POBREZA, MOVIMIENTOS DE
SaMun

Se llaman m. de p. aquellos intentos, muy diversos y complicados, de renovación de la Iglesia durante la edad media en los que la p., no siempre entendida en el mismo sentido, era la fuerza propulsora y configuradora. Se trataba allí de un intento de la Iglesia, y por cierto no sólo o principalmente de su jerarquía, de hacer justicia a la situación de los tiempos y de adquirir una figura adecuada a la tradición y al momento presente (movimientos de - reforma eclesiástica).

El móvil inicial de los movimientos de reforma fue la libertas Ecclesiae, liberar a la Iglesia del dominio de los seglares tal como éste se daba en la estructura de la Iglesia imperial del medievo (-> edad media, C) y en él derecho de iglesia propia. Ciertos esfuerzos en este sentido, que al principio tendían a eliminar los abusos de una excesiva mundanización, condujeron a una mayor distancia entre el ámbito espiritual y el mundano y fomentaron la imagen ideal de una Iglesia espiritual, no vinculada al mundo (p. ej., en Joaquín de Fiore). La discusión entre el pontificado y el imperio era una consecuencia de la conciencia creciente de la independencia de la Iglesia y de su exigencia de predominio sobre la autoridad del mundo, y, en relación con esto, era consecuencia de un concepto clerical y estrecho de Iglesia (-> Iglesia y Estado). El que la Iglesia se desprendiera de aquellas estructuras en las que hasta entonces había encontrado sostén y apoyo, trajo consigo el desarrollo de posiciones de poder propio, las cuales se ponen de manifiesto especialmente en el centralismo de la -> curia romana y en la pretensión papal de dominio sobre el mundo (p. ej., Inocencio III).

La Iglesia medieval, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudo librarse de las estructuras del mundo, porque en aquella sociedad cristiana le tocó cada vez más un papel directivo, y también en el aspecto no puramente espiritual de su dominio se había convertido en un elemento constitutivo de -> occidente. La imposibilidad de la solución propuesta por el papa Pascual II para la lucha de las -> investiduras y, más tarde, el fracasado pontificado de Celestino V, son un signo característico de esto. La vinculación de la Iglesia al mundo en su entrelazamiento con el poder político había tenido temporalmente efectos saludables; hacia finales de siglo se veneraba en los príncipes cristianos al tipo de santo adecuado a los tiempos (p. ej., Ulrico de Augsburgo). También después de la victoria del papado sobre el emperador, precisamente los mejores representantes del movimiento de pobreza no se rebelaron contra la grandeza mundana de la Iglesia, y, por el contrario, Inocencio III reconoció la legitimidad de la pobreza evangélica. Además las -> cruzadas son expresión, no sólo de la despierta conciencia de poder que tiene la Iglesia, sino también de un entusiasmo absolutamente religioso; sin duda influyeron en la renovación de la piedad medieval en el sentido de los movimientos de pobreza.

Por otro lado el movimiento de reforma repercutió también en el ámbito político y mundano, p. ej., aunque no exclusivamente, en la lucha entre el papa y el emperador y en la influencia que parte del poderoso movimiento de la -> reforma cluniacense. También en el movimiento de los pauperes Christi la pobreza no deja de tener su forma mundana. Esto puede verse ya muy pronto en los patarinos lombardos. También en las cruzadas y en la fundación de las órdenes de caballería tiene su papel la pobreza de Cristo. Pero esa idea de la pobreza no privó, p. ej., a Bernardo de Claraval de contribuir a la configuración del mundo. En ocasiones esta pobreza ha amenazado en forma casi anárquica el orden de la Iglesia y de la sociedad (como consecuencia unilateral y espiritualizante de la renovación evangélica en Arnoldo de Brescia y en Pedro de Valdo; como un -> dualismo fundamentalmente acristiano en los -> cátaros).

A pesar de todo, la tendencia a una mayor distancia del mundo bajo distintas fórmulas y motivaciones fue un móvil básico del movimiento medieval de reforma. La afluencia a los monasterios era grande. Esta huida del mundo recibió una nota peculiar en el movimiento de los ermitaños, que produjo un enlace del anacoretismo oriental con la forma de vida cenobftica, principalmente sobre la base de la regla benedictina (p. ej., en los camaldulenses y los cartujos). También se buscan la simplicidad y el rigor de una vida de pobreza en la soledad (p. ej., los cistercienses). Cómo, sin embargo, esta estricta aversión al mundo no descuidó la vida de la Iglesia lo demuestra, además de Bernardo de Claraval, también Pedro Damián, que como político eclesiástico y como escritor ejerció gran influencia.

Otra manera de huida del mundo la encontramos en el movimiento de los peregrinos, que entusiasmó a muchos para dejarlo todo. Este movimiento de piedad, que influyó también en la idea de las cruzadas (p. ej., en Pedro de Amiens y sus partidarios), estuvo influido también por el desarrollo de la economía monetaria de la burguesía urbana, más móvil en comparación con la economía agraria del feudalismo, ligada a la tierra. Los novi Nomines de la burguesía, social y económicamente progresista, entienden ahora este abandonar el mundo de manera tal que transforman su «correr por el mundo con afán de lucro» (Regula non bullata [cap. 8] de Francisco de Asís) en una manera apostólica de vivir sin bienes ni dinero, dependiendo de limosnas; y así, como predicadores ambulantes, proclaman la buena nueva con su ejemplo y su palabra (ibid., cap. 9). Sin duda alguna los primeros gérmenes de esta predicación ambulante están estrechamente ligados con la vida eremítica y monacal, y, p. ej., Roberto de Arbrissel y Norberto de Cleves y sus seguidores hallaron en monasterios de observancia benedictina o agustiniana el orden de sus sociedades. Este orden fue fomentado también por la autoridad eclesiástica mediante la aprobación de reglas monásticas ya existentes (p. ej., el concilio Lateranense tv, can. 13). Sin embargo, formas más nuevas de estos m. de p. evangélica han conservado consecuentemente su peculiaridad, los valdenses incluso en oposición a la autoridad eclesiástica, y la orden de Francisco de Asís como una renovación de la vida eclesiástica reconocida ya plenamente como católica.

La repulsa dualista a todo lo mundano predicado por los cátaros, en esta situación llevaba consigo un peligro de confusión. Su pobreza y su crítica a la riqueza y a la mundanización de la Iglesia en tal medida brotaban de fuentes no cristianas, que ellos llegaron a negar la encarnación de Cristo y el carácter visible de la Iglesia.

Era característico de este movimiento de reforma el apoyo en una ordenación originaria de la vida, tanto para oponerse a los abusos y las desviaciones, como para estimular y regular nuevas formas de vida. Para los monjes esto significó, junto al resurgimiento de formas orientales de vida y la reclusión en la soledad, en muchos casos también una observancia renovada de la regla benedictina en todo su rigor, lo cual resulta especialmente claro, p. ej., en el nuevo comienzo de los cistercienses. Precisamente en Bernardo se ve con claridad de qué profundidades religiosas se nutre esta renovación, e igualmente cómo la fuerza propulsora no es la letra de la regla ni la acción humana, sino la figura redentora del Hijo de Dios, encarnado en la pobreza.

Estimulados en parte por el floreciente monacato, también muchos clérigos seculares llevaron una vida de pobreza. El orden de la vida de estas sociedádes de clérigos afanosos de reforma se encontró preferentemente en la regla agustiniana, p. ej., en el caso de los cabildos de agustinos agrupados en congregaciones, o en el de las órdenes de Norberto y de Domingo. Esta renovación repercutió también en los seglares, que eran admitidos en los monasterios en calidad de conversi, o se asociaban en comunidades parecidas a las de los religiosos; o bien, más o menos vinculados a los monasterios, vivían en cofradías dentro del mundo. En este contexto merecen especial mención las órdenes de caballería.

La renovación religiosa de la Iglesia medieval debió muy especialmente su origen a una nueva reflexión, motivada en parte por las cruzadas y en parte por las circunstancias sociales cambiadas, sobre el evangelio, sobre la vida de Cristo, y sobre la forma de vida de los apóstoles (Lc 9, iss, etc.) y de la comunidad primitiva de Jerusalén (Act 2, 42ss; 4, 32ss). En la piedad nueva, que se advierte ya en el monacato benedictino (p. ej., en Bernardo de Claraval), la pobreza y la humildad de Cristo, así como la vita apostolica, se convirtieron cada vez más en motivo de reforma y en una norma para la crítica a los sucesores de los apóstoles, y, en casos de un clero excesivamente inmóvil, pasaron a ser también motivo de movimientos anticlericales (los valdenses). Un ejemplo feliz de estos m. de p. nos lo dio Francisco de Asís, que hizo aceptable en la Iglesia de su tiempo la forma de vida evangélica, vivida en la tensión entre una afirmación del mundo y una pobreza extrema, sin compromisos y, sin embargo, sin exageraciones dualistas o anticlericales. Las complicaciones posteriores en la orden de los minoritas (la disputa de los mendicantes y las discusiones sobre la pobreza) hicieron que el móvil vivo de la pobreza religiosa quedara de nuevo aprisionado — y con ello encubierto — en formas institucionales, tanto por lo que se refiere a la orden de Francisco como a la Iglesia en general.

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Sigismund Verhey