SEXUALIDAD
SaMun
 

A) Dimensión antropológica. B) Moral sexual. C) Pedagogía sexual.


A) DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA

A lo largo de siglos la opinión doctrinal predominante en teología atribuía a la s. del hombre un carácter meramente funcional; en analogía con la s. animal la s. humana se valoraba preferente o casi exclusivamente bajo el punto de vista de la procreación (control de la -> natalidad). En virtud de una antropología con orientación personal e integral, hoy día en la interpretación y valoración de la s. se ofrecen nuevos puntos de vista, que conducen a modificaciones y complementaciones. La s. tiene también su función en la constitución óntica del hombre; configura su estructura integral como varón o mujer y determina asimismo esencialmente la conducta del individuo hasta en lo más íntimo de sus manifestaciones espirituales. En virtud de esta visión antropológica previa, el teólogo encuentra hoy incluso en el testimonio de la revelación puntos de apoyo para una valoración integral de la sexualidad.

I. Declaraciones de la revelación

1. En las declaraciones del AT ha quedado depositada una experiencia original del hombre sobre su propia naturaleza y sobre su existencia creada como hombre y mujer. Esta diferenciación sexual ha sido puesta ya por el mismo creador y contribuye a que el hombre sea imagen de Dios (Gén 1, 27). Sin embargo está lejos de los textos bíblicos toda problemática -> cuerpo-alma, tal como es propia de la antropología griega.

El hombre entero ha sido creado como bueno; por esta razón la s. debe ser aceptada plenamente como don de Dios. Aun cuando se prohíba toda proyección de una diferenciación sexual a Dios y a la Trinidad, sin embargo en la relación amorosa y en la comunidad de hombre y mujer se refleja en cierto modo la donación del amor divino en la comunidad trinitaria. En el relato de la creación del yahvista, la creación del hombre y la orientación del mismo hacia su pareja aparece como la primera acción de Dios en el mundo, visto completamente desde un punto de vista antropocéntrico (Gén 2, 18-24). El varón y la mujer están referidos a una comunicación completamente con el tú de su pareja sexual. Antes de que el hombre ponga su mirada en el tú de Dios, se encuentra ya con su socio humano. El parecido de los términos hebreos ïs (varón) e ïssa (mujer) podría considerarse como indicación de que en esta «sociedad» originalmente no hay ninguna subordinación ni superioridad. En la base de la representación poética-plástica de la creación de Eva de la costilla del varón, se encuentra el hebreo previamente dado del eros, la experiencia original de la tendencia mutua entre los sexos. El «hacerse una sola carne» contiene algo más que una mera unión sexual transitoria entre varón y mujer; significa la total unidad de ambos, que llega a romper los anteriores lazos de sangre y de familia (Gén 2, 22ss). También Cristo recoge posteriormente esta afirmación y funda sobre ella sus exigencias respecto de la indisolubilidad del -> matrimonio (Mc 10, 6-9). La realización de la entrega total en el plano sexual se designa en el AT como «conocer». En este encuentro interhumano tan profundo se descubren ambos consortes en su más íntima y profunda esfera personal; tienen lugar un conocimiento y una apertura que no pueden deshacerse ya. Pero, por encima de esto, en principio Dios impone al hombre el deber de transmitir la vida (Gén 1, 28). De acuerdo con la afirmación del yahvista, el pecado del hombre no sólo ha conjurado la ira de Dios, sino que ha producido una perturbación en el orden de la creación y de la relación mutua entre los sexos. El hombre, llamado a la responsabilidad de su acción autónoma, aparta de sí la culpa atribuyéndola a su compañera (Gén 3, 12). El perjuicio que el pecado ha causado en las relaciones interhumanas afecta también a la esfera sexual, dentro de la cual se realizan en definitiva estas relaciones en su profundidad última. Más allá de esa afirmación fundamental, el yahvista trata de ofrecer una descripción más exacta de la «lesión» de la naturaleza humana producida por el pecado. Para ello se refiere también a datos condicionados por el tiempo y la cultura, que entonces se consideraban como un mal y por esta razón se interpretaban como consecuencia del pecado original y como correlato de la culpa: así la tendencia de la mujer al hombre, es decir, el eros, e igualmente el dominio del hombre sobre la mujer, o sea, el patriarcalismo dominante en Israel (Gén 3, 16). También la vivencia de los límites del pudor corporal respecto de la desnudez, condicionado en parte por la cultura, experimenta una valoración teológica: se pierde la naturalidad de los seres humanos en su presencia ante los demás (Gén 3, 7). En su desnudez el hombre se siente descubierto en su mismidad (J.B. Metz).

2. El NT adopta una actitud serena frente a lo sexual y nunca mezcla este aspecto con las leyes cultuales de pureza propias del AT. Las leyes cultuales que están en vigor a este respecto son rechazadas expresamente por Jesús, que las sustituye por una determinación fundamentalmente nueva del concepto de pureza (la recta intención que procede del corazón: Mc 7, 1-23). Gracias a la predicación del reino de Dios, que alborea con Jesús, se subraya de tal manera la relación escatológica del hombre, que la s. y su realización en el matrimonio ya no aparecen como el camino exclusivamente normal o absolutamente único del hombre en este mundo, sino que junto a él se ofrece asimismo el camino de la -> virginidad como auténtica posibilidad (Lc 20, 27-36).

En la perspectiva religiosa de la historia de la salvación, la s. resulta algo relativo. Con relación a Cristo la diferencia sexual se hace «indiferente» (Gál 3, 26ss). De acuerdo con la valoración coetánea de la s. humana, Pablo no pudo conocer todavía toda la amplitud de su variación y toda la plenitud del matrimonio; así permanece más o menos insensible ante la significación del eros (cf. 1 Cor 7). Pero, en general, las afirmaciones bíblicas acerca de los hombres y su s. están completamente abiertas para la comprensión transformada de este campo en nuestro tiempo; por lo menos en su contenido kerygmático fundamental, no ofrecen ningún punto de apoyo para un desprecio dualista o maniqueo de la s. y para una represión de las fuerzas inherentes a la misma.

II. Significación antropológica

1. Una antropología integral de la persona se esfuerza hoy no sólo por comprender la s. en su realidad biológica, sino también por mantenerse abierta a todos los valores que le dan sentido y por ordenarla en la totalidad de la persona humana. Según esto la diferenciación sexual de varón y mujer pertenece a la constitución del hombre. La s. se expresa también en la imagen psicológica de su manifestación, y por esto no puede considerarse ni en forma aislada ni en forma meramente funcional. Todo ser humano vive en la situación sexual, como varón o como mujer. La s. no se añade como un estado a un ser humano neutro, sino que determina al hombre como varón o como mujer. Sin embargo, nos mantendremos reservados frente a una tipificación de lo «varonil» o de lo «eternamente femenino»; pues los sociólogos (H. Schelsky) resaltan las características completamente diferentes de la función femenina y de la masculina según los ciclos culturales. La s. es de importancia eminente para el desarrollo de la personalidad del ser humano. Ya mucho antes de que alguien contraiga matrimonio, está integrado en el campo de fuerzas de su s. y sellado por ellas. También el célibe sigue siendo un ser sexual. Por esta razón la s. no puede tratarse exclusivamente en el marco del tema del matrimonio; pertenece simplemente a la antropología.

2. El hecho de que el ser humano no sea ni el varón ni la mujer por separado, sino sólo el varón y la mujer en su relación mutua — teniendo en cuenta sus características propias, pero en plena igualdad de derechos —, remite esencialmente al hombre a una comunicación con el tú. Por esto sólo en la diferenciación de varón y mujer pueden realizarse plenamente las posibilidades y tareas humanas. En la s. el hombre experimenta su insuficiencia y su dependencia del tú del otro, y esto primeramente en la línea horizontal: del tú de la pareja de otro sexo. Pero como la s. que se realiza en el matrimonio no termina de alcanzar la plenitud definitiva y última, esa s. apunta hacia más allá de la pareja humana. El teólogo ve aquí un punto de apoyo para la dirección vertical del hombre y para su dependencia de Dios. El hombre sólo halla su más profunda realización en el encuentro con el tú de Dios; pero tal encuentro sigue siendo en definitiva un hecho escatológico. Esta visión cristiana del hombre como un ser «llamado» por Dios e «invitado» a realizarse plenamente en él, capacita al cristiano para una profunda visión y valoración de los fenómenos humanos y hace que en la s. humana, la cual nunca llegará plenamente a su realización integral, el hombre vislumbre la relación trascendental.

3. Como lo sexual se funda en el centro personal del ser humano, toda persona en cuanto tal se siente afectada por su actualización consciente. Por esta razón las auténticas relaciones sexuales primarias (sexo), para que estén de acuerdo con la peculiaridad y dignidad del hombre, requieren constantemente una integración en el eros como inclinación y amor que se dirigen hacia la persona integral del otro, y esto no sólo por la propia indigencia (eros), sino también porque se ama a esa persona del otro por su esencia personal (philia), aceptándola en su totalidad. Pero esta aceptación sólo hace plena justicia a la dignidad de nuestro semejante cuando se realiza, no en un mero enamoramiento narcisista y egocéntrico del yo, sino que corre pareja con un amor referido al tú, que hace donación de sí y está dispuesto al sacrificio (agape), y que, finalmente, constituye un débil reflejo del -> amor de Dios que se entrega totalmente.

Precisamente la s. humana, a diferencia de la animal, no está configurada por el instinto, sino que es «plástica» (Gehlen; Schelsky); espera una configuración en la philia y el agape. Cuando no se da esa configuración, cuando el sexo y el eros se desprenden de lo personal y la actuación sexual no representa ya el medio y la expresión de la vinculación personal, sino que se busca por sí misma, pierde el sentido que le corresponde y su legitimidad. Justamente en la inseguridad instintiva y en la apertura a una configuración personal se ve la peculiaridad de la s. humana, su superioridad, pero también su vulnerabilidad. En este sentido la s. está totalmente al servicio de lo personal y no puede separarse de esa dimensión. El sexo y el eros necesitan, por consiguiente, una transformación por la philia y una integración en el agape.

4. El profundo efecto personal del acto sexual, que se indica ya en la Biblia y se experimenta en la vida, exige asimismo una aceptación y una correspondiente integración del mismo en la vida total del hombre. La realización de la total entrega sexual conduce a «la concesión y aceptación de un conocimiento y una complementación que afectan al hombre entero. Cuando tienen lugar una complementación y un conocimiento semejantes, los seres humanos no pueden separarse como si nada hubiera sucedido. Pero tampoco pueden entrar en la total comunión de amor que hace posible esto, si no existe la voluntad irrevocable de comunidad durante la vida entera, voluntad que ambas han de expresar y aceptar obligatoriamente» (Auer). Así, pues, en cuanto el acto sexual es expresión de la unidad de ambos consortes y del mutuo amor y entrega total y es capaz de comunicar un conocimiento que imprime un sello muy profundo, se exige como indispensable condición previa para su legitimidad la voluntad manifestada mutua y claramente de una aceptación y vinculación total y duradera. Pero, según eso, sólo en el matrimonio monogámico válidamente contraído se realiza todo el contenido de lo significado en tal entrega.

5. En el desgajamiento del sexo frente al conjunto del amor humano, en la tendencia hacia la autonomía y autosuficiencia, el hombre experimenta las «consecuencias del pecado», la destrucción del orden interno. Una s. practicada y valorada aisladamente conduce al desprecio del compañero, que queda degradado y convertido en «objeto» de la propia satisfacción y, con ello, lesionado profundamente en su dignidad. Cuando el sexo se desliga de lo personal, comienza a vagabundear; entonces no se puede entender en modo alguno por qué no podría cambiarse de «pareja» según capricho. Toda promiscuidad, todo caos sexual es signo de una crisis en la persona del afectado.

III. Configuración de la sexualidad: sublimación

El enorme exceso de impulso sexual y la plasticidad de la s. humana apuntan hacia el hecho de que el hombre tiene la posibilidad de servirse de estas fuerzas para ulteriores objetivos, de sublimarlas. Esta transformación elevadora no representa una represión de las fuerzas instintivas, sino una utilización positiva de las mismas para otras esferas de la vida, en las que hay que realizar diversas tareas. S. Freud define la sublimación como un cambio del objeto y meta del instinto, con lo cual lo que «originalmente era un instinto sexual, encuentra una realización que ya no es sexual, sino que representa un superior valor social o ético». Según él, se trata primeramente de una desexualización y, por otra parte, de una socialización de este instinto. Precisamente la renuncia libremente elegida e interiormente superada a la actuación de la s., si no consiste en una falsa represión, sino en la aceptación y elaboración de estas energías instintivas, permite que se liberen grandes energías anímico-corporales que pueden traducirse en grandes realizaciones religiosas, caritativas y culturales. «Por consiguiente, la sublimación no es una misteriosa y automática transformación de los impulsos sexuales en impulsos espirituales, sino su ordenación en una más amplia conducta humana integral» (Auer). Se presenta como una tarea para todo hombre y constituye la condición previa para la maduración de la personalidad, así como para el resultado feliz de todo encuentro interpersonal.

La peculiaridad de la s. humana y el dinamismo inherente a ella impiden al hombre un mero dejarse llevar y exigen una formación y disciplina de estas energías. H. Thielicke establece la proporción: «Cuanto más instintivo soy, tanto menos busco el único e inconfundible tú del otro, y tanto más me importa el mero ejemplar, el mero "representante" del otro sexo, que para mí es indiferente en su peculiaridad individual, pero muy importante en su significación instrumental.» Cuando no hay una auténtica configuración del instinto, sino sólo una conservación o represión del mismo, se cierra el camino a una maduración de la personalidad, lo cual puede conducir a falsas actitudes, a excesos repulsivos o perversiones.

IV. Consecuencias para la conducta moral

1. Una recta valoración de la s. exige primeramente un sí claro a la propia s. y a su desarrollo, y luego un conocimiento acerca del dinamismo y fuerza propios del sexo y del eros, así como del peligro de falsas represiones y de la tarea de una auténtica sublimación de estas fuerzas (cf. pedagogía sexual, después en C). De acuerdo con esto hay que prestar asimismo atención al encuentro adecuado con el compañero de otro sexo. En el recto compañerismo, que se plantea como tarea incluso para los no casados, se ponen en marcha tanto en el varón como en la mujer importantes energías que sirven a una integración de todas las fuerzas del instinto sexual del hombre y preservan de funestas represiones. Gracias a la explicación teológica del sentido de la duplicidad de sexo se pone de manifiesto la importancia del eros para la maduración de la totalidad de la persona y para toda relación interpersonal.

Como todo encuentro sexual implica un abrirse mutuo ante otro y una entrega a él, sólo debería realizarse con conciencia de esta responsabilidad, como una preparación más o menos próxima al matrimonio.

2. Una recta ordenación de la s. prohíbe toda mojigatería y todo exhibicionismo; exige una aceptación del pudor. Aquí debería subrayarse de manera especial la significación integral humana del pudor, que protege la esfera íntima de la persona frente a injustificadas intervenciones. Por mucho que el sentimiento del pudor pertenezca a la esencia del hombre, que peligra en su dignidad, sin embargo no se pueden determinar sólo a partir de una base cristiana o religiosa los límites de lo que en cada caso está sometido al pudor; en buena parte eso depende también de la tradición cultural correspondiente y de aquello que puede poner en peligro precisamente la esfera íntima de la persona. Sin caer en el desnudismo, frente a la evolución que nos llega dentro de la sociedad pluralista, deberá tomarse en consideración, con las debidas precauciones, una formación ordenada a un encuentro sereno con el cuerpo desnudo.

3. En tanto la maduración hacia la forma plena de la personalidad y la integración de las energías sexuales encomendada al hombre tiene lugar lentamente y en diversas etapas, se plantea la cuestión de si en esta esfera, es decir, en la realización del orden sexual, hay también grados. ¿Se pueden señalar también aquí objetivos parciales o se debe exigir en todo momento la totalidad? En el trasfondo de esta cuestión se encuentra la discusión de si en el sexto mandamiento, en materia de impureza, puede darse también una materia levis. La moral tradicional ha negado esta cuestión sin una fundamentación convincente. La impureza se contaba hasta ahora entre los pecados mortales, ex toto genere suo gravis, de modo que, si se realiza libre y conscientemente, jamás admite objetivamente un pecado leve.

En esta doctrina se expresa la experiencia de que toda actuación sexual libremente buscada desarrolla un dinamismo interno que con demasiada facilidad impulsa a una satisfacción egoísta-narcisista del propio instinto. La llamada «doctrina de la materia grave» procede de una época que todavía no tenía abiertos los ojos para un amor auténticamente personal y para el eros y la philia, y que por tanto valoraba todo encuentro erótico sólo en su dinamismo sexual. Sin embargo, esta doctrina, negada hoy día por muchos teólogos, los cuales sostienen que no todo pecado contra el sexto mandamiento es objetivamente grave, debería matizarse mejor en el siguiente sentido: La s. posee una importancia tan decisiva para la maduración de la persona del hombre y para su integración en la comunidad humana, que en principio todo desenfoque teórico o práctico de la misma arrastra consigo un desorden notable, y por eso debe valorarse objetivamente como falta grave contra la estructura del ser y de la acción humanos.

Respecto de la cuestión de la culpa en caso de infracción del sexto mandamiento, deberán tenerse en cuenta los actuales conocimientos de psicología profunda, y, dada la debilitación del conocimiento y de la voluntad en este campo, puede suponerse que con frecuencia se trata de una imperfectio actus. Por consiguiente, no podrá enjuiciarse cada una de las faltas sin tener en cuenta la actitud fundamental conjunta y la orientación del afectado.

4. Han de rechazarse como modos falsos de comportamiento tanto la represión de la apetencia natural del placer como, por el contrario, una afirmación hedonista y egocéntrica del sexo. Lo mismo cabe decir del comercio sexual prematrimonial; este último podría actuar como grave impedimento en el equilibrio psíquico de los futuros consortes. Por esa razón, la continencia prematrimonial tiene una importancia que no debe menospreciarse para la maduración de la personalidad y para su preparación al matrimonio. Sin una total voluntad de vinculación, no se puede asumir plenamente la responsabilidad para con el compañero y la eventual descendencia. Por eso, ante la radical exigencia de amor en el NT, en principio queda prohibido todo comercio sexual pre o extramatrimonial. A causa de su eminente importancia supraindividual, todas las culturas se han esforzado por una regulación de lo sexual, aun cuando en diferente medida. Tanto su desvirtuación funcional, como también su mágica supravaloración dentro de la sociedad actual, podrían atajarse desde un punto de vista humano y cristiano mediante la correcta afirmación personal de la s. (Weber). Sin embargo, una afirmación con sentido de la s. personal presupone ya una determinada imagen del mundo y del hombre. (Cf. seguidamente en B y C: moral sexual, pedagogía sexual.)

BIBLIOGRAFÍA:

1. FUENTES: Alocuciones de Pío XII., AAS 37 (1945) 284-295, 44 (1952) 779-789; Vaticano II, De Ecclesia in mundo huius temporis (1965) n. 29; Conferencia plenaria de los obispos alemanes marcando las líneas de la pedagogía sexual en el apostolado de la juventud (D 1964).

2. MONOGRAFÍAS: FI. Giese (dir.), Die Sexualität des Menschen. Handbuch der medizin. Sexualforschung (St 1955); H. Schelsky, Soziologie der Sexualität (H 51956); L. J. Suenens, Amour et maitrise de soi (Bru); J. Verrneire, Sexuelle Hygiene (Kasterlee); I. Lepp, Psychanalyse de 1'amour (P 1959); J. B. Metz, Christliche Anthropozentrik (Mn 1962); F. X. v. Hornstein - A. Faller (dir.), Du und ich. Ein Handbuch über Liebe, Geschlecht und Eheleben (Mn 31963); F. E. v. Gagern, Die Zeit der geschlechtlichen Reifung (F 31964); H. Thielicke, Theol. Ethik III (T 1964) 507-590; S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (F 31965); Ch. Bourbeck (dir.), «Zusammen». Beiträge zur Soziologie und Theologie der Geschlechter (Witten 1965); L. M. Weber, Mysterium Magnum (Fr 21965); A. Auer y otros, Der Mensch und seine Geschlechtlichkeit (Wü 1967); F. Leist, Liebe, Geschlecht, Ehe (Mn 1967); M. J. Buckley, Morality and the Homosexual (Lo 1959).

3. INVESTIGACIÓN HISTÓRICA: J. Fuchs, Die Sexualethik des hl. Thomas von Aquin (Kö 1949); L. Brand!, Die Sexualethik des hl. Albertus Magnus (Rb 1955); D. Doherty, The Sexual Doctrine of Cardinal Cajetan (Rb 1966).

4. ARTÍCULOS: A. Auer: HThG I 498-506 (bibl.); L. M. Weber: LThK2 IV 803-807; idem, Eros, Erotik: LThK2 III 1038-1041; idem, Sexus, Eros, Liebe als Problem der Jugendzeit: Anima 16 (1961) 21.29; idem, Ethische Problematik der Biotechnik und Anthropotechnik: Arzt und Christ 11 (Sa 1965) 227-234; idem, Bejahung personaler Geschlechtlichkeit: L. Prohaska, Problematik der Geschlechtserziehung (W - Mn 1966) 123-134; G. Scherer, Die Geschlechter in anthropologisch-psychologischer Sicht: Handbuch der Elternbildung, bajo la dir. de J. A. Hardegger, I (Kö 1966) 225-255; J. Duss v. Werdt, Der Mann. Eine anthropologisch-gamologische Skizze: Ehe 3 (T - Berna 1966) 145-158.

5. ESTUDIOS PASTORALES: J. M. Reuß, sexualidad y amor (Herder Ba 21966); B. Stoeckle, Gottgesegneter Eros (Ettal 1962); L. Prohaska, Pedagogía sexual (Herder Ba 31967); idem, Pedagogía de la madurez (Herder Ba 1974); idem, Pedagogía del encuentro (Herder Ba 21970); de Smedt, El amor conyugal (Herder Ba 21967); Tilbnann, Educación de la sexualidad (Herder Ba 31968); Strätling, Sexualidad: ética y educación (Herder Ba 1974); Trevet, La Iglesia y el sexo (Herder Ba 1967); H. Moritz, Sexualidad y educación (Herder Ba 1971); W. Heinen, Werden und Reifen des Menschen in Ehe und Familie (Mr 1965); A. Heimler, Reifung und Geschlecht (Mn 1966); J. Grün-del, Gottgewollte Geschlechtsentfaltung: KatBl 90 (1965) 28-31; idem, Moraltheol. Erwägungen zu den Sexualpädagogischen Richtlinien der deutschen Bischöfe: Bericht über die 22. Jahrestagung der Leiter deutscher Ordensgymnasien (Bigge 1966) 6-24; idem, Leib, Geschlechtlichkeit und Geschlechtserziehung: Pastorales Forum 4 (Mn 1967) fasc. 2, 12-31 E. Ell - H. Klomps, Jugend vor der Ehe (Limburg 1967); F. Böckle - J. Kähne, Geschlechtliche Beziehungen vor der Ehe. Probleme der prakt. Theologie, V (Mz 1967); Lestapis, La pareja humana (Herder Ba 1971); P. Chauchard, Voluntad y sexualidad (Herder Ba 1971); Celap, Sexualidad y moral cristiana (Herder Ba 1972); A. Alsteens, La masturbación en los adolescentes (Herder Ba 1972).

Johannes Gründel

B) MORAL SEXUAL

La moral sexual se entiende como parte de la ética cristiana y de la teología moral; intenta mostrar el sentido, la finalidad y el cometido de la s., así como la relevancia moral de las relaciones entre hombres, en cuanto éstas atañen a los hombres como seres sexuales y tienen un carácter erótico-sexual. Sin embargo, la s. no se puede comprender correctamente a partir de un sentido utilitario, sino sólo a partir de una valoración personal del hombre y de sus relaciones. Por ello también la moral sexual está ligada a la doctrina moral cristiana como un todo, y no debería desligarse de ella como parte independiente.

1. La tradicional moral sexual cristiana.

Ésta se basaba ampliamente en una visión estrecha de la s., la cual se caracterizaba por el predominio del aspecto funcional. La s. fue valorada preferentemente, y en algunas épocas exclusivamente, desde el punto de vista de la procreación. Por ello el -> matrimonio aparece aquí como el lugar legítimo para el ejercicio de la s., porque en él la finalidad que le da sentido (la procreación y educación de la prole) queda garantizada al máximo. Para los restantes ámbitos fuera del matrimonio, sólo prohibiciones y la inculcación de la continencia determinaban la conducta sexual del hombre.

En esta interpretación de la s. humana late un planteamiento biológico unilateral, el cual — con la influencia de corrientes extracristianas, principalmente de concepciones estoicas y romanas del derecho natural — quisiera deducir la norma para los hombres a partir de la conducta sexual de los animales, que está ligada a los tiempos de celo. Además de esto, tesis gnóstico-maniqueas y una infravaloración, debida al estoicismo, del placer y del apetito sexuales, influyen (ora subrepticia, ora abiertamente) en una moral entendida como cristiana. Aunque Agustín destaca la bondad natural y la santidad del matrimonio, fundamentada en Dios, sin embargo, es él quien pone los cimientos teológicos de un pesimismo sexual que ha perdurado durante siglos. Bajo la influencia de cristianos judaizantes se dio entrada en la moral sexual incluso a prescripciones cultuales de purificación procedentes del AT. Más tarde, la estructura fisiológica o la «naturaleza» del acto conyugal se convirtió en línea directiva para la reglamentación moral de la conducta sexual. Incluso cuando se intentó formular otras «finalidades del matrimonio» y se vio en él «un medio curativo contra el apetito», no obstante, la base biológica con la teoría de la procreación no ofreció ninguna posibilidad de ver la s. humana en su valor propio, en su carácter de signo y expresión del amor y afecto humanos, y en su radicación personal.

Una supravaloración — predominante hasta el s. xix — del semen masculino en el sentido de la biología griega, que ignoraba todavía la ovulación de la mujer y veía ya en el esperma al hombre total, llevó también a que cualquier forma de desperdicio del semen masculino no utilizado para la procreación, si ello se hacía voluntariamente, fuera tenida como algo muy próximo al asesinato. Era significativo que — apoyándose en la autoridad de Agustín — se adujera como «prueba bíblica» el relato de Gén 38, 8ss, según la cual Onán no cumplió su obligación según la ley del levirato y fue castigado por Dios con la muerte porque había frustrado la concepción. Aquí pasó desapercibido que el móvil del matrimonio veterotestamentario entre cuñados era de tipo mesiánico, y que el motivo del castigo de Onán no fue su conducta sexual. El concepto (usual hasta nuestros días) de onanismo, que designa el coitus interruptus o también la masturbación, recuerda todavía esta falsa interpretación del citado texto bíblico.

En cuanto en la moral sexual del pasado hallaron entrada tales influencias extracristianas, las cuales condujeron a una falsificación de la ética cristiana, parece obvio que se exija una revisión crítica de la tradición anterior. Pero, al mismo tiempo, también las cuestiones acerca del contenido y finalidad que dan sentido a la conducta sexual deben responderse nuevamente en la actualidad desde una concepción cristiana; y han de buscarse nuevas imágenes directivas para la conducta correcta en el ámbito de la s., así como para el matrimonio. Estas imágenes habrán de estar determinadas por las condiciones de una -> libertad cristiana correctamente entendida; a lo cual debe unirse la aceptación y configuración de la s. propia, así como la aceptación responsable de tales relaciones interhumanas, a partir del espíritu del amor cristiano. El cristiano rechazará, en el ámbito de lo sexual, cualquier difamación del eros y del placer sensual, cualquier ascetismo falso o táctica de mera represión, pero rechazará igualmente cualquier idolatría parcial del eros y del placer en el sentido de un hedonismo.

2. La «revolución sexual»

Este concepto insinúa el colosal derrumbamiento que se produce en nuestra época. Ese fenómeno no consiste solamente en que, como reacción contra una moral sexual tradicional y cristiana, la cual ya no convence, se supriman normas superadas y se destruyan tabúes. Otros deberes más importantes centran más intensamente la atención del hombre, así, p. ej., la repulsa contra una falsa represión de la s. y la exigencia de una personalización auténtica en las relaciones sexuales.

De todos modos, por «revolución sexual» también se entiende a veces la concepción de aquellos ideólogos que, en un optimismo propiamente ingenuo, glorifican el placer y esperan de una satisfacción sin trabas de las tendencias la supresión de toda agresión y una plenitud de la vida humana. A. Kinsley, y en su seguimiento algunos biólogos y sociólogos que, frente a una coacción por parte de la norma, se hacen a sí mismos abogados de un realismo sexual, por la supresión de la diferencia entre la escala de normas y la conducta fáctica del hombre tienden a una eliminación de la tensión sexual, con la esperanza de reducir así también los conflictos sociales.

Allí donde una «revolución sexual» así entendida desgaja la s. de la unidad espiritual-corporal de la persona y la deja a la arbitrariedad y al gusto de cada uno, a sus deseos y a la felicidad de un instante, ya no se puede hablar de moral sexual, sino más bien de un amoralismo. Una promiscuidad sexual sin elección, que rechaza cualquier límite y ordenación, que conduce a una despersonalización en la cual la actividad sexual es equiparada simplemente a las necesidades de comer y de beber, y que no considera para nada la realidad del encuentro personal, convierte la s. en oferta de un producto de consumo. El comercio sexual es ejercido entonces simplemente para la satisfacción y para el placer. Pero allí donde la s. se degrada hasta la condición de simple medio de placer, se destruye la unidad de sexo y cros y con ello se pierde también el sentido de la conducta humana, pérdida que puede conducir a una brutalización alarmante de la s. en nuestra sociedad. Cualquier deshumanización de este tipo en el campo sexual, hace al hombre incapaz para lazos personales auténticos, para un amor plenamente humano, lo incapacita para el matrimonio; con ello el hombre se convierte en un factor importante de la deshumanización de la sociedad (Wendland).

A la revolución sexual no hay que oponerse con prescripciones morales, sino con una nueva comprensión del matrimonio y del amor personal. Además, el cristiano deberá determinar a partir de la revelación su imagen del hombre y su comprensión del amor.

3. Sentido y fin de la sexualidad humana

Sobre la necesidad de una configuración y dirección de los impulsos sexuales reina amplio consentimiento, pero no puede decirse lo mismo sobre los criterios por los que deben lograrse las orientaciones de la moral sexual. El elemento moralizador respecto de la s. no puede enfocarse satisfactoriamente ni sobre una base meramente biológica o sobre una tendencia a la mera evolución biológica, ni mediante modelos de conducta dados previamente, ni partiendo de una naturaleza humana concebida en forma puramente abstracta; más bien, debe enfocarse a partir de las relaciones personales, sociales y antropológicas. Lo mismo que la pedagogía sexual (cf. luego en C), también la moral sexual presupone una visión de conjunto del -> sentido y fin del -> hombre y de su s. A esta cuestión del sentido está ligada la pregunta sobre la esencia y la dignidad del hombre, sobre la significación de la -> persona y del conjunto de sus obligaciones. El cristiano no puede contestar a estas cuestiones sin las verdades de fe reveladas.

Una interpretación del sentido de la s. humana también atenderá de lleno a los conocimientos nuevos de las ciencias empíricas, especialmente a la investigación de la conducta, así como a las coincidencias y diferencias entre la s. humana y la animal. Precisamente las peculiaridades cualificadas de la s. humana: s. permanente, que no se reduce a ciertos momentos de celo, la posibilidad de un aislamiento del placer sexual respecto de la procreación, la reducción del instinto y de la inseguridad del hombre, y el exceso de tendencia sexual que se relaciona con todo ello; para una convivencia humanamente digna exigen un control orgánico de las elevadas energías sexuales. Hacen obvias la configuración y la ordenación institucionales de las relaciones sexuales. También aquí se expresa la necesidad de cultura que tiene el hombre.

El criterio y fin de la moral no puede buscarse en la acción de la naturaleza, como pretendía una moral sexual ya superada; la tarea del hombre no es la neutralización, sino la humanización de lo sexual. Por ello lo sexual no puede ni debe convenirse en mero medio de satisfacción de un impulso, o en un estupefaciente del que fácilmente se puede disponer. Lo sexual remite al hombre más allá de sí mismo. En cuanto la s. se inserta en una ordenación con sentido de la convivencia humana, en cuanto al mismo tiempo ve su responsabilidad ante los hombres, ante la sociedad y ante el futuro, se logra también su «humanización». Sólo la liberación del hombre de su yo aislado hacia el todo posibilita el recto desarrollo del mismo.

El hombre en su relación dialogística, tal como le ve también la revelación, nunca puede actualizar la s. en una valoración puramente egocéntrica, sino sólo orientándola al sentido que le da su referencia a otro. El otro es presupuesto necesario para el desarrollo de la propia persona y para la realización del propio ser. La s. proporciona al hombre la capacidad de ponerse a disposición y de permitir que la pareja de sexo contrario disponga sobre él. «El fin de la s. es conducir, por medio de esta comunicación, la propia persona y también la del otro a la perfección más alta posible. Allí donde esa disposición no está orientada a la totalidad de la persona del otro hay una carencia en la estructura sexual de la persona» (K. Ruf). Por consiguiente, la aceptación y la entrega exclusivas son presupuestos para la actualización de la s. con su sentido pleno.

4. La relación social de la sexualidad

La s. es expresión de la referencia a otro; el hombre sólo puede realizar su existencia propia en la experiencia del otro y en su aceptación. Sexo y eros no son puramente individuales y personales, sino que tienen a la vez el carácter de lo público y de lo íntimo. Por esto lo sexual en ninguna sociedad se ha dejado a la pura voluntad privada, sino que ha estado siempre sujeto a una norma nocial. La moral sexual también es siempre moral social, pues la conducta sexual tiene sus presupuestos y condicionamientos en la sociedad y en los cambios de la misma, y así exige que se tenga en cuenta la importancia de la comunidad.

Toda configuración auténtica de las fuerzas sexuales y su sublimación conducen auna cierta desexualización y socialización de los impulsos instintivos. Sin esto la capacidad de amor que tiene el hombre cae en el riesgo de quedar fijada en un narcisismo, o de ser destruida por los impulsos autónomos de la s. Ni una represión desorientada de los impulsos sexuales ni una satisfacción a la ligera de los mismos conduce a su maduración.

Si la s. no se toma en serio según su radicación personal y su referencia social, si el comportamiento con la pareja se orienta sólo a un aspecto funcional — p. ej., la procreación o el placer —, entonces se produce una perversión de la facultad sexual. Con lo cual el sentido que ésta entraña no puede llegar a su pleno desarrollo.

5. Fundamentación de las normas de la moral sexual

Hoy está en primer piano del interés de la moral sexual la cuestión del método de fundamentación antropológica y teológica de sus normas. La etnología ha puesto de relieve los contenidos, condicionados por la cultura, de cada sistema de normas y su relatividad; el hombre moderno ya no acepta sin más las normas morales que le da una autoridad o una comunidad, sino que pregunta por su legitimación. Precisamente en el ámbito de la s. se siente cohibido por un número excesivo de normas que, en parte, llegan a ser ajenas al objeto. Por otro lado, los estudios sociológicos y antropológico-culturales acentúan ampliamente la necesidad fundamental de normas humanas de conducta para el gobierno y la descarga de las fuerzas instintivas previamente dadas y para asegurar la libertad. Este cometido es y fue desempeñado también hasta ahora por el orden social; pero aquí hemos de advertir que las concepciones vigentes de valor, las leyes morales y jurídicas son siempre expresión de un orden que en cada caso ha de revisarse siempre de nuevo. Estas leyes son el resultado de una experiencia y de una regulación hechas por los grupos, y permanecen siempre absolutamente condicionadas por el tiempo.

Tampoco una moral sexual cristiana puede derivar simplemente un sistema absoluto e invariable de normas morales concretas a partir de la revelación del NT proclamada por la Iglesia como su fuente principal de moralidad; más bien, comprobando constantemente sus orientaciones en la revelación, intentará insertar los órdenes de vida relativos a la s. en las relaciones personales. La cuestión del sentido y fin de la vida y de la s. desde una perspectiva cristiana, es tema que debe someterse a reflexión y responderse siempre de nuevo. Aquí tienen su puesto aquellas afirmaciones que se derivan de la estructura fundamental del ser y de la conducta humana o de la naturaleza del hombre; en relación con lo cual debe notarse que hoy, ante la nueva visión dinámica e histórica que la teología tiene del derecho natural, éste no puede concebirse como una estructura fija de orden, sino que ha de entenderse como una dimensión condicionada por el tiempo.

Además, también deben tenerse en cuenta los conocimientos de las ciencias empíricas, en cuanto éstos son moralmente relevantes, así como la experiencia concreta del hombre que obra moralmente. Las normas e instrucciones de una moral sexual, no pueden, pues, lograrse ni de un modo puramente deductivo ni de un modo meramente inductivo, sino que han de sacarse de la dialéctica constante entre ambos métodos.

Ahora bien, quien se satisface con la moral vivida y adopta como regla «la fuerza normativa de los hechos», en último término renuncia a establecer una finalidad para la moral sexual y a una auténtica educación del hombre. Ignora que el hombre tiene plenamente la capacidad y misión de configurar activamente su propio desarrollo. Deben tenerse en cuenta tanto la realidad o facticidad de lo dado como lo posible y necesario. Sin embargo, se examinará la conducta fáctica a la luz de sus contenidos normativos; y cuando aquélla es expresión de una convicción íntima, resultado de una ética, no puede ignorarse simplemente, sino que ha de verse como expresión — a veces deficiente — de un interés justificado. Desde este punto de vista, también las estadísticas tienen cierta importancia para el campo normativo.

6. El mandato cristiano del amor

La vigencia universal del mandato del amor también y precisamente en el ámbito de la moral sexual permanece fuera de toda discusión. La problemática está solamente en llenar su contenido. En el amor — que se entrega y redime — de Dios al hombre por Jesucristo, la revelación del NT ofrece un modelo o prototipo de agape, que debe ser para los cristianos un ejemplar y canon de todo amor entre los hombres. Sexo y eros encuentran en el agape su integración y su sentido personal y religioso. Los testimonios de la revelación proclaman que el amor humano por esencia debe tener rasgos altruistas.

Por esto en el cristianismo un amor egocéntrico y narcisista recibe una condenación radical. Todo amor erótico y sexual, tras el cual no se halle la persona entera y que, por tanto, no esté dispuesto a aceptar los deberes y la responsabilidad, no se puede entender como verdadero amor. El cristiano deberá medir una y otra vez en el radicalismo de la comprensión cristiana del amor su referencia al otro y las exigencias que se plantean a su amor.

Para el cristiano se abre un sentido todavía más profundo, un aspecto teológico-salvífico de la s. por el hecho de que el hombre espera del otro la configuración de su propia persona y, para esta finalidad, se une exclusiva e irrevocablemente con su pareja en el sentido de una comunidad de vida y de destino. Con esto él crea el presupuesto para la eficacia de la acción salvífica de Cristo. En el matrimonio una parte se hace para la otra mediadora de la salvación. Por esto la s. nunca tiene un valor por sí misma, sino que lo recibe solamente por el hecho de que se convierte en expresión de la voluntad entera del hombre.

Desde una perspectiva escatológica la s. y el matrimonio en cierto modo resultan relativos para el cristiano, pues «en la resurrección de los muertos ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio» (Mc 12, 25). Precisamente esta distancia escatológica lleva al hecho de que en el cristianismo tiene sentido y ha de tener su puesto la decisión de no casarse, fundamentada en la libertad y en el carisma; esa decisión adquiere formas especiales en la –> virginidad y el -> celibato.

Pero el radicalismo de las exigencias del amor cristiano aparece excesivo en casos particulares si a la vez no se tiene en cuenta su carácter de don, así como su momento de perdón y de gracia. El hombre ha de aceptar que se le regalen muchas cosas; en la fe adquirirá certeza del perdón de su conducta errada, por la que deja de llegar a su fin. El pensamiento del perdón (cf. Jn 8, 1-11) y de la gracia constituye el envés de las altas exigencias morales del amor cristiano, que con ello ya no son excesivas, ni producen efectos neuróticos, sino que, más bien, tienen un efecto liberador. Por mucho que en el transcurso del tiempo la moral sexual realice siempre una adaptación a las normas sexuales, sin embargo, permanece siempre confrontada con el evangelio, que le sirve de norma crítica.

7. La actitud moral de base

La disposición del hombre a afirmar su s. y aceptar su papel sexual específico, así como a reconocer los impulsos sexuales en su carácter íntegramente personal y social y a ordenarlos en el conjunto de su vida y de sus relaciones, es caracterizada en la tradición como castidad. Hoy, sin embargo, este concepto ha perdido ampliamente el contenido positivo de su valor. Castidad no equivale a lo que se llama «pureza» o continencia, sino que es «la tendencia a una ordenación y configuración correctas de las fuerzas sexuales al servicio de las relaciones humanas». El fin de la castidad está en la capacidad de amor personal bajo la modalidad específica del sexo y también en la preparación del hombre para el matrimonio. Sólo está capacitado para el matrimonio el que es capaz de amor en un sentido total.

En cuanto la s. no es un sistema autónomo dentro de la totalidad de la persona sino que constituye una condición fundamental del ser humano, es funesta no sólo una infravaloración o negación de la misma, sino también cualquier exageración o aislamiento del sexo, o sea, una imagen del hombre que destaque tanto el ámbito biológico-animal a costa de la configuración espiritual-personal, que el hombre sea considerado únicamente como ser sexual. Precisamente una actitud fundamental de este tipo sería deshonesta, pues una valoración puramente funcional de las fuerzas sexuales lleva pronto a la exigencia de un derecho a gozar solitariamente de la s., a la válvula de escape de la satisfacción exigida por la tendencia, a probar y ejercitar la actividad sexual y a gustar el placer sexual hasta el hastío. En tal emancipación de la tendencia sexual la pareja queda fácilmente degradada a la condición de objeto de los deseos propios, aunque finalmente se intenta evitar conflictos mayores por medio de reglas de conducta meramente externas, p. ej.: No debes herir los sentimientos del otro; o bien, «jamás debes engendrar un niño no deseado» (A. Comfort).

La impureza no debe ser descrita de un modo funcional como «abuso» de la capacidad sexual. La impureza indica aquella actitud que no está dispuesta a reconocer la s. en su radicación íntegramente personal y a ordenarla con sentido en el todo de la vida, aun cuando esa actitud durante mucho tiempo no haya llevado al abuso de las fuerzas sexuales. También una consideración de la s. unilateralmente biológica y libre de valoración debería tenerse por impura cuando pretende ser el enfoque exclusivo.

Sin embargo, si hay una actitud fundamental correcta y, aun cuando se presenten fracasos particulares, se tiende renovadamente a ella, entonces se puede hablar de un hombre casto, pues la virtud sólo se pierde por un abandono total del fin, es decir, de la orientación de base.

8. Veracidad en la conducta particular

En las relaciones sexuales se exige ante todo veracidad. La sinceridad exige que cada parte no se defraude a sí misma ni a la otra, que no «ponga en juego esperanzas o afirmaciones falsas» (Trillhaas). Quien, apelando a la naturalidad, quiere dejarse vía libre para un ejercicio desenfrenado de sus pasiones e impulsos, no se toma en serio ni a sí mismo ni a su pareja como auténtica persona humana.

Aquí debería atenderse también al carácter de signo del comportamiento sexual. Éste recibe su sentido de la significación que se da al signo particular. Ciertamente la función de los signos particulares cambiaría según la costumbre y la manera individual de sentir; pero, no obstante, la forma suprema de unión corporal, el contacto sexual, debería también permanecer expresión de la suprema forma de unión personal humanamente posible. Y ésta sólo queda garantizada si tiene como fundamento que la asegura la voluntad mutua de vinculación en ambas partes. Y así es condición fundamental de la entrega sexual, la total e irrevocable aceptación de la pareja como persona.

La experiencia corporal de placer brota de la experiencia más profunda de la intimidad en la comunidad de vida; tiene un carácter extático. La finalidad y la expresión de la plenitud de la s. humana no es el máximo placer posible en el orgasmo, sino la experiencia de la intimidad de dos seres humanos. Por cuanto la vivencia de felicidad tiene un carácter momentáneo y en el plano del cuerpo desaparece más rápidamente que en la experiencia espiritual, la s. tiende a la repetición. El signo quiere ser puesto siempre de nuevo, pero sólo garantiza un presentimiento de la plenitud definitiva, que permanece siempre una promesa para las dos partes. Si la s. se cuenta entre los elementos de la estructura de la persona humana, entonces el contenido último de su sentido no se llena sólo por una vivencia de placer experimentada corporalmente, ni tampoco por una transitoria armonía personal en el sentido de una comprensión amorosa, sino en cuanto el impulso sexual queda vinculado a la voluntad de obligarse mutuamente, a la común responsabilidad mutua, y a la forma acuñada por el agape de un amor que se entrega.

Incluso cuando la pareja en principio está de acuerdo con una entrega sexual sin compromisos, en forma de un comercio carnal pre o extramatrimonial, con todo éste contradice al contenido que de suyo expresa ese acto. No se puede dudar de que muchas personas en su entrega sexual no reconocen la singularidad inconfundible del tú y no tienen la experiencia de la pertenencia y vinculación mutuas, sencillamente porque en virtud de sus intereses egoístas no poseen la apertura y la atención exigidas para un amor auténticamente referido al tú. El deseo de pertenecer a la pareja «para siempre y eternamente» no se realiza ahí en modo alguno.

Ahora bien, sin una voluntad total de unión no se puede asumir una responsabilidad plena para con el cónyuge ni para con la prole que eventualmente pueda proceder de este amor. Entonces la entrega se convierte fácilmente en una pérdida de sí misma. Si el acto sexual debe ser signo del amor y de la total entrega mutua, en consecuencia detrás de él debe estar necesariamente toda la persona con su conocimiento y voluntad. Ante la exigencia radical de amor que hay en el NT, todo comercio carnalpre o extramatrimonial es falso y, en último término, irresponsable (F. Böckle). La significación de la s. para toda la humanidad y la responsabilidad social hacen que también la sociedad tenga un derecho de intervención en la regulación del matrimonio y en el acto de contraerlo. A este respecto el comienzo del matrimonio no siempre podrá fijarse en forma puramente jurídica.

En cuanto toda persona sana y corporalmente madura está incluida en el campo de fuerzas de la s., se plantea para la moral sexual la cuestión de si y hasta qué punto hay ciertos grados de ejercitación en la experiencia de la propia s., los cuales, aunque sean distintos para cada individuo, puedan, sin embargo, ser valorados como grados transitorios para la persona que va madurando. Cabe preguntar además qué formas de relaciones sexuales tienen sentido en el camino hacia el matrimonio y, por ello, son moralmente lícitas. Por lo que se refiere a la valoración de los estímulos sexuales sobre una base heterosexual, tal como éstos se presentan en los juegos estimulantes, la pregunta por su sentido y licitud no se puede contestar mediante una casuística perfilada. Si el necking y el petting (besarse y acariciarse) se entienden en sentido amplio, no apuntando meramente a una satisfacción sexual, sino como examen de la disposición erótica de la otra parte y como prueba de amor, no se pueden rechazar de antemano y globalmente. Por más que sea propio de los jóvenes acumular experiencia, sin embargo, no puede pasarse por alto la cuestión del sentido y de la finalidad.

Para el comportamiento prematrimonial puede establecerse como principio: en tanto tiene sentido y es lícita la expresión corporal del amor, también la de índole erótica y sexual, en cuanto existe la disposición interna a dar. Hay distintos grados de vinculación entre dos personas, desde la amistad inestable, a través de la amistad para siempre, hasta aquel amor temporalmente ilimitado que es la característica del amor matrimonial. El saber sobre el propio engaño, sobre la proyección del tipo de alma o de ánimo; exige la correspondiente autocrítica y la apertura para el consejo de otros. La ordenación correcta y la configuración de la s. es para la persona humana un cometido de toda su vida; aquí la moral sexual sólo puede mostrar el fin hacia el cual el hombre ha sido enviado y puesto en camino. Y así pueden muy bien darse ciertos grados de desarrollo y de maduración.

9. Conductas erróneas

Puesto que la s. es expresión esencial de la orientación y vinculación personales del hombre, toda actividad sexual que se busca sólo por sí misma y no llega a una vinculación corporal-espiritual, yerra su sentido pleno. Y así se traduce en un enunciado parcial e incluso falso. El valor moral de tal acción se mide por el valor personal del ser que en ella se presenta. Una moral sexual que en la s. ve solamente las funciones del placer y de la propagación (así H. Kentler), ha abandonado la radicación personal de la s. y cae en una valoración apersonal y aislada de las fuerzas del estímulo sexual. Todo egocentrismo y narcisismo que valora la otra parte solamente como objeto del egoísmo propio o que no ve la propia s. en su referencia social, es una conducta errónea.

Para la educación no se debería proponer una imagen ideal estática, sino que habría de tenerse en cuenta cómo se da necesariamente un desarrollo, y cómo el hombre conoce estadios en los que la integración sexual tiene todavía el carácter de lo imperfecto, de lo no logrado y configurado totalmente. Además, una conducta deficiente no se valorará únicamente por sí sola, sino que aquí se atenderá a la historia de la vida de cada uno, a toda su actitud y orientación fundamental. Para los jóvenes hay grados transitorios de conducta sexual, los cuales deben ser aceptados y elaborados correctamente. En todo caso no pueden ignorarse la tendencia a la repetición y el peligro de acostumbrarse a una falsa conducta sexual y quedarse fijado en ella.

Precisamente en los años de desarrollo la capacidad de amor del joven corre el peligro de quedarse fijada en un narcisismo o de ser destruida totalmente por las fuerzas autónomas del impulso sexual. Ni una represión ciega de las fuerzas sexuales ni una satisfacción ingenuamente aceptada de las mismas sirven a la maduración humana. La masturbación, que es una forma (muy extendida entre los jóvenes) de satisfacción sexual extramatrimonial, en buena parte debe considerarse como fase transitoria de un desarrollo sexual o como distensión en una atmósfera de excitación. Excepto el caso en que se trate de una fijación neurótica, hay que guardarse de dramatizaciones. Sin embargo, no es una forma correcta y plenamente válida de actividad sexual, y por ello no puede aprobarse simplemente.

El fenómeno de la homosexualidad hoy ya no puede abordarse en forma puramente negativa e indiferenciada. El trato con personas homosexuales exige una solución «pastoral» adecuada. La llamada de la moral se estrella precisamente en los homosexuales, si bien «gran parte de ellos lo son voluntariamente y, dentro de sus límites, son también capaces de buscar uniones duraderas y "totales" lo mismo que las personas "normales"» (H. Ringeling). No hay duda de que Pablo rechazó la homosexualidad como síntoma del pecado original del hombre, en correspondencia con su valoración de la pederastia coetánea como signo de depravación y decadencia. Pero allí donde hoy la homosexualidad se perfila más como enfermedad que no puede ser «superada» simplemente mediante esfuerzos morales, sino que, por el contrario, parece incluso tener un carácter irreversible, habrá que ayudar a estos hombres en el marco de las posibilidades todavía existentes. Un hombre tal busca de manera absolutamente sincera la totalidad de la otra persona, pero no alcanza la forma cristiana de encuentro con ella (Thielicke). Por esto, una persecución jurídica de la homosexualidad se exigirá sólo allí donde se trata de la seducción de jóvenes y personas dependientes, de acciones contra la moralidad pública y de una explotación de la homosexualidad con fines lucrativos.

10. La cuestión de la culpa

En las infracciones contra la ordenación y configuración de las fuerzas sexuales se atenderá, para enjuiciar la culpabilidad, a los conocimientos de la -> psicología profunda. No pocas veces se da aquí una considerable merma del conocimiento y de la libertad de la voluntad. Por lo que se refiere al conocimiento, podemos decir: Los estados de tensión sexual repercuten perjudicial y opresivamente en la actividad de la corteza cerebral, que es el lugar donde se desarrolla el proceso espiritual. La reflexión retrocede más o menos; se olvida la precaución con que normalmente se procede; y finalmente el pensamiento queda cautivo más y más del impulso sexual. En este estado ya no se puede hablar de capacidad para un conocimiento claro. El afectado tampoco ve claramente la importancia moral ni el alcance de su acción. Lo sexual se le impone con su dinámica propia. Sólo después de la distensión sexual y de la desaparición de la presión sobre la corteza cerebral cesa la «ofuscación» del pensamiento (cf. Gagern).

Precisamente desde este punto de vista resulta también claro que el enjuiciamiento aislado de un «solo acto» es necesariamente insuficiente, y que importa más bien la totalidad de la actitud fundamental y orientación del hombre. El que busque la ordenación correcta de lo sexual y conozca la dinámica de estas fuerzas, no se expondrá sin reflexión a la «próxima ocasión». Pero allí donde, a pesar de un esfuerzo intenso, uno es «arrollado» de nuevo, a veces como consecuencia de las caídas anteriores, deberá procederse con cautela antes de declarar como «pecado mortal» un caso particular, y si hay duda se decidirá pro reo.

En lo tocante a la voluntad, a pesar de una posición fundamental correcta, con frecuencia puede faltar aquella madurez (exigida para pecar mortalmente) que se requiere con un consentimiento plenamente voluntario y libre, y puede faltar especialmente en los jóvenes durante su pubertad. No todo consentimiento puede valorarse de antemano como decisión plena de la voluntad. Con frecuencia se trata de un consentimiento que se requiere para realizar un acto, pero que es más bien un ceder de la voluntad débil ante el poderoso empuje sexual. Son dos casos distintos el del que lucha seriamente por una ordenación e inserción correcta de sus impulsos sexuales y el del que se deja llevar abúlicamente por ellos.

Para la magnitud de la conducta falsa, o para la gravedad del pecado, es decisiva la medida del amor lesionado o falsificado en la infracción sexual. También en el ámbito sexual se distinguirá entre las dificultades sexuales que se oponen ineludiblemente al joven en el camino o proceso de maduración hacia una recta ordenación, por una parte, y las auténticas trasgresiones sexuales, por otra. Aunque éstas últimas de ningún modo han de tenerse por simples bagatelas, puesto que pueden ser muy perjudiciales parala capacidad de amor y el desarrollo de la personalidad, sin embargo, tampoco en ellas deberían verse los pecados peores. Precisamente hoy, en la ética cristiana ya no está en primer plano la regulación de la conducta sexual, aunque a veces todavía se le reprocha esto (A. Comfort).

En todo caso, el cristiano no podrá abordar la cuestión de la culpa sin tener también en cuenta la disposición al perdón exigida por el evangelio (cf. Jn 8), y el perdón de la culpa y de los pecados propios que se ha experimentado por la fe en la obra redentora de Cristo.

BIBLIOGRAFÍA:

1. MONOGRAFÍAS: F. E. v. Gagern, Die Zeit der geschlechtl. Reife (F 1952); D. S. Bailey, The Man-Women Relation in Christian Thought (Lo 1959); P. Ricoeur (dir.), Sexualité (P. 1960); Der homosexuelle Nächste (H 1963); Sexualität und Verbrechen (F - H 1963); Thielicke III 507-810; S. Keil, Sexualität, Erkenntnisse und Maß-Stäbe (St 1966); Sex and Morality. A Report to the British Council of Churches (Lo 1966); H. Baltensweiler, Die Ehe im NT (Z - St 1967); G. Barczay, Revolution der Moral? Die Wandlung der Sexualnormen als Frage an die evangelische Ethik (Z - St 1967); F. Böckle - J. Kähne, Geschlechtl. Beziehungen vor der Ehe: Probleme der prakt. Theologie V (Mz 1967); F. Leist, Liebe, Geschlecht, Ehe (Mn 1967); M. Müller, Grundlagen der kath. Sexualethik (Rb 1968); H. Ringeling, Theologie und Sexualität (Gü 21968); H, van de Spijker, Die gleichgeschlechtl. Zuneigung. Homotropie: Homosexualität, Homoerotik, Homophilie — und die katholische Moraltheologie (Olten - Fr 1968); H. Greeven - J. Ratzinger - R. Schnackenburg - H. D. Wendland, Theologie der Ehe (Rb - Gö 1969); G. Scherer - W. Czapiewski - H. Koester, Ehe — Empfängnisregelung — Naturrecht (Essen 1699); J. Gründel, Fragen an den Moraltheologen (Mn 21969); A. Alsteens, La masturbación en los adolescentes (Herder Ba 1972); W. Wickler, Sind wir Sünder? Naturgesetze der Ehe (Mun - Z 1969).

2. ARTICULOS: Härings III 273-399 (hihi.); B. Häring, El matrimonio en nuestro tiempo (Herder, Ba 41973); F. Böckle, Discusión sobre el derecho natural (Herder Ba 1971); A. Alsässer, Geschlechts-verhalten in Partnerschaft und Ehe: Für eine glückliche Liebe (bajo la dirección de G. Geissler) (Mn 1968) 173-185; idem, Rechtes Verhalten in der Zeit der geschlechtlichen Reife: ibid. 185-199; A. K. Ruf, Humansexualität und Ehegemeinschaft: NO 22 (1968) 241-252; J. Vernet, Chromosomes et criminalité: Études (1968) 207-217; J. Gründel, Das neue Bild der Ehe in der kath. Theologie: Das neue Bild der Ehe (bajo la dir. de H. Harsch) (Mn 1969) 37-73: idem, Das christl. Menschenbild — Ausgangspunkt und Ziel geschlechtlichen Erziehung: Geschlechtlichen Erziehung in der Schule (bajo la dir. de E. Wiesböck) (Mn 1969) 16-58.

Johannes Gründel

C) PEDAGOGÍA SEXUAL

1. Peculiaridad y problemática

La educación sexual sólo puede realizarse fructíferamente en el marco total de una educación moral y personal; no se puede realizar prescindiendo de toda valoración e ideología y presupone una visión recta de la s. (cf. antes en A). Aquí, más que de una proclamación moralizadora de las normas morales correspondientes, se trata de aquella ayuda que el hombre joven necesita dentro de un proceso de maduración. Una pedagogía sexual que renuncie a la cuestión del sentido y de la finalidad de la educación se destruye a sí misma. Todo tabú y toda mistificación falsa en el campo de lo sexual han de suplantarse por el necesario conocimiento objetivo y por una introducción profunda y sin escrúpulos en las cuestiones vitales del hombre, en la significación de la s. para el desarrollo de la personalidad propia y para las relaciones humanas y sociales, y principalmente en las cuestiones del amor y del -> matrimonio. A este respecto se requiere una visión conjunta de todas las cuestiones de la vida a la luz de la revelación.

La -> psicología profunda prohíbe valorar lo sexual meramente como un sistema autónomo dentro de la totalidad de la persona; más bien, lo sexual pertenece al ser humano en general. Por ello la acuñación y la maduración íntegramente humanas dependen en gran parte de una ordenación correcta de lo sexual. En consecuencia hay que rechazar toda valoración meramente funcional, toda exigencia arbitraria y toda vivencia aislada del placer sexual. Tales pretensiones aparecen hoy ampliamente como reacciones unilaterales ante una moral sexual concebida negativamente.

Si la s. se trata de un modo puramente biológico, psicológico o incluso sociológico, con ello todavía se ha hecho poco para su integración personal. Precisamente aquí, todo aislamiento es funesto, pues una s. no integrada correctamente puede convertirse en una amenaza social con la dinámica de su impulso.

La problemática de una educación sexual acomodada a los tiempos reside también en que aquí se encuentran siempre dos generaciones.

2. Punto de partida y finalidad

Como punto de partida y finalidad de la educación sexual hay que considerar la unidad de s. y eros, de amor personal y responsabilidad de los dos amantes por sí mismos y por la sociedad. A partir del eros, que se entiende como amor dirigido a la persona y abarca a la otra persona íntegramente, crece también la disposición al matrimonio. La mera s. y el comercio carnal aislado carecen de este eros personal.

Para el cristiano una pedagogía sexual correcta exige una referencia a la imagen cristiana del hombre y a la ética cristiana del matrimonio y del amor. En la actitud de la pedagogía sexual deberán tenerse en cuenta, a partir de la revelación, las afirmaciones histórico-salvíficas sobre el pecado, la necesidad de redención, la redención efectiva y la santificación del hombre. Hay que rechazar toda discriminación, pero también toda acentuación exagerada y mágica de lo sexual. Ni una interpretación pesimista del hombre en el sentido de una naturaleza totalmente corrompida, ni un naturalismo, unido a una fe ingenua en el progreso, corresponden a la valoración cristiana del hombre y de su sexualidad.

A pesar de toda actitud natural, serena y sana ante el ámbito de lo sexual, el cristiano sabe que también este campo está vulnerado a causa de la condición pecadora del hombre.

Una educación para la ordenación correcta de lo sexual debe necesariamente permanecer unida con una introducción a la vivencia axiológica. Cuanto más aflore el estímulo sexual, que requiere una sublimación, tanto más debe ofrecerse a los jóvenes en su crecimiento una ayuda decisiva para la ordenación de sus fuerzas sexuales. Por esto hay que tender necesariamente a una profundización de la conciencia personal. En último término, la finalidad de una educación sexual correcta es la capacitación para un encuentro personal en el amor, con la disposición a aceptar la responsabilidad por sí mismo, por la pareja y por la vida nueva que pueda llegar.

También deberían darse a conocer críticamente al joven los distintos contenidos de la palabra «amor». Porque todo encuentro de los sexos presupone una determinada madurez de vida.

3. Método e «ilustración»

La madurez sexual depende de la acuñación íntegra del hombre y de la historia de cada uno desde su fase pregenital, de si en su mundo circundante reina una atmósfera educadora llena de confianza, de la conducta de la madre para con el niño y del amor familiar. La pedagogía sexual atenderá a la educación según las fases. De acuerdo con los conocimientos de Freud, según el cual son ya importantes los impulsos libidinosos de los primeros años de la infancia y su configuración, se prestará cuidado también al desarrollo de la s. en la niñez, en la juventud y principalmente en la pubertad, y según la capacidad receptora del niño, se transmitirá de acuerdo con las fases el conocimiento necesario. Toda falta de veracidad en relación con la instrucción de los niños (historia de la cigüeña) y toda mojigatería, contradicen a una pedagogía sexual seria y acarrearán su venganza en el transcurso del desarrollo del niño. Una instrucción colectiva sobre las funciones sexuales resulta problemática cuando se contenta con una exposición puramente fisiológica y biológica del tema, sin abordar la tarea de una formación personal y de la configuración de todo el hombre. Solamente aquel saber que se encuadra en una educación total, puede favorecer a un desarrollo íntegramente humano de la personalidad. Una instrucción sexual objetiva deberá concluirse en cierto modo al principio de la pubertad, es decir, antes de la primera polución o de la primera menstruación.

Sin embargo, una mera transmisión de saber es insuficiente. Tras el concepto de «ilustración sexual» se oculta con frecuencia unoptimismo discutible en torno a la instrucción objetiva sobre los hechos biológicos y fisiológicos. Ahora bien, en cuanto se trata del problema de una educación humana integral, por pedagogía sexual no puede entenderse simplemente la ilustración sexual. Precisamente una valoración cristiana del hombre, de su corporalidad y de su s. prohíbe desligar lo sexual de la responsabilidad personal. La tendencia de los impulsos sexuales, su inseguridad instintiva y su intensidad excesiva exigen un esfuerzo constante para la ordenación correcta de estas fuerzas en el todo de la persona. Si la configuración de tales fuerzas no ha de tener un carácter represivo, sino que ha de convertirse en una educación para el amor correctamente entendido, se requiere una integración de los impulsos sexuales que deje espacio libre para el encuentro con otra persona. También la relación matrimonial de amor entre hombre y mujer sólo se logrará si ha recorrido ya una fase de distancia sexual. Mientras no sea todavía posible para el joven una comprensión plena del sentido y significación de la s. él necesita absolutamente una protección y dirección. En el camino hacia una recta ordenación y configuración de la s. hay sin duda alguna grados de desarrollo y de madurez. Una casuística alambicada no es suficiente para precisar lo que en un caso particular es correcto y bueno o lo que es absurdo, malo y, por consiguiente, pecaminoso (cf. antes en B).

Aunque en el joven, ante la súbita irrupción de los impulsos sexuales, debe evitarse todo dramatismo y así no se puede hablar de pecado en todo acto solitario, sin embargo, se mostrará al afectado la dirección donde llama la s. De lo contrario, una fijación falsa y narcisista podría perdurar hasta los años posteriores y crear así dificultades al joven en su transición desde una referencia al yo hacia un auténtico altruismo. La liberación de un egoísmo infantil exige una revisión de ciertas proyecciones de arquetipos inconscientes, especialmente de la imagen asexual de los padres. Sin embargo, si se mantiene excesivamente después de la pubertad una s. egocéntrica, eso puede ser síntoma de una crisis en el ser personal o expresión de un carácter infantil o neurótico.

4. Los pedagogos en esta materia

El cometido de la educación sexual corresponde en primer lugar a los padres. En una atmósfera familiar sana ellos deben llenar en cada caso la necesidad infantil de información y, teniendo en cuenta el saber ya existente en el niño, prepararlo para las modificaciones corporales y espirituales. Las frecuentes cohibiciones y dificultades de los padres en encontrar la palabra adecuada para los niños, sin duda se basan en el hecho experimental de que la intimidad más profunda de hombre y mujer en el acto sexual permanece en último término oculta bajo el velo del pudor y de la reconditez, y así lo que propiamente debe decirse y experimentarse no puede articularse. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, los reparos demasiado fuertes pueden conducir a tabúes que impiden o malogren la confianza que debe reinar entre padres e hijos.

También la escuela, en su tarea educativa, seguirá desarrollando los conocimientos existentes. Sin embargo, la educación sexual que ella imparte podría entenderse ampliamente como subsidiaria. Es cosa dudosa que la educación sexual haya de constituir una materia especial; pues aquí se trata de un problema que afecta a la totalidad del hombre, y que no sólo debe abordarse en el ámbito de la biología, sino también en otras disciplinas, entre las cuales ocupa un puesto importante la instrucción religiosa y la formación de la conciencia del educando.

BIBLIOGRAFÍA:

— 1. FUENTES: Plenarkonferenz der deutschen Bischöfe, Sexualpädagog. Richtlinien für die Jugendseelsorge (D 1964).

— 2. MONOGRAFÍAS: A. Gruber, Jugend im Ringen und Reifen (Fr - Bas - VV '1961); D. Gritsch, Lebensgeheimnisse. Gespräche mit Kindern und Jugendlichen. Versuch einer Sexualpädagog. für Eltern und Erzieher (W 1962); M. J. Buckle)), Morality and the Homosexual (Lo 1959), dt.: Homosexualität und Moral. Ein aktuelles Problem für Erziehung und Seelsorge (D 1964); L. Prohaska, Pedagogía sexual. Psicología y antropología del sexo (Herder Ba '1973); F. E. v. Gagern, Die Zeit der geschlechtl. Reife (F '1964); ders., Harmonie von Seele und Leib (F '1966); A. Heirnler, Reifung und Geschlecht (Mn 1966); K. H. Wrage, Mann und Frau. Grundfragen der Geschlechtserziehung (Gü 1966); A. Auer - G. Teichzweier - H. u. B. Sträfling, Der Mensch und seine Geschlechtlichkeit (Wü 1967); F. Böckle - J. Kähne, Geschlechtl, Beziehungen vor der Ehe: Probleme der prakt. Theologie V (Mz 1967); W. Bokler - H. Fleckenstein, Die sexualpädagogischen Richtlinien in der Jugendpastoral: Probleme der prakt. Theologie VI (Mz 1967); E. Eil, Grundlagen der Erziehung zu Partnerschaft und Ehe (Limburg 1968); R. Hof-mann - J. B. Lortz - G. Struck, Aufklärung un Geheimnis in der S. (Karlsruhe 1968); B. Strätling, Sexualidad: ética y educación (Herder Ba 1973); E. Wiesböck (Hrsg.), Geschlechtl. Erziehung in der Schule (Mn 1969) (con bibl.); P. Chauchard, Voluntad y sexualidad (Herder Ba 1971); L. Prohaska, El proceso de la maduración en el hombre (Her-der Ba 1972); P. Chauchard, Fuerza y sensatez del deseo. Análisis del eros (Herder Ba 1974).

— 3. ARTÍCULOS: A. K. Ruf, Humansexualität und Ehegemeinschaft: NO 22 (1968) 241 bis 252; J. Gründel, Das christl. Menschenbild — Ausgangspunkt und Ziel geschlechtlicher Erziehung: Geschlechtl. Erziehung in der Schule, hrsg. von E. Wiesböck (Mn 1969) 16-58.

Johannes Gründel