SUCESIÓN APOSTÓLICA
SaMun


I. Planteamiento actual de la cuestión

La s. a. presenta los -> oficios eclesiásticos como instancia que sucede al oficio de los -> apóstoles. Se realiza por la recepción sacramental en un oficio eclesiástico, hecha visible en el signo de la imposición de manos. La concepción corriente ve en esta imposición sacramental de manos ante todo el presupuesto para la legitimidad del portador del oficio como administrador de (la mayoría de) los sacramentos. La fuerza persuasiva de la idea de que la administración de los sacramentos está vinculada a un hombre consagrado sacramentalmente, en los tiempos en que la comprensión católica de los oficios no era objeto de disputa se presuponía más que se demostraba. Y eso parecía tanto más obvio por el hecho de que también el AT y las religiones antiguas conocían el sacerdocio. La pregunta protestante acerca del sentido de la sucesión mediante una cadena ininterrumpida como portadora de las funciones sacerdotales más importantes de la Iglesia, y la negación expresa de este sentido, fueron interpretadas como un ataque a la estructura jerárquica de la Iglesia. En consecuencia, toda la energía se cargó sobre la prueba de que la autoridad misma de Cristo había querido este oficio y de que los apóstoles, obedeciendo, lo habían transmitido a la Iglesia para conservar perpetuamente esa estructura jerárquica querida por Cristo.

Si al cristiano de hoy este proceso de pensamiento le parece demasiado simple, no es porque no le baste la autoridad de Cristo. Eso se debe más bien a que él ve en la -> Iglesia una fundación de Cristo en el sentido de que sus disposiciones eran esencialmente manifestaciones acerca de cómo él mismo, que es el auténtico contenido vital de la Iglesia, quería y podía ser «transmitido» en la palabra, en los sacramentos y en la dirección pastoral. Se trata, pues, de que en el oficio con su sucesión aparezca claramente la estructura por la que el servicio de la Iglesia se presente esencialmente como una traditio Christi. Por consiguiente, la sucesión en el oficio debe ser investigada en la perspectiva de cómo y por qué es órgano de la traditio Christi a su Iglesia.

II. Sucesión apostólica y proclamación

El significado de la transmisión del oficio es visto en las epístolas pastorales ante todo en conexión con el servicio de la proclamación. Si, sobre el trasfondo de la intención de las epístolas pastorales (tal como se expresa en relación con el oficio, p. ej., en 2 Tim 1, 6.13ss; 2, 2), se ve la capacidad para enseñar como el distintivo más importante de la aptitud del «obispo» (1 Tim 3, 2; Tit 1, 9), de ahí se deduce: corresponde al obispo la función de conservar la comunidad manteniéndola en la base sobre la que fue edificada. La base es la proclamación apostólica de Cristo. Por mucho que Cristo sea el único contenido de esta revelación, sin embargo, según múltiples testimonios del NT, también tiene un papel importante la forma apostólica de su comunidad con el Señor, recibieron su misión del Señor resucitado, del «Jesús hecho Señor y Cristo» (Act 2, 36). De esta autoridad viene la misión que otorga autoridad a los enviados para un «servicio» totalmente determinado: el de transmitir la comunidad con el Kyrios vivo y abrir así a todos la Iglesia para todos los tiempos. Por esto la convicción de que Cristo es el único fundamento (1 Cor 3, 1) se enlaza inmediatamente con la de que la Iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles (Ef 2, 20; Ap 21, 14; cf. también Mt 16, 18). Los apóstoles no suplantan el único fundamento, sino que su comunión con Cristo fundamento es a su vez fundamental para la Iglesia.

III. Función constitutiva de la Iglesia

Si las concepciones del apostolado están así en armonía de antemano con una teología de la Iglesia que ve a ésta como casa de Dios sobre el fundamento del mysterium paschale (del Jesús hecho Kyrios y Cristo), también la teología de los oficios eclesiásticos, todavía escasa en el NT, se adapta a este cuadro de la Iglesia edificada sobre el mismo Jesucristo.

Los oficios tienen la función de edificar la Iglesia. Esa función es un don del Señor que confiere el Pneuma (Ef 4, 11s). Act 6, 1-4 fundamenta la primera transmisión de oficios en la comunidad primitiva por la necesidad de ayudar a los apóstoles en su trabajo.

La transmisión de oficios capacita para funciones en la comunidad que hasta ahora sólo habían ejercido los apóstoles. Pero, de todos modos, esta ayuda acredita tanto más claramente la función pastoral de los apóstoles. La organización de la misión, tal como es explicada en el libro de los Hechos, presupone como cosa evidente la erección de servicios oficiales de dirección (Act 20, 17. 28). Lo mismo vale para los testimonios inmediatos procedentes del ámbito de la misión paulina (1 Cor 12, 28; Flp 1, 1; 1 Tes 5, 12; Ef 4, 11). Pablo sabe que este constitución también tiene validez para la comunidad de Roma (Rom 12, 7). De la manera concreta de realizar estos servicios no sabemos prácticamente nada. Por otro lado, algunas epístolas paulinas muestran hasta qué punto Pablo mismo siguió siendo el director responsable de sus comunidades. En correspondencia con esto, al motivo originario de la transmisión del oficio (una ayuda para descargar a los apóstoles de parte de su trabajo) sólo más tarde, cuando está ya en perspectiva la desaparición de los apóstoles, se le añade el motivo de la sucesión (Act 20, 28). Ésta es la perspectiva en que hay que ver las ya citadas epístolas pastorales. Pero el oficio de los sucesos no asume por completo la función del servicio de los apóstoles. Y eso tampoco es posible si el fundamento del servicio apostólico es la comunidad de los testigos oculares con el Señor resucitado. Pero los oficios eclesiásticos tienen la función activa de conservar la comunidad sobre el fundamento apostólico, que es decisivo para ella. Y éste es tan insustituible, porque sólo él lleva a la comunidad con el Señor vivo.

IV. Sucesión y tradición

«Guardar sobre el fundamento apostólico» es una acción marcadamente conservadora. Sin embargo, para ello se requiere el principio de la Iglesia, que es creador y configurados, el Pneuma (1 Tim 5, 14; 2 Tim 1, 6). La proclamación doctrinal por parte del hombre que tiene este oficio no es la repetición mecánica de fórmulas apostólicas — para ello no sería necesario ningún carisma —, sino una predicación del Señor proclamado por los apóstoles, la cual exige siempre en la actualidad (2 Tim 2, Iss; 4, Iss). De esta manera Cristo se comunica a sí mismo bajo la forma de la fe anunciada y aceptada por la Iglesia, a través de la cual se hace presente su misterio fundamental. El proclamador oficial, en cuanto interpreta siempre de nuevo el evangelio, conserva la Iglesia sobre su fundamento pascual. En este sentido es sucesor de los apóstoles. La situación de la «sucesión» lo distingue de los apóstoles, pero en él hay también razón de coherencia, porque en la sucesión se trata precisamente del fundamento apostólico. Dentro de la casa viva de Dios también el fundamento es conservado por una fuerza dinámica y activa: el don dinámico del Espíritu inherente al oficio transmite a la Iglesia en forma siempre viva al único e idéntico Cristo. «Así aparece que "tradición apostólica" y "sucesión apostólica" se definen recíprocamente. La sucesión es la forma de la tradición, y la tradición es el contenido de la sucesión» (Ratzinger).

Este hecho fue comprendido con toda su importancia en la discusión con la -> gnosis durante el s. ii. Por primera vez ésta llevó a una inteligencia consciente de lo que en la Iglesia ya se practicaba como successio apostolica, y en lo cual pudo apoyarse la demostración antignóstica. A las supuestas tradiciones secretas gnósticas pudo oponerse la tradición apostólica auténtica de las Iglesias, cuyas listas de obispos se remontaban documentalmente a un fundamento apostólico. Ya en Papías la serie documentada de transmisores es un criterio para la autenticidad de la predicación. Hegesipo en su viaje hacia Roma a través del oriente se interesaba por la tradición de las Iglesias que, por sus listas de obispos, podían acreditar su origen apostólico. El principio de la traditio apostolica se halla plenamente desarrollado en Ireneo (Adv. Haer. iii 3, 1, etc.). Por lo que se refiere a la Iglesia africana, hallamos reflexiones parecidas en Tertuliano, que para designar la serie sucesoria utiliza la expresión ordo episcoporum (Adv. Marc. iv 5, 2).

V. Sucesión y colegialidad

Pero en la cadena de demostraciones antignósticas no es la tradición de una comunidad apostólica como testimonio particular la que desempeña el papel principal, sino la tradición concorde de las Iglesias apostólicas. Tras ello está la convicción que aparece ya en el NT: la Iglesia no es la suma de las Iglesias particulares, sino la comunidad que abarca todas las Iglesias y las hace una Iglesia. Pertenece pues, a la función del oficio eclesiástico el que se pueda dar la Iglesia como algo palpable con una fe y una comunidad de vida y oración. A esto corresponde la estructura del oficio, que en sí mismo está edificado colegialmente. Los datos y las afirmaciones teológicas de la Iglesia primitiva, más que formular directamente este hecho, lo presuponen obviamente como algo dado de antemano (cf. el procedimiento de Ireneo y de otros para descubrir la tradición). La afirmación explícita de tal verdad se halla en la Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II (n.° 21). Pero la afirmación conciliar se apoya en hechos antiguos: el oficio eclesiástico fue fundado como táxis (1 Clem), como ordo, como fraternidad de una comunidad de sujetos en el colegio de los doce. La situación especial de Pedro (Mt 16, 18ss) no se opone a este carácter del oficio, sino que es solamente la otra cara de su fundación, porque el oficio en la Iglesia sólo se da como unidad indivisible. Y precisamente esta otra cara se fundamenta en la realidad de que Pedro fue uno de los doce. El oficio colegial no brota de Pedro, sino que él lo conexiona en una unidad eficaz. La unidad indivisible es ya una característica de toda la Iglesia. Mas no por eso el oficio se sitúa como una supraiglesia sobre la comunidad, sino que está precisamente a servicio de esta communio indivisible de la Iglesia con su Señor. Así es un servicio que construye y edifica la Iglesia.

Dentro de la Iglesia antigua, donde más claramente se refleja este hecho es en el rito de la consagración episcopal, tal como lo presenta el orden eclesiástico de Egipto. Ese orden prevalecía entonces en toda la Iglesia y fue preceptuado definitivamente por el concilio de Nicea (con la determinación de que los obispos consagrantes debían ser como mínimo tres). La sucesión, según su peculiaridad sacramental, se recibe en el único oficio comunitario. Porque el obispo es recibido en el colegio, en el ordo episcoporum, puede ser obispo y sujeto de edificación de su Iglesia local.

De su servicio participan los sacerdotes que le ayudan, los cuales a su vez son incluidos colegialmente junto con el obispo en el oficio único. Los sacerdotes están a su vez en la línea de los servicios atestiguados por el NT, los cuales descargaban en parte de su trabajo a los apóstoles.

La inclusión de cada ministro en el único oficio comunitario no es óbice para su posición en la comunidad particular, sino quela fundamenta. Lo que él representa en la Iglesia, el vínculo de la Iglesia local con la universal, lo realiza también, por cuanto trae plenamente a su Iglesia local a aquél que es la vida de la Iglesia universal, Cristo, y lo trae como proclamado y como realidad sacramentalmente presente. La Iglesia local en tanto es Iglesia en cuanto participa del Christus totus, de la Iglesia universal. En ello — y no en la adopción de un concepto general de sacerdocio sacado de la historia de las religiones — se funda también la respectiva posición del ordenado en la vida sacramental de la comunidad como presidente y administrador. En esta función no se petrifica para convertirse en un signo sagrado e impersonal. Más bien, él trae consigo a su orden toda su peculiaridad personal como piedra de edificación. Pero no entra en el orden a partir de su serie de antecesores entendida individualmente, sino siempre una cum famulo tuo Papa nostro... et omnibus orthodoxis (los obispos).

En este hecho radica la usual distinción teológica entre successio formalis y materialis. La consagración hace al sujeto miembro del único oficio, ejercido fraternalmente (s. materialis). Pero él, como servidor que edifica, en tanto está en la sucesión en cuanto es miembro de la Iglesia, en cuanto se realiza en él la communio con todos los obispos unidos al Papa y así con todas las Iglesias en la única Iglesia (s. formalis). Se expresa lo mismo cuando el colegio episcopal es visto como instancia sucesora del colegio apostólico (Constitución sobre la Iglesia, cap. 3) y cada obispo es considerado como sucesor de los apóstoles en tanto pertenece al colegio episcopal. Por consiguiente, la pertenencia del obispo cismático al colegio episcopal guarda analogía con la pertenencia del cristiano cismático a la Iglesia.

Con ello se ve claro también cómo la potestad de cada obispo, por un lado se deriva de su pertenencia al colegio episcopal y, por otro lado, en ciertas circunstancias, ha de experimentar una coordinación limitativa, ya que él no puede edificar su Iglesia por sí solo. Y también se pone de manifiesto cómo, en una teología de la sucesión concebida a partir de la colegiabilidad, los dos ámbitos del oficio eclesiástico — el sacerdotal-cultual y la potestad pastoral — brotan de un oficio eclesiástico que en su origen es único.

VI. Misión y representación

Así, en la sucesión rectamente entendida, se entrelazan dos líneas teológicas atestiguadas ya en los primeros tiempos. La primera carta de Clemente pone el servicio del oficio eclesiástico en relación con la misión: el Padre ein la a Jesús, Jesús a los apóstoles, y los apóstoles transmiten su misión (cap. 42). Ignacio, por el contrario, ve al obispo en forma sacramental y representativa como administrador doméstico de Dios o de Cristo. Ambas líneas sólo descubren su sentido cuando se ve juntamente la fundación fraternal del oficio. La línea de misión muestra que la salvación procede de arriba. Pero el enviado eclesiástico jamás es por sí mismo un representante autoritativo de Dios en el sentido de una concepción paternalista de la sociedad, sino que, como fraternalmente partícipe del oficio, representa en su Iglesia y lleva a ella la comunidad fraternal, que edifica la Iglesia universal. También los apóstoles primero están en comunidad con Cristo y luego son enviados. Pero su misión se refiere precisamente tan sólo a esta comunidad con Cristo, que ellos deben transmitir, y, por cierto, de tal manera que la Iglesia no tenga menos comunidad con Cristo que los enviados. Pero la Iglesia sólo puede recibir la comunidad en cuanto, por la recepción de los enviados de Cristo, experimenta esa comunidad con él.

BIBLIOGRAFIA: OBRAS BIBLIOGRÁFICAS: U. Valeske, Votum Ecclesiae, II. Interkonfessionelle ekklesiologische Bibliographie (Mn 1962) 122s. — E. Lohse, Die Ordination im Spätjudentum und im NT (Gö 1951); W. Telfer, Episcopal Sucession in Egypt: JEH 3 (1952) 1-13; idem, The Office of a Bishop (Lo 1962); H. v. Campenhausen, Kirchliches Amt und geistliche Vollmacht in den ersten drei Jhh. (T 1953); Y. Congar, Le St. Esprit et le corps apostolique (P 1953); A. Ehrhardt, The Apostolic Succession in the First Two Centuries of the Church (Lo 1953); idem, The Apostolic Ministry (E - Lo 1958); idem, Parakatatheke: ZSavRGrom 75 (1958) 32-90: G. Dix, Le ministere dans l'église ancienne des années 90 h 410 1 Neuchátel - P 1955); idem, The Ministry in the Early Church: The Apostolic Ministry, ed K. E. Kirk (Lo 21957) 183-303; M. Kaiser, Die Einheit der Kirchengewalt (Mn 1956); Schmaus D III/ 1 141-145 186-198 515ss. 623-630; 0. Sernmelroth, Das geistliche Amt (F 1958); B. Botte, Der Kollegialcharakter des Priester- und Bischofsamtes: Das apostolische Amt, bajo la dir. de J. Guyot (Mz 1961) 68-91; K. Rahner - J. Razinger, Episcopado y primado (Herder Ba 1965); E. Schlink, Die Apostolische Sukzession: KuD 7 (1961) 79-114; M. Thurian, La Tradition: Verbum Caro 57 (Neuchátel 1961) 49-98; N. Afanassieff y otros, Der Primat des Petrus in der orthodoxen Kirche (Z 1961); RGG3 VI 521 s (bibl.); K. Baus, Wesen und Funktion der apostolischen Sukzession in der Sicht des hl. Augustinus: Ekklesia (homenaje a M. Wehr) (Tréveris 1962) 137-148; H. Küng, Estructuras de la Iglesia (Estela Ba 1967); Y. Congar (dir.), L'Épiscopat et l'Église Universelle (P 1962); G. G. Blum, Tradition und Sukzession (B - H 1963) (bibl.); J. Colson, L'épiscopat catholique (P 1963); W. Breuning, Successio Apostolica: LThK2 IX 1140-1144; W. Stählin - J. H. Lerche - E. Fineke - L. Klein - K. Rahner, Das Amt der Einheit. Grundlegendes zur Theologie des Bischofsamtes (St 1964); F. A. Sullivan, De Ecclesia I, Quaestiones Theologiae Fundamentalis (R 1965) 143-253; Baraúna II 715-870; O. Karrer, Sucesión apostólica y primado (Herder Ba 1963).

Wilhelm Breuning