TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
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La designación t.f. substituye hoy lo que antes se llamaba apologética. Esto no quiere decir que el objeto y la tarea de la -> apologética hayan quedado suprimidos o superados, pero trata de expresar que ese objeto y tarea deben ser recogidos en una reflexión teológica más universal e integrarse en una reflexión teológica que hemos de entender sobre todo de manera positiva. Dentro de esta reflexión lo apologético constituye una dimensión decisiva, sin que la t.f. se agote con la dimensión apologética.

Si partimos de la palabra y de su significación esencial, t.f. significa investigación de las bases en el ámbito de la -> teología, reflexión sobre sus bases. Una base así no se construye artificialmente a la manera de una ideología, o se aplica desde fuera a la teología; es más bien un presupuesto, y con ello un elemento de la misma.

I. Concepto y objeto

La teología como ciencia de la fe o como ciencia de la revelación de Dios al hombre tiene diversas bases. No se puede decir que todas ellas se hagan objeto de reflexión en la t.f., pero la reflexión de esta disciplina tiene lugar de una manera determinada y a la vez decisiva. Podemos describirla primeramente como enfoque teológico trascendental. Esto significa: la t.f. considera la naturaleza y el acontecer de la revelación como tal y en general previamente a toda teología regional y especial. La t.f. pregunta: ¿Qué es lo que late en la teología y la precede en sus diferentes ramas como principio, como árjé, y qué es lo que hay «sobre ella» — a manera de algo original, primero, o, según la perspectiva, a manera de algo último — como una dimensión que la rodea y envuelve, que abre el acceso a cada uno de sus elementos? Una ciencia teológica que reflexiona así, toma una posición análoga a la que asume la -> ontología en la filosofía y en el marco de la ciencia en general.

La revelación de Dios, el Dios que se comunica, que se abre a sí mismo, es el fundamento, el origen v la dimensión envolvente de todos los contenidos de la revelación y, con ello, de todas las disciplinas teológicas. En la teología se argumenta a partir de la revelación y con la revelación; ésta es explicada en cada uno de sus contenidos, pero en cuanto tal, en cuanto magnitud teológico-trascendental, es el presupuesto de cada una de las disciplinas de la teología, las cuales no abordan explícitamente ese aspecto. J.S. Drey, el fundador de la escuela de -> Tubinga, formula así el problema: «La revelación como condición y forma de toda revelación en particular, como lo que pone la revelación en sus verdades particulares, no puede encontrarse bajo lo puesto por ella como algo puesto, es decir, la doctrina de la revelación no puede darse como un dogma especial entre los demás, sino que se encuentra en el fondo de éstos como condición previa.» Pero precisamente esto, la revelación como origen y principio de apertura y como lo envolvente de toda la teología en particular, es objeto de la t.f. como ciencia de fundamentación teológica o ciencia fundamental. En este sentido la t.f. es teología fundamental y formal, en cuanto tal es exigida por la teología misma, y es un resultado de su profunda reflexión sobre sí misma. Pertenece al constitutivo, a la edificación y a la estructura de la teología. Por esta razón la cuestión central de la t.f. suena así: ¿Qué es la revelación, de la que se habla en las disciplinas particulares de la teología, y que fundamenta y envuelve cada revelación particular, las revelaciones? ¿Cómo se muestra y entiende a sí misma? ¿Cuáles son sus estructuras y sus categorías, cómo se hace presente, cómo se transmite?

En esta cuestión la t.f. en cuanto teología no pone como base un concepto general de revelación, se orienta más bien por el concepto teológico de revelación, como aparece, p. ej., en la precisa formulación del Vaticano I: Deus se ipsum revelavit et aeterna voluntatis suae decreta (Dz 1785). Se da aquí el mismo entrelazamiento entre la -> experiencia histórica y la -> reflexión trascendental apriorística que el vigente en general en el espíritu que existe históricamente: en la aceptación sin reservas de su experiencia histórica, que reflejamente no se puede captar en forma adecuada, el hombre reflexiona sobre las condiciones apriorísticas de la posibilidad de esta experiencia hecha y adquiere así por vez primera una inteligencia real de la misma. Esta cuestión acerca de la naturaleza y posibilidad de la revelación contiene una serie de implicaciones, que han de expresarse en la t.f.: el carácter absoluto, el poder dispositivo, la soberanía, la personalidad de Dios.

Con esta cuestión se conecta la otra (entendida como problema de una fundamentación refleja y metódica): ¿Ha acontecido la revelación así entendida y que así se entiende a sí misma? Se trata de la cuestión relativa a la facticidad de la revelación. Se pregunta, pues: ¿Hay pruebas, razones, legitimaciones, testimonios a favor de la revelación, que sucedió entonces y allí, testimonios que se pueden examinar, que al espíritu pensador, interrogador y buscador le hagan dignos de crédito la naturaleza, el acontecimiento y el hecho de la revelación, de manera que el hombre tenga razones para aceptarla en la fe, que él esté legitimado ante su saber cuando hace eco, que esté obligado en conciencia a correr el riesgo de dar este paso?

Así en esa determinación de las tareas de la t.f.: como descripción de la naturaleza de la revelación, como prueba de su facticidad mostrando sus criterios y los signos de su credibilidad, se compendian todos los momentos que constituyen precisamente la peculiaridad de esta ciencia teológica: la reflexión sobre la base de las distintas regiones de la teología, así como sobre la perspectiva específica de la t.f.; la cuestión de la credibilidad de la revelación y la legitimidad, así posibilitada, de la fe, que debe hacerse inteligible y, por cierto, en el acto de la fe misma, la cual también y precisamente en esta cuestión es una fe que exige entendimiento: fides quaerens intellectum. Se trata del problema de la credibilidad racional.

La razón y la necesidad del planteamiento del problema que hace la t.f. estriban, por consiguiente, en el hecho de que Dios en su revelación se ha abierto al mundo y a los hombres, y en el de que tal revelación afecta a éstos, pues significa para ellos la pregunta y la decisión de su -3 salvación. Pero esto sólo es posible si la revelación se manifiesta así a partir de sí misma, si da testimonio ante los hombres, si fundamenta y legitima su palabra, si es capaz de afectar y hablar al hombre en su mismidad, si aborda las posibilidades que se encuentran en él mismo, en el mundo y en la historia, si puede acoger honradamente, responder de manera digna de crédito, o incluso rechazar las cuestiones que surgen en este punto y las objeciones o dudas que se presentan contra ella.

El Nuevo Testamento es el documento de la revelación de Dios, que culmina en Cristo, redactado en forma de predicación viva. Pero como testimonio y -> kerygma de la palabra y de la obra de Dios, la Escritura también es a la vez testimonio para los hombres y trata de ser un testimonio digno de crédito, argumentativo y fundamentador por la referencia a la legitimación que va unida con la exigencia de la revelación. De acuerdo con las afirmaciones de la Escritura, esta legitimación consiste en los «signos», en las «obras», que tienen una clara dirección significativa. La conclusión a modo de resumen del Evangelio de Juan marca claramente esta intención: «Jesús realizó ante sus discípulos muchos otros signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido consignados para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 30).

Lo mismo que la predicación de Jesús, también la predicación de los apóstoles acerca de -+ Jesucristo está dirigida hacia ambos objetivos y movida por ellos: por Dios, que se ha manifestado en su palabra, en último término, en la palabra que es el Hijo (Heb 1, 1); y por el hombre, que en la fe debe ir a este Dios que se revela, y que ha de encontrar preparado el camino para poder justificar su fe.

En estas reflexiones indiscutibles y esenciales, de las que la Escritura da testimonio y por las cuales se caracteriza como -> kerygma, a diferencia de un mero protocolo, se fundan la razón y la necesidad de la t.f., que pone al descubierto la situación: la revelación — el Dios que se revela ante el hombre —; el hombre ante el Dios que se revela; el hombre ante la revelación.

De aquí resulta el método específico de la t.f. Si debe ser el fundamento y la justificación de la revelación en cuanto tal y de la fe por la prueba de la credibilidad, no puede argumentar a partir de las revelaciones y de la fe. No se puede servir de la prueba dogmática, se orienta más bien hacia la argumentación racional, filosófica e histórica; hacia el pensamiento filosófico-metafísico, por lo que se refiere a la esencia y a los criterios; y al pensamiento histórico por lo que se refiere a la facticidad de la revelación. Para la t.f. la revelación no es un medio de su demostración, es más bien el punto de partida y destino de sus esfuerzos. Estos esfuerzos mismos son de naturaleza racional, apelan a la inteligencia. De aquí se sigue que, p. ej., para la argumentación de la teología fundamental la Escritura y las decisiones del -> magisterio eclesiástico no pueden ser medios probativos en virtud de la -> inspiración o de la infalibilidad, pues la -> inspiración de la Escritura y la infalibilidad de la Iglesia han de ser demostradas, pero no presupuestas.

Las afirmaciones de la Escritura y las manifestaciones de la Iglesia han de tratarse como documentos y fuentes que investiga el pensamiento filosófico e histórico-crítico, en cuanto pueden esclarecer para este pensamiento la naturaleza, la facticidad y la credibilidad de la revelación. La -> Iglesia es un tema esencial de la t.f. en cuanto tiene una dimensión teológico-trascendental. La Iglesia es mediadora y portadora de la revelación y el sujeto de la fe. Por esta razón es la condición de posibilidad de la teología en general. Esa dimensión debe hacerse inteligible y fundamentarse dentro de la t. fundamental.

II. Método y desarrollo

La t.f. tiene que ser en otro sentido todavía reflexión sobre las bases y ciencia teológica fundamental: en cuanto pregunta por la revelación en sentido teológico trascendental, piensa necesariamente cómo debe producirse la revelación, que «no es de este mundo», para penetrar como «revelación en este mundo», cómo la revelación, que en cuanto revelación de Dios es el más allá del espacio y del tiempo, puede producirse como revelación que se introduce en el espacio y el tiempo, cómo la revelación, que no procede del espíritu y de la palabra del hombre, puede hacerse, sin embargo, palabra y acontecimiento para el hombre y su espíritu y para las posibilidades de este hombre existente en el mundo y en la historia. Por consiguiente, la t.f., como reflexión básica y ciencia fundamental de la teología, tiene que preguntar si la revelación de Dios que se entiende de este modo concreto resulta posible en el mundo actual y para el hombre. Puede y debe, por tanto, preguntarse asimismo si el ser en el que el hombre se encuentra de antemano como ente, y si el hombre en cuanto a su existencia y esencia, están constituidos de tal manera que en ellos se dé el espacio, la apertura y con ello la posibilidad de una revelación por parte de Dios de una revelación libre de Dios, que trascienda lo que ya es y resulta cognoscible de manera natural-racional, y que a la vez esté estructurada de tal manera que pueda ser recibida por el hombre como «revelación» en el mundo, en la palabra y en la historia, y de tal manera que, sin embargo, la -> palabra de Dios siga siendo su palabra más auténtica, sin caer en un apriorismo congénito al espíritu finito y creado, lo cual, en definitiva, cualitativamente no sería otra cosa que la «revelación natural» a través del mundo y de la trascendentalidad del hombre.

Por una parte, esto supone que el estar abierto a la revelación pertenece al hombre como tal, sin que con ello quede prejuzgada la libertad del Dios que se revela y sin que de antemano se decida en forma inadmisible sobre el contenido y el modo de la revelación. Por otra parte, la constitución racional apriorística del hombre no desvirtúa la -> palabra de Dios mismo, convirtiéndola en una palabra de Dios acerca de Dios, puesto que en la -> gracia de la -> fe (como gracia «increada») él mismo es a la vez un constitutivo del oír la palabra de Dios que sólo puede existir como oída y creída. Así se esclarece cómo también en este sentido y desde esta perspectiva puede darse una ciencia básica de la teología como t.f., cómo ésta ha de guiarse por principios ontológicos y antropológicos, y finalmente cómo se puede dar una demostración a favor de la credibilidad de una — posible — revelación, demostración que es importante por su fundamentación ontológica, antropológica y existencial. Por razón de que la revelación al hombre tiene lugar en el mundo, en el espacio y en el tiempo, las condiciones y los esbozos previos que hacen posible la revelación de Dios y, por esto, son presupuestos de la misma, deben darse en el mundo, en el espacio y en el tiempo, y sobre todo deben darse en el hombre mismo y en aquello que lo determina. Y deben sacarse a la luz y explicarse precisamente en una ciencia teológica que trata de ser ciencia básica y fundamentadora, de lo contrario esta ciencia no hace justicia a su pretensión, no es suficientemente «fundamental».

De aquí resulta claro asimismo en qué sentido la t.f. es fundamento de la teología. Sería pretensión exagerada el que se dijera que la t.f., por su planteamiento del problema y su respuesta, es el fundamento único y total de la teología como ciencia de la revelación y de la fe, o incluso el fundamento de la fe, como si la fe en el Dios que se revela se siguiera con necesidad lógica o psicológica de la comprensión de la credibilidad y de las razones de credibilidad, del mismo modo que la conclusión se sigue de las premisas. La cosa no es así. Por esta razón el concepto del fundamento requiere una diferenciación dentro de la t.f. La auténtica fe en la revelación de Dios, con su contenido concreto, es un nuevo acto y una nueva decisión del hombre por causa de la autoridad del Dios que se revela. La autoridad del Deus revelans es el auténtico motivo de fe, que actúa en el acto de la fe, y su último fundamento auténtico. Pero el conocimiento de la credibilidad de la revelación y de la fe ordenada a ella bajo la doble manera expuesta de fundamentación, crea los presupuestos y condiciones para que la fe sea posible incluso con certeza refleja, sea un acto responsable y pueda exigirse. En el sentido en que tales condiciones y presupuestos son fundamento, la t.f. es fundamento de la teología. Este estado de cosas fue resumido por Agustín con palabras precisas: Nemo crederet, nisi videret esse credendum. El videre credendum esse se refiere al amplio círculo descrito con motivo de la legitimación de la fe, el cual tradicionalmente recibe el nombre de motiva credibilitatis.

Aun cuando las cuestiones que deben abordarse en la t.f., vistas desde la estructura de la fe sobrenatural, son cuestiones previas, no cuestiones capitales; vistas desde el lado del hombre, que va a ser el lugar, el receptor y el interlocutor de la posible revelación de Dios, estas cuestiones son precisamente decisivas. Si no se plantean o se eliminan con excesiva rapidez, el hombre no puede tomar en serio la revelación cuando intenta penetrar reflejamente en los fundamentos de su existencia, no puede tomarlo en serio como cuestión digna de plantearse, como posibilidad, como invitación, como obligación, y entonces él no quiere ocuparse del ámbito de la revelación. Ahora bien, el creyente, que reflexiona sobre su fe y la examina según sus presupuestos y posibilidades, buscando la integridad total de la fe, debe tomar muy en serio precisamente esta pregunta y, sobre todo, la posible respuesta a ella. Podría ser que a partir de estos presupuestos y condiciones de la fe se determine el destino de la misma.

III. El carácter misionero y apologético

La reflexión sobre las bases y los presupuestos de la teología y de la fe en la revelación ofrece otros aspectos en la aplicación y en el desarrollo de la t.f.: primeramente el aspecto misionero.

La t.f. es una teología misionera. En cuanto tal se dirige sobre todo al hombre previamente a la fe y fuera de la fe. La t.f., en cuanto teología misionera y como ciencia del encuentro entre la revelación y el hombre, busca a éste en su estado concreto, en su ser humano, en su situación y existencia, y trata de ponerlo en contacto con la revelación. Le llama la atención sobre su constitución, su capacidad de ser interpelado y buscado, sobre su receptividad, apertura, disposición y dependencia respecto de lo que es trascendente para él, respecto de la palabra que no procede de él mismo, sino que le ha sido dirigida por el Dios que se revela, respecto de la obra y del acontecimiento salvíficos que se le ofrecen en esa palabra. Además trata de eliminar las dificultades que desvían la mirada y el oído de la revelación de Dios. Con una solidaridad sin afectación, con una voluntad honrada de comunicación y de encuentro, la t.f. quiere ponerse en la situación del hombre que pregunta, que busca, y, preguntando ella también con los demás y planteando nuevas preguntas sobre el hombre e intentando superar sus límites, quizá trazados por él con excesiva precipitación, y ciertas barreras inadmisibles, procura explicar la palabra del Dios que se manifiesta en la revelación como respuesta al hombre, como definitivo y pleno descubrimiento, iluminación, cumplimiento y realización del hombre en el sentido de «lo que veneráis sin conocerlo, eso es lo que os anuncio yo» (Act 17, 23), en el sentido del principio teológico de la teología existencialista: «Hablar del hombre significa hablar de Dios, hablar de Dios significa hablar del hombre.»

De la t.f. como teología misionera se puede decir que es teología en forma de pastoral y que es pastoral en forma de reflexión (E. Brunner). En ella se cumple la palabra (1 Pe 3, 15): «Estad en todo tiempo dispuestos a responder a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza.» La «esperanza» caracteriza la existencia cristiana, mientras que «vivir sin esperanza» es característico de la existencia fuera de Cristo. La razón que debe darse de esta esperanza ha de exponerse y descubrirse a aquél que la pide de tal manera que sea aprehendido, movido y ganado por esta esperanza y lo que ella encierra. La actitud recomendada en el mismo pasaje: «Pero con mansedumbre y respeto, teniendo buena conciencia» (1 Pe 3, 16), es válida ahora como entonces. Es válida no sólo para el simple cristiano, sino también para el teólogo que reflexiona científicamente sobre la fe, a quien anima a hacer su obra. El objetivo de su esfuerzo, como dice Pablo, es «aprisionar todo pensamiento para someterlo a Cristo» (2 Cor 10, 5).

Junto al componente misionero hay que citar el apologético en su sentido propio, original y estricto. En 2 Cor, carta muy personal, con motivo de la disputa con sus adversarios personales Pablo habla de la lucha, de la strateía que tiene que llevar a cabo y de las armas de esta lucha. Las armas de Dios son «divinamente poderosas para derribar fortalezas: derribamos sofismas y cualquier altivez que se alza contra el conocimiento de Dios» (2 Cor 10, 4).

La primera carta de Pedro, con la invitación a hacer la apología del logos de la esperanza, une la confianza de que quienes difaman la buena conducta de los cristianos quedarán confundidos a la vista de la leal actitud cristiana (1 Pe 3, 16).

Aquí no hay una fundamentación bíblica de la apologética como ciencia teológica, pero se da un claro testimonio de que la defensa y repulsa y, sobre todo, el ataque a las posiciones, los reproches y las desfiguraciones del adversario, pertenecen a las funciones y tareas de la fe cristiana y de su predicador. Si esto es así, puede y debe darse una reflexión sobre todo eso en la ciencia de la fe.

A la apologética como dimensión de la t.f. le interesa por consiguiente la defensa de la revelación en cuanto tal, de su naturaleza, de su facticidad, de su posibilidad, de su exigencia, y de su legitimación frente a objeciones, dudas, dificultades y ataques que se dirigen contra ella. Éstos se presentan en nombre del hombre y de la razón humana. No hay una posición en cuyo nombre no se haya rechazado y combatido hasta ahora la revelación. Guardar silencio o capitular ante esto sería signo de debilidad y desaliento. Aquí surge la obligación de la defensa de la fe por la respuesta de la fe. Pero la manera más eficaz de hacer esto no es una lucha por cada posición concreta, sino descubrir los presupuestos respectivos, hacer una crítica inmanente, «convencer».

Actualmente se desarrollan reflexiones en torno a una «nueva t.f.» (K. Rahner). En cuanto disciplina teológica fundamental y elemento integrante de la dogmática debe hacer refleja la inteligencia precientífica de la fe. La «nueva t.f.» quiere mostrar la credibilidad interna de los contenidos de la revelación y examinar las condiciones de posibilidad para que el hombre de cada momento presente se apropie existencialmente estos contenidos. A ese respecto la nueva t.f. no trata de desarrollar los contenidos de la revelación en su multiplicidad diferenciada, sino de centrarlos en el «misterio de Cristo» (-> teología trascendental).

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Heinrich Fries