

La felicidad de la v. de D. es la «extática» supresión y elevación del conocimiento permanente en la beatitud del amor. En cuanto Dios es el origen y la finalidad de toda realidad extradivina, en él son contempladas y amadas también todas las realidades, en tanto éstas «afectan» a cada hombre (cf. TOMÁS, ST lll q. 10 a. 2).

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Karl Rahner