PODER
SaMun


1.
Estado de la cuestión

Teológicamente la inteligencia del p. es importante por dos razones.

a) El p. pertenece a las más originarias ideas religiosas; la conciencia que la humanidad tiene de Dios es de ordinario conciencia del Dios poderoso; p. o poderoso es uno de los primeros atributos de -> Dios. Esto aparece también en la revelación de los dos Testamentos. La posibilidad y la realidad de la -> creación se fundan en la omnipotencia de Dios; la elección y el gobierno de Israel son entendidos como testimonio de esa omnipotencia en la historia (-> alianza); el mensaje de Jesús tiende al reino y señorío de Dios, a la representación consumada y al desarrollo de su omnipotencia. Por tanto, Jesús, como Cristo y Señor, es también sujeto del p. divino; y hasta el nuevo conocimiento de Dios, que es el amor, manifiesta a éste cabalmente como lo más auténtico e intimo del p. de Dios.

b) La recta relación con el p. es fundamental en la convivencia humana. La ciudadanía del cristiano en los cielos (Flp 3, 20), el saber que a Cristo como Señor le ha sido dado todo p. en el cielo y en la tierra (Mt 28, 18) y que, en su segunda venida, él erigirá y consumará el reino de Dios, no permiten que la existencia cristiana se diluya en un poseer, desear, aplicar el p. terreno y depender de él. La renuncia a la violencia y el sufrimiento de la violencia se preceptúan a los discípulos por la doctrina y el ejemplo de Jesús. Sin embargo, por mandato de Dios, el p. es ejercido en el tiempo del mundo para mantener el orden de la vida (Rom 13, 1). Y puesto que hemos de mirar este tiempo del mundo como el momento que Dios nos ha confiado, junto con él debe aceptarse y tomarse en serio el p. Es más, en ciertos casos el cristiano,guiado por un amor responsable de los otros, debe estar dispuesto a aceptar y ejercer el p.; pero también aquí ha de proceder teniendo como si no tuviera (1 Cor 7, 29ss).

2. Esencia del poder

a) Del p. se habla por lo general en el orden de la convivencia humana (-> sociedad, comunidad), pero también en la naturaleza y hasta en todos los órdenes del ser. Ser es la más originaria y la más universal forma de p.; lo que es, en cuanto es, es poderoso. Ser y p. coinciden. ¿Por qué entonces se habla en general del p. y no sólo del ser? El p. es simultáneamente una misma cosa con el ser y un crecimiento de éste; es un «plus» de ser, significado y apetecido por todo ente, por lo menos aquel misterioso «plus» consistente en que el ser de un ente no desaparezca ni se diluya cuando éste es considerado, interrogado, atacado. Está «aún» ahí, se sostiene, permanece uno consigo mismo, permanece el mismo por encima de la diferencia del después y el antes; el hombre lo había percibido y luego interrogado y acometido, pero resiste a su acción, se mantiene firme contra ella. Para que se pueda hablar de p., ha de intervenir una «diferencia», un posible «no» o un «de otro modo». La idea de p. no aflora en el tranquilo ensimismamiento del ser puro; para aparecer poderoso, el ser tiene que probar su unidad consigo mismo. P. es identificación del ser consigo mismo más allá de una diferencia, presencia del futuro del ser en su actualidad.

b) El p. ostenta tres grados o etapas. El grado más bajo, propio de todo ser del ente, que coincide con él mismo, acaba de ser considerado: p. como perduración del ser. La diferencia, frente a la cual se mantiene aquí el ser, es exterior a él: El ser es puesto desde fuera en tela de juicio y se mantiene el mismo. En el segundo grado, la diferencia entra en el ser del ente mismo: P. como tin activo mantenerse el ser a sí mismo. Ese grado se da cuando el ser del ente sale de éste mismo; cuando desde éste mismo, desde su actualidad, se decide su forma futura. Tal p. sólo se da cuando el ser está «en sí mismo»; éste alcanza aquí la altura de la propia determinación; es capacidad y potencia, es -> libertad. Pero el ser únicamente se halla consumado en su grado más alto y propio, cuando no sólo se posee a sí mismo, con su propia forma, sino que puede también lo otro, de manera que este otro es por ello, y el ser mismo se mantiene en lo otro y permanece uno consigo mismo: p. no sólo como perduración, no sólo como mantenerse a sí mismo, sino como un originar. Este p. suprime, a la verdad, en sí mismo la diferencia de actualidad y futuro, es p. productor, creador, p. del ser mismo, en virtud del cual es todo y es lo que es, en virtud del cual todo puede ser (pasivamente); ese p. es, por tanto, omnipotencia.

c) Todo ente supone la omnipotencia que lo hace ser, que lo decide en el ser. Ésta, consiguientemente, no puede ser ella misma un ente; sin embargo, para ser poderosa, debe llevar en sí, absolutamente, superándolos, los tres grados del p.; hay que pensar la omnipotencia como el origen absoluto, que se posee a sí mismo y que libremente se decide por su otro. Al hacer este origen que sea su otro, le concede a la vez una participación en su p., lo capacita para que perdure en el ser, para que libremente se mantenga a sí mismo en el ser y para la acción creadora superándose a sí mismo. Que el ente finito pueda salir libremente de sí mismo hacia su otro, sólo es posible en la coexistencia; aquí tiene el p., dentro de la creación, su propio y más alto lugar. Así el p. coincide esencialmente con el -> amor: también aquél es la unidad consigo mismo en la concesión de ser y libertad al otro.

3. Poder político y social

Es la voluntad de individuos o grupos que ejerce influencia determinante sobre la coexistencia de varios dentro de un espacio vital común o de estructuras de orden. Tal voluntad no es ya poderosa por querer, sino porque impone hacia afuera lo que quiere. Este «afuera» es el espacio vital común, en que varios realizan su existencia, su «-> mundo», y es a la vez su voluntad, por la que se realizan a sí mismos en su mundo. Si la voluntad poderosa obra sobre la voluntad de los otros, que libremente asienten, en los órdenes de cosas comunes, el p. cobra la forma de autoridad; si obra inmediatamente sobre el «afuera» objetivo, y fija a la fuerza desde fuera el mundo de los otros, tiene la forma de violencia. La posibilidad de la violencia forma parte del p.; pero éste es tanto más poderoso cuanto menos violencia haya de aplicarse, cuanto más el p. sea tal desde dentro y no sólo por medios adicionales.

A decir verdad, la violencia no puede eliminarse completamente en el orden real del mundo. En principio está dada — en el sentido más lato — por la existencia corpórea en general. Siendo una en la determinación con el mundo y con la voluntad de los otros que asienten y reconocen, la voluntad poderosa debe ser a la vez una consigo misma. Para esto se requiere que lo querido por ella deba ser y que su acción deba ser, es decir, el p. debe ser bueno y mantenerse en el -> derecho. La -> voluntad finita no subsiste sola y en sí misma; por eso debe ser responsable y, por ende, buena; debe ser autorizada, y, por tanto, estar en el derecho; así el p. pasa a ser autoridad.

El fin propio del p. es dominio del bien y del derecho en forma de -> bien común. De donde se sigue que p. es armonía de la voluntad con el mundo por la voluntad, horizontalmente como armonía con las otras voluntades coexistentes en las formas determinantes del mundo común; verticalmente, como armonía con la medida del bien y del derecho; en una palabra, p. es ordenación eficaz de la coexistencia humana como ser en el mundo.

4. Poder e impotencia

P. es perdurar, conservarse a sí mismo y producir creativamente. Las dimensiones evidentemente simultáneas en la omnipotencia se disocian en la finitud. Al quererse a sí mismo, el p. quiere su otro. El paso a lo otro, a la aceptación del otro querer y a la aceptación incondicional del querer creador divino, exige de la voluntad finita, que no es poderosa por sí misma, un dejarse y abandonarse a sí misma, una mediación de sí misma a través de la forma de la impotencia, que pone en tela de juicio el propio p. De ahí la tentación propia del p. finito de fijarse en sí mismo, de cerrarse, por la apariencia del propio p., frente a la competencia del otro p. finito y frente a la exigencia del p. absoluto.

La redención del p. es la cruz: el amor incondicional acepta en la muerte de Jesús la renuncia a sí mismo en aras de la voluntad del Padre, hecha por los muchos, para ser confirmado por el padre y revelarse en la resurrección como p. absoluto del Hijo.

Mas en la cruz del p. entra para el cristiano la disposición no sólo a la entrega de sí mismo, sino también a aceptar el p. en sus peligrosas condiciones humanas, si bien con el fin también de verse desasido en la aceptación y así valer únicamente desde Dios.

Sobre los problemas del p. en sus formas concretas, cf. -> sociedad, -> autoridad, ->Estado, -> Iglesia y Estado, -> ley, -> derecho, -> totalitarismo, revolución, -> política, B.

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Klaus Hemmerle