JUDAÍSMO
SaMun

A) Características generales.

B) Judaísmo tardío.

C) Religión judaica.

D) Filosofía judaica.

E) Judeo-cristianismo.

F) Judaísmo y cristianismo.

G) Colaboración entre judíos y cristianos.

 

A) CARACTERÍSTICAS GENERALES

I. Presupuestos para un juicio correcto

El j. es un fenómeno muy complejo de naturaleza social, religiosa, política, étnica e histórica. La comprensión de su esencia específica resulta difícil especialmente por tres razones. En primer lugar los elementos mencionados difícilmente pueden separarse del fenómeno general del j., de manera que amenaza siempre el grave peligro de una falsa denominación cuando sólo se trata, por ejemplo, de la religión o de las estructuras sociales del j. (cf. luego en B -> judaísmo tardío). En segundo lugar, hay que tener en cuenta que en el transcurso de su historia el concepto de j. ha experimentado fuertes oscilaciones. Ni siquiera hoy existe un consentimiento universal sobre el modo de concebir y representar en detalle la naturaleza y significación del j. La mayor dificultad con que tropieza una exposición justa y válida del j. se debe, finalmente, a que desde sus comienzos en tiempos del Antiguo Testamento el j. se ha encontrado en el torbellino de una polémica violenta entablada entre los de dentro y los de fuera. Los escritos judíos y extrajudíos (pro y antijudíos) son en gran parte la sedimentación de agresiones intelectuales y religiosas o político-militares contra el judaísmo o contra alguno de sus grupos, así como de las correspondientes reacciones judías. La decisión previa más importante para una descripción justa y válida del j. depende por ello de una valoración adecuada de la polémica bíblica (y también de la postbíblica).

Para evitar tanto la actitud del ->antisemitismo como una glorificación irreflexiva de los judíos, es necesario ante todo conocer las afirmaciones polémicas que aparecen en la Biblia, primero en su valor condicionado por el tiempo, y, por tanto relativo, y después en su formulación, es decir, en su carácter de género literario. Ya en el Antiguo Testamento los profetas llevan a cabo una dura polémica contra los judíos, contra sus progenitores y parientes de raza. Expresiones como «casa de contradicción» (Ez 2, 5ss) y «pueblo de dura cerviz» (Ez 32, 9; 33, 3ss; Dt 9, 6) son expresiones características y estereotipadas de la polémica de entonces. De todos modos la polémica veterotestamentaria todavía puede descifrarse de alguna manera, y cabe valorarla positivamente y ordenarla en su relatividad como expresión de una abierta y elevada autocrítica del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Pero, además de eso, la lucha entre potencias paganas y el j. se ha ido recrudeciendo constantemente desde el siglo v a.J. hasta nuestros días. Pero cuando la polémica judía y antijudía se ha desarrollado con mayor ardor ha sido siempre que algunos grupos se han separado del j. conservando en su postura de oposición la herencia de las pretensiones religiosas e intelectuales del mismo (comunidad de ->Qumrán, ->cristianismo).

Especialmente si un cristiano de hoy quiere juzgar al j. partiendo de la polémica antijudía del NT, ha de tener en cuenta el condicionamiento cronológico, la exaltación y las expresiones literarias de dicha polémica. Cuán decisiva es la referencia a la concreta situación histórica se echa de ver, por ejemplo, mediante una comparación entre Mt 23, 35-39 y Ez 22, 2.23-31. En ambos pasajes se habla en tono parecido de la ciudad de Jerusalén manchada de sangre, profanada, y de sus habitantes. En el caso de Ez se trata de una polémica puramente judía, mientras que en Mt la polémica parte del cristianismo, que ya se ha separado del judaísmo.

II. Descripciones generales

El j. en sentido amplio se remonta a la constitución de la federación de las doce tribus al paso que éstas se iban estableciendo en suelo palestino. Para el desarrollo ulterior fue decisiva la historia de Judá, la tribu de David. No obstante, sólo a partir del s. vi a.C. se puede hablar de j. en un sentido estricto. La comunidad que volvió del destierro de Babilonia, formada principalmente por descendientes de la tribu de Judá (cf. Esd 1-2), se entendió a sí misma como el «resto de Israel» purificado; es decir, como la parte de la federación tribal que sobrevivió a la catástrofe de la deportación forzosa a Babilonia, soportándola como un juicio punitivo de Dios. De acuerdo con esta idea del j. se impuso entonces — dentro de la tradición mosaica de una nueva entrada en la tierra de Israel devastada por los gentiles — el establecimiento de un segundo comienzo para llevar a la práctica la fidelidad pactada al Dios de la alianza. Este concepto representativo, esta idea de «resto» del primer j. adquiere singular plasticidad en Esd 6, 13-18. Según ese texto en la consagración del templo reconstruido se sacrificaron, entre otros animales, «doce machos cabríos, número que indica cómo el sacrificio expiatorio se ofreció por todo Israel» (v. 17; cf. asimismo 2 Re 19, 31; Is 41-55; Jer 40, 11; 42, 15; 44, 12; Ez 9, 8; 11, 13, etc.).

Esta historia de los orígenes del j. descubre ya su característica más importante: a lo largo de su existencia y en todas sus vicisitudes el j. se vio como el pueblo de la alianza, que se sitúa ante el Dios aliado en una peculiar relación de servicio colectivo y de pactante. La suprema profesión de fe del pueblo de la alianza se puede expresar en esta fórmula: Yahveh es el Dios de Israel; Israel es el pueblo de Yahveh (cf. Éx 9, 4ss; Jos 24). Las promesas de numerosa descendencia a los patriarcas deben entenderse a partir de estas ideas de alianza (Gén 13, 16; 15, 5; 26, 4.24; 18, 14; 32, 13, etc.). El verse como pueblo de la alianza determina toda la acción histórica del j. en el mundo: como heredero legítimo de Israel quiere ser una encarnación y un testigo de las doctrinas, los preceptos y los acontecimientos salvíficos realizados por el Dios de Israel. De esta vinculación a Dios, marcadamente colectiva, debe brotar en el planopolítico, social, cultural y económico una solidaridad para con los socios judíos que participan de una misma alianza, y la voluntad de penetrar todas las actividades profanas con la idea del reinado de Dios, que está presente en todo tiempo y se va realizando cada vez con más fuerza (->alianza).

Una segunda característica general del j. es su relación con la tierra prometida a Israel por el Dios de la alianza. Aun cuando, en virtud de muchas transformaciones históricas, la tierra de Israel no es una región geográfica perfectamente definida, y aunque en todos los tiempos muchos judíos han vivido voluntaria o forzosamente fuera de su tierra, nunca hasta el día de hoy se ha abandonado la reclamación, fundada sobre motivos religiosos y populares, de la tierra prometida, celebrada siempre con acentos de entusiasmo (Dt 11, 10ss; Yehudá Halevi, etcétera).

Se puede establecer una tercera característica del j., la cual consiste en su esfuerzo por soportar el presente, especialmente cuando éste resulta penoso y obscuro por la falta de fe y la confusión de ideas, refiriéndose a los períodos gloriosos del pasado de una tribu o del propio pueblo y al futuro que se espera rebosante de felicidad. Con ello el j. se mueve en un sistema de coordenadas, uno de cuyos ejes apunta hacia la restauración del pasado y del otro hacia la salvación del fin de los tiempos, que borrará todas las fronteras entre los hombres. En todo esto caben distintos matices por lo que respecta tanto a la vinculación con el pasado como a la esperanza del futuro (escatología). Ora prevalece la visión nacionalista, ora la universal; ora la terrena, ora la supramundana. Como ilustración de estas ideas pueden servir especialmente las interpretaciones bíblicas de los juramentos divinos de fidelidad a los patriarcas (Gén 24, 7; 50, 24; Ex 13, 5.11; Núm 14, 16; Dt 4, 31; 6, 23, etc.). Típicas son también las expresiones rabínicas «por los méritos de los padres» (bRosch haSchana 1la), etc., así como las discusiones rabínicas sobre los días del Mesías y sobre el mundo futuro (bSanh 97a-b). Con esto se indica también que la esperanza mesiánica se encuentra enmarcada en la expectación escatológica general. Es cierto que en la historia judía las renovadas y entusiastas esperanzas mesiánicas desempeñaron un papel importante. Sobre todo en el período que va aproximadamente desde el 170 a.C. (aparición de los Macabeos) hasta el 70-73 d.C. (sofocación de la rebelión judía por los romanos). Otro tanto puede decirse del tiempo de la rebelión de Bar-Kochba (132-135 d.C.) y del tiempo del judío Sabatai Zewi, que pretendía ser el Mesías (1626-76). Pero en esos y otros turbulentos tiempos mesianistas nunca prevaleció en el j. una idea uniforme, fijada ideológicamente, acerca de las funciones concretas del Mesías en la era salvífica de los últimos tiempos. Generalmente el Mesías desempeña la función de mero representante, de garante de la salvación que llega o ya ha llegado; apenas aparece como el redentor en el sentido cristiano.

Quizá podríamos señalar también como un rasgo constante la afinidad del j. con el lenguaje de la Biblia y del Talmud. Aun cuando muchos judíos de todos los tiempos no llegasen a dominar los idiomas hebreo y arameo — sobre todo el primero —, siempre sintieron la grave obligación de aprenderlos, fundada en motivos de tipo nacional-religioso. Así lo expresa la consigna de comienzos de la edad moderna: «Yehudi daber iwrit! ( ¡judío, habla hebreo!).»

La ordenación esencial del j. a la alianza, a la tierra, al pasado y al futuro (y eventualmente la lengua) no implica, sin embargo, plena uniformidad, sino que es compatible con marcadas polaridades. La afirmación de Leo Baeck según la cual el j. ha sido bipolar en todos los tiempos — aludiendo sobre todo al j. de la diáspora como realidad contrapuesta al j. de la tierra de Israel —, vale también en muchos aspectos por lo que hace a la relación del j. con la alianza. El pueblo de la alianza, como portador de una elección y representante del Dios aliado, se encuentra por una parte en un estado permanente de tensión y enfrentamiento con las otras naciones. Por otra parte, dentro de su propio ámbito étnico y confesional el j. ha de contar con miembros infieles a la alianza. Por lo que atañe a la postura del j. frente al pasado y al futuro surgen momentos de tensión, a causa principalmente de las fuertes divergencias respecto al origen, presente y consumación futura de cada uno de los grupos judíos. Los conflictos, por ejemplo, en el actual Estado de Israel, entre el rígido j. ortodoxo y ciertos grupos — sobre todo en los «Quibbusim» —, muestran que dentro del j. es posible sentirse judío sin la fe en Dios, sin el entronque con la tradición y sin la esperanza en el Mesías. Por el contrario, cabe aceptar todo lo que es genuinamente judío en el plano espiritual y religioso, y sin embargo sentirse vacilante en la concreta actualidad política del Estado judío.

Especialmente en las descripciones populares se atribuyen al j. propiedades y características que no se le pueden aplicar o le corresponden en parte. Es inexacto, por ejemplo, afirmar que el j. constituye una raza uniforme o singular. Prescindiendo de que la investigación general sobre las razas afirma hoy que dentro de las tendencias raciales mogólicas, negroides y europeas sólo se dan formas mestizas y que sólo éstas son posibles, ni la Biblia ni el j. postbíblico dan pie para afirmar la unidad racial judía, o una superioridad o inferioridad de la misma. Por lo demás en el j. laten fuertes tendencias a la singularidad étnica. Esa tendencia prevaleció, por ejemplo, en el s. v a.C. en la época de Esdras y Nehemías, así como en el período de la Mislná y del Talmud. Tampoco los ghettos judíos han de interpretarse como resultado exclusivo de migraciones judías provocadas por los ataques antijudíos. En parte se debieron a la necesidad auténticamente judía de una separación local para poder realizar mejor la propia misión específica. Pero, frente a estas corrientes, prescindiendo aquí de los diversos orígenes étnicos del j., siempre surgieron movimientos contrarios que presionaban hacía la fusión y asimilación con elementos externos. Así, por ejemplo, casi al mismo tiempo en que el grupo de Esdras y Nehemías se imponía en Jerusalén, apareció el librito de Rut, que alaba a una mujer extranjera (moabita) entre los progenitores del rey judío David. También en el libro de Jonás alientan similares motivos religiosos cosmopolitas. La misma Biblia se alza de modo claro y terminante contra la suposición de que la primacía en la elección comporta también una superioridad en el plano humano. Insiste en que el pueblo de la alianza no fue elegido por méritos propios, sino a pesar de su rebeldía y obstinación; sólo en virtud del amor soberano de Dios (Dt 7, 6-9; 9, 4-9).

Hay que guardarse asimismo de imaginar una ideología judía absolutamente singular y exclusiva. No se puede afirmar de forma categórica que el pensamiento judío sea concreto, dinámico, que carezca de capacidad especulativa, que sea nacionalmente introvertido, etc., mientras que el pensamiento griego (y con él también el cristiano) es abstracto, universalista, estático y especulativo. Y menos todavía cabe decir que no hay posibilidad alguna, o casi ninguna de entenderse entre las dos mentalidades. Ya para la época del Antiguo Testamento, la traducción de los Setenta, llevada a cabo por judíos, y la armonización del pensamiento judío con el griego acerca de la sabiduría en el libro de Jesús Sirá, hablan contra semejante psicologismo nacional y religioso. Quizá resulte aún más elocuente contra tales formulaciones categóricas, la obra especulativa del filósofo judío Moisés Maimónides, con su contribución a la alta escolástica cristiana.

Finalmente podríamos describir el j. en general como una comunidad étnica de la alianza con el Dios de Israel, que tiene sus más importantes puntos fijos en la posesión de la tierra de Israel y de las lenguas israelíticas, así como en la actualización del propio pasado y de las esperanzas futuras. Estas características pueden implicar ciertas propiedades nacionales, que se acostumbran a designar como típicamente judías. Mas no podemos pasar por alto que dentro del j. éstas no poseen sino un valor relativo y quedan a menudo desvirtuadas por hechos con una fuerte polaridad.

III. Caracterización general de los períodos principales de la historia del judaísmo

1. El período del j. primitivo empezó con el destierro de Babilonia (587 a.C.) y terminó con la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos (70 d.C.). La primitiva nación judaica, al comienzo del destierro de Babilonia y en el transcurso del tiempo postexílico, se convirtió en una comunidad racial de culto en sentido amplio (comunidad de oración, sacrificio y meditación, de asambleas y aprendizaje religiosos). Tres fueron las formas principales en que se realizó el j.: las tendencias hierocráticas de restauración, los movimientos escatológicos y la instrucción escriturística. Los anhelos de restauración se vieron apoyados especialmente por los círculos sacerdotales de Jerusalén y por la antigua nobleza judía. Había que restablecer sobre todo la vigorosa situación cultual y política de los tiempos de David y de Salomón. Entre sacerdotes y laicos (especialmente entre la población marginada del país) alentaron con fuerza las esperanzas escatológicas, en particular desde los siglos 111-u a.C. como consecuencia del movimiento apocalíptico.

Con el avance del tiempo tales esperanzas fueron expresándose de forma más apremiante. Entre los asideos (cf. 1 Mac 2, 42-48), los esenios del Qumrán y otros grupos, la idea de la salvación escatológica universal, que muy pronto iba a irrumpir, no presentaba tan marcado acento político y nacionalista como entre los macabeos, los hasmoneos y, en parte también, los insurrectos de la primera guerra judía contra Roma (66-70/ 73 d.C.). Los letrados judíos de los primeros tiempos, ante el hecho de que había cesado la profecía carismática (es decir, la que era reconocida por el pueblo de la alianza, bJoma 9b; bSanh 11a), ante la imposibilidad de restaurar adecuadamente el pasado y de penetrar el futuro, se consagraron a reunir el material de la tradición nacional y a explicar la ley (incluso apoyándose en especulaciones sapienciales) con vistas a la rutina concreta de cada día. La instrucción escriturística, que era ante todo conocimiento de la ley, se fue manifestando como la base más sólida para configurar la vida judía en el ámbito social y en el privado. A este respecto el partido religioso de los fariseos se mostró de forma cada vez más clara como la alternativa frente a los saduceos, estrechamente vinculados con el estado sacerdotal, el templo y la nobleza del dinero; frente a los grupos apocalípticos de actitud escatológica exacerbada ->apocalíptica); frente a los círculos asimilacionistas (tobíades, herodianos); y frente a las capas sociales sin instrucción (am-ha -arez). No se puede juzgar al fariseísmo exclusivamente desde el punto de vista polémico del NT. En el curso de su historia evidenció un cúmulo de esfuerzos por actualizar de acuerdo con el tiempo la ley del Antiguo Testamento, por establecer la paz y dar una formación escolar y devota a los judíos. El j. actual descansa bajo el aspecto espiritual y religioso en los principios básicos del fariseísmo.

2. El j. en el período de la Mifná y del Talmud. En la época sin templo (desde el año 70 d.C.) y políticamente insegura del dominio directo de romanos y persas, floreció, especialmente en Galilea y Babilonia, una vida judía multiforme, sobre todo en las casas de enseñanza y de oración, que en parte fueron consideradas como una perfecta sustitución del templo (Dichos de los padres 5, 16; bMeg 29a; Mekiltá del rabbí YISMAEL, Tratado de la santidad 11, sobre Éx 20, 24; LAUTERBACH II 287). La dirección del j. estaba ahora en manos de los sabios rabinos, que convirtieron sus principios farisaicos en norma en todo el j. La asamblea de Yabné (aproximadamente el año 90 d.C.) pasó a ser la base del j., que ahora, sin templo y sin independencia ni seguridad religiosopolíticas, trataba de acreditarse entre las «naciones del mundo» y frente a la rivalidad de nuevos movimientos religiosos (especialmente el cristianismo y la —>gnosis). La Misná y el Talmud deben considerarse como los frutos más importantes del esfuerzo judío a finales de la edad antigua (cf. después en C, ->religión judaica). La sofocación de muchas rebeliones judías exigió un elevado tributo de sangre. El j. hubo de soportar golpes terriblemente duros antes, durante y después de las dos sublevaciones de inspiración mesianista contra Roma (años 66-70/73 y 132-135 d.C.). Como consecuencia llegaron severas persecuciones religiosas y políticas, así como las deportaciones forzosas. Pero junto a esto, y especialmente desde fines del siglo ii, se dieron muchos intentos afortunados de llegar a un tolerable modus vivendi con el poder temporal opresor.

3. Parece lo más adecuado entender por edad media judía el tiempo que transcurre entre la conclusión del Talmud babilónico (s. vI-VII d.C.) y la ilustración judía del s. XVIII-xix, que no se impone simultáneamente en todas partes. Su modalidad en occidente fue la de una asimilación individual, y en Europa oriental la de un movimiento nacional ilustrado (Haskala). Otros proponen como momento inicial de la edad moderna judía la expulsión de los judíos de España (1492). El j. medieval se manifestó, de un lado, como una agrupación marcada por el espíritu talmúdico y oprimida constantemente por diversos poderes. Y, de otro lado, en el plano espiritual-religioso actuó abriéndose paso hacia fuera en cuanto que,al enfrentarse con la cultura antigua, el islam y el cristianismo, desarrolló una elevada filosofía de la religión (especialmente Avicebrón y Maimónides). En gran parte estuvo a la sombra y bajo la presión del mundo cristiano-medieval (leyes especiales, ghettos, persecuciones, engaños). La baja edad media judía se caracterizó especialmente por la creciente importancia del j. europeo oriental (jasidismo y mitnagedismo) y por un exaltado resurgimiento mesianista a mediados del s. XVII (sabatianismo, frankismo), el cual coincidía con las posibilidades políticas reales.

4. El j. moderno se basa sobre todo en cuatro realidades: a) sagrada Escritura y tradición talmúdica; b) ilustración y emancipación; c) sionismo; d) parcial recuperación y situación comprometida de la tierra de Israel. a) El j. religioso, marcadamente tradicional, se apoya principalmente en el ortodoxo y conservador. Sin embargo, la Escritura y el Talmud desempeñan una función decisiva para todos los judíos, incluso para el j. reformado y para los círculos judíos de la extrema izquierda. b) La ilustración judía tuvo en Moisés Mendelssohn (1729-86) su representante más conspicuo (cf. asimismo Lessing, Nathan el Sabio). La ilustración nació de la fuerte necesidad de hacer más liberal la forma de vida judía, totalmente determinada por la tradición, y de una aclimatación más intensa (asimilación cultural) al ambiente extrajudío. Los judíos (sobre todo en el centro y el este de Europa) debían liberarse de los elementos caducos de su tradición, para adueñarse sin trabas de la cultura de los pueblos con los que convivían. Como la emancipación judía, sobre todo en el ámbito de lengua germana, tropezó con la reacción antisemita, y como la haskala no alcanzó el éxito deseado en la Europa oriental, surgió el sionismo. c) El sionismo puede dividirse en tres corrientes principales, las cuales se interfieren: 1º., el movimiento Kibatsión, fundado por León Pinsker (1821-1891), que unía en una organización a cuantos deseaban retornar a la tierra de los padres; 2°, el sionismo político de Teodoro Herzl (1860-1904); 30, la Sionut Rukanit, un sionismo religioso, representado especialmente por J.M. Pines (1844-1914) y Akad Haam (1856-1921). d) Los judíos hubieron de lograr el Estado independiente de Israel (1948) a través de increíbles esfuerzos y persecuciones: ¡los 6 millones de víctimas del nacionalsocialismo fueron un enorme tributo de sangre para comenzar a roturar el terreno! Dicho Estado ve además su legitimidad en la reclamación de la tierra de Israel que los judíos jamás dejaron de formular en ninguna época histórica. El j. es consciente de que la plena legitimación del Estado de Israel ante el mundo exterior debe lograrse constantemente con la tolerancia hacia los habitantes no judíos. Existe, por otra parte, la esperanza judía de que el Estado de Israel es el «comienzo de los resplandores de la redención».

BIBLIOGRAFÍA: Th. Reinach, Textes d'auteurs grecs et romains relatifs au Judaisme (P 1895, reimpresión Hildesheim 1963); Schürer; S. Dubnow, Weltgeschichte des jiidischen Volkes, 10 vols. (B 1925-29); EJud; N. N. Glatzer, Geschichte der talmudischen Zeit (B 1937); J. Klausner, Historia del segundo templo (Jerusalén 1951) (hebr.); S. Wittmayer Baron, A Social and Religious History of the Jews, 10 vols. (NY 21952-65); Schubert J; G. Alon, Estudios sobre la historia judía en tiempos del segundo templo de la Mischna y del Talmud, 2 vols. (Tel Aviv 1957-58) (hebr.); V. Rico, Historia de los Judíos (Ba 21952); E. Weinfeld, Judaísmo contemporáneo (Israel B Aires); J. Meinvielle, El judío en el misterio de la historia (Theoría B Aires4); B. Lewin, Los judíos bajo la inquisición en Hispanoamérica (S. Veinte B Aires); J. Caro Baroja, Los judíos en la España moderna y contemporánea, siglos XVI-XX. 3 vols. (Arión Ma).; E L. Ehrlich, Geschichte Israels von semen Anfldngen bis zur Zerstórung des Tempels (70 nC.) (B 1958); G. F. Moore, Judaism in the First Centuries of the Christian Era. The Age of the Tannaim (C 81958); M. Avi-Yonah, Geschichte der Juden im Zeitalter des Talmud (B 1962); J. Neusner, A Life of Rabban Johanan ben Zakkai (Lei 1962); C. Roth, The Pharisees in the Jewish Revolution of 66-73: JSS7 (1962) 63-80; G. Scholem, Judaica (F 1963); S. Grayzel, A History of the Jews. From the Babylonian Exile to the Establishment of Israel (Filadelfia 51964); J. Maier, Die messianischen Erwartungen im Judentum seit der talmudischen Zeit: Judaica 20 (1964) 23-58 90-120 156-183 213-236; J. Parkes, A History of the Jewish People (Harmondsworth 21964); K. Schubert (dir.), Vom Messias zum Christus (W 1964); A. Btihm - W. Dirks - H. Gottschalk, Judentum, Schicksal, Wesen und Gegenwart 1-II (Wie 1965); J. Neusner, A History of the Jews iñ Babylonia, I: The Parthian Period (Lei 1965).

Clemens Thoma

B) JUDAÍSMO TARDÍO

1. Uso y cambio del concepto

Desde la segunda mitad del siglo xix el concepto «j. tardío» se emplea con frecuencia en la exégesis del Antiguo y del Nuevo Testamento y en la historia bíblica de la religión. La mayoría de los autores designan con ello el j. palestinense, egipcio y babilonio del período que se extiende aproximadamente entre el tiempo de la redacción del libro de Daniel y el final de la persecución del emperador Adriano contra los judíos (sobre el año 160 a.C. hasta el 140 d.C.). Otros entienden bajo este concepto un período algo más largo de la historia de la religión judía: el tiempo entre la actividad de Esdras y Nehemías en Jerusalén y la conclusión del Talmud (desde el 450 a.C. hasta el 500 d.C.). Y hay quienes, finalmente, designan con este nombre el período de duración del segundo templo de Jerusalén (desde el 500 a.C. al 70 d.C.). A veces se señalan también la invasión de Palestina por Alejandro Magno y la destrucción del templo de Jerusalén como principio y fin respectivamente (del 300 a.C. al 70 d.C.). En todo caso el «j. tardío» es un período que, con su literatura, ofrece a los exegetas y a los historiadores de las religiones un material abundante, el cual sirve de punto de apoyo comparativo y valorativo en orden a la explicación del AT, del NT y del cristianismo primitivo. Y así es importante como movimiento posterior al AT, y como movimiento que se desarrolla antes y después del NT, junto a él y contra él.

Distintos autores no se limitan a ver en el «j. tardío» un determinado período, sino que lo enjuician desde la idea de que las comunidades neotestamentarias son las únicas herederas del AT. En el plano de la historia de la religión se deriva de ahí una injustificada valoración negativa del j. posterior a Esdras-Nehemías. Es sintomático que se hable de un j. tardío, cuando en realidad el j. se encontraba entonces en un estadio temprano de su desarrollo (cf. antes en A). Con excesiva frecuencia se habla del j. tardío en un sentido peyorativo, como anquilosamiento, petrificación, rigidez, legalismo, ritualismo, sutilezas, superficialidad y excrescencia de la ley veterotestamentaria, a causa de un tradicionalismo muerto y de influencias extrañas (Bousset Rel, G. Kittel, etc.). A este respecto se pronuncia un juicio especialmente negativo sobre los fariseos y sobre los apocalípticos judíos. Con ello a menudo sólo se quiere destacar la singularidad y el carácter absoluto de las palabras y acciones de Jesús. En la época nacionalsocialista se encontró a partir de aquí motivo para postular un cristianismo «libre de lo judío»; es decir, purificado de las influencias negativas del j. tardío.

La corrección de estas concepciones abarca los siguientes puntos: a) modificación de la expresión: en vez de j. tardío hay que emplear la expresión «j. temprano». Lo mejor es entender por tal el j. que va desde finales del AT hasta la edad media judía. Con ello el j. temprano abarca aproximadamente del 500 a.C. al 500 d.C. Se divide en dos períodos principales: desde el 500 a.C. al 70 d.C. (período de duración del segundo templo jerosolimitano; j. temprano en sentido estricto), y desde el 70 d.C. al 500 (época de la Misná y del Talmud). b)Reelaboración de las mutuas conexiones historicorreligiosas entre el AT, el judaísmo temprano y el NT. Referente al NT hay que tener en cuenta, por ejemplo, que de un lado es preciso entenderlo en buena parte desde el j. temprano y, de otro, que no cabe juzgar ese j. exclusivamente desde el NT (cf. luego en F, ->judaísmo y cristianismo). c) Ha de advertirse cómo el contenido fundamental de las declaraciones neotestamentarias sobre el j. temprano es primariamente teológico (no psicológico, sociológico o puramente histórico).

2. Distintas corrientes en el judaísmo temprano

En el j. temprano cabe distinguir: el j. oficial, que toma parte en la administración interna y la política religiosa de los judíos; el no oficial, que se distancia del anterior; y el que combate polémicamente al primero (j. separatista y herético). Por lo demás, estos conceptos antes del año 70 d.C. tienen un sentido algo distinto del posterior, ya que la estructura jerárquica del j. temprano cambió a consecuencia de la destrucción del templo. Antes el sumo sacerdote, las más de las veces un saduceo, constituía la cumbre jerárquica del j.; después el jerarca supremo fue en forma distinta, el patriarca (en Palestina) y el «Res Galutá» (en Babilonia). Con anterioridad al año 70 d.C. ningún grupo judío consiguió dominar hasta el punto de poder imponer a los otros sus criterios como norma; después, el rabinismo de orientación farisaica forjó el j. temprano normativo.

a) El j. oficial estuvo representado antes del año 70 d.C. principalmente por los partidos politicocorreligiosos de los saduceos y de los fariseos, así como, temporal y parcialmente, por las familias dirigentes de los macabeos, los hasmoneos y los herodianos. Ambos partidos politicorreligiosos poseían en el sanedrín, que se encontraba en el ámbito del templo, su foro común. Sin embargo, el poderío espiritual y profano de los sanedritas (71 miembros) se vio fuertemente limitado una y otra vez por quienes ejercían el poder político. Fuera del sanedrín fariseos y saduceos tenían pocas cosas en común. En lo relativo a la resurrección de los muertos, al juicio final, al mundo de los espíritus, a la afirmación simultánea de la predestinación divina y de la libertad humana, y a la Torá oral, los fariseos mantenían una posición afirmativa, y los saduceos adoptaban una postura negativa (Act 23, 6-9; JosAnt XVIII 16-17). Puesto que después de la derrota frente a los romanos, el fariseísmo, a causa de sus esfuerzos en pro de la paz y de su repulsa a las corrientes mesiánicas radicales, no estaba muy comprometido, y puesto que su fidelidad a la Torá y a la tradición, al igual que su piedad sinagogal, se presentaban como el único camino viable en la época en que no había templo, el rabinismo de orientación farisaica pudo establecerse después del año 70 como autoridad normativa para todo el j. La redacción de la Misná y del Talmud (cf. luego en C, ->religión judaica) no sólo aportó luz sobre la aplicación concreta de las leyes veterotestamentarias, sino que también es un testimonio de las muchas y hábiles contiendas del j. rabínico con los problemas de la elección y del sufrimiento, con las irregularidades internas del j., y con las presiones paganas y las esperanzas escatológicas. En los primeros siglos cristianos, debido a la mala situación político-económica de Palestina, el centro capital de la sabiduría judía se desplazó cada vez más de Palestina a Babilonia.

b) El j. no oficial estaba formado por grupos que se mantuvieron alejados de la política religiosa oficial o que se fueron distanciando sin llegar a una separación completa. Comprendía principalmente a los amba-arez (propiamente: la población campesina), distintos conventículos apocalípticos y — anteriormente al 70 d.C. — los grupos de la sublevación militar contra Roma y los judeocristianos.

La literatura rabínica presenta a los am-ha-arez como los ritualmente impuros, los incultos, los que descuidan la Torá, como los «provincianos» que hay que evitar a toda costa (Milná, Demai 2, 3; bBerajot 47 b; bPesakim 94b; cf. también los comentarios a Mt 5, 3 y Jn 7, 49). Todo hace suponer que en la primera época judía los am-ha-arez no se identificaban con el populacho desconocedor de la ley; probablemente cayeron bajo la polémica del j. oficial por ser representantes de una interpretación discrepante de la ley.

En distintos círculos apocalípticos del j. temprano florecieron especulaciones esotéricas y alentaron fuertes esperanzas en el eskhaton inminente. Las obras literarias más importantes de la apocalíptica judía fueron Henlet del siglo Ir-i a.C., 4 Esd y ApBar (sir) del siglo I-II d.C. Huellas de su in-fluencia se encuentran también en la literatura rabínica, principalmente en el Midraf eká rabbati y en la Pesiqtá rabbati. El rabinismo, que por su actitud fundamentalmente farisaica estaba en contra de una tensa expectación de algo inminente, no siempre consiguió, sobre todo en los siglos II y III d.C., mantenerse libre del pensamiento escatológico-apocalíptico, no militante al principio pero sí después. La sublevación de Bar-Kokba, por ejemplo, tuvo en este sentido una motivación mesiánica (bSanh 97b; pTaanit 4 [68d]).

Los grupos sublevados de la guerra judía, con unas tendencias escatológicas radicales, no pudieron ser excluidos del j. antes del año 70 d.C., no sólo porque no existía un j. normativo, sino también por su ideal teocrático fuertemente enraizado en el AT. Los representantes radicales de la sublevación no fueron impíos tal como lqs presenta Flavio Josefo; querían más bien imponer rigurosamente la soberanía absoluta de Yahveh sobre Israel. Este ideal incluía necesariamente la resistencia contra Roma como un deber religioso. Pues Roma trataba a Judea como posesión de su emperador pagano. Después del 70 se diezmó de tal modo el número de los sublevados, que para el j. rabínico no quedaba más solución contra el peligro creado por ellos que dar una interpretación espiritual y pacifista a los pasajes veterotestamentarios esgrimidos por los belicistas (Mekiltá del rabbí YIi .xL, Tratado Skiratá 3, sobre Éx 15, 2; Tratado Amalek 3, sobre Éx 18, 1).

c) Por j. separatista entendemos los grupos que se escindieron del j. oficial por considerarlo corruptor, o los que fueron excluidos por éste mismo.

Ejemplo típico de grupo que se separó por sí mismo es el movimiento de - Qumrán, dirigido por sacerdotes disidentes de mentalidad radicalmente escatológica. Este grupo se consideraba a sí mismo como el único heredero legítimo de Israel (1QH Iv-VIII; 1QM I; 1QS I; vI-vIII, etc.), y por ello se puede designar como secta. Después del 70 distintos grupos y personalidades fueron excluidos del j. oficial normativo. Los excluidos recibieron con frecuencia en la literatura rabínica los nombres de herejes y saduceos. Con el primero fueron designados preponderantemente los samaritanos y el –>judeocristianismo (cf. después en E) o los gnósticos (Misná, Sanh 10, 2; bBerajot 28b; pTaanit 2, 1 [65b] ). Y los saduceos fueron censurados de herejes principalmente por negar la resurrección de los muertos y por su interpretación anquilosada de la ley (Migná, Makkot 1, 10; bYomá 19b).

El j. temprano se muestra en el conjunto de sus corrientes como un movimiento plural y rico en contrastes. Su desarrollo histórico independiente, es decir, ajeno en gran parte al acontecimiento del NT, ha de tenerse en cuenta en la investigación exegética y la ciencia de la religión en general.

BIBLIOGRAFIA: ->judaísmo —>judaísmo y cristianismo, ->religión judaica. — En lo concerniente a los aspectos negativos de la investigación del judaísmo posterior, cf. espec; Bousset Rel; Forschungen zur Judenfrage, 8 vols. (H 1937-1943). — Una descripción positiva del judaísmo posterior la ofrecen entre otros J. Leipoldt - W. Grundmann, Umwelt des Urchristentums, 3 vols. (B 1965-66).

Clemens Thoma

C) RELIGIÓN JUDAICA

I. Lugar de la religión judaica

A diferencia sobre todo del cristianismo, del islam y del budismo, a lo largo de toda su historia la religión judaica ha quedado casi exclusivamente ligada a un determinado pueblo, los judíos. Esta concreta vinculación étnica y el número relativamente pequeño de los que la profesan (hoy aproximadamente 13 millones) no permiten designar sin más a la religión judaica como religión universal. Se puede decir, por ejemplo, que la religión judía es una religión universal sólo en parte y de modo indirecto, en cuanto que no sólo es una religión nacional, sino que posee marcados rasgos universales, y en cuanto que a través de sus «religiones hermanas» ( ->cristianismo e ->islam) ha alcanzado una extensión e importancia mundiales.

Ciertas expresiones del tiempo de la ilustración, como «religión mosaica» o «confesión mosaica», sólo rozan la esencia de la religión judaica. Cierto que Moisés aparece en la tradición judaica como fundador religioso, conductor del pueblo, maestro y profeta. Pero en cuanto tal no hace más que apuntar al centro de la religión judía. El núcleo central de la religión judía no es ni una personalidad humana ni una doctrina divina o humana, sino la presencia, forjador de historia, del Dios de Israel en medio de su pueblo de la alianza (cf. p. ej., Is 45, 14). Tampoco se puede designar categóricamente la religión judaica como una monocracia absoluta y rígida. Sin duda que la ley (Torá) es de importancia esencial para la religión judaica; pero no lo es todo en esa religión, y en particular no se la puede aislar de otras dimensiones a las que hace referencia. Junto a la piedad y la exégesis legalistas, también la esperanza mesiánica y las corrientes místicas (p. ej., podrían citarse la cábala y el jasidismo) desempeñan una función importante. La religión judaica, definida como «religión de la razón» (Hermann Cohen; antes de él especialmente Moisés Maimónides), a causa de la importancia extraordinaria de la ley, está integrada además en el misterio del pueblo de Israel (Yehudá Halevi). Por tal motivo podemos considerar la religión judaica como absolutamente opuesta a toda religión de estructura mítica o gnóstica, pero no como incondicionalmente contrapuesta a las religiones que apelan a los misterios (p. ej., el cristianismo). Podemos designar con toda justicia como religión de la ley a la religión judaica en cuanto que es foro de numerosas discusiones acerca de la ley veterotestamentaria y tle las posibilidades de su observancia; discusiones que afectan a todos los terrenos de la vida y que con frecuencia resultan sutiles y sin solución. Pero no cabe la menor duda de que según la convicción judía tras la ley se encuentra el Dios de Israel que elige y exige. ¡Por encima de la nomocracia está la teocracia!

Finalmente, hay que advertir también que el problema de Jesucristo no pertenece, según la opinión de los judíos, al ámbito interno de su religión. Quien desde el lado cristiano atribuye a Jesucristo — p. ej., como «piedra angular», o como permanente reproche — una función en la religión judaica, no conoce la literatura judía ni tiene en cuenta que la persona de Jesús no es rechazada universalmente por el j. y que una valoración positiva de Jesús no implica un alejamiento del judaísmo.

La religión judaica es un monoteísmo ético vinculado a los destinos históricos de los judíos. Los múltiples rasgos particulares de este monoteísmo ético llegan a expresarse de manera impresionante en la historia religiosa del j. (cf. antes A iii). Véase también ->Antiguo Testamento (A), ->ética bíblica i, historia bíblica en ->Biblia, (E), ->alianza, ->ley i, libros históricos del ->Antiguo Testamento (B ->Mesías (expectación del), ->monoteísmo, ->pentateuco, ->profetas, Sagrada ->Escritura t.

II. Fuentes

El j. apela a la Torá revelada por Dios («dictada por el Espíritu Santo») para legitimar su profesión de fe y su existencia. La Torá ha sido transmitida por escrito y oralmente. La Torá escrita es idéntica al Tanaj (AT), que de acuerdo con la enumeración judía (canon restringido) consta de 24 libros. La Torá oral tiene por su origen divino la misma categoría que la escrita (blab 31a; bNed 35b - 37b). Ha hallado su expresión en la literatura rabínica, y de modo muy particular en la Misná (redactada por R. Yehudá Hanasi hacia 220) y en el Talmud babilónico (concluido en el s. v-vi d.C.). La Misná (literalmente: tradición, repetición) es la exposición oficial de las leyes y tradiciones veterotestamentarias (694 mandamientos y prohibiciones) hecha por los tannaítas (transmisores: 5 generaciones desde 70-220 d.C.); tiene un matiz predominantemente jurídico. Pero, como la Misná deja sin solucionar muchas cuestiones concretas, pronto se sintió la necesidad de reunir las disputas rabínicas sobre la misma. Las discusiones de los sabios babilonios (amoritas: los que hablan) acerca de la Misná constituyen el Talmud babilónico, última consignación oficial de la Torá oral. Los sabios rabínicos concibieron su labor interpretativa de la ley y conservadora de la tradición — tarea de la que también formaba parte la fijación de las variantes del texto bíblico — como una revitalización de lo revelado por Dios en el Sinaí. Todo esto ya había sido revelado a Moisés en el Sinaí» (bNed 37b).

También la restante literatura rabínica ha venido ejerciendo hasta la actualidad una influencia permanente en el judaísmo. Esto puede decirse sobre todo del Talmud jerosolimitano (o palestinense: la colección de las disputas sobre la Misná llevada a cabo en Palestina y concluida en los s. iv-v d.C.), de los midralim y de las oraciones del culto sinagogal. Los midrasim son reflexiones haggádicas (homiléticas) o haláquicas (jurídicas) sobre uno o varios textos bíblicos, para hallar su sentido oculto, reinterpretarlo de acuerdo con cada situación histórica y sacar sus consecuencias prácticas; el proceso y el resultado se compendian en el concepto de midrás (investigación). El midrás haláquico, que interpreta la parte normativa de la Torá, es mucho más importante para la vida de los judíos que el midrás haggádico, las más de las veces legendario. Entre las plegarias del tiempo del rabinismo primitivo la oración semoné-Esré (dieciocho oraciones) ocupa el primer lugar. Se redactó a fines del s. i d.C. y contiene las alabanzas, súplicas y esperanzas de la oprimida comunidad judía; los judíos piadosos la recitan tres veces al día vueltos hacia Jerusalén. La posesión de la Torá escrita y de la oral es, según la concepción judía, una «nota» por la cual la religión judaica se distingue de cualquier otra religión. También el Tanaj hace referencia a la función, querida por Dios, de la Torá oral (Dt 17, 8-11; Ag 2, 11-14 y otros) y con ello a la Misná, al Talmud y a otras importantes tradiciones judías.

III. Concepción religiosa de la vida

En la religión judaica las doctrinas no tienen el mismo sentido que los dogmas en el cristianismo. Son normas y estímulos para la conducta práctica de los judíos. Desde este punto de vista la religión judaica es un sistema de comportamientos que afectan inmediatamente al pueblo judío como encarnación de aquél: «Nuestro pueblo no es un pueblo más que en su doctrina» (Saadja Gaon: 882-942 d.C.). Las exposiciones sistemáticas de la doctrina religiosa judía, al ser entendidas en forma dogmática, generalmente provocan confusiones en los lectores cristianos. Por ejemplo, sólo puede decirse que la doctrina judía acerca de Dios sea idéntica con el tratado eclesiástico De Deo uno teniendo en cuenta que en el j. no se buscan fórmulas uniformes (fuera de las dadas ya en la Biblia), y que más bien se tiende exclusivamente a la concreta Qiddus ha-Sem (santificación del nombre divino) partiendo de la ley. Una divergencia, incluso de contenido, respecto de las ideas cristianas se da en el campo antropológico: el j. no conoce concepción alguna — plenamente equivalente a la doctrina cristiana — acerca del pecado original; pero en su lugar está la doctrina sobre el instinto bueno y el malo en el hombre. Este último puede ser vencido con el esfuerzo y con la ayuda de Dios (doctrina que se basa especialmente en Sal 8; Zac 1, 3; Mal 3, 7). A esa postura positiva frente a las posibilidades de la acción humana corresponde una fuerte acentuación de este mundo en general; en la temática religiosa el más allá se menciona mucho menos que en el cristianismo. Lo cual, por lo demás, se debe en parte a las amargas experiencias del j. con los exaltados círculos mesianistas y escatológicos y con los especuladores esotéricos acerca del más allá.

Por consiguiente, el judío religioso es un hombre que se sabe obligado en su acción y comportamiento al Dios de Israel, con sus mandamientos y promesas, y al pueblo de Israel, con sus privilegios y esperanzas (cf. Dt. 6: mandato misionero del AT). Un símbolo visible de esta vida con marcado sello divino, tradicional y comunitario es en los hombres y jóvenes judíos la circuncisión (cf. Gén 17; Dt 10, 16; 30, 6; Jer 4, 4; Ez 44, 7ss). Para la totalidad de los judíos la observancia del sábado y de los días festivos, la práctica de la oración, el cumplimiento de las leyes de pureza, el aprecio de las antiguas tradiciones judías, la esperanza de la salvación escatológica, etc., equivalen a llevar el yugo de Dios por amor al reino de los cielos, es decir, al cumplimiento permanente de las obligaciones que dimanan de la alianza.

BIBLIOGRAFIA: Bousset Rel; Strack E; F. Rosenzweig, Der Stern der Erlüsung (Hei 31954); Schubert J; H. Braun, Spütjüdisch-haretischer und frühchristlicher Radikalismus (T 1957); G. Jasper-Bethel, Stimmen aus dem neureligiüsen Judentum in seiner Stellung zum Christentum und zu Jesus (H 1958); H. Cohen, Religion der Vernunft. Aus den Quellen des Judentums (KS 21959); H. L. Goldschmidt, Die Botschaft des Judentums, Grundbegriffe, Geschichte, Gegenwartsarbeit, Auseinandersetzung (F 1960); A. A. Cohen, The Natural and the Supematural Jew. A Historical and Theological Introduction (NY 1962); L. Hirsch, Jüdische Glaubenswelt (Gü 1962); Rad; R. Bultmann, Das Urchristentum im Rahmen der antiken Religionen (Z 31963); H. Ringgren, Israelitische Religion (St 1963); Moise ben Maimon, Le Guide des Égarés, par S. Munk (P 1963); J. Maier, Vom Kultus zur Gnosis. Bundeslade, Gottesthron und Markábkh (Sa 1964); R. Le Deaut, Introduction á la littérature Targumique I (R 1966); F. Thieberger (dir.), Jüdisches Fest, jüdischer Brauch (B 21967).

Clemens Thoma

D) FILOSOFÍA JUDAICA

No hay una filosofía judaica en cuanto tal; tan sólo existen filosofías judías. El pensamiento judío ha asumido las corrientes principales y las secundarias de la filosofía occidental: la filosofía griega (—>aristotelismo, ->platonismo, ->neoplatonismo, ->estoicismo), el helenismo (->helenismo y cristianismo), la ->escolástica cristiana, el racionalismo y el escepticismo árabes (->islam), el ->idealismo alemán y el ->existencialismo de nuestro tiempo.

El pueblo judío no empezó a filosofar por un irresistible impulso interno. En la historia de la filosofía judía se refleja más bien el interés de las generaciones de pensadores judíos por conciliar la propia inteligencia de sí mismos con los motivos y ataques de ideas y tradiciones extrañas, por comprender los métodos y principios de las respectivas filosofías coetáneas, por valorar su importancia para el j., acomodando a ellos en el campo de lo posible las categorías del pensamiento judío tradicionalmente heredadas mediante una nueva elaboración mental y transformación de las mismas. El j. ha sido extraordinariamente receptivo y abierto en su reacción frente a las filosofías extrañas, sobre todo porque a partir del año 135 no adoptó ninguna posición apologética o misionera ante el mundo no judío, pues tenía que afirmarse en un ambiente adverso en gran parte. Mientras que Filón de Alejandría y Flavio Josefo estaban dispuestos a utilizar las ideas de la filosofía y cultura helenista, para institucionalizar el j. como una religión en la que razón y Espíritu Santo no constituyeran ninguna oposición; en cambio, terminado ya el período de los ataques del paganismo, las especulaciones de los rabinos en la época talmúdica versaron más sobre el desarrollo de una teología práctica de la vida judía, sobre la fijación de límites y barreras en la práctica, sobre la elaboración de las diferencias que debían asegurar la vida judía en un mundo política, espiritual y religiosamente adverso. Conforme el j. iba renunciando a sus pretensiones religiosas sobre el mundo pagano, disminuyó la necesidad de una fundamentación filosófica de la apologética misionera.

Sólo después, cuando el j. estuvo nuevamente expuesto a duros ataques por parte de la secta apóstata del karaísmo (que reconocían únicamente el AT, pero no el Talmud y la tradición rabínica), y en relación con la polémica de la Mutakallimún contra la ortodoxia del islam, revivió nuevamente la reflexión filosófica.

I. Los orígenes bíblicos de la filosofía judía

Hay una pluralidad de filosofías judaicas, mientras que sólo existe una revelación de Dios, cuya testificación a los judíos y transmisión está confiada a los judíos según la persuasión de éstos. Por eso está al principio del j. y de la filosofía judaica la aceptación del Absoluto bíblico, la convicción de que Dios como persona se vincula a Israel, le revela su camino y le enseña a convertirse en una comunidad santa (->alianza). Todos los intentos y sistemas por los que el pensamiento judío posterior quiere interpretar la realidad bíblica, hacerla comprensible para la razón y acomodarla a las tradiciones no judías, han de tener en cuenta la posición preeminente de la revelación. Cabe incluso concluir que la variedad de auténticos estilos de pensamiento y de acentos en la filosofía judía, o sea, la ausencia de toda filosofía o escuela filosófica normativa, se debe precisamente a que la Biblia, según la concepción judía, de ningún modo exige una toma de posición teórica.

El Dios de los patriarcas, de Moisés, de los profetas y de la literatura sapiencial se revela a través de la naturaleza, de la sociedad y de la historia. La Biblia es un documento que atestigua esta experiencia y que exige el testimonio acerca de él. En su revelación es siempre un ocultar, pues en ella Dios está revelado como el oculto y está oculto como el revelado. Por tanto la Biblia puede designarse justamente como un documento en sumo grado antropomórfico, pues el hombre siempre ve en Dios lo que ya ha recibido de él; y también puede leerse como un documento teomórfico, pues Dios ofrece siempre al hombre lo que éste ha esperado ya de aquél. Semejante ->antropomorfismo (o antropopatismo [Abraham Yosuha Heschel]) muestra la imagen de Dios como una traslación de su misterio al ámbito asequible de las pasiones y de la acción humanas. Lo decisivo no es la traducción bíblica de la automanifestación de Dios a las representaciones de una humanidad divinizada; la Biblia es más bien, como advierte Heschel, una antropología de Dios: Dios comprende al hombre en fórmulas divinas, exactamente de la misma manera que el hombre comprende a Dios con sus propios conceptos.

Lo decisivo en el relato bíblico sobre las relaciones entre Dios y el hombre, entre Dios y el mundo, y sobre todo entre Dios e Israel, ha de verse en que la relación de Dios con su pueblo está caracterizada por una continua tensión dialéctica entre el Santo y el no redimido. De hecho una formulación de la concepción esencial de Israel sobre la naturaleza de Dios aparece como una teología de lo santo. Todas las demás virtudes y realidades teológicas dependen de nuestra inteligencia de la naturaleza de lo ->santo.

El j. rabínico (135 a.C. al 1035 d.C.) se funda en la acentuación característica de la fe bíblica. Se distingue del j. bíblico, no en la substancia de su pensamiento, sino en las actitudes y los métodos por los que disuelve en la racionalidad el encuentro bíblico con el Santo. La teología rabínica — que no es una auténtica filosofía — parte de determinados hechos, de determinadas realidades experimentadas que para el rabinismo están fuera de toda duda: la creación del mundo, el don de la Torá a Israel, la concesión de la tierra al pueblo, para que la habite y forme en ella un «reino de sacerdotes y una nación santa». Éstos son los datos capitales de la fe bíblica.

Además, el Dios de la creación, de la revelación y de las instituciones es un Diosde gracia y justicia, que está preocupado por sus criaturas, que las instruye y corrige, que les confía un orden de vida con el encargo de conservarlo y transmitirlo, que dirige sus intenciones, dando su inspiración para la recta acción e impidiendo la tendencia al olvido del deber. La teología del mundo rabínico era pragmática, pero su pragmatismo dependía de una serie de datos primarios, los cuales sólo pueden conocerse en la fe.

II. Filosofía judeo-helenista de la religión

Prescindiendo del influjo de ideas griegas en el Eclesiastés y la literatura apócrifa, influjo que puede considerarse como un fenómeno marginal, el primer encuentro importante entre el j. y la filosofía extrajudía se dio solamente en la diáspora, donde era posible un contacto y una comunicación más intensos — aunque no ilimitados — entre judíos y no judíos. Esta situación no había de cambiar en adelante. La filosofía judaica no se ha desarrollado ni en el ámbito cerrado de las academias de Palestina y Babilonia, ni en los ghettos europeos. Se ha desarrollado solamente en centros con fisonomía cosmopolita, donde — a espaldas de la posición antiintelectual de la ortodoxia rigurosa — pudo madurar un grupo de espíritus selectos.

Los judíos que vivían dispersos en Alejandría y en el ámbito de la cultura griega, consideraban su religión como una filosofía, y desarrollaron una apologética que debía exponer el carácter filosófico de la idea judía de Dios y el humanismo de la ética judía. Por eso era característico del pensamiento judeo-helenista el intento de hallar una forma filosófica para el contenido espiritual del judaísmo. Algunas estructuras del pensamiento griego ofrecían solamente un instrumento superficial para la explicación filosófica de ideas judías, pero otras hicieron posible — especialmente en Filón de Alejandría — una «radical sublimación filosófica» (J. Guttmann).

Con la persuasión firme de exponer sin falsificaciones la intención de la Escritura, Filón desarrolló una filosofía completa a partir de la Biblia. A diferencia del panteísmo típico del estoicismo, el Dios de Filón es totalmente trascendente e inmaterial. En cuanto este filósofo libera a Dios de toda huella de antropomorfismo, lo eleva por encima de todo saber y virtud, es más, por encima de todas las perfecciones asequibles al espíritu, y así pone las bases para las posiciones características de la posterior teología negativa. Pero Filón no se conformó con establecer la imposibilidad radical de comparar a Dios con el hombre, sino que, aparte de eso, desarrolló una doctrina del acceso místico, a través del cual el sabio puede llegar a una unión con Dios. Con ayuda de la interpretación alegórica de la Escritura, intentó unir el saber humano y la revelación divina, así como conciliar la sabiduría mística y la ciencia. De esa manera Filón fue el primero en formular el problema que había de ser fundamental en todo tiempo para la filosofía y la teología de las religiones monoteístas.

III. La filosofía judaica de la religión en la edad media

La filosofía judaica de la edad media tomó su origen en el ámbito de la cultura islámica. Recibió su acuñación originaria a través de ideas filosófico-religiosas del kaläm islámico, e incluso bajo el influjo del neo-platonismo y del aristotelismo permaneció anclada en el pensamiento del islam. Los neoplatónicos judíos dependían de traducciones de procedencia musulmana en su estudio de las fuentes; los aristotélicos judíos adoptaron las interpretaciones de Aristóteles hechas por Alfarabi, Avicena y Averroes. También después, una vez que la filosofía judaica tuvo entrada en países cristianos, como España, Provenza e Italia, el influjo islámico conservó su posición preeminente. La ->escolástica cristiana no pasó de ser un factor insignificante y secundario en la evolución de la filosofía judaica. El desarrollo de ésta al amparo del islam se debió a la necesidad de defensa que tenía el j., en su propio campo frente a la negación herética de la tradición rabínica por parte del karaísmo, y frente al mundo exterior porque ciertos entusiastas musulmanes renovaron los ataques anteriores contra el judaísmo.

En el esfuerzo por resistir a una ola de crítica procedente de los no monoteístas del oriente y de los escépticos e incrédulos dentro del islam, creció una escuela de racionalistas creyentes, la Mu`tazila, que quería reducir el kaläm (libre disputa dialogada) a un sistema conceptual. Menos audaz que los pensadores islámicos, los cuales abordaronconscientemente todas las preguntas filosóficas y científicas, la filosofía judaica recurrió en las cuestiones generales de tipo filosófico a las autoridades islámicas y se limitó en primera línea a temas disputados en el terreno filosófico-religioso. Su interés principal era la justificación del judaísmo.

Paralelamente a la extensión del aristotelismo a final del siglo ix por obra de Alkindi y Alfarabi, se produce la disolución del neo-platonismo de Isaac Israeli, el primer filósofo judío, por obra de Saadia ben Yosef (882-942), un adicto al kaläm. La doctrina de Saadia sobre la relación (o coincidencia) entre razón y revelación es la base de su pensamiento religioso. La verdad religiosa tiene su origen en la revelación y por eso constituye una forma especial de verdad. El conflicto entre razón y revelación no es para Saadia un problema específico de la conciencia humana; más bien, él ve el problema en la vinculación de la razón a una determinada religión que se presenta con la pretensión de anunciar la verdad absoluta. Bajo este aspecto la religión judía es en principio distinta de otras religiones, que son obra humana y hablan erróneamente sobre Dios y su naturaleza. Según la concepción de Saadia, la razón con sus fuerzas puede conocer que el contenido de la revelación no está en contradicción con los conocimientos racionales. Pero aquí se plantea la pregunta por la necesidad de una revelación si los conocimientos superiores de ésta pueden ser alcanzados por la razón sin ayuda de aquélla. La respuesta de Saadia — que se hizo lugar común en pensadores posteriores — ve en la revelación un educador eficaz del hombre, que por los limites de su condición creada y por su falta de constancia está expuesto a confusiones y tergiversaciones.

Los secuaces del kaläm, que ampliaron y complementaron las ideas de Saadia, un siglo más tarde dejaron paso a un esplendoroso período de neoplatonismo judío, cuyos representantes principales fueron Salomón ben Yehudá ibn Gabirol (en occidente Avicebrón; de 1025 a 1070), Bahyá ibn Paqudá (1080-1156) y el pensador (sólo marginalmente neoplatónico) Yehudá ha-Leví (1085-1140). El kazarí (libro de la prueba y del fundamento sobre la defensa de la religión menospreciada) de Yehudá ha-Leví no busca, como se hacía en intentos anteriores, una identificación del j. con la verdad racional.

Rechaza la certeza racional de la metafísica y enseña que la filosofía se hace arbitraria y dogmática en la misma medida en que pretende para sí la certeza de la revelación. Pero no tiende a una destrucción de la filosofía como tal, sino a frenar sus pretensiones. Dios, el mundo y el hombre pueden ser descritos por la razón como realidades separadas y desconectadas; pero sus relaciones íntimas sólo son accesibles a la revelación, y no a la razón. Yehudá ha-Leví rechaza la oposición entre razón y revelación en cuanto elabora el derecho y los límites de las pretensiones de aquélla. Su demostración es más dialéctica que explicativa, pues él no afirma una plena autonomía e independencia de la religión frente a la razón, sino que quiere solamente resaltar el carácter sobrenatural de la revelación.

A mediados del siglo xii el aristotelismo pasó a ser, en lugar del neoplatonismo anterior, el instrumento predominante de la filosofía judaica. Abraham ibn Daud de Toledo (f 1180), cuyo escrito Aemúna rama (La fe excelsa) quiere mostrar la armonía entre el j. y la doctrina aristotélica, sólo ofrece aquí una exposición vulgarizada de los puntos esenciales de Avicena sobre la conciliación entre religión y filosofía. Por primera vez cuando Maimónides (Moisés ben Maymiin de Córdoba, 1135-1204) sobre el año 1190 publicó la obra — que luego se hizo clásica — Guía de perplejos (en árabe Dalalat al-Hairin; en hebreo Mórae Nebúkim), se superó el conflicto entre filosofía y revelación. Aunque Maimónides quería suprimir la aparente contradicción entre filosofía y revelación, para tranquilizar con ello a los que dudaban o bien de la verdad de la fe o bien de la objetividad e importancia de la investigación filosófica; sin embargo él veía su tarea, no en conciliar lo aparentemente inconciliable, sino, más bien, en mostrar su coincidencia e identidad esencial. A diferencia de sus precursores, Maimónides no sólo quería demostrar que el contenido de la filosofía es idéntico con el de la revelación, sino, además que la filosofía es el único medio adecuado para la apropiación de las verdades reveladas. En Maimónides la fe religiosa constituye una forma de conocimiento. Mientras que la tradición y la continuidad de la fe histórica posibilitan una forma externa y por tanto indirecta de conocimiento, la aprehensión interna de la verdad — que es inmediata e independiente de formas y costumbres externas — se hace posible por el conocimiento filosófico. Semejante concepción intelectualista de la fe conduce a que la interioridad del creyente dependa de la profundidad de su inteligencia filosófica. Por eso el esfuerzo filosófico tiene esencialmente un carácter religioso. Así el pathos del racionalismo religioso de la filosofía occidental recibe a través de Maimónides su forma acuñada y definitiva.

Es comprensible que tan profunda intelectualización de la religión, vinculada al aristotelismo averroísta, provocara una fuerte reacción entre las desamparadas comunidades ortodoxas judías de la cristiandad sudeuropea. En consecuencia el siglo xru fue escenario de una violenta controversia, no sólo sobre el racionalismo de Maimónides, sino también sobre el derecho de existencia de la filosofía en general. A través de los adversarios de Maimónides, que impugnaban la filosofía como tal, o bien defendían a Averroes contra la dura crítica de Maimónides, o bien, como Levi ben Gerson (1288-1344), intentaban resumir y profundizar la crítica de Maimónides al averroísmo extremo, finalmente la controversia adoptó una forma filosófica. El siglo xiv, con Moisés ben Nahman de Gerona (1184-1270) y Hasdai Crescas (alrededor de 1340 hasta 1410), reaccionó frente a esto con una crítica supranaturalista, semejante a la de Yahudá ha-Leví contra el racionalismo teísta, o bien, como Crescas en su Or Adonay (Luz de Dios) de 1410, con el esbozo de una dogmática antiaristotélica, en la que él rechaza el camino intelectual hacia la religión.

IV. La moderna filosofía judaica

La separación de la vida judía frente a las corrientes intelectuales de la Europa cristiana, se superó por primera vez a mediados del siglo xviii. Aunque la evolución ulterior de la filosofía judaica en los siglos xviii y xix no puede tratarse sin tener en cuenta los movimientos del ->humanismo secular y de la ->ilustración, la aparición de una cultura extraeclesiástica y la lucha política en torno a la emancipación social en Europa. Sin embargo hemos de advertir cómo las cuestiones disputadas que en tiempos determinaron el mundo de la escolástica judía (y cristiana), con las exigencias y promesas de la progresiva ->secularización tenían que perder importancia.

Moisés Mendelssohn (1729-86) fue el que más claramente señaló la dirección que luego había de tomar cuerpo en la ciencia del judaísmo. Mendelssohn conservó muchas de las distinciones elaboradas en la filosofía judía de la edad media, pero a la vez, en armonía con el optimismo racionalista de la ilustración, desarrolló una visión del j. en la que la razón se convertía en criterio de la fe y tanto la razón pura como la práctica podían juzgar sobre la importancia y universalidad de las verdades intelectuales y humanas. En su concepción el j. pasa a ser una comunidad religiosa que, a base del mesianismo de la razón, podría traer la salvación (liberación del error) para la humanidad entera.

No sorprende, pues, que el impacto de Mendelssohn (aunque no sólo el suyo) significara una disolución dentro de la vida intelectual judía. Ciertamente Nachman Krochmal (1785-1840; en su Führer der Verirrten der Zeit [1851; publicación póstuma]) dio una justificación histórico-filosófica del j. sobre una base idealista (pero antihegeliana), ciertamente Samson Raphael Hirsch (1818-1888) en sus Neunzehn Brief en defendió el j. presentándolo, con el auxilio de conceptos hegelianos, como la forma suprema de la religión y enmarcándolo en el proceso de evolución del espíritu objetivo que se va desarrollando a sí mismo; pero sólo con Solomon Formstecher (1808-89; Religion des Geistes, 1841) y Solomon Ludwig Steinheim (1789-1866; Offenbarung nach dem Lehrbegrif f der Synagoge [obra publicada entre 1835 y 1865]) se creó un racionalismo dentro del cual pudo perdurar el j. (aunque sometido a una reforma), en el caso del primer autor, y en oposición casi apasionada a eso un j. en el que la verdad religiosa se fundamentó de nuevo en la revelación (en el caso del segundo autor).

Con Hermann Cohen (1842-1918) finalmente, el j. se define en una forma que lo hace conciliable con el idealismo alemán y el concepto de religión del liberalismo. Las obras de Cohen Der Begriff der Religion im System der Philosophie (1915) y Die Religion der Vernunft aus den Quellen des Judentums (1919) desarrollan un racionalismo consecuente, en el que no puede subsistir otra religión que la de la razón. Además Cohen llega al resultado de que el j. y sobretodo el j. profético es aquella religión en la que la razón, la fuerza moral del hombre y el Dios de la ética y del humanismo están unidos.

En nuestro siglo Franz Rosenzweig (1886-1929) y Martin Buber (1878-1966) han creado una posición contraria al racionalismo que predomina en el j. y en la filosofía occidental de la religión. Para Rosenzweig el hombre concreto en su realización existencial es el lugar de la mediación entre Dios, mundo y hombre, con inclusión de su relación mutua a través del cohombre. Y Buber, en su formulación del principio dialogístico, yo-tú, hace de las relaciones interhumanas el eje de su pensamiento, contra toda despersonalización y tendencia objetivadora. Rosenzweig y Buber plantean de nuevo la pregunta por la existencia judía, pero más sobre la base de la existencia en el mundo que desde las convencionales perspectivas epistemológicas. La visión de Rosenzweig y de Buber determina el pensamiento judío actual en el intento de mediación entre la situación histórico-existencial del j. y la experiencia problemática de un Dios vivo, pero silencioso. A la vista de los sucesos de los decenios pasados, se hace comprensible la importancia especial que los actuales pensadores judíos conceden a la relación entre Dios, el mal y la historia.

BIBLIOGRAFIA: F. J. Molitor, Philosophie der Geschichte oder über die Tradition, 4 vols. (inacabado), vol. I (F 1827, reelaborado 1855), vol. II-IV (Mr 1834-1853); M. Beber, Vom Geist des Judentums (L 1916); Ueberweg 1179-183 328-331, II 723-728, III 705; F. Rosenzweig, Der Stern der Erlüsung (1929, Hei 31954); J. Guttmann, Die Philosophie des Judentums (Mn 1933); F. Rosenzweig, Kleine Schriften (B 1935); A. Lewkowitz, Das Judentum und die geistigen Stromungen des 15. Jh. (B 1935); H.-J. Schoeps, Geschichte der jüdischen Religionsphilosophie in der Neuzeit (B 1935); J. B. Agus, Modem Philosophies of Judaism (NY 1941); G. G. Scholem, Major Trends in Jewish Mysticism (NY 1941, Lo 31955); G. Vajda, Introduction á la pensée juive du moyen Age (P 1947); idem, Jüdische Philosophie (Berna 1950); H. Kiihler, Wirkung des Judentums auf das abendlündische Geistesleben (B 1952); A. Altmann, Jewish Philosophy (NY 1953); H.J. Schoeps, Jüdische Geisteswelt (Darmstadt 1953); Scripta Hierosolymitana (Jerusalén 1954ss) (vols. anuales); L. Baeck, Dieses Volk, Jüdische Existenz, 2 partes (F 1955-57); Philosophie, bajo la direc. de A. Diemer - L Frenzel (F 1958) 139-147; E Freund, Die Existenzphilosophie F. Rosenzweigs (H 21959); H. Cohen, Religion der Vernunft (Kü 21959); A. Cohen, The Natural and the Supematural Jew (NY 1962); G. Scholem, Judaica (F 1963); M. Buber, Werke, 3 vols. (Mn - Hei 1964); idem, Der Judeund seis Judentum (1(8 1963); G. Schaeder, M. Buber. Hebraischer Humanismus (Go 1966).

Arthur A. Cohen

E) JUDEOCRISTIANISMO

1. Concepto

Bajo el concepto de judeocristianismo se entiende en el lenguaje actual aquella forma del ->cristianismo (B) primitivo que se sentía obligado en medida especial a las estructuras espirituales y sociales del j. (cf. antes en A), particularmente a las del j. tardío (cf. antes en B), en concreto por la conservación de la forma de vida judía según la ->ley — con particular insistencia en la circuncisión y el precepto del sábado — y del pensamiento apocalíptico (–>apocalíptica).

2. Historia del judeocristianismo

Los primeros cristianos de Jerusalén eran judíos que después de pentecostés siguieron observando la circuncisión, el sábado y el culto del templo. De ello dan testimonio los Hechos de los apóstoles (2, 26; 21, 10). La cuestión de si estas observancias eran obligatorias en el cristianismo sólo se planteó cuando empezaron las conversiones de paganos. Parece que en los comienzos no se pensaba en imponerles esta obligación. Pero la cuestión se hizo apremiante en Antioquía el año 48. Esto puede concluirse por la postura de ciertos judeocristianos que querían mantener una unión estrecha entre cristianismo y prácticas creyentes de los judíos. La lapidación de Esteban y la huida de los «helenistas» hacia Antioquía son indicios de una persecución por el j. riguroso. Por estas razones la Iglesia de Antioquía decidió presentar la cuestión al concilio apostólico en Jerusalén. La respuesta fue, según Act 15, que los paganos convertidos habían de abstenerse solamente de las carnes consagradas a los ídolos, de la sangre, de lo estrangulado y de la fornicación (Act 15, 29). Pero de la carta primera a los Corintios se desprende que Pablo no daba gran importancia a la primera prohibición (la segunda era obvia).

La decisión del concilio de Jerusalén no impidió a los judeocristianos la continuación de su propaganda entre los paganos que condujo al incidente de Antioquía (cf. comunidad cristiana primitiva, en ->cristianismo, A). Hasta la caída de Jerusalén el año 70 el elemento judeocristiano ejerce considerable influjo en la Iglesia, el cual se mantiene a pesar de la actividad misionera de Pablo en Israel. En todos sus viajes por terreno no judío Pablo vuelve siempre a encontrarse con el trabajo misionero de los judeocristianos, así en Antioquía, en Corinto, en Colosas, en Roma. Solamente después del año 70 decrece esa actividad. La observancia de las prescripciones legales judías ya sólo se mantiene breve tiempo en ciertas corrientes laterales, y esporádicamente vuelve a introducirse más tarde, como en el montanismo del siglo III en África (así en lo relativo a la importancia del sábado).

Hallamos una forma propia de judeocristianismo en la comunidad de Jerusalén, presidida por Santiago, «el hermano del Señor». Esta comunidad vivió según la ley judía hasta el año 70. Sin duda se debió a eso el que fuera tolerada en medida creciente por los judíos ortodoxos. El año 67 emigró a Pella, y después del 70 volvió a Jerusalén. Eusebio nos dice que todos sus obispos eran judíos de vieja cepa (Hist. Eccl., iv, 5, 2). Esta situación se mantuvo hasta el reinado de Adriano. Justino conoció cristianos que observaban el sábado.

A partir de ese momento tenemos noticias sobre obispos de procedencia griega en Jerusalén y sobre una comunidad cristiano-gentil en dicha ciudad. Pero hasta el fin del imperio subsistió allí una prestigiosa comunidad judeocristiana (cf. E. Testa). Este cristianismo de observancia judía no se limitó a Palestina. Los misioneros judeocristianos se extendieron por diversas regiones de oriente. Quizá se debe atribuir a ellos una temprana evangelización de Egipto. Clemente de Alejandría menciona un Evangelio de los hebreos; y probablemente se escribió allí la carta a los Hebreos. La influencia judeocristiana se hizo notar particularmente en Transjordania y en Arabia, entre Damasco y Bosra. Epifanio y Jerónimo todavía en el siglo 1v conocieron allí comunidades, que utilizaban un Evangelio de los nazareos en hebreo, del cual Jerónimo nos ha transmitido algunos fragmentos. Persistieron hasta la aparición del islam en el siglo vii. Mahoma las conoció; y de ellas vienen los elementos cristianos incorporados al Corán. A la misión judeocristiana hay que atribuir también la evangelización de Osroena y de Adiabena, donde se hablaba arameo. El cristianismo de Edesa se halla claramente bajo influencia judía, como lo ha demostrado sobre todo Vóóbus. Precisamente aquí, hacia mediados del siglo iv, se difuminan las fronteras entre el judeocristianismo y los primeros influjos del ->maniqueísmo.

3. Las diversas formas del judeocristianismo

Por lo demás, no hay que creer que el judeocristianismo fuera una unidad cerrada. Es sabida la extremada complejidad que reinaba en el j. en los tiempos de Cristo. Esta complejidad se refleja también en el judeocristianismo. Ciertos cristianos, como por ejemplo, Pablo, procedían de círculos farisaicos, pero la mayoría procedían de las comunidades de los esenios y de su esfera de influencia. Aparte de las peculiaridades esénicas que se descubren en los escritos joánicos, es de notar que las obras judeocristianas que se nos han conservado, sobre todo el Testamento de los doce patriarcas y las Odas de Salomón, seguramente fueron escritas por esenios convertidos. Como estas obras proceden de Edesa, parece que Osroena fue evangelizada todavía por misioneros cristianos. Con ello se explicaría también el duro ascetismo de aquella Iglesia, el cual constituye un rasgo específico de la corriente esenia. La secta de los ebionitas debe su origen a esenios cristianos que se refugiaron en Transjordania. Los ebionitas observaban el sábado y oraban orientados hacia Jerusalén. Tenían un Evangelio propio, conocido por Epifanio. Reconocían en Jesús al verdadero profeta, pero no confesaban su divinidad. Aquí nos hallamos en presencia de un judeocristianismo heterodoxo, de un j. que recibió a Cristo como profeta, pero no como Hijo de Dios.

De corrientes heterodoxas marginales en el j. surgieron otras sectas judeocristianas. Tal es el caso de los bautistas cristianos de Transjordania, emparentados con el judaísmo, aunque sólo conservaban de éste el monoteísmo. Su acción ritual más importante era el baño en el Jordán. La secta de los elkesaítas surgió a fines del siglo i de círculos judeo-apocalípticos en Mesopotamia. Más importante es el encuentro, primero en Samaría y luego en Antioquía, del cristianismo con un judaísmo dualista y sincretista. Los Hechos de los apóstoles nos hablan ya de Simón Mago, cuyo movimiento gnóstico debía alcanzar gran importancia. Después de los descubrimientos de Nag Hammadi son evidentes las raíces judías de dicho movimiento. Su interés principal estaba en oponer al demiurgo creador, identificado con Yahveh, el verdadero Dios, extraño a la creación y manifestado en Jesús. Se trata, pues, de una forma de judeocristianismo (->gnosticismo). Conviene distinguirlo, en cuanto movimiento propiamente religioso, de la gnosis apocalíptica, difundida en todo el judeocristianismo, tanto en el ortodoxo como en el heterodoxo.

4. Formas de culto y contenido doctrinal

Con relación a los aspectos comunes de las diversas líneas de judeocristianismo en las formas de culto y la doctrina, hemos de resaltar los siguientes puntos:

a) Formas de culto. El bautismo iba precedido de una ->catequesis dogmática y de otra moral. La primera mostraba cómo en Cristo se cumplen las profecías; se basaba en colecciones de testimonios utilizados ya en el j. de la época. La instrucción moral mostraba dos caminos hacia Dios, guardando una relación estrecha con la de ->Qumrán. El ayuno que precede obligatoriamente al bautismo es una especie de exorcismo judío. El signo cruciforme trazado en la frente es la tau, con la que, según Ezequiel y el Apocalipsis, están marcados los miembros de la comunidad escatológica. La coronación con una corona de hojas es igualmente un uso judío. La ->eucaristía se celebra a continuación de la vigilia sabatina, es decir, en la noche del domingo antes del canto del gallo. Va precedida de una comida, de una lectura del AT y de una haggadá. Es digna de notarse la existencia de un sacramento de preparación para la muerte (cf. A. Orbe y E. Testa), que sin embargo se distingue de la ->unción de los enfermos practicada actualmente. Con él se fortalece al moribundo en la lucha con los espíritus malos, que tratan de impedir su entrada en el cielo.

Los judeocristianos celebraban la pascua como los judíos, el 14 de Nisán. Esta observancia persistía en Asia Menor todavía en el siglo ii y provocó la disputa sobre la fecha del 14 de Nisán (disputa de la fiesta de pascua). Pero probablemente en círculos judeocristianos surgió a la vez la celebración del ->domingo después de pascua. En efecto, en ciertos ambientes, el primer domingo después de pascua inauguraba la fiesta de las siete semanas, pentecostés, que terminaba igualmente en domingo. Durante la vigilia anterior al primer domingo se conmemoraba el paso del mar Rojo, motivo que entró luego en la vigilia pascual cristiana.

b) Por lo que se refiere a la doctrina, llama la atención la designación del Hijo y del Espíritu con títulos angélicos: Miguel y Gabriel, los dos serafines. Especialmente el Hijo fue designado con expresiones como el Nombre, la Ley, la Alianza, el Principio. El misterio de Cristo era representado como descenso del Hijo o de la Palabra encarnada a través de las jerarquías angélicas. Gran importancia tenía el descenso de Cristo a los ->infiernos, como respuesta a la cuestión de la salvación de los justos del Antiguo Testamento. La cruz aparecía en su simbolismo cósmico. La Iglesia se presentaba en una perspectiva apocalíptica, como preexistencia junto a Dios desde antes de la creación del mundo. Se esperaba un reinado visible de Cristo, correspondiente al séptimo milenio, al sábado de la semana cósmica. Por estos ejemplos se ve el influjo del judeocristianismo en la Iglesia primitiva, especialmente en su liturgia, influjo que sigue repercutiendo hasta la actualidad, aunque haya sucumbido esa forma temprana de cristianismo que vivía de raíces judías.

BIBLIOGRAFÍA: L. Marcha!, J.: DThC VIII 1681-1709; M. Simon, Veras Israel (P 1948); H.J. Schoeps, Theologie und Geschichte des J. (T 1949); S. G. F. Brandon, The Fall of Jerusalem and the Christian Church (Lo 1951); A. Vñdbus, Celibacy. A Requirement for Admission to Baptism (Esto-colmo 1951); L. Goppelt, Christentum und Judentum im 1. und 2. Jh. (Gü 1954); L. E. Eliot-Binns, Gallean Christianity (Lo 1956); A. Orbe, Los primeros herejes ante la persecución (R 1956); J.-P. Audet, La Didaché, Instruction des Apótres (P 1958); J. Daniélou, Théologie du Judéo-Christianisme (P 1958); G. Strecker, Das J. in den Pseudoidementinen (TU 70) (B 1958); R. M. Grant, Gnosticism and Early Christianity (NY 1959); H. Kosmala, Hebraer, Essener, Christen (Lei 1959); W. G. Kümmel -F. Majer-Leonhard: RGG3 III 967-976 (bibl.); E. Peterson, Frühkirche, Judentum und Gnosis (Fr 1959); J. Blinzler: LThK2 V 1171-1174; P. Prigent, L'épltre de Barnabé I-XVI et ses sources (P 1961); J. Daniélou, Les symboles chrétiens primitifs (P 1962); M. Simon, Recherches d'histoire judéo-chrétienne (P 1962); E. Testa, I1 Simbolismo dei Giudei Cristiani (Jerusalén 1962); R. Hummel, Die Auseinandersetzung zwischen Kirche und Judentum im Matthéus-Ev. (Mn 1963); W. Trilling, Das wahre Israel (Mn 31964); J. Daniélou - M. Simon y otros, Aspects du Judéo-Christianisme (P 1965); B. Bagatti, L'Église de la circoncision (Jerusalén 1965); J. Daniélou, Études d'exégése judéo-chrétienne (P 1966); S. Pines, The Jewish-Christians of the Early Century according to a New Source (Jerusalén 1966).

Jean Daniélou

F) JUDAÍSMO Y CRISTIANISMO

I. Confrontación general

Entre j. y c. existen múltiples relaciones de semejanza y oposición a causa del AT, del j. postbíblico y del NT. Por eso se interfieren muchas veces los límites ideales e histórico-salvíficos entre uno y otro. Por esta razón no sorprenden las rivalidades latentes y manifiestas de cara a ciertas «relaciones fronterizas», obscuras y discutidas, entre ambos movimientos. Para no dar un carácter unilateral y absoluto ni a los lazos comunes ni a los puntos de fricción, es necesario, mirando al origen de la salvación, que judíos y cristianos reclaman para sí, y al eskhaton esperado asimismo por ambas partes, sopesar el contenido de los cuatro conceptos: AT-NT, j. y c.; y ponerlos en relación mutua. El eje para entender las interrelaciones de cristianismo y j. está en la visión conjunta de la sagrada —>Escritura del AT y del NT, y en el conocimiento y aceptación de las posibles líneas de evolución fácticas (históricas) de un testamento al otro. Aquí sólo podemos dar una breve indicación; por lo demás, nos remitimos a los correspondientes artículos (especialmente ->Antiguo Testamento, ->Nuevo Testamento, ->revelación primitiva, ->escatología).

1. El AT no constituye una plena unidad doctrinal ni en sus orígenes ni en sus estratos redaccionales. Por eso no es posible referir de forma absoluta todas las afirmaciones veterotestamentarias al NT. Además, el AT aventaja al NT (van Ruler) en cuanto dice más que éste acerca de la vida religiosa y profana, acerca de la humanidad, del poder político, de la ley, del culto, del amor humano, etc. Hay también valores veterotestamentarios que en el NT pierden su sentido original. Así, por ejemplo, en el AT la devoción a la ley está en clara conexión con la gracia, y en ella se refleja una actitud vital que tiende a preservar y distanciar frente al mundo exterior (Sal 119). El NT, y especialmente la línea paulina del mismo, dirige intensos ataques contra la piedad legalista de los judíos. Tales ataques, que no afectan a todo el ámbito de la devoción judía a la ->ley, hay que entenderlos desde la situación polémica de entonces y desde la idea que el cristianismo tenía de sí como movimiento profético de los últimos tiempos. Tras haber puesto entre paréntesis todos los factores de la polémica neotestamentaria contra el j. vinculados a aquel tiempo, debemos preguntarnos por el valor simbólico y supratemporal de dicha polémica. Por su mensaje cristiano el NT es una protesta contra cualquier comunidad que quiera mantener exclusivamente el AT. Mas con esto no se niega al j. como tal toda legitimidad, ni desde el punto de vista de la historia de las religiones ni desde la perspectiva teológica, legitimidad que tiene un rango cualitativamente superior a la «ley en el corazón» (Rom 2, 15). La ley, que es santa para el j. — incluso en su situación de desobediencia después del cristianismo — está confirmada por el AT. En la problemática AT-NT, j. y c., en general no se puede hablar de un proceso continuo o discontinuo en el sentido de un esquema evolucionista. En toda nueva situación histórica el pueblo de Dios volvió a replantearse el propio pasado salvífico. Ninguna generación judía o cristiana vio jamás en la mera transmisión mecánica una posibilidad legítima del cumplimiento de la alianza.

2. Los cristianos están convencidos, con una convicción que se apoya en el testimonio del NT, de que todos los acontecimientos y esperanzas veterotestamentarias se compendian y resumen en la persona y en la obra de Cristo. Al anunciar su mensaje, Jesús se acomodó a las ideas, los logros, las deficiencias y necesidades de sus conciudadanos judíos. No se puede admitir una distancia exagerada de Jesús frente a su tiempo y a su pueblo, como tampoco la absoluta novedad o el carácter eminentemente griego de su mensaje, so pena de ignorar la polifacética literatura que está situada entre ambos testamentos (cf. p. ej., ->Qumrán). Los hagiógrafos del NT interpretan el AT desde el punto de vista del acontecimiento de Cristo ya experimentado. Por ello no se acercaron a toda una serie de afirmaciones y motivos veterotestamentarios con ojos histórico-críticos, pero sí mediante un contacto espiritual. Hay que señalar asimismo el hecho de que en el NT no sólo se polemiza contra la incredulidad de los judíos, especialmente de los fariseos, sino también, por ejemplo, contra los creyentes cristianos apodícticamente dominados por la idea y la esperanza de una inminente irrupción de la salvación definitiva y cósmicamente visible. Con relación a esto último se acentuó que la salvación donada por Cristo era sólo interna y germinal, y que nadie puede saber cuándo va a producirse la salvación mesiánica universal por la aparición de Cristo en su poder y gloria. Según el NT, la dilación de la parusía ha de soportarse en actitud de vigilancia y de fe (Mc 13, 32-37; Rom 8-11; Ap 10-12).

3. El j. actual no es la prolongación del AT ni su perfecto representante. Tampoco se le puede identificar de manera absoluta con el AT, en la manera como el cristianismo se identifica con el NT. Ambos movimientos, a los que se puede calificar de comunidades interpretativas más que de personificaciones del AT y del NT respectivamente, conocieron en el transcurso de su correspondiente historia postbíblica el pecado y la corrupción, aunque también experimentaron auténticos progresos. Tradicionalmente el j. está más vinculado al AT que el cristianismo. Este último consiste en el seguimiento de Cristo resucitado que condicionó las exposiciones definitivas del AT al servicio de la interpretación y demostración de su persona. Por otra parte, tampoco el j. es algo totalmente extraño al NT, pues muchos hagiógrafos neotestamentarios — al igual que todos los del AT — eran de origen judío. J. y c. se encuentran, aunque en grado diverso, en la tensión del «ya y todavía no» (cf. Rom 8-11). Pero en el cristianismo la expectación del cumplimiento escatológico de la salvación tiene su punto culminante en la relación con Cristo, que ha aparecido y dado ya la adecuada garantía del cumplimiento. El j., en cambio, acentúa más bien los elementos colectivos y concretos (en particular los de pueblo y tierra), tanto por lo que se refiere al pasado como al futuro de la salvación. Pese a lo cual, en ningún otro punto aparecen las notas comunes a cristianos y judíos claramente como en sus relaciones con el pasado salvífico y la consumación de la salvación.

II. El concilio Vaticano II y los judíos

La declaración del concilio Vaticano II acerca de la actitud cristiana con respecto a los judíos representa sin duda alguna una síntesis afortunada de las mejores obras de la literatura cristiana sobre Israel (especialmente de la católica y la protestante) en los últimos años. Por esta sola razón la Declaratio de Judaeis puede ser representativa de la actitud que han de mantener los cristianos frente a los judíos. Trataremos de interpretar la declaración conciliar valiéndonos de las características expuestas antes en A.

1. En el decreto conciliar la Iglesia no discute al j. su relación de alianza con el Dios de Israel. La Iglesia católica confiesa y admite las viejas alianzas irrevocables de Dios con los patriarcas y tribus israelitas, con diversas personalidades particulares del AT y con el primer heredero de todos: el j. La Iglesia, sin embargo, gracias a su elección en Jesucristo, pretende ser también socia y aliada del Dios de Israel. No se dice en la declaración cómo se relaciona el nuevo pueblo de la alianza, el segundo heredero, la Iglesia, con el primer heredero de la alianza divina, el j. En el marco de la discusión planteada se deja suficientemente a salvo la convicción cristiana al proclamar que Cristo está en el centro del antiguo y del nuevo pueblo de Dios. Como la salvación realizada existencialmente en el mundo por Jesucristo, cuya semilla ya produjo vástagos en el AT, no ha tenido todavía efectos cósmicos sino que tiende a la plena manifestación (Rom 8), la Iglesia debe contar, incluso teológicamente, con la posibilidad concreta de salvación en la fe y en la observancia de la ley judía para el tiempo intermedio que transcurre hasta el día glorioso de la aparición del Señor. Estas reflexiones tropiezan sin embargo con el inquietante problema de si semejante pensamiento ecuménico puede hacer justicia al j. en su larga trayectoria histórica independiente y externamente alejada de Cristo, a sus actuales formas de existencia y a sus polifacéticos motivos.

2. Nada dice la declaración conciliar sobre la tierra de Israel, que no parece constituir un problema específicamente cristiano. Para el j., por el contrario, la tierra de Israel es de vital importancia. Cristianismo y j. difieren en la cuestión de la tierra de Israel al menos en cuanto que, partiendo de sus respectivos presupuestos ideológicos, aplican a la misma diferentes criterios de valoración. Ya en tiempos del NT el cristianismo se caracterizaba por su tendencia a liberarse de la vinculación de su destino religioso a la tierra (y a la lengua) de Israel mas como, según la vieja sentencia, el final de los caminos de Dios es la corporalidad; es decir, como los caminos de Dios terminan en el horizonte de la tierra, el cristianismo tiene que volver a plantearse el problema de la tierra de Israel en su alcance actual.

3. La Iglesia piensa de la misma manera que el j. respecto al pasado y al futuro. Al igual que el j., también ella ve, de acuerdo con el texto conciliar, los orígenes de su fe y de su elección ya en los antiguos patriarcas del AT. Acerca de la escatología la Iglesia profesa la antigua doctrina judía (al menos así podría formularse) según la cual la unificación de la humanidad bajo el reino de Dios sólo tendrá lugar cuando todos los hombres procedan de alguna manera de la semilla de la alianza irrevocable y sean así legítimos herederos del Espíritu.

4. En el modo de condenar el ->antisemitismo el concilio demuestra que la Iglesia admite las antiguas alianzas irrevocables y pretende haberlas entendido a partir del dogma de la redención universal.

III. Puntos de vista convergentes

Las dificultades para una confrontación efectiva de los conceptos básicos del j. con los del cristianismo, fueron y siguen siendo grandes a pesar de los muchos puntos comunes entre ambas confesiones (cf. después en G y antes en C). Los esfuerzos de la Iglesia en torno a una teología sobre Israel no pueden confundirse ni con las tentativas de una reconciliación sincretista ni con una misión para los judíos. Son más bien expresión de una Iglesia que ha aprendido a estar agradecida al judaísmo. También éste ve en el cristianismo elevados valores, al subrayar por ejemplo la función providencial del cristianismo en orden a la difusión del monoteísmo por todo el mundo, al considerar a los cristianos como miembros de la alianza con Noé (cf. Gén 6-9) y al alabar a Jesús como «gran testigo de la fe en Israel» (Shalom ben Korin). Existen, pues, por ambas partes motivos serios para el mutuo aprecio, así como una buena disposición doctrinal y una colaboración, sin que medie el peligro de confusión o de una estrategia poco honesta de conversión. No se pueden obtener fraudulentamente unos puntos comunes (M. Buber) y sobre todo hay que dejar el futuro salvífico, común o separado, en manos del Dios de Israel, que es el único que lo conoce (cf. Rom 11, 33-36).

Partiendo de la persuasión cristiana sobre los legítimos aspectos comunes, podemos ver la elección del j. y de la Iglesia en la siguiente forma.

1. En la antigua alianza el pueblo de Israel es el pueblo de Dios. En la nueva alianza la comunidad de los creyentes en Cristo ocupa su lugar como nuevo pueblo de Dios. Desde ese momento los judíos han quedado marginados provisionalmente en el plan de la elección; pero el j. sigue siendo apreciado y querido en razón del pasado y del futuro escatológico. Este lenguaje tiene la desventaja de que puede sugerir la idea de rangos estáticos en los dones salvíficos de Dios y fomentar una mentalidad presuntuosa (cf. 1 Cor 4, 4s). De todos modos, con tal formulación no se pone en duda la profesión de fe en la fidelidad de Dios a la alianza (Ez 17, 14).

2. En la antigua alianza el pueblo de Israel es el pueblo de Dios. Desde Cristo tenemos que hablar de un solo pueblo de Dios, y en el marco de éste la pertenencia al j. es posible de hecho, pero no constitutiva. Ahora lo constitutivo es solamente la fe en Cristo. Esta manera de hablar ciertamente descuida las múltiples e ineludibles raíces del cristianismo en el j.; pero indica el incremento de posibilidades de participación en el pueblo de Dios como consecuencia de la redención universal de Cristo.

3. Desde Cristo se puede hablar de dos pueblos de Dios: el pueblo de Dios en virtud de la alianza y de la promesa, y el ->pueblo de Dios que son los creyentes en Cristo. La fórmula es aceptable desde el punto de vista cristiano sólo si se mantiene la evidencia de que el antiguo y el nuevo pueblo de Dios — o el antiguo en el nuevo — caminan hacia la manifestación escatológica de Cristo, el Mesías. En estas maneras hipotéticas de expresarse se dan por necesidad algunas imprecisiones, ya que la elección por parte del Dios de Israel no puede delimitarse claramente ni hacia dentro ni hacia fuera, ni de cara al pasado ni de cara al futuro.

BIBLIOGRAFÍA: E. Meyer, Ursprung und Anfange des Ch., 3 vols. (B 1921-23); M. Simon, Verus Israel (P 1947); J. Isaak, Jésus et Israel (P 1948, 21958); L. Goppelt, Ch. und J. im ersten und zweiten Jahrhundert (Gü 1954); A. A. van Ruler, Die christliche Kirche und das AT (Mn 1955); W.-D. Marsch - K. Thieme, Christen und Juden (Mz 1961); D. Goldschmidt - H. J. Kraus, Der ungekündigte Bund (St 1962); M. Buber, Werke, 3 vols. (Mn 1962-64); G. Baum, Los judíos y el Evangelio (Aguilar Ma 1965); R. Bultmann, Das Urchristentum im Rahmen der antiken Religionen (Z 31963); R. Hummel, Die Auseinandersetzung zwischen Kirche und J. im Matthausevangelium (Mn 1963); W. P. Eckert - L. Ehrlich, JudenhaB — Schuld der Christenl? (Essen 1964); H.J. Schoeps, Das Judenchristentum (Berna 1964); J. Maritain, Los judíos entre las naciones (Sur B Aires); P. Démenn, Los judíos fe y destino (Casal i Vall And); H. Gollwitzer y otros, Das gespaltene Gottesvolk (St 1965); A. Kardinal Bea, Die Kirche und das jüdische Volk (Fr 1966); Schalom ben Chorin, Bruder lemas. Der Nazarener in jüdischer Sicht (Mn 1967); J. M. Oesterrelcher, Zur Declaratio de Ecclesiae habitudine ad religiones non-christianas: LThK Vat II 406-478; C. Thoma (dir.), Auf den Trümmern des Tempels. Land und Bund Israels im Dialog zwischen Christen und Juden (W 1968); K. H. Rengstorf - S. v. Kortzfleisch, Kirche u. Synagoge, 2 vols. (manual de historia cristianojudía) (St 1968 ss).

Clemens Thoma

G) COLABORACIÓN ENTRE JUDÍOS Y CRISTIANOS

Es cierto que judíos y cristianos poseen en común la sagrada Escritura del AT, pero difieren en su comprensión. Los judíos tienen la tradición oral por revelación de Dios en igual medida que la sagrada Escritura. Por esto no pueden admitir una distinción entre ley moral y ley ceremonial. El Mesías es para ellos inseparable de la época mesiánica, de la instauración del reinado de Dios en la tierra. Y como ese reinado no ha llegado todavía, según la comprensión judía Cristo no puede ser el Mesías. Hacia finales del siglo i la primitiva comunidad cristiana fue excluida de la sinagoga por Gamaliel II. Desde que predominan los cristianos procedentes del paganismo sobre los procedentes del j., decrece con rapidez entre los cristianos la comprensión de la peculiaridad del j. En la literatura cristiana antijudía, con frecuencia aparecen judíos como meros interlocutores ficticios. Por ello la literatura antijudía presenta una fuerte monotonía. Los judíos no sólo se cerraron frente a los cristianos, sino que en círculos muy amplios intentaron reducir a un silencio de muerte el mensaje cristiano. A pesar de todo, en la edad antigua y en la medieval se llegó ocasionalmente a diálogos entre judíos y cristianos. Se dan conversiones al j. al principio y al final de la edad media; y las conversiones al cristianismo aumentan especialmente hacia la mitad y el final de la edad media. El intercambio amistoso y personal entre teólogos cristianos y sabios judíos a principios de la edad media, desde el siglo XIII fue sustituido por las conversaciones religiosas oficiales, las cuales por obra de las órdenes mendicantes se propagaron como método misional. Las conversaciones religiosas más famosas fueron las de Barcelona (1263) y Tortosa (1413-1414).

Los apologistas cristianos de España a partir de Ramón Martí (Raimundus Martini, +1284) se enfrentaron a sus adversarios judíos intentando apelar no sólo a la sagrada Escritura, sino también al Talmud, en cuyas narraciones haggádicas creyeron encontrar pruebas para la mesianidad de Jesús. Por ello se opusieron a la universidad de París pronunciándose a favor de la conservación del Talmud. Sin embargo, su intención misionera hizo casi imposible un diálogo amistoso. España participó también en cierta influencia de la filosofía judaica (cf. antes en D) en la formación de la filosofía latina de la alta ->escolástica (D). Sin embargo sólo Moisés Maimónides (+ 1204) fue considerado en occidente como un filósofo judío, mientras que en Avicebrón (Ibn Gabirol) los teólogos cristianos querían ver un pensador árabe. Entre los judíos fue conocido solamente como poeta. La influencia de la principal obra filosófica de Moisés Maimónides Dux neutrorum sólo se hizo eficaz en aquellos que inmediatamente después de él enseñaron una armonía entre la ->fe y la ciencia, principalmente en Alberto Magno y Tomás de Aquino. El maestro Eckart ciertamente tomó abundante material de Maimónides, pero lo modificó en el sentido de su propia idea de Dios.

Sólo algunos teólogos medievales dominaban el hebreo. Lo aprendieron de judíos pobres, muchas veces no formados. La enseñanza del hebreo por primera vez en la época del humanismo condujo a una amistad personal entre sabios judíos y cristianos, especialmente entre aquellos que investigaban la coincidencia de la mística judía con la cristiana e intentaban fundamentar una cábala cristiana (Pico della Mirandola, Reuchlin, entre otros).

Las discusiones religiosas dentro del cristianismo en la época de la reforma y de la contrarreforma condujeron a una agudización de los contrastes religiosos, lo cual fue desfavorable a un encuentro entre judíos y cristianos. Los pietistas fueron los primeros que se esforzaron por los contactos personales, que tuvieron lugar en la época del barroco, hasta el punto de que se puede hablar de un filosemitismo. La última conversación religiosa mandada en suelo alemán fue sostenida el año 1704 en la corte de Hannover. En la época de la ilustración se tiende al encuentro personal entre sabios cristianos y judíos, con el fin de superar las religiones positivas mediante una religión racional. Es característica a este respecto la amistad entre Moisés Mendelssohn y G.E. Lessing, así como el esfuerzo de Lavater por persuadir a Mendelssohn para que abrazara públicamente el cristianismo. Con el triunfo de la emancipación se relaja la posición hasta entonces predominante de la ortodoxia judía. El conato de participar en la moderna vida espiritual de Europa obliga a bastantes judíos a ocuparse más intensivamente del cristianismo. Con ello se han creado los presupuestos para un diálogo entre cristianos y judíos, el cual, sin embargo, no tiene un amplio alcance hasta el siglo xx. La investigación de la vida de Jesús, o sea, la discusión sobre el Jesús histórico y el Cristo de la comunidad, permite a los judíos plantearse la cuestión de la posibilidad de una integración de Jesús en la historia del espíritu judío. Intentos de un diálogo entre cristianos y judíos tuvieron lugar en Alemania ya a finales de los años veinte (diálogo de Martín Buber con distintos interlocutores cristianos en Stuttgart).

Para oponerse al creciente ->antisemitismo el año 1928 se fundó en USA la American Brotherhood, National Conference of Christians and Jews. En Inglaterra siguió The Council of Christians and Jews. También está en Inglaterra la sede del International Consultative Committee of Organizations for Christian-Jewish-Cooperation, al que pertenece el Deutsche Koordinierungsrat der Gesellschaften für christlichjüdische Zusammenarbeit (fundado en Francfort el año 1949). En el consejo alemán de coordinación se reúnen cuarenta sociedades para la colaboración entre cristianos y judíos, la más antigua de las cuales fue fundada en Munich el año 1948. En Oxford las organizaciones reunidas en el International Consultative Committee prepararon en 1946 unas tesis para la enseñanza de la religión, las cuales el año 1964 adquirieron en Seelisberg su forma definitiva, y luego han tenido su repercusión en la declaración del concilio Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Esta declaración no sólo acentúa la herencia común a judíos y cristianos, sino que además exhorta al estudio en común. En Alemania se esfuerzan por un encuentro entre judíos y cristianos, en la parte católica, el Freiburger Rundbrief desde 1948 y, en la parte protestante la Arbeitsgemeinschaft Juden und Christen auf dem Evangelischen deutschen Kirchentag, salida a la luz pública por primera vez el año 1961 en Berlín; e igualmente el Institutum Judaicum Delitzschianum en Münster y el Institutum Judaicum de la universidad de Tubinga. Desde 1966 existe en Amsterdam un instituto dirigido en común por judíos y cristianos, el Beth ha-Midraf. En Alemania desde hace algunos años la Aktion Sühnezeichen intenta una reparación práctica. También en el campo judío hay interlocutores que están dispuestos al diálogo, por ejemplo David Flusser, de la universidad hebrea de Jerusalén, catedrático que enseña sobre «el cristianismo en la época neotestamentaria». Las esperanzas de un encuentro ecuménico más fructífero, si éste ha de extenderse también a los judíos, pasan por alto las más de las veces el hecho de la multiplicidad de estratos en el j. actual, su división en tres direcciones principales por lo menos: la ortodoxa, la conservadora y la liberal. Sólo en esta última dirección puede hablarse de una disposición a participar en el diálogo. El j. ortodoxo y el conservador se muestran reservados, ya que, para el j., el cristianismo y el islam son religiones del mundo circundante, y si exigen una discusión, es sólo por motivos históricos y sociológicos, pero no por motivos teológicos.

El j. reconoce a ambas religiones el hecho de que preparan a los pueblos para la fe en el único Dios.

BIBLIOGRAFIA: Freiburger Rundbrief (Fr 1948 ss). — H. Blüher - H. J. Schoeps, Streit um Israel. Ein jüdischchristliches Gesprach (H 1933); H. J. Schoeps, Jüdisch-christliches Religionsgesprüch im 19. Jh. (F 31961); D. Goldschmidt - H. J. Kraus, Der ungekündigte Bund. Neue Begegnungen von Juden und christlicher Gemeinde (St 1962); Schalom Ben Chorro, Im jüdisch-christlichen Gesprách (B 1962); Abraham unser Vater — Juden und Christen im Gesprách über die Bibel (homenaje a Otto Michel) (F 1963); W. Maurer, Kirche und Synagoge (St 1963); B. Lamber:, El problema ecuménico (Guad Ma); F. Bohm - W. Dirks - W. Gottschalk, Judentum. Schicksal, Wesen und Gegenwart (Wie 1965); R. R. Geis - H. J. Kraus, Versuche des Verstehens. Dokumente jüdisch-christlicher Begegnung aus den Jalaren 1928-1933 (Mn 1966); P. Wilpert - W. P. Eckert, Judentum im Mittelalter. Beitrüge zum christlich-jüdischen Gesprách: Miscellanea Mediaevalia IV (B 1966); K. Hruby, Die Konzilsdeklaration über die Juden: Judaica 22 (Z 1966) 2-25.

Willehad Paul Eckert