TRASCENDENTALES
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La fuerza más íntima que mueve el filosofar es el -> ser, con el cual se dan necesariamente determinadas propiedades. Éstas se encuentran en todo ente en cuanto le corresponde el ser; se llaman t. porque con el ser envuelven los órdenes limitados del ente o trascienden todo límite. En concreto son: la –> unidad, la -> verdad, la bondad (el –> bien) y también la belleza (-> arte, -> estética).

1. Para Platón las ideas son lo que verdaderamente es (óntos ón), aquello en lo que brilla sin sombras la esencia del ser. Este aparece allí revestido de las propiedades citadas anteriormente, de las cuales, al menos fragmentariamente, participa el ente terrestre. Aristóteles pregunta expresamente por lo que corresponde al ente como tal; él investiga lo uno y lo verdadero en los libros vi y x de la Metafísica, y el bien en el libro i de la Ética a Nicómaco. Plotino ve el origen supremo como lo uno y lo bueno; de él sale el nous, que pensando origina las ideas y así es lo verdadero. De él participan, en gradación descendente, el alma y todas las cosas.

Agustín ha acuñado fórmulas luminosas para las propiedades del ser: Nihil autem est esse quam unum esse (De mor. manich. u 6); Verum mihi videtur esse id, quod est (Solil. ii 5); Inquantum est, quidquid est, bonum est (De ver rel. xi 21). Alberto Magno da ya un cierto desarrollo sistemático de los tres primeros t.; a ellos añade él la identidad (res) y la alteridad (aliquid), de los cuales el primero es sinónimo de ente (ens) y el segundo está contenido en la unidad. Aquí se advierte la influencia de Avicena, según el cual el ens y la res son dos determinaciones distintas; por el contrario, él considera el ens y el aliquid como sinónimos. Para Tomás de Aquino con el ente se dan cinco t.: la identidad, la unidad, la alteridad, la verdad y el bien (De ver. q. 1 a. 1); en otros lugares habla solamente de los tres t. principales (De ver. q. 21 a. 1 a. 3; De pot. q. 9 ad 6). En estos catálogos no aparece lo bello, pero hay que incluirlo sin duda alguna entre los t.; en lo cual el Aquinate mantiene la línea de Platón, Plotino, Agustín y Alberto Magno (Comm. in De div. nom. cap. 4 lect. 5; De ver q. 22 a. 1 ad 12; Sent. i d. 31 q. 2 a. 1). Más tarde F. Suárez redondeó sistemáticamente este capítulo doctrinal, desarrollando únicamente los tres t. principales (Disp. metaph., 111 sect. 2 n" .3); sobre res y aliquid tiene una opinión semejante a la de Alberto Magno. El mismo camino sigue el desarrollo escolástico posterior, cuyas repercusiones pueden notarse hasta la filosofía racionalista del s. xviii, p. ej. en Ch. Wolff. En este contexto descuella G. Leibniz, que determina el ser como mónada, y así como unidad, verdad (perceptio) y bondad (appetitio).

Una resonancia de la tradición se encuentra todavía en Kant, que acepta los tres t. por lo menos como previa condición lógica de todo conocimiento de la cosa. G. Hegel vuelve dialécticamente a la protundidad metafísica del ser y de sus propiedades, lo cual aparece en su Lógica. F. Nietzsche quiere identificar los t. con sus opuestos, por lo que llega al devenir dionisíaco (Voluntad de poder, nº. 12 272 298 1005). En el pensamiento no escolástico de la actualidad, N. Hartmann, p. ej., ordena los atributos esenciales del ente en las categorías; tras ello está la limitación al ente finito y mundano. Según M. Heidegger, finalmente, el ser guarda la relación más íntima sobre todo con la verdad; también lo uno irradia.

2. Los t. se dan necesariamente con el ser, que en ellos se desarrolla a sí mismo o se muestra en su más propia mismidad. Así como el ser nunca se da sin los t., de igual manera éstos se incluyen también inseparablemente. En consecuencia podemos decir: En la medida en que a un ente le corresponde el ser, se acuñan en él la unidad, la verdad, la bondad, la belleza; por eso, el ser subsistente implica también la subsistencia de los t. Éstos no son meros sinónimos del ser, sino que acuñan con plena determinación su contenido, que inicialmente nosotros aprehendemos sólo en forma indeterminada. Por esto el contenido pensado en el ser o en cada trascendental no es siempre exactamente el mismo; por lo cual se da una distinción conceptual entre ellos con fundamento en el contenido respectivo. Sin embargo, esta distinción es la pequeña que pueda pensarse, porque los contenidos no permiten ninguna separación y siempre se penetran mutuamente o se relacionan por una estricta identidad. A causa de la distinción, el progreso desde el ser a los t. realiza una síntesis, que, sin embargo, dada la identidad formal, es a priori o implica una necesidad metafísica. Evidentemente esta síntesis a priori, que afecta al ser mismo, se eleva esencialmente por encima de la fe de Kant, la cual no va más allá de los fenómenos.

Por lo que se refiere a los t. en particular, todos concuerdan en que la unidad, la verdad y la bondad están incluidas entre ellos. Nosotros añadimos la belleza, en lo cual no nos siguen aquellos que en la esencia de lo bello incluyen la forma sensible. Los dos t. que menciona además el Aquinate, con Avicena, no parece que se distingan de los otros como t. especiales; la identidad (res) está contenida en el ente, y la alteridad (aliquid) en el uno como elemento constitutivo. A veces se cuentan entre los t. la duración y la semejanza; sin embargo, estas propiedades pueden reducirse a la unidad, como unidad en el tiempo o por encima del tiempo, y como coincidencia en una determinada forma. Estrictamente, el orden y la totalidad no son t., porque incluyen una pluralidad y, por tanto, no pueden atribuirse a Dios.

Entre los t. reina un orden esencial de sucesión. Con el ente se da inmediatamente la unidad. Sobre ella se basan la verdad y el bien, que significan una coincidencia, una posibilidad de acceso, una conformidad entre el ente y el conocer o el apetecer. Como, por otro lado, en el conocer sólo se da una unión imperfecta y únicamente en la volición o en el amor se logra la unión perfecta del espíritu con los entes, solamente en el bien se acuña por completo lo que empieza en lo verdadero. Finalmente, lo bello abarca la unidad, la verdad y la bondad, y por cierto, en la consumación de su peculiaridad y de su concordancia; de ahí nace la quietud en la contemplación y en la complacencia.

Estas cuatro propiedades del ser son realmente t., pues cuanto más ser corresponde al ente, tanto más uno es él, es decir, cerrado en sí mismo y distinto de los demás. Viceversa, el ente por la pérdida de su unidad también queda despejado del ser, de manera que ya no existe o por lo menos no existe como un todo incólume.

El fundamento que posibilita el conocimiento explícito de los entes en el concepto y en el juicio es la presencia implícita del ser envolvente. Con ello el espíritu humano lo alcanza siempre todo sin excepción, pues fuera del ser no hay sino la nada. Pero esto significa que para el -> espíritu todo es homogéneo, accesible, inteligible, o sea, verdadero. De manera semejante la -> voluntad sólo puede elegir libremente entre los bienes limitados como su objeto material por el hecho de que, según su objeto formal, está orientada al ser que lo abarca todo como el bien y con ello, en definitiva, como el bien ilimitado (summum bonum in genere).

En consecuencia, para la aspiración o el amor todo es homogéneo, accesible, apetecible, o sea, bueno. Pero si el ser y el bien son formalmente idénticos, el -> mal sólo puede consistir en la privación o en la ausencia de una perfección exigida por la tendencia de la naturaleza. Como estado de perfección y concordancia perfecta de lo uno, lo verdadero y lo bueno, lo bello, pertenece junto con estos tres a los transcendentales.

Nuestra descripción es válida para lo visible sensiblemente y todavía más para lo contemplable espiritualmente. Nuestra vivencia es movida por la belleza radiante; sin embargo, también en lo aburrido y lo feo late un resto de belleza, cuya extinción total equivaldría exactamente a la destrucción del ente. A la postre los t. conducen a -> Dios como el uno originario, la verdad originaria, la bondad originaria y la belleza originaria.

BIBLIOGRAFÍA: G. Schulemann, Die Lehre von den Transzendentalien in der scholastischen Philosophie (Mn 1929); H. Kühle, Die Lehre Alberts d. Gr. von den Transzendentalien: Philosophia Perennis I (Rb 1930) 129-147; G. Söhngen, Sein und Gegenstand (Mr 1930); A. B. Wolter, The Transcendentals and their Function in the Metaphysics of Duns Scotus (St Bonaventure [N. Y.] 1946); L. Lachance, L'Étre et ses propriétés (Montréal 1950); A. Moschetti, l'unith come categoria (Mi 1952); L. Oeing-Hanhoff, Ens et unum conve:tuntur (Mr 1953); J. E. Twofney, The General Notion of the Transcendentals in the Metaphysics of St. Thomas (Wa 1958); J. Lotz, Metaphysica operationis humanae (R 21961); idem, Ontologia (Ba 1963); L. Elders, Aristotle's Theory of the One (Assen 1961); H. Kuhn, Das Sein und das Gute (Mn 1962).

Johannes Baptist Lotz