RACISMO
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I. Raza

Como término científico claramente definido, raza sólo se emplea hoy día en la biología. Raza (varietas) es en el sistema biológico (aun en el humano-biológico) un subgrupo de la especie (species), y se define como población o grupo de poblaciones que se distinguen de otras de la misma especie por determinados caracteres comunes hereditarios. La diferencia de caracteres y aptitudes está condicionada por la diferencia de los genes. Las razas (poblaciones genéticas) ostentan determinadas combinaciones de genes, que faltan a otras: diferencias de razas.

En contraste con los sistemas genéticamente cerrados de las especies, las razas son sistemas genéticamente abiertos: pueden cruzarse fecundamente entre sí. «La raza es un proceso» (Dobzhansky), es decir, las razas y sus caracteres no son magnitudes estáticamente invariables, sino dinámicas: por mutaciones a pasos muy lentos modifican su fondo de genes, cambian y toman así parte en la evolución. «Razas puras» — grupos de individuos genéticamente unitarios — sólo las hay en poblaciones que se multiplican asexualmente o por propia fecundación. En animales, por una planificación metódica, puede lograrse una aproximación a las razas puras. En antropología, sería absurdo hablar de «razas puras».

En el terreno de la biología humana no hay una noción de raza con claros perfiles científicos y, consiguientemente, tampoco un acuerdo sobre el número de razas humanas. Las clasificaciones oscilan entre 2 y 200 razas (el manifiesto de la UNESCO de 1951 distingue 3 razas principales). Las diferencias psíquicas raciales desempeñan hoy día menor papel por ser difíciles de captar; más importantes para el estudio de los caracteres raciales son las diferencias fisiológicamente comprobables (sobre todo los grupos sanguíneos de genes). Recientemente se apela también a la bioquímica (estudio de las hormonas).

La división racial de la humanidad es indiscutible. Los ensayos de sustituir la noción de raza, de que se abusa ideológicamente fuera de la biología, por la de «grupo étnico», han tropezado con la repulsa de biólogos y antropólogos y de la genética (cf. la 1.a y 2.a versión del manifiesto racial de la UNESCO de 1950 y 1951). Pero es también indiscutible que las diferencias genéticas entre las razas humanas no pueden en manera alguna identificarse con diferencias de inteligencia o dotes generales. La diferenciación en las dotes especiales pudiera ser no sólo de origen racial, sino, sobre todo, de origen psicológico, social y cultural. Dobzhansky (Die Entwiklung zum Menschen, 363ss) sospecha que la importancia de las diferencias genéticas entre las razas humanas disminuye a medida que la civilización descubre nuevos métodos para dominar el mundo circundante.

II. Racismo

En contraste con la biología humana, el r. afirma la superioridad o inferioridad de las diversas razas humanas. Las doctrinas racistas se distinguen en general por el vago empleo del concepto de raza (así se habla de raza inglesa, aria, semítica, románica o latina, nórdica, etc.); no raras veces un r. con ribetes religiosos apela a Gén 9, 20-27.

Ideológicamente el r., cuya historia está enlazada de la manera más estrecha con la expansión europea de ultramar, sólo pudo independizarse desde el siglo xix. El Essai sur l'inégalité des races humaines de Arthur Gobineau (1853-1855) y Die Grundlagen des 19. Jh.s de H. St. Chamberlain (1898) son los escritos típicos de la «filosofía» racista, que luego vino a ser una «rama del pensamiento europeo» (NoLTE, 345). En la interpretación de procesos históricos y en el análisis del obrar político (totalitarismo), «raza» fue para muchos un concepto clave. En esta evolución adquirió gran importancia la antropología social, que trasladó, simplificándolas, las teorías de Darwin («struggle for life», «survival of the fittest») a la convivencia humana — sociedad, cultura, economía, política — y pretendía llevar a la humanidad a la perfección por la selección o por la extirpación de los inadaptados. Ella dio al r. el nimbo de la ciencia, al pretender apoyar sus tesis sobre leyes biológicas y mediciones exactas (p. ej., del índice craneal). El darwinismo social condujo a la higiene racial, al cultivo de la raza y, finalmente, a la locura racista del -> antisemitismo nacional-socialista. Ya en su Mein Kampf, Hitler no había dejado lugar a duda de que su fin era el Estado racial germánico, y de que él quería eliminar la constante amenaza de la raza y cultura arias por parte del judaísmo. Así, en el Tercer Reich, el r. vino a ser motivo ideológico y subterfugio para el asesinato de millones de hombres.

III. Observaciones teológicas

La aparición de prejuicios raciales está indudablemente en relación con la expansión colonial europea desde comienzos de la edad moderna. En muchos casos, los misioneros y teólogos cristianos compartían con los conquistadores la idea de una superioridad de la cultura europea («blanca»). Aunque ya en el siglo xvi el magisterio eclesiástico condenó la discriminación y explotación de los indios por los conquistadores españoles (Pablo III amenazó con la excomunión a todos los que esclavizaran a los indios o les robaran sus bienes, pues «son hombres y capaces, consiguientemente, de la fe y la salvación» [bula Sublimis Deus del 2-6-1537; cf. CONGAR, p. 36]), sin embargo, la práctica misionera de los siglos posteriores permaneció anclada en la idea más o menos consciente de la superioridad de los europeos sobre los pueblos misionados. En la conciencia de los pueblos jóvenes la unión entre imperialismo colonial y misión o cristianismo ha permanecido en gran parte decisiva y hasta nuestros días; para ellos es el «occidente cristiano» el que los oprime (Little).

En tiempo novísimo, la Iglesia católica ha formulado cada vez más enérgicamente su condenación de todo r. Para ello apela al principio bíblico de la unidad e igualdad de todos los hombres ante Dios, a la -> redención de todos los hombres por Cristo y a la expectación que aquélla implica de la unidad escatológica de la humanidad. En armonía con la «Declaración de los derechos del -> hombre» de las Naciones Unidas, la Iglesia aboga por la igualdad social y cultural de todos los hombres, independientemente de su raza, como un deber de justicia. El concilio Vaticano II se ha manifestado varias veces en este sentido: cf. Lumen gentium, n.° 32; Nostra aetate, n.° 4; Gaudium et spes, n.° 29 y 82 (digno de notarse es aquí el postulado de una «nueva educación» y de un «nuevo espíritu en la opinión pública» para la superación del 1%), Ad gentes, n.° 15. Últimamente Pablo vi también ha condenado de manera inequívoca el r. en su encíclica Populorum progressio (cf., particularmente, n.° 63).

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Antonia Ruth Schlette