MILAGRO
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1. Reflexiones hermenéuticas

a) Todo intento de definir teológicamente el m. ha de tomar como base el testimonio de la tradición bíblica. Esto se insinúa ya por la singular dignidad teológica que la doctrina de la Iglesia concede (cf. Dz 1790 1813) precisamente a los m. narrados en la Biblia. A ello se añade la presunción, fundamentada teológicamente, de que el m. absoluto está en una estrecha relación interna con el acontecimiento singular e irrepetible de la revelación de Dios en Jesucristo (de donde se puede deducir de antemano un cierto «principio de economía» con relación a la experiencia absoluta del m. en el «tiempo de la Iglesia»). Ahora bien, si el concepto teológico de m. ha de formarse recurriendo a la tradición bíblica, de ahí se desprende una decisiva orientación hermenéutica: la teología directa e inmediatamente no tiene que habérselas con los m., sino con testimonios sobre los m., es decir, con narraciones de m. Desde G.E. Lessing (Vom Beweis des Geistes und der Kraft, 1777) la elaboración de esta «diferencia histórica» en el concepto teológico de m. se ha hecho problemática explícita. Toda discusión abstracta y metafísica del concepto de m. (m., p. ej., como «ruptura de las leyes naturales») abandona de antemano el punto de partida hermenéutico: la pregunta teológica sobre el m. no está referida primariamente a la naturaleza, sino a la historia; anteriormente a toda cuestión de «límite» en las ciencias naturales, contiene una cuestión teológica de «límite» en la ciencia histórica.

b) Puesto que, evidentemente, el hombre sólo queda afectado por una información histórica cuando ésta se le da como respuesta a una cuestión ineludible que determina su futuro, y puesto que hoy, bajo el predominio de las ciencias naturales en la concepción del mundo, el carácter existencial de la historia está oculto en gran parte; consecuentemente la teología (como -a teología fundamental) de cara a los m. narrados en la Biblia tiene la misión de descubrir la apertura y afinidad originaria, hasta cierto punto a priori, del hombre respecto del m.: 1º. Ante todo en cuanto, abriendo una brecha en toda inteligencia del hombre que presuma de estar concluida, ha de mostrar el thaumaxein, la admiración interrogante del hombre (no superada con ninguna respuesta particular) sobre el sorprendente misterio de su existencia histórica (que despierta y atrae hacia sí todas las cuestiones). 2.° Descubriendo la fundamental y permanente apertura del hombre para lo singular, para lo que no está en nuestras fuerzas ni podemos esperar; y esto incluso en un mundo «hominizado» que materialmente puede calcularse cada vez más en sus detalles particulares. 3º Finalmente, mostrando que el –> mundo como historia tiene esencialmente una estructura intersubjetiva, de modo que el acontecer histórico nunca puede disolverse en puras determinaciones objetivas, en informaciones totalmente objetivas, pues sitúa al hombre en auténticas «tradiciones» y en una red de testimonios interpersonales, hasta tal punto que él no puede arrancar de allí su propio yo y el futuro de su existencia histórica como si se tratara de un objeto bien delimitado.

c) La investigación de la historia de las formas en la Escritura ha establecido como criterio literario formal que en los relatos neotestamentarios de m. no se trata de reportajes escritos por un observador neutral, sino de testimonios de fe orientados kerygmáticamente y elaborados teológicamente (-> milagros de Jesús). Esta peculiaridad formal y la doble determinación del m. en lo relativo a su contenido, a saber, el m. como momento del contenido de la promesa y como momento de la fundamentación de su credibilidad, muestran que en los m. narrados no se trata simplemente de sucesos (naturales) constatables de una manera puramente natural y neutral.

Más bien esos m. deben considerarse, por su naturaleza misma, como signos que afectan a la existencia humana de cara a un futuro salvífico que ella busca interesadamente, de modo que para la transmisión general de éste el carácter de testimonio subjetivamente afectado (a diferencia de un «reportaje») no es causal, sino esencial.

2. Definición y explicación

a) Desde el punto de vista teológico los m. son signos que muestran la presencia del prometido reinado de Dios y que acreditan a los portadores históricos de esta promesa (patriarcas, profetas, Jesucristo). Bajo esa perspectiva tienen la función de despertar y llamar al hombre, remitiéndolo hacia aquella dimensión de su existencia que busca -> sentido y -> salvación, dimensión que abierta o latentemente, aceptada o reprimida, se anuncia en todos los esbozos del futuro, y que quiere hacerse visible históricamente. Según esto, el m. no es en absoluto una demostración arbitraria de la omnipotencia de Dios, está más bien en el contexto universal de la historia de la promesa: como anticipación que da testimonio del poder de Dios para producir la salvación escatológica, poder que ha hecho su irrupción definitiva como futuro de la humanidad en -> Jesucristo y en su -> resurrección.

b) El m. no es un hecho natural («físico»), al cual se añade accesoriamente una función significativa; en sí mismo, en su propia naturaleza como fenómeno, es un «signo». Esta «identidad» de signo y hecho es comparable, p. ej., a la manera de encontrarse los hombres como personas, la cual no puede deducirse mediante categorías objetivas (cf. B. WELTE, Vom historischen Zeugnis zum christlichen Glauben: Auf der Spur des Ewigen [Fr. 1965] 337-350). El m. es un signo que tiende, no a la demostración teórica de lo significado, sino a hacerlo creíble. Por eso, teológicamente, no es de antemano un signo que necesariamente produzca una evidencia objetiva. Es más bien un signo que llama, que preñado de promesa afecta al hombre allí donde él intenta con riesgo realizar una orientación hacia el futuro referida a la totalidad de su existencia cohumana (y de hecho el hombre, explícita o implícitamente, se halla siempre en este riesgo). Por eso el m. como tal nunca puede producirse en un horizonte mundano que en su esbozo excluya de antemano esta orientación, llevada y determinada por la libertad, de la existencia humana en su totalidad (como a veces sucede en el método mismo de las ciencias naturales).

c) Por tanto, el lugar originario de la posible experiencia del m. no puede ser la observación metódica en el sentido de las ciencias naturales, pues éstas trabajan con la presunción metodológica de una realidad del mundo disponible en principio, con una especie de «determinismo metodológico», el cual posibilita su actitud de mera observación, pues hace que la realidad se manifieste en su facticidad física. Ese método es legítimo mientras advierta sus propios limites y no pretenda tener un carácter absoluto. De ahí que para 1as ciencias naturales no se dé la afección existencial; para ellas a lo sumo se da la perplejidad (que se convierte en estímulo para modificar el sistema de explicación y de determinación). Por estos y por otros motivos, en concreto por la ambigüedad del concepto de -> naturaleza o -> leyes de la naturaleza), no parece oportuno definir negativamente el m. como «suspensión» o «ruptura» de las leyes de la naturaleza. Más bien hay que definirlo positivamente como signo de la inclusión de la realidad entera en una economía histórica de Dios, la cual puede aparecer en este mundo para aquel que la mira en el horizonte de una actitud fundamental de su existencia configurada y orientada por la referencia a otros hombres, por la búsqueda de un sentido y de una salvación.

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Johann Baptist Metz