SANTIDAD
SaMun


1. El fundamento original de toda s. es la s. de Dios, por la que él es el absolutamente otro. Sin embargo ya en el AT Dios, como «el Santo de Israel», en su inaccesibilidad es a la vez gozo, fuerza, apoyo, salvación del pueblo elegido (Is 10, 20; 17, 7; 41, 14-20). En la -> justificación por el «santo siervo Jesús» (Act 4, 27.30), que «se santifica» para que también los suyos «sean santificados» (Jn 17, 19), Dios se comunica a sí mismo al hombre. Lo incorpora por la gracia a su vida personal, se entrega a él como santificador y lo hace a él mismo santo por la - gracia santificante en el -» Espíritu Santo, dejándolo dispuesto para «la ciudad santa, la nueva Jerusalén» (Ap 21, 2). Para recibir esta comunicación de -> Dios mismo y para responder a ella, se da al hombre la capacidad correspondiente mediante las -> virtudes sobrenaturales (virtudes infusas): la fe, la -> esperanza y la caridad (-> amor). Éstas dirigen su acción religiosomoral a la inmediata participación de la vida de la Trinidad. En ellas y mediante ellas el Dios santo mismo, con su propia comunicación, crea la posibilidad y la libre realización de la participación de su vida (-> gracia y libertad). En esta realización se lleva a cabo en forma cada vez nueva la decisión fundamental por Dios (Rom 6, 11: viventes autem Deo), exigida ya por el -> bautismo. En esa decisión el hombre se entrega absolutamente a Dios y responde incondicionalmente en forma personal al ofrecimiento de la gracia divina. La libre entrega de un hombre, del que Dios toma posesión en el bautismo, y por la que aquél es santificado ontológicamente, es a la vez santificación moral de sí mismo, que en todo caso presupone la gracia de Dios como causa que la posibilita. Esta segregación y reserva vivida para Dios, que hace de la vida del cristiano una oblación cultual ofrecida por Cristo (cf. Rom 12, 1; Flp 2, 17; 4, 18; Heb 13, 15s; 1 Pe 2, 4s.9) y santifica el nombre de Dios (-> padre nuestro), a través de Cristo es a la vez servicio de Dios, unión con él y asimilación a él.

2. Hablando más concretamente, toda la vida cristiana se realiza en el amor, en el que se basa toda la multiplicidad de actos cristianos (Mt 22, 40), y que es el «cumplimiento de la ley» (Rom 13, 10), contiene el cumplimiento de los demás mandamientos (Gál 5, 14) y los «compendia» (Rom 13, 9). Sólo el amor origina una donación absoluta del hombre a Dios, porque sólo él lo conduce a la unidad interior en medio de la multiplicidad de su ser y de su acción y lo entrega a Dios. En efecto, el hombre sólo es plenamente él mismo cuando sedirige a los demás por el amor. Solamente en el amor adquiere el hombre el don de sí mismo, y únicamente en él puede hacer verdadera donación de sí mismo; y sólo el amor es la respuesta plena que se debe a Dios como persona.

3. Sin embargo, el hombre que responde a Dios en el amor es una realidad pluridimensional. Por eso su autorrealización moral-religiosa está determinada por diferentes modos de comportamiento distintos entre sí (-> virtudes, -> justicia, -> virginidad, -> humildad, . -> amor al prójimo, etc.), pues Dios interpela al hombre no sólo en el mandamiento del amor, sino también en una pluralidad de mandamientos particulares, que corresponden a la realidad multiforme del hombre. De acuerdo con su naturaleza, estas virtudes pueden existir en el amor aunque no aparezcan allí en forma plenamente explícita; y de hecho sólo en él alcanzan su plenitud. Aun cuando el amor por su naturaleza significa un compromiso total, sin embargo, sólo en su paulatina maduración va adquiriendo forma, y únicamente en la realización histórico-personal de sí mismo se logra la integración de todos los ámbitos y facultades humanos según las posibilidades individuales de cada uno. Vista la cosa así, el amor siempre está en camino, para superar el estado que ha alcanzado en cada momento; el individuo es llamado por Dios en su peculiaridad y no puede saber de antemano qué es lo que Dios exigirá de él en el futuro (RAHNER v 481-502). Cuanto más llega a sí mismo el amor y cuanto más «informadas» por él están las demás virtudes, tanto mayor es el grado de maduración de la santidad.

4. Posibilidad de experimentar la gracia. Dios, que es la meta de la vida de amor, no está oculto al hombre en su acción mediante la gracia. Su comunicación de sí mismo produce en el hombre como respuesta tanto conocimiento como amor. Esta acción de Dios por medio de la gracia no queda, pues, más allá de la conciencia. Es experimentada, aunque no a manera de un objeto; no es «vista» como pretende el -> ontologismo, sino que se percibe como una luz no-objetiva, que ilumina los «objetos» de los actos sobrenaturales; pero ella misma no es un objeto. Por eso Dios tampoco puede hacerse consciente para nosotros mediante una introspección psicológica; sólo puede ser experimentado en forma implicita junto con las realidades dadas objetivamente y vinculadas a la inteligencia creyente de la Iglesia, junto con los objetos de la fe, de la esperanza y del amor. Esa posibilidad de experimentación es tanto mayor cuanto más se ha ejercitado y penetrado el hombre en la -> trascendencia natural del espíritu hacia el ser en general, en el recogimiento interior sobre el propio centro espiritual, en la autorrealización ética, en la vivencia estética, etc., en todo lo cual se da cierta experiencia de lo no objetivo. Naturalmente, tal experiencia no comunica una certeza sobre el estado de gracia.

5. El amor de Dios no es sólo supra-mundano, es decir, no es sólo amor con el que Dios ama su propia bondad en su vida trinitaria, sino que es principalmente mundano, es decir, amor redentor de Dios hacia el mundo (Jn 3, 16). El amor sobrenatural del hombre es participación del amor de Dios. Por eso, el cristiano que ama verdaderamente a Dios también realiza necesariamente en este amor suyo el amor de Dios al mundo. Así el amor a Dios — participando del amor de Dios al mundo y ayudando a realizarlo — se extiende en primer lugar al hombre. Amamos a éste con el amor absoluto de Dios, pero lo amamos por sí mismo, de acuerdo con el mandamiento principal, que junto con el amor a Dios exige el amor al prójimo. Por otra parte, como amamos al prójimo en cuanto persona, es decir, en virtud de una decisión moral absoluta, el amor al prójimo como tendencia fundamental implica necesariamente un amor implícito a Dios, en el que se funda y sustenta. En cierto sentido el amor al mundo se extiende también a la criatura irracional y a la realidad de las cosas, por cuanto éstas «son un bien que deseamos a los demás... Así también Dios las ama ex caritate» (TOMÁS DE AQuINo, ST II-II q. 25 a. 3) Tales cosas son dignas de amor en tanto sean vistas en unión con la persona amada.

6. Como todo amor auténtico no puede permanecer encerrado dentro, sino que impulsa a la acción y trata de encarnarse en ella (caritas effectiva), también el auténticoamor al mundo impulsa a la acción visible, con el fin de ordenar la comunidad humana, así como a los hombres respecto de las cosas y las cosas entre sí. De ese modo, junto a la forma externa que el amor adquiere en la consagración por el -> sacrificio y el -> culto (-> sacramentos [s. cultual] ) aquél se traduce también en acción «profana» dentro del mundo. Así toda acción adecuada en el mundo del hombre que ama (trabajo y ocio, acción y meditación) es amor y s., pues la intención fundamental, que determina y configura esta conducta, se funda en el dinamismo sobrenatural del amor que transforma radicalmente al hombre y también su acción (Dz 799s 821). Si el amor es el principio fundamental que forma, mueve y dirige todo ser y acción, en consecuencia también aquí actúa implícitamente y, en estas manifestaciones de la vida (el trabajo, el servicio al mundo), encuentra — como caritas implicite actuata — su plenitud esencial.

También al amor puede aplicarse la característica antes señalada acerca de la experiencia de la gracia, que implica la conciencia de la presencia y de la acción de Dios (luz, fuerza, alegría, paz). La orientación óntico-categorial hacia el mundo se convierte así en una modalidad de la fundamentación ontológico-trascendental en Dios, que en cuanto tal, en su anticipación escatológica (la manera cristiana de «huida del mundo»), se hace o puede hacerse experimentable en la orientación misma hacia lo categorial. El fundamento de la armonía entre la acción natural en el mundo de los objetos y la vida en el amor y la s., es en definitiva el hecho de que la realidad natural de la creación es presupuesto y momento interno de la realidad de la redención, porque «la creación, incluso como natural, pertenece a la realidad de la redención, como se ve en la comunicación de Dios mismo por el hecho de que la Palabra de Dios se hace criatura. La realidad de la redención pone como presupuesto suyo la creación, en cuanto momento diferente, para poder existir ella misma y por esto precisamente comunica su gracia a la creación, la abre hacia sí en todas sus dimensiones y posibilidades y da a todo un sentido sobrenatural definitivo. Pero con ello confirma también lo creado en su auténtica y permanente naturaleza, y trata de sanarla allí donde ha sido lesionada» (K. RAHNER, Sendung und Gnáde [I 1966] 63). Así, pues, la s. no es desmundanización, sino necesariamente acción santa en el mundo. Toda manifestación visible del amor es para el cristiano cumplimiento del encargo que tiene como miembro de la Iglesia, la cual debe presentar incluso de manera perceptible la -> gracia de Dios en el mundo histórico.

7. Puesto que la s. consiste en la participación de la comunicación de Dios mismo, la santificación del hombre es un oír y entregarse a Dios, bajo la acción de la gracia, siempre que él llama. De ahí la importancia fundamental de la capacidad de entender (-> discreción de espíritus) el «lenguaje de Dios» (que tiene una gramática propia, adecuada a la trascendencia divina). Según la Escritura, se da un crecimiento de la gracia (Mt 13, 8; Jn 15, 2; Ef 3, 16-19); esto implica tanto un hecho como una obligación para el hombre (Ef 4, 15; Dz 803). Frente al peligro de un perfeccionismo vuelto hacia sí, el criterio de toda s. es Dios mismo, que en el encuentro con él suscita y fundamenta por la gracia el esfuerzo del hombre; y finalmente Dios es también la meta a la que se dirige este dinamismo («santificado sea tu nombre»). Pero precisamente este Dios quiere que el hombre colabore con libertad (Dz 799 850), que por la unidad entre la realidad de la creación y la de la redención no se oculte, desplace o destruya lo natural en su estructura, sino que lo naturalmente valioso del pensamiento, del esfuerzo y del sentimiento se apetezca y realice como condición y momento interno de la gracia. Evidentemente, el valor natural por sí mismo no es condición o momento interno de la gracia (pues la naturaleza nunca puede ser fundamento positivo de la gracia: -> naturaleza y gracia, orden -> sobrenatural); lo es solamente porque y en cuanto Dios mismo, con absoluta libertad, ha puesto previamente y aceptado lo natural como condición para su acción por la gracia; y sólo en este sentido el valor natural es «atrio» y «lugar» de la gracia. Como la experiencia enseña, la armonía psíquica no siempre es el punto de apoyo de la gracia, pues ésta a veces se apoya en la enfermedad corporal, en el desequilibrio, etc.

Sin embargo, en lucha contra la acción deletérea de la -> tentación (cf. -> demonios, -> diablo, -> mal, -> pecado y culpa,sacramento de la -> penitencia), la Iglesia trata de ordenar el pensamiento, de fortalecer la voluntad, etc., de conducir la realidad creada a su consumación natural. Evidentemente, en el justificado la gracia es el sujeto portador del valor natural, y éste, si se realiza, recibe una categoría superior por la gracia, y así es fruto del Espíritu (Gál 5, p2ss).

El amor, como donación de sí mismo a Dios, en la obra de la salvación está necesariamente vinculado con la renuncia cristiana (como anticipación de la -> muerte con Cristo); es el fundamento de la misma y se realiza en ella (caritas crucifixa).

Como en la santificación hay que tender hacia actitudes divergentes en sus objetivos, la s. es un equilibrio dinámico de muchas tensiones dialécticas, que encuentran su nivelación interna y su síntesis en el amor maduro: desarrollo — crucifixión de las fuerzas «naturales»; configuración del mundo — huida del mundo; conciencia de sí mismo — humildad; prudentes como serpientes — candorosos como palomas; libertad-obediencia; resistencia-paciencia; preocupación eficaz-confianza.

8. Si la respuesta del hombre al ofrecimiento de la gracia es totalmente cierta aproximación, de manera que, aun siendo individual, resulte un momento de trascendental importancia en una época para la s. de la Iglesia en su conjunto, entonces la s. del cristiano alcanza el estado supremo, que en la -> canonización se designa como «virtud heroica» (cf. también historia de los -3 santos).

9. Todo cristiano ha sido llamado a la santidad. «El mandamiento principal del amor no conoce límites... A todos está mandado amar a Dios en la medida de las propias fuerzas» (TOMÁS DE AQUINo, Contra retrahentes, 6), según la medida y manera de la donación de la gracia (cf. Rom 12, 3; 1, Cor 12, 11), realizando el amor conforme a las exigencias de Dios a cada uno. Al joven rico (Mt 19, 16-24) lo llamó a una total renuncia a toda posesión; otros son llamados a otras concreciones de un seguimiento incondicional de Cristo. No se puede sostener teológicamente una moral de dos estratos, que trata de adjudicar a los laicos un cristianismo minimal.

10. Aunque, según la constitución Lumen gentium (n.° 15) del Vaticano II, hay ejemplos de gran s. fuera de la Iglesia, sin embargo ésta, en cuanto tal (no sólo una institución especial en ella), es justamente el único estado de perfección, «puesto por Cristo para la comunión del amor, de la vida y de la verdad» y «aceptado como instrumento de la redención» (n.° 9), incluso de la redención de los miembros, a todos los cuales ofrece «tantos y tan grandes medios» para la perfección (n.° 11). Los cristianos en cuanto tales están ya «preparados para producir por sí frutos del Espíritu Santo cada vez más abundantes» (n° 34). La s. de la Iglesia se «expresa de muchas formas»; «de un modo propio» (proprio quodam modo) en el estado de los -> consejos evangélicos (n° 39); es decir, la manera como la Iglesia aparece en el estado de los consejos evangélicos es solamente uno de sus diversos modos de aparición, un modo particularmente apropiado. Por eso los cristianos deben crecer «siguiendo su propio camino» (n.° 41), de acuerdo con «su propia vocación» (n.° 35), recurriendo a sus propios «medios» (n.° 11, 41), sobre todo por el servicio del amor, que «dirige, anima y conduce a su fin todos los medios de santificación» (n.° 42) y por eso es el «medio» (el «camino preferido»; 1 Cor 12, 31) de santificación. En la Iglesia todos los cristianos «están unidos de la manera más íntima con la vida y la misión de Cristo» (n.° 34).

Toda la Iglesia tiene que ser «virgen», que «custodia pura e íntegramente la fe prometida al esposo e, imitando a la madre del Señor por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad» (n° 64). Todos los cristianos deben «entregarse a Dios exclusivamente con el corazón indiviso», aun cuando esto es más fácil en el -> celibato (ut facilius corde indiviso, n° 42). Todos participan del ministerio sacerdotal, real y profético de Cristo (n.° 31). Todos están «consagrados a Cristo» (n.° 34). Todos anticipan el fin de los tiempos por el inicio de la futura transfiguración, que es la gracia; todos son asimismo testigos de esta gracia y de la futura glorificación, que la -> familia cristiana proclama en «voz alta» (n° 35). Todos están, no sólo dirigidos por la institución externa de la Iglesia, sino también «movidos interiormente por el Espíritu Santo» (n.0 40), que los enriquece con -» carismas (n.° 12), para que puedan vivir así lo evangélico de la Iglesia (n.° 31, 38, 41) y, con ello, la esencia del cristianismo.

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Karl Vladimir Truhlar