D) EL MUNDO NO OCCIDENTAL EN EL TIEMPO DE LOS DESCUBRIMIENTOS Y DEL DOMINIO COLONIAL

Datos cronológicos: 1461: Pío II nombra al rey de Portugal gran maestre de la Orden de Cristo, derecho de patronato sobre Asia y África; 1493: línea de demarcación de Alejandro VI entre las empresas españolas y las portuguesas; 1494: tratado de Tordesillas entre España y Portugal; 1501: Alejandro vi concede a la corona española el patronato sobre las «Indias», es decir, América; 1540: fundación de la Compañia de Jesús; 1613: seminario de m. de los carmelitas en Roma; 1622: fundación de la Congregación de Propaganda Fide en Roma; 1625: congregaciones de m. (Lazaristas) en Paris; 1658 y 1663: Sociedad y luego Seminario de m. extranjeras de París; 1703: Congregación del Espíritu Santo en Paris; 1744: final de la disputa de los ritos; 1773: Clemente XIV disuelve la Compañía de Jesús (a la que pertenecían más de 3200 misioneros); 1789: la revolución francesa cierra el Seminario de m. de París.

También en el siglo xv Europa, aunque ha logrado detener las peores amenazas de los musulmanes, permanece rodeada por el islam. Sólo con dificultad logra establecer o mantener relaciones — de orden cultural, comercial, político o misionero — más allá de la línea de bloqueo. Para romper el bloqueo los europeos se dirigen por mar hacia el oeste. Querían adelantarse al rival en esta dirección y distanciarse de él. Esto se consigue sobre todo por la penetración española en América del centro y del sur (sólo Brasil era portugués), y luego por la llegada de ingleses y franceses a Norteamérica. A través del océano los europeos se dirigen también hacia el sur, hacia Africa. Así esquivan simultáneamente el islam y el mundo negro. Los portugueses se dirigen hacia oriente y así alcanzan el Asia hinduista, budista, confucionista, sintoísta y animista.

En el tanteo de estos descubrimientos y conquistas se forman también nuevas y fértiles m. Por primera vez desde siglos los cristianos se ven confrontados con otras formas de religión distintas: las profesadas por los animistas y los musulmanes. La m. está ahora efectivamente confrontada con la multiplicidad religiosa y cultural de todo el mundo; y responde — por lo menos en algunos casos — con el método de la -> acomodación.

1. África

Datos cronológicos: 1484: comienzo de las m. en el Congo; 1489-91: bautismo del rey de Senegambia, de los «mani» en el Congo, y del rey de Benin; 1501: primer Iglesia en África del Sur; 1509-43: Alfonso, rey cristiano del Congo; 1520: principio de las m. en Angola; 1540: primeros esfuerzos en Madagascar; 1560: m. en Mozambique y bautismo del rey; 1584: bautismo del rey de Angola; siglos xvii-xviii: extensión de las m. y regresión de las mismas desde el xviii.

El interior del continente todavía está poco explorado, los mapas geográficos aún llevan durante largo tiempo designaciones como terrae incognitae... o hic sunt leones. Sin embargo, desde las costas se hacen intentos de exploración. Mas, por desgracia, no sólo son misioneros y comerciantes, sino, muy pronto, también los tratantes de esclavos los que buscan el camino hacia el interior del país. En el año 1452 el papa Nicolao v autorizaba al rey portugués para permitir y realizar este comercio. Cuatro años más tarde el papa Calixto III, mejor informado, toma una nueva iniciativa para la evangelización de los territorios africanos ya conquistados o todavía por conquistar poniendo en juego la Orden de Cristo. Desde 1461 el rey es gran maestre de la Orden de Cristo y se convierte de esta manera en soporte del apostolado; él ejerce los derechos y deberes de patronato. En los últimos años del siglo xv las m. de África, situadas en la costa más que en el interior del país, experimentan un auge considerable, sobre todo en los siguientes territorios: Benín, Senegambia, Guinea y particularmente en el Congo (Angola); además en Natal, Madagascar, Mozambique y Mombasa.

La estructura social de estos grupos de pueblos tiene como base una jerarquía feudal de las tribus más fuertes y sus jefes. La base religiosa es monoteísta, pero con matices animistas y de creencia en el «mana»; y a veces se halla superpuesto un estrato de superstición, magia y brujería. Lo mismo que en la Europa de las invasiones, también aquí la conversión del rey reviste gran importancia (a veces decisiva) para la conversión del pueblo.

Los misioneros son normalmente religiosos, a veces también sacerdotes seculares. Como al principio apenas conocen las diversas lenguas, tienen que confiarse a catecúmenos más o menos capaces y fidedignos que hacen de intérpretes. Los reyes convertidos, como el congolés Alfonso y su hijo Enrique, que después había de llegar a sacerdote y obispo, apoyaban con su poder secular la lucha contra los «ídolos».

La autoridad local, ateniéndose a las instrucciones del rey de Portugal, presta una ayuda económica a la empresa misionera, y cuando es necesario recurre a la fuerza para protegerla. Las m. se hallan de hecho bajo el dominio del patronato real. Por acuerdo contractual el papa ha dado al rey el encargo de explorar (y eventualmente conquistar) este país, haciéndolo accesible al apostolado, y como compensación le ha asegurado el monopolio comercial y el ejercicio de los derechos de soberanía. El rey por su parte apoya la difusión del evangelio y las conversiones.

Aquí hallamos todas las ventajas y los inconvenientes todavía mayores de una unión entre Iglesia y Estado: ambos prosperan y se hunden simultáneamente.

Estos inconvenientes esenciales, así como el progresivo agotamiento de Portugal, nación emprendedora pero demasiado pequeña, movieron al papado por mediación de la Congregación de propaganda fide a sustituir en parte a los misioneros portugueses por otros procedentes de diversas nacionalidades.

Durante los siglos xv-xvii el trabajo de edificación de la Iglesia en África sin duda tuvo notables éxitos: los bautismos — también entre personas influyentes — fueron numerosos; se implantó la estructura diocesana. Pero la práctica religiosa padeció bajo el escaso número de misioneros. Faltaba sobre todo una cierta capacidad de acomodación, de modo que, más que una versión africana del evangelio, se realizó una europeización de África. No se consiguió asegurar una fuente autónoma de vocaciones sacerdotales. Y así estas m., a pesar del cambio de métodos intentado en los siglos xvii-xviii, no pudieron lograr las vigorosas condiciones de supervivencia que hubieran necesitado. El ritmo más lento en la colonización portuguesa, la escasez de misioneros y los acontecimientos adversos — opresión de los jesuitas en Portugal, las consecuencias de la revolución en Francia y en la Europa napoleónica —, que acarrearon la interrupción de la empresa misionera, condujeron a un atrofiamiento de estas misiones.

Sólo aquellas regiones que conservaron su estado colonial pudieron mantener la fe, aun estando rodeadas de paganismo.

2. Los indios americanos

Datos cronológicos: 1493: primeros misioneros en Centroamérica; 1502: OFM en Cuba; 1503: OFM en Brasil, y luego en otros territorios; desde 1513: diversas órdenes en América, que se denominará Iberoamérica; 1519: Cortés conquista Méjico; 1474: Bartolomé de las Casas (contra la esclavitud y las encomiendas); 1523-72: evangelización de Méjico; 1529: principio de las m. en Argentina y Paraguay; 1532: conquista de Perú; desde el 1530 aproximadamente: grandes esfuerzos de la OP en América (Méjico, Centroamérica, Sudamérica); desde 1549: Llegada de la SI a Brasil, y luego a Perú, Méjico, etc.; siglo xvii: reducciones de la SI en distintos lugares de Sudamérica, apostolado en todas partes; siglo xviii: expulsión de los jesuitas.

a) América española

La América española (en el centro y en el sur) surgió mediante la conquista de Méjico (por obra de Cortés), de Perú (por obra de Pizarro), de Colombia, de Bolivia, de Chile, etc. La colonización de estos países se producía substituyendo el poder político, la religión y a veces la cultura indígena por un riguroso y codicioso sistema de administración colonial, por la «hispanidad» y por el cristianismo. La base de este sistema era la colonización a través de la explotación. Los ocupantes se establecen con preferencia en las ciudades, donde se enriquecen por las ganancias procedentes de las minas y de las plantaciones. Los indígenas son reclutados por la fuerza en brigadas de trabajo. Contra estos excesos protestó infatigablemente Bartolomé de las Casas (1474-1555). Los habitantes de estos territorios vivían en tribus, que tendían a una cierta movilidad. En los reinos y confederaciones el gobierno era fuerte. Las dinastías reales poseían un carácter sagrado. La religión tributaba adoración a diversos dioses, relacionados con las fuerzas de la naturaleza, entre los cuales se distinguían divinidades superiores y, quizá, incluso un Dios supremo. Normalmente el culto era cruel, llegando a ofrecer sacrificios humanos, escogidos sobre todo entre los prisioneros. Lo mismo en los vencidos que en los vencedores españoles se daba una estrecha unión entre religión y Estado.

Los misioneros proceden de órdenes religiosas: franciscanos, dominicos, jerónimos, jesuitas, etc. Según los principios del patronato regio, análogo al de Portugal, son apoyados por la corte de Madrid, por los gobernadores y la administración local (excepto cuando los intereses religiosos entran en conflicto con los económicos de los colonizadores), e incluso por los colonizadores (con la misma excepción). Las m. se presentan como una «misión del Estado» y como parte de la colonización: el indígena obedece o se opone al Estado y a la Iglesia simultáneamente, aunque los dos poderes a veces tengan intereses opuestos. Por desgracia la actividad de las instancias civiles se apoya a veces en la presión social y en la amenaza armada. Algunos misioneros, de acuerdo con el uso español, no dudan en recurrir a la intervención del brazo secular o de la inquisición. En cambio otros se esfuerzan por proteger a los indios frente a las opresiones y la codicia. Y así apelan a las autoridades, hasta llegar a las supremas, recordándoles su obligación. Además, intentan reunir a los indios en instituciones misioneras («reducciones de Paraguay»), con lo cual los substraen prácticamente a la autoridad y codicia de los funcionarios y colonizadores locales; o bien, junto a los conventos y las estaciones misioneras fundan diversos tipos de escuelas, sobre todo para los hijos de los jefes, y también hospitales, coloborando así a la ulterior formación física e intelectual.

Parece que, por lo menos al principio, se administraron muchos bautismos de adultos sin preparación suficiente, por lo cual los misioneros en el año 1539 recibieron una admonición de Paulo iii. Teniendo en cuenta las estadísticas (p. ej., ya en el año 1540 nueve millones de cristianos en Méjico) y el escaso número, de sacerdotes, de hecho hemos de suponer que la cristianización no pudo menos de ser muy superficial. Parece que una gran parte de los cristianos ni siquiera sabía distinguir el pan eucarístico del normal; en muchos se encontraban ídolos y fetiches, escondidos detrás de las estatuas piadosas. En otros lugares se oyen quejas sobre la simonía del clero. No obstante, los creyentes se muestran generosos, respetuosos y magnánimos para con sus pastores y la Iglesia. Desde mediados del siglo xvi está concluida la erección de la jerarquía.

Desde ese momento América española es oficialmente católica; y lo será cada vez más bajo el aspecto cultual (bautismo, matrimonio, funerales) y cultural (fiestas, usos), dejando de ser — por lo menos en principio — tierra de m. Con todo queda obstaculizada por restos de superstición, desconocimiento de la doctrina y falta de sacerdotes, que se hace sentir sobre todo en el campo y tiene como consecuencia una irregularidad en la práctica de la vida cristiana. Y hemos de reconocer que actualmente, lo mismo que antes, las Iglesias de aquellas tierras tienen necesidad de un apoyo misionero.

 

b) América portuguesa

En la América portuguesa (oriente), el actual Brasil, la situación no es esencialmente diferente de la que reina en el resto del territorio de los indios americanos. Como en todos los territorios del «patronato», los misioneros son jesuitas en su mayor parte; como el más conocido hemos de mencionar a José de Anchieta (1553-97). Hallan la misma estructura de la población y tienen ocasión de condenar los mismos excesos de íos colonizadores. Dedican un cuidado especial al estudio y uso de las lenguas locales, pero también aquí son demasiado escasos para poder asegurar un trabajo profundo y una amplia difusión del cristianismo.

El éxito de la Iglesia en todo el ámbito de las Indias occidentales, la Iberoamérica, fue muy notable, prescindiendo de lo que actualmente se piense sobre determinados métodos «oficiales» que entonces estaban difundidos de una manera general. Hemos de mencionar concretamente: la formación de una sociedad, edificada con dos idiomas solamente para continente y medio; una cultura casi homogénea (debida a la sumaria, pero amplísima penetración misionera); implantación del cristianismo — por lo menos fenomenológica y sociológicamente — en toda la vida de los indios, con la que éste sigue indisolublemente unido hasta la actualidad.

 

c) Canadá

Datos cronológicos: 1534: Jacques Cartier y los primeros sacerdotes en Canadá; 1608: fundación de Quebec, primeras estaciones misioneras; 1625: jesuitas en Canadá.

En Norteamérica las m. de principios del siglo xviii comprenden toda la amplia región que se halla detrás del río San Lorenzo, donde a base de un monopolio comercial se ha desarrollado una colonia francesa que apenas recibe apoyo de la metrópoli. La población consta de indios, rigurosamente ordenados por tribus, que se hallan bajo la autoridad de los jefes y de un consejo que les asiste. En principio y en la práctica estos hombres reconocen la existencia de un poder y de un Dios (el «gran espíritu»), pero su religión está mezclada con representaciones mágicas. Son valientes y hospitalarios a su manera, pero a la vez duros y muy materialistas. El campo misional es por lo demás escaso: el año 1715 el número de iroqueses se calculó en 11.000; de los hurones, diezmados por los iroqueses, no quedan más que pequeños restos. Los sobrevivientes llevan una existencia nómada en una región enorme.

Como misioneros actúan desde 1615 los recoletos y desde 1635 los jesuitas, a los que pronto se unen órdenes femeninas, sobre todo las ursulinas. El apoyo concedido por la colonia es ciertamente cuantioso, pero insuficiente todavía. El año 1691, 157 años después del primer viaje de J. Cartier, el número de europeos asciende tan sólo a 12.000. La m. depende de los bienhechores franceses en la metrópoli.

Los comerciantes de pieles, los cuales necesitan fuerzas con movilidad, no son favorables a la reagrupación de los indios en poblados fijos. Y tampoco es compatible con el temperamento de los indios la vida sedentaria. A pesar de sacrificios prodigiosos y de numerosos mártires, el apostolado entre los indios sigue siendo peligroso, fluctuante y limitado. A la postre el apostolado se dirige a los poblados fijos; pero el heroísmo épico de las expediciones entre los indios permanece una gesta famosa en la historia de las m.; ha producido santos (K. Tekakwitha).

3. El mundo de Asia

a) El mundo de la India

Datos cronológicos: 1500: franciscanos y sacerdotes seculares en Cochln; 1510: franciscanos en Goa; 1517: franciscanos en Colombo; 1534: diócesis de Goa (que se extiende desde el cabo de Buena Esperanza hasta el Japón); 1542-45 y 1551: Francisco Javier en Goa y en el sur de la India; 1578: principio de las m. de los jesuitas entre los emperadores mongoles del norte; 1595: primera m. en Madura; 1605: Roberto de Nobili SI (1577-1656) llega a la costa de los Pescadores; hacia el 1635: capuchinos en Pondichery y Madrás; 1657: Mateo de Castro vicario apostólico de Bijapur; 1659: vicario apostólico de Malabar, Bijapur y Asia anterior; 1622: los carmelitas consiguen el retomo de los cismáticos del sur de la India; 1671: Tomás de Castro vicario apostólico de Kanara; 1693: Juan de Britto SI muere como mártir; 1704: condenación de la acomodación a los ritos indios por Maillard de Tournon; 1744: Roma confirma la condenación de 1704.

El subcontinente indio comprende dos mundos socio-religiosos que se interfieren. Desde el año 1000 aproximadamente se ha producido una penetración musulmana (de observancia más o menos ortodoxa) por la entrada de árabes, mongoles, turcos y afganos. Sólo el sur quedó exceptuado de ella. Sin embargo, el grueso de la población permanece vinculado a un monismo hinduista, que en sus formas populares muestra todas las peculiaridades de un politeísmo, pero conserva el principio monoteísta por el hecho de que concibe las divinidades inferiores como diversos aspectos regionales del ser supremo. El pueblo practica una religión de estricta observancia de las complicadas reglas relativas a las castas. Evidentemente, junto a esto hay diversas formas de contemplación, cultivadas y desarrolladas por los que están formados filosóficamente (Sankara, Ramanuja, etc.). Grupos piadosos se ejercitan con entusiasmo en el amor de Dios (Bhakti, Tukaram, Manikka-Vasagar, Kabir, etc.). Los soberanos, sobre todo Akabar, el mayor entre los emperadores mongoles, muestran un interés ecléctico por todas las religiones.

Los misioneros de la India son miembros de órdenes religiosas; entre ellos destaca Francisco Javier, prototipo de apóstol de este tiempo. Sirven de base misional las estaciones comerciales y militares de Portugal (la principal Goa), en cuyos alrededores trabajan los misioneros. Pero éstos van penetrando también en los reinos no ocupados, donde convierten las m. en una empresa claramente religiosa que se sirve de sus medios propios: la predicación, etc. La reacción de los soberanos va desde las persecuciones hasta la tolerancia, e incluso hasta la petición de que los misioneros vengan a su país.

Los primeros apóstoles — incluso Francisco Javier —apenas conocían las lenguas indígenas. El número de bautismos era copioso (en Travancore 10 000 hombres en un mes); de donde se deduce que las exigencias a los bautizandos no podían ser muy grandes. En los enclaves portugueses los misioneros ejercían presión sobre el ambiente que había de ser evangelizado, bien por las ventajas concedidas, bien por las medidas rigurosas del poder colonial. Esto respondía al espíritu del tiempo. Los encuentros más frecuentes con brahmanes hinduistas mostraban la necesidad de un conocimiento de su religión y de sus usos por razones de discusión y como punto de partida para posibles conversiones. Por esto, y en parte bajo el impulso de lo hecho en China (P. Ricci, cf. 3b), a principios del siglo xvii Roberto de Nobili SI intentó en Madura una acomodación a la forma de vida y pensamiento de los destinatarios de las m. Nobili se presentaba como «brahmán cristiano»; él dominaba las lenguas hinduistas (tamil, sánscrito), conocía las doctrinas hinduistas y reconocía todas las peculiaridades sociales, siempre que no se apoyaran en concepciones supersticiosas. Esta postura le ganó el aprecio de las clases superiores, que anteriormente habían mantenido una actitud negativa, pero también le granjeó denuncias en Goa y Roma. Condenado al principio, finalmente Nobili pudo justificar su método; incluso se planificaba un colegio donde la doctrina cristiana no fuera enseñada en latín, sino en sánscrito. Nobili murió el año 1656. Después el método en cuanto tal fue condenado en cierto modo por los papas y por la Congregación de propaganda fide. Hacia el 1660, en el sur, había 40.000 creyentes, que al final del siglo se habían convertido en 100.000.

En el norte del país la evolución se produjo más lentamente. Los embajadores occidentales no habían logrado ganarse a los soberanos, y a pesar de la conservación de los puntos de apoyo en Agra y Patna los progresos eran muy escasos. La acción misionera estaba obstaculizada, sobre todo, por la intolerancia musulmana de estos soberanos (p. ej., Aurangzeb). Los misioneros eran jesuitas (principalmente), carmelitas, franciscanos, dominicos y capuchinos. La cristiandad de Ceilán sufrió una persecución especial cuando el año 1658 calvinistas holandeses ocuparon la isla; 30 años más tarde se produjo un movimiento de renovación por obra de oratorianos indígenas de Goa (entre ellos José Vaz).

Pero la gran prueba surge de las tensiones entre los misioneros mismos. En 1703-04 los capuchinos de Pondichery denuncian a los jesuitas ante el legado papal Maillard de Tournon, que en su viaje a China hace estación en la India. Sin conocimiento profundo del portugués, sin ningún conocimiento de los idiomas de la India, sin visitar Madura y sin oír a los jesuitas, antes de continuar el viaje dicta un decreto restrictivo con 16 puntos. De ahí nació la prolongada «disputa de los ritos». En 1744 los jesuitas fueron condenados por Roma; en 1760 el gobierno portugués prohibió la orden y trajo a Lisboa 127 padres. El sultán Tippo Sahib y los ingleses, que entretanto habían pasado a ser los señores de Pondichery, sobre finales de siglo prepararon nuevas dificultades al trabajo misionero. Por eso las M. extranjeras de París, que desde 1776 asumieron la sucesión de los jesuitas en la India francesa, tuvieron fuertes limitaciones en su trabajo.

Así se vino abajo una obra colosal; con todo los misioneros lograron establecerse firmemente en no pocos puntos. Los cristianos de Malabar conservaron la fe, si bien como cismáticos. La dudad de Goa, que siguió perteneciendo a Portugal, en conjunto se mantuvo cristiana; e igualmente Madura, que hubo de sufrir muchas pruebas. Sin embargo la estructura eclesiástica quedó destruida en gran parte.

Pero el mayor error consistió en rechazar el método de la -> acomodación, aferrándose al intento de imponer a los indios el espíritu latino y portugués. Ahí está también la razón de que en muchas partes la Iglesia pudiera introducirse entre los no hindúes y los que no pertenecían a ninguna casta, aunque no se incorporó al cuerpo social de las castas hindúes ni asumió la cultura del país. La Iglesia subsistió como cuerpo extraño; y sus fieles — con excepción quizá de Malabar — no pudieron ejercer atracción sobre el grueso de la población india. Y tampoco en el renacimiento misional del siglo xix lograron tender el esperado «puente cultural».

b) El mundo de la China

Datos cronológicos: 1552: Francisco Javier muere en Sancián, isla cercana a la costa china; 1558: los portugueses en Macao (1576: diócesis); 1581-1610: Michele Ruggieri y luego Matteo Ricci SI en China; 1605: primera Iglesia en Pekín; 1610: muerte de Ricci; 1615: permiso para el uso del idioma chino en la misa; siglo xvii-xviii: jesuitas en la corte imperial, en las ciudades y en el campo (p. ej., Trigault, Schall de Bell, Verblest); 1634-1742: «disputa de los ritos en China»; 1645-69: posición oscilante de Roma; 1674: nombramiento de Gregorio Lo como vicario apostólico de Nankin, consagrado en 1685; 1684: los vicarios apostólicos R. Pallé y Charles Maigrot llegan a China; 1688: ordenación de tres jesuitas chinos; 1692: edicto de tolerancia del emperador Kang-hi; 1693: decreto de Charles Maigrot contra los ritos; 1697: lazaristas en China; 1704: condenación de la adaptación por Clemente in; 1707: Maillard de Toumon, legado apostólico en Pekín, condena los ritos, el emperador Kang-hi expulsa a los misioneros; 1724: edicto de persecución en toda China; 1742: condenación definitiva de los ritos por Benedicto xiv; 1755: prohibición del idioma chino en la liturgia por la Congregación de propaganda; 1769: M. extranjeras de París en China; 1755: proclamación de la supresión de la Compañía de Jesús en Pekín; 1785: tres lazaristas en Pekín; 1790: católicos coreanos en Pekín; 1794: el sacerdote chino Tsiu en Corea; 1801: martirio de Tsiu y de 300 cristianos.

El imperio del siglo xvi no permite dentro de sus fronteras ninguna clase de actividad que proceda de fuera; con ayuda de la policía controla especialmente la actividad de todos los extranjeros de otro color. Francisco Javier muere sin haber entrado en el país. Las leyes sólo permiten la entrada de comerciantes e inmigrantes; y de ellos se espera respeto a la ley y a las peculiaridades culturales. Y sin embargo, tal como lo ha reconocido ya Francisco Javier, es necesario cristianizar sobre todo a China para que el Lejano Oriente abrace el cristianismo, pues aquel país ejerce su magisterio en todos aquellos territorios, en lo que atañe la forma de vida, la cultura, la moral (confucionista) y la religión (normalmente budista).

El trasfondo político lo constituye un imperio centralizado de corte feudal universalmente respetado y una administración vinculada a la tradición y consciente de sí misma. Respecto de la situación religiosa hemos de mencionar tres tendencias: el taoísmo, el cual, sobre una base metafísica, proclama la fundamental unidad universal de todo lo real en su origen, el Tao; el confucionismo, que bajo la perspectiva de una moral social propaga una sociedad «familiar», cuyo padre es el emperador y en la que todas las relaciones deben articularse armónicamente a manera de una familia sobre el fundamento del derecho, de la equidad y del humanismo. Esa familia abarca a vivos y muertos. El confucionismo es así el ideal de una concreta igualación terrena sin grandes pretensiones, pero sano desde su base; forma la substancia de la vida pública y privada. El budismo, el cual, dominado por la idea de la inseguridad de las cosas, incita a los los hombres a que huyan hacia un negativismo inactivo (Nirvana) y se confíen a Buda. Alcanza sólo cierta difusión entre las personas con estudios.

De ahí debe concluirse — y Alejandro Valignano SI, que hacia el 1578 conoce China desde Macao, el puerto portugués del sur, sacó de hecho esta conclusión — que, sin una entrada legal en el país (con embajadores o comerciantes) y sin una integración en el cuerpo de la sociedad china, en todo lo que no está prohibido por la fe cristiana, queda excluido todo éxito. Es inútil el intento de «occidentalizar» este país; lo único que cabe es servirse de la ciencia para hacerse así aceptable, útil e indispensable. Esta intención caracteriza la vida y obra de Matteo Ricci SI, un italiano muy formado en matemáticas y astronomía y muy capacitado para el estudio de las lenguas y para la adaptación buscada.

Al se presenta como intelectual, aprende perfectamente los idiomas, estudia los Básicos, para convertirlos en punto de partida de su trabajo, y se sirve con habilidad de sus conocimientos científico-naturales. No predica a las masas, apenas se dedica a la gente sencilla; centra su atención en las clases directoras, por cuya mediación logra en el año 1601 llegar a la corte imperial. Después de veinte años de intensos esfuerzos es oído en el centro del poderoso imperio. Ricci se convierte en catalizador de las comunidades cristianas fundadas aquí y allá; publica 15 libros, de los cuales algunos conducen de un monoteísmo (el «Señor del cielo») claramente demostrado hasta la revelación cristiana.

Ya en 1614, cuatro años después de la muerte de Ricci, se cuentan 150.000 cristianos chinos en nueve provincias. El cristianismo se desarrolla con «permiso imperial», sobre todo bajo Kang-hi (1662-1722), el «Luis xiv de China», al que los jesuitas habían hecho propicio a la religión sirviéndole como matemáticos, astrónomos e incluso fundadores de un parque de artillería. Pero el apostolado es «tolerado» simplemente, y por cierto gracias a estos hombres y a la influencia de grandes mandarines convertidos (Pablo Li, Pablo Siu, desde Ricci). Sin embargo esto basta para conseguir grandes éxitos (20 000 bautismos el año 1671), si bien bajo el presupuesto del respeto a la cultura china y de su aceptación; es más, dentro de lo posible, aceptando por añadidura renunciar a usos occidentales (también en la liturgia) que escandalizan innecesariamente y no son indispensables de todo punto (saliva en el bautismo; determinadas unciones accesorias en el sacramento de la unción de enfermos, etc.). Pero a mediados del siglo xvii adaptaciones de esa clase parecen ilícitas al dominico Juan Bautista de Morales que envía un informe redactado desde su punto de vista a la Congregación de propaganda fide y logra que ésta condene el método. De ahí surge una larga y confusa pugna entre jesuitas y dominicos, entre portugueses y españoles, y finalmente entre la propia Congregación en la persona de su legado Maillard de Tournon y el emperador Kang-hi. El 30 de noviembre de 1700 aquél había publicado un edicto en el que se aclaraba cómo los ritos de veneración a Confucio y los antepasados tenían solamente carácter de ceremonias civiles. Este edicto pone a los misioneros ante un dilema: o bien despreciar las instrucciones del legado insuficiente informado, conservando así el permiso de residencia en China, o bien someterse al legado y abandonar el país. Muerto Tournon, es enviado un nuevo legado que enjuicia la situación más serenamente; pero tampoco éste logra persuadir a Roma. La condenación es pronunciada en 1742 por Benedicto xiv. Esta actitud cambia la postura del emperador, impide conversiones ulteriores entre las personas cultas y suscita numerosas apostasías. Hoy día se comparte universalmente la persuasión de que las decisiones romanas se tomaron sobre la base de una información deficiente y fueron formuladas en forma demasiado radical e indiferenciada.

El gran mérito de la empresa misionera en China es el haberse incorporado con entusiasmo, decisión y duros esfuerzos a la sociedad china. Con ello se logró fundar numerosas comunidades cristianas entre la alta sociedad, y por cierto al margen de toda tendencia colonial. Vista así, dicha empresa permanece un ejemplo para el trabajo misionero de todos los tiempos.

c) El mundo de Indochina, Indonesia y las Filipinas

Datos cronológicos: 1º. Indochina (Siam, etc.): 1554: diócesis de Malaca; 1568 y 1574: mártires de la OP en Siam y Camboya; 1580 y 1583: OFM en Cochinchina y Siam; 1606 y 1615: jesuitas en Siam y Cochinchina; 1624-45: m. en Indochina y expulsión de Alejandro de Rhodes SI; 1664: los vicarios apostólicos Frangois Pallu y Pierre Lambert de la Motte en Siam; siglos xvii-xviii: éxitos y persecuciones, disputas sobre ritos y jurisdicción entre los misioneros, disputas sobre áreas de influencia entre las potencias europeas. 2º. Indonesia: 1530: m. en Timor; 1534: m. en las Molucas; siglo xvi: Molucas, Java, Sumatra (m. de la OFM, OP, SI y de sacerdotes seculares); desde 1595: crecientes ataques holandeses; 1656: la SI en Borneo. 3º. Filipinas: 1521, y luego 1565: principio de las m. (ermitaños agustinos); 1577: OFM; 1579: OP; 1581: SI; 1611: Universidad de Santo Tomás en Manila; siglos xvii-xviii: progreso tranquilo; 1768: expulsión de los jesuitas.

En este apartado incluimos Indochina, Indonesia y las Filipinas, tres regiones muy diversas bajo el aspecto misionero.

Indochina e Indonesia pertenecen más al mundo indio, cuya cultura y religión (hinduismo, budismo e islam) han influido en ellas en diversa forma e intensidad. En el tiempo de las primeras empresas misionales se dividen en una serie de reinos (o sultanías), cuyos soberanos deben ser ganados. En Indochina los jesuitas adoptan frecuentemente el método de la adaptación usado por Ricci. Así lo hace en concreto Alejandro de Rhodese en Cochinchina: él respeta y se apropia la lengua y la cultura, así como las alegres representaciones religiosas. Pero el secreto de su éxito está en la fundación de una congregación para catequistas y en la creación de un seminario de formación. Los más adelantados emiten los tres votos. Éstos son los que solamente en Tonquín ganan hasta 200 000 creyentes (situación de 1663) y los mantienen en el entusiasmo, aunque allí sólo haya dos sacerdotes. Alejandro de Rhodes incitó también a la Congregación de propaganda fide a que instituyera vicarios apostólicos no sometidos al patronato de Portugal. Los vicarios apostólicos (Pierre Lambert de la Motte llega a Siam el año 1662) y la Sociedad de m. extranjeras de Paris patrocinan la formación de un clero indígena, sobre todo mediante la creación de un seminario como «establecimiento general para todas nuestras m. orientales», como «cuna, base y esperanza de todo el clero indígena». Los vaivenes políticos preparan a esta empresa una existencia movida e insegura; finalmente se crea el seminario en Poulo-Penang. Era pequeño el número de profesores y el latín el único idioma. Aquí se formaban cada año varios sacerdotes indígenas para Indochina y China.

2.° La penetración portuguesa en el mundo insular de Indonesia había preparado también allí la conquista misionera. Así Francisco Javier alcanza las Molucas (1546-47), el sur de Célebes, algunos puntos orientales de la isla de Java y algunas islas pequeñas del archipiélago de la Sonda. El método es el de «portugalizar»; se consiguen ciertos éxitos, pero muy modestos. Con frecuencia el apostolado se detiene e incluso fracasa por los ataques de los musulmanes o por las persecuciones de colonizadores calvinistas que proceden de Holanda. En el siglo xvii el trabajo queda dificultado además por las rivalidades entre Portugal — cada vez más débil — y España (de 1590 a 1640 la monarquía española reina en Portugal y desde Filipinas se proyecta hacia occidente), entre los misioneros jesuitas, ya establecidos, y los recién llegados agustinos, dominicos y franciscanos. Estos religiosos evangelizan por separado y a veces en concurrencia el norte de Célebes y algunos territorios de Borneo y Sumatra. Por desgracia, la colonización calvinista de Holanda, la decadencia de Portugal y los ataques musulmanes redujeron la Iglesia a un estado deplorable. Ésta no se hallaba profundamente enraizada y no pudo sobrevivir por sus propias fuerzas.

3º. Las Filipinas llevaban una existencia de tipo primitivo bajo la autoridad de jefes locales. La religión presentaba rasgos animistas y fetichistas. La conquista fue fácil, por lo menos en el territorio de la costa (pues el interior montañoso del país resultaba de difícil acceso); no había ni un poder central ni un verdadero ejército. El núcleo de la población (exceptuados los musulmanes de Mindanao, p. ej.), era abierto frente a la colonización. El apostolado estuvo en manos de agustinos (desde 1565), franciscanos (desde 1577), dominicos (1579), jesuitas (1581) y otros religiosos. Ya en 1579 Manila se convierte en obispado sufragáneo de Méjico, situado a unos 10.000 km de distancia. En 1620 está constituida la jerarquía y el número de cristianos supera los dos millones. La cristianización se llevó a cabo en medio siglo.

Las causas del éxito son en parte las mismas que en las restantes colonias españolas: el apoyo del gobierno y la fe activa de algunos empleados coloniales. Pero hay además otras razones: una de ellas es la pobreza del país, que no atrae ni a los buscadores de oro, ni a los políticos ambiciosos, ni al gran comercio desconocedor de todo escrúpulo, y conserva una estructura estable, campesina y ordenada por tribus, así como una administración relativamente pacífica.

Además los filipinos recibieron de España, que estaba en la cumbre del desarrollo de su poder, un considerable apoyo en hombres y medios económicos. Pero, sobre todo, el método de apostolado fue una adaptación ejemplar: para el pueblo sencillo que pensaba en forma concreta, para los paganos «animistas» y «fetichistas» se aumentaron los objetos benditos: medallones, rosarios, estatuas y ceremonias vistosas; procesiones, juegos, cantos, danzas, música, prácticas de penitencia pública y grandiosas solemnidades funerarias. Pero los misioneros completaron este apoyo a la fe sencilla del pueblo, creando todo un sistema de educación religiosa y profana, que incluía entre otras cosas la gran universidad de Manila.

Se puede decir que en buena parte los misioneros «crearon» las Filipinas, en cuanto ellos, acomodándose a las formas de vida y a las estructuras locales, unificaron los grupos aislados en una homogénea unidad religiosa y moral. Por eso, en el amplio espacio asiático, casi totalmente pagano todavía, los filipinos forman hasta nuestros días una sociedad realmente cristiana, a pesar de muchas deficiencias.

d) El mundo japonés

Datos cronológicos: 1549: viaje de Francisco Javier y dos jesuitas más; 1565-82: el shögun Nobunaga se muestra propicio a las m.; 1582-98: el shógun Hideyoshi retira su benevolencia para con las m.; 1587: decreto de expulsión y destrucción; 1597: 25 mártires de Nagasaki; 1598-1616: el shógun Yeyasu mantiene el «statu quo» respecto de la religión; 1601: los tres primeros sacerdotes japoneses; 1614: gran edicto de persecución, expulsión; 1616: prohibición del cristianismo; siglo xvii: otras persecuciones; 1635-1854: cristianismo clandestino.

En el tiempo de las primeras m. el mundo japonés abarca sobre todo las grandes islas centrales. La sociedad tiene una articulación feudal; se compone de labradores, arruinados por la guerra y los saqueos, de comerciantes en los puertos y las ciudades y de militares, reclutados por la fuerza entre los labradores como soldados eventuales; el mando está en manos de oficiales pobres, pero soberbios y valientes. Este sistema feudal se mantieneunido gracias a los shógun (jefes militares de la casa real), que normalmente son muy fuertes, pero en este tiempo se hallan en un estado de inferioridad respecto de los señores feudales, constantemente metidos en contiendas. Los shógun gobiernan en nombre de un emperador coronado, pero impotente. El japonés de este tiempo tiene un sentido muy pronunciado de fidelidad a su familia, a sus señores feudales y a sus amigos, por los que está dispuesto incluso a morir cuando ha dado una palabra (y así lo hacen los cristianos por su fe).

La religión se alimenta de dos fuentes: en primer lugar el shinto, una antigua religión natural de tipo animista y politeísta. Rinde veneración a los antepasados y al soberano (emperador), a la tierra japonesa y a los espíritus que la vivifican (kami). Desde el siglo vi a esa religión se añade el budismo, que está dividido en diversas sectas, cada una de las cuales tiene su centro de gravedad en un gran monasterio, a veces incluso fortificado. El budismo cuenta con decenas de miles de monjes y con millones de creyentes más o menos observantes. Su influencia es considerable; interviene también en la política; muy frecuentemente los bonzos se enfrentan con los señores feudales y con los shógun mismos. Según la situación política del momento, éstos ven en las m. un contrapeso frente al budismo. Además, a través de las m. intentan poner de su parte a los dueños del comercio portugués, que pueden enviarles mercancías y también cañones. Lo mismo que en la India el acercamiento misionero se produce en unión con el patronato. La disposición de Portugal a prestar su ayuda a las m. es grande, y también muy necesaria, pues las fuentes de ayuda resultan insuficientes. La recomendación portuguesa asegura a las m. el respeto de los señores poderosos del Japón y trae para Francisco Javier y Alejandro Valignano el permiso de predicar. Esta unión estrecha entre m. y política somete el trabajo misionero a las mismas oscilaciones a las que está sometido el comercio. Aquél es favorecido, o se hace sospechoso y es perseguido, según que el comercio parezca provechoso, o por el contrario se presente como peligroso y como una máscara de los proyectos de agresión.

El método misional que se aplicó allí era sobre todo la predicación al aire libre, tal como lo habían practicado ya durante largo tiempo algunas sectas budistas. Evidentemente, al principio se requería la ayuda de intérpretes, cuya inteligencia y fidelidad no siempre eran suficientes. Así constituyó siempre una gran preocupación de las m. el formar un número suficiente de catequistas capaces. Eso se consiguió mediante una especie de «instituto secular», con un compacto plan de estudios y normas rigurosas. Dada la escasez de sacerdotes ante el rápido crecimiento de las comunidades, sus miembros prestaron servicios indispensables y sumamente eficaces.

El estado de formación del pueblo japonés hizo posible, como en China, el uso de escritos impresos para un determinado grupo de personas. Se usaron el Catecismo del concilio de Trento, los Ejercicios de san Ignacio, el tratado sobre el Menosprecio del mundo y diversos escritos de controversia. Como en todas las m. de este tiempo llevadas por jesuitas, se pretendía ante todo llegar a las clases superiores de la sociedad, con lo que resultaba más fácil alcanzar los estratos inferiores. Francisco Javier quería penetrar hasta la corte imperial; pero hubo de saber que la pobreza — como método de una primera introducción — no prometía éxito; y así se vio obligado a servirse en algunos casos del estilo de los grandes de este mundo. A semejante mundo se le presenta la religión cristiana primeramente como alta moralidad, luego como doctrina revelada y finalmente como misterio de la muerte redentora de Jesucristo. Esa pedagogía no es engañosa, sino que conduce por diversos estadios a una instrucción progresiva. Sus frutos son una intensa vida de oración, una sorprendente disposición a la penitencia y una fidelidad a la fe hasta el martirio. Ahí se da una transformación cristiana de la práctica budista de la meditación, de la dura valentía caballeresca y de la fidelidad a los superiores.

Se fomentaron los usos cristianos, preparados ya por las prácticas budistas: rosarios, letanías, procesiones, majestuosas celebraciones litúrgicas con música del país. El resultado fue colosal. Aunque sólo había seis sacerdotes en 1561, dieciocho (incluidos los hermanos legos) en 1577 y veinticinco (a los que se añadían 50 estudiantes japoneses) en 1582, sin embargo en este tiempo el número de bautizados ascendía ya a 150 000, y elde iglesias o capillas a 200, sobre todo en el sur. El shógun de este tiempo, Oda Nobunaga, se mostraba benévolo con los cristianos y, en cambio, era adverso a las grandes sectas budistas, politizadas y poco dignas de confianza. Su muerte en el año 1582 se convierte en punto de partida de una progresiva apertura de dificultades para las misiones.

Numéricamente la masa de creyentes es grande (300.000 en el primer cuarto del s. xvii), sobre todo habida cuenta que se concentran en la misma región. En las persecuciones la mayoría se muestra capaz de una resistencia obstinada: miles de mártires, constancia en la vida oculta a través de más de dos siglos de prohibición de la fe cristiana. Todavía a mediados del siglo xix se hallan familias cristianas válidamente bautizadas.

Pero la presencia sacerdotal, a pesar del apoyo que prestan los catequistas, los cabecillas de los pueblos y los padres de familia, es demasiado débil. Esto se debe en parte al monopolio, reconocido por el papa, de los portugueses y jesuitas que proceden de occidente. Con ello el papa quería mantener la unidad de métodos y evitar las disputas con los franciscanos, dominicos y agustinos castellanos, que penetraban en el país desde Filipinas y el oriente. Con todo, éstos llegaron ya — secretamente — antes de 1600 y, quizá por no guardar la debida precaución, provocaron disputas, cuyo resultado fue el martirio común. Pero aun contándolos entre el número de los misioneros, éstos eran demasiado escasos en comparación con la tarea.

Lo mismo ha de decirse sobre los sacerdotes japoneses. Ciertamente, ya en 1580 se abre un seminario, al que pronto se añade otros; mas por diversas razones hasta 1601 no se produce ninguna ordenación. En este tiempo son ordenados dos jesuitas, de los cuales Kimura muere como mártir el año 1622. En 1614 hay trece sacerdotes; en 1640 se ordenan 35 jesuitas y sacerdotes seculares.

A pesar de todo las m. habrían tenido capacidad de subsistencia si no se hubiesen producido las persecuciones. Estas tuvieron diversas causas. Los shógun que suceden a Nobunaga desconfían del cristianismo, pues, una vez que los españoles han conquistado Filipinas, se teme su penetración en el Japón; los misioneros son considerados como una avanzada de los conquistadores. Además, hay algunos cabecillas cristianos entre los vasallos rebeldes del sur, los cuales se oponen a la opresión por parte del poder central. Las sospechas contra los misioneros aumentan por las intrigas de los comerciantes ingleses y holandeses, que quieren suplantar a sus rivales, los portugueses y españoles, e igualmente de los bonos. Como consecuencia se adoptan medidas contra los misioneros. El año 1587 Hideyoshi publica un edicto de expulsión contra los sacerdotes extranjeros; en 1597 condena a muerte a seis franciscanos, que a pesar de su prohibición han llegado al Japón procedentes de las Filipinas. Tres jesuitas japoneses — sin previa sentencia condenatoria — sufrieron la misma pena. Después de la muerte de Hideyoshi en el año 1598, misioneros llegados de Filipinas conculcan abiertamente la prohibición oficial y provocan con ello la gran persecución. En 1613 se prohíbe el cristianismo, son destruidas las iglesias y desterrados los misioneros (139 el año 1614). En 1616 un edicto amenaza con la muerte en la hoguera a todas las familias que concedan refugio a un misionero. En 1637 levantiscos señores feudales del sur, pertenecientes en parte al cristianismo, son aniquilados junto a Shimabara con los cañones de los calvinistas holandeses, que se hallan al servicio de los japoneses; 17.000 rebeldes son decapitados.

En adelante todo japonés sospechoso ha de pisotear la cruz; incluso los comerciantes europeos son obligados a esto. Algunos nobles se muestran menos constantes en la fe que el pueblo sencillo, el cual con frecuencia resiste valientemente toda clase de burlas, confiscaciones y tormentos.

La penetración cristiana, que sobre todo en el sur parecía prometerse un «país católico», fue interrumpida brutalmente por una persecución implacable, provocada a veces por la confusión entre conversión religiosa y traición en favor de los europeos. Sólo dos siglos más tarde se hizo posible un nuevo principio. En los libros de historia se siguen relatando hasta nuestros días los episodios de los cristianos «traidores» y «rebeldes», con lo cual se mantiene despierto el recelo de la nación frente a la Iglesia.

4. Resumen

Aunque estas m. no abarcaron el mundo entero, sin embargo crearon puntos de apoyo en todas partes y esbozaron el camino para la edificación de la Iglesia. El nuevo mundo que se abrió a los esfuerzos misioneros era muy variado; comprendía todas las razas, y cada toma de contacto exigía un nuevo principio, que con frecuencia era diferente de las empresas anteriores: culturas diversas; desarrollo distinto (desde los «primitivos» de América o Africa hasta los diferenciados y formados japoneses o chinos); diversidad también de religiones: politeísmo primitivo hasta el monoteísmo intransigente de los musulmanes.

Una nota fundamental caracteriza tanto a los evangelizados como a los evangelizadores: los intereses del Estado son los de la religión y viceversa. Por lo que se refiere a las m., los reyes de Portugal y el rey católico de España reciben del papa (el máximo jerarca del mundo en la esfera suprema, a saber, la religiosa) un derecho de patronato para la empresa colonial y la misionera; por su parte tienen el deber de evangelizar y, para este fin, el derecho de poner fin a la oposición contra el evangelio, aunque sea ocupando los territorios de los paganos rebeldes. Hacen amplio uso de este derecho; pero sería falso afirmar que descuidaron su obligación. En una época de absolutismo no siempre distinguieron claramente entre razón de Estado y razón de Iglesia, entre persuasión y poder secular.

La Iglesia de las m. sintió en su cuerpo hasta el siglo xviii las dudosas ventajas y los claros inconvenientes de ese sistema. Esta fue la razón principal de que en 1622, al fundar la Congregación de propaganda fide quisiera tomar en sus propias manos la autoridad sobre las m. y la dirección de su trabajo. Los reinos de Portugal y de España, indudablemente meritorios, con ello se sintieron ofendidos y perjudicados, por lo cual entablaron difíciles negociaciones con la recién creada Congregación, las cuales no están concluidas todavía. Los misioneros del patronato portugués no siempre veían de buen grado la llegada de vicarios apostólicos y de los misioneros de la Congregación; y éstos a su vez se precipitaban en sus informes y se mostraban pertinaces en sus interpretaciones. De ahí surgían escisiones en los esfuerzos y disputas sin fin, sobre todo en torno a la licitud de ciertos ritos religiosos de la India y de China, y también en tomo a la oportunidad de ciertos métodos. Si ambas empresas se hubieran coordinado en lugar de combatirse, habrían sido capaces de grandes obras, pues cada una de ellas hubiese aportado su parte a la acción común.

Las m. del patronato portugués recibieron para sus fines la ayuda, a veces ambigua, pero muy eficaz, de las dos «naciones católicas» que eran potencias mundiales, España y Portugal (Francia e Italia permanecieron en segundo plano). Y además trabajaron «en la legalidad» ante las instancias locales. Ciertamente, en el aspecto apostólico, con mucha frecuencia hicieron uso del principio de la «occidentalización» (así en América, Africa y las colonias asiáticas), pero en países independientes tuvieron hombres como Ricci en China, Nobili en la India y Valignano en el Lejano Oriente que en la evangelización supieron aplicar el principio de la adaptación, tan apreciado por la Congregación de propaganda fide, mejor que ninguno de los colaboradores de ésta. Hubiera sido necesario consultarles, oírlos y animarlos en su camino, si bien controlándolos simultáneamente.

Por su parte los misioneros de la Congregación de propaganda habían recibido instrucciones rigurosas en otro punto importante: la rápida formación de un clero indígena; aquí estaba su obligación y su posibilidad. Naturalmente no puede decirse que los antiguos misioneros no hicieron nada en este aspecto. Los primeros vicarios apostólicos, que estaban menos informados sobre las dificultades iniciales o permanentes, actuaron con más decisión. Con frecuencia encontraron grandes comunidades que estaban muy bien asistidas, si bien con el esfuerzo de muy pocos misioneros, sobrecargados de trabajo (nunca más de seis sacerdotes simultáneamente en Japón entre 1549 y 1570). Era suficiente con que recogieran lo que sus precursores habían sembrado. Donde lo hicieron, su obra fue un trabajo positivo y constructivo, aunque difícil: p. ej., el seminario de Poulo-Penang, que atrajo vocaciones de diversos países, en este tiempo formó anualmente tan sólo algunos sacerdotes. En esta formación de cuadros dirigentes del país está el mérito principal de los misioneros y vicarios apostólicos de la Congregación de propaganda fide.

Los auténticos éxitos de las m. consistieron en la adaptación y en la ordenación de indígenas. Pues, en efecto, sólo así pueden crearse las condiciones para una Iglesia que, con independencia del apoyo recibido de fuera, sea capaz de vivir por sí misma y de resistir ante las dificultades con eficacia, por estar enraizada en el pueblo.