ISLAM
SaMun

1. Bases históricas y espirituales

I. es el nombre con que los musulmanes designan su religión, y muslim o musulmán es el nombre que se da a los secuaces de la misma. Éstos rechazan la designación de mahometanos, acuñada en Europa, pues según ellos el i. trae su origen de Alá, y Mahoma es un mero transmisor. I. significa en árabe la entrega absoluta a la voluntad de Alá, el mismo Dios de los judíos y de los cristianos, concebido con un matiz de despotismo oriental.

El i. nace en Arabia a principios del s. vn de nuestra era, cuando Mahoma, sintiéndose llamado a predicar el monoteísmo entre los suyos, empieza en la Meca su propaganda. No tenemos noticias ciertas sobre la primera vida de Mahoma. Según la tradición, era huérfano desde tierna edad y fue recogido por parientes de posición modesta; y trabajó para vivir hasta que un ventajoso matrimonio le dio una posición desahogada. No recibió una formación intelectual (no está claro si sabía leer o escribir). Tampoco se advierten en él rasgos de especulación brillante, pero sí un carácter receptivo y organizador, mostrándose genial en las soluciones con que va jalonando los años de su vida pública. Mucho se ha discutido sobre la sinceridad de Mahomá. El problema no es si tuvo o no tuvo revelaciones divinas, sino si realmente creyó tenerlas. Admiten hoy los islamólogos el presupuesto de esa sinceridad para explicar razonablemente la vida de Mahoma. Éste afirmaba que recibía de un mensajero celeste lo que iba predicando. Su mensaje halló en la Meca pocos adeptos. La aristocracia de la ciudad, sintiéndose amenazada, le hizo la vida imposible. Al cabo de trece años de contradicciones, Mahoma halla más favorable ambiente en la vecina ciudad de Yatrib y sale ocultamente de la Meca. Esta emigración es la hégira, primer dato histórico con fecha cierta (septiembre del año 622) en la vida de Mahoma. Este año constituye el punto de partida del calendario musulmán, que por ser lunar tiene unos once días menos que el solar. Yatrib se llama en adelante Madinat-al-nabi, ciudad del Profeta, o simplemente Medina. Allí muestra Mahoma sus dotes de jefe. En la Meca había sido un elemento perturbador, que fracasó frente a un orden fuerte. En Medina entra como elemento de orden, y no tarda en alzarse con un poder que le permite en pocos años apoderarse de la Meca y hacer de la Kaba meta de peregrinación para los suyos. Lo que se ha conservado de la predicación de Mahoma se halla en el Corán, que actualmente está en forma de libro, pero no fue escrito como tal. Es la compilación de los fragmentos conservados por escrito o de memoria por los primeros compañeros de Mahoma. El texto actual es el impuesto por el califa Otmán para eliminar las variantes de las colecciones particulares. El Corán se divide en 114 capítulos, llamados súra, y éstos se dividen en versos. Se trata de una compilación sin orden lógico ni cronológico. En una misma súra pueden hallarse versos de muy distintas épocas y relativos a muy diversas materias. Para resolver en lo posible las dificultades que esto presenta a la exégesis, se ha establecido una distinción entre las süras mecanas y las medinesas, repartiendo las primeras en tres períodos distintos. El gran objeto de la predicación de Mahoma en la Meca es la conversión de sus paisanos a la fe en Alá, Dios único, creador y remunerador, a la fe en la resurrección, el juicio final, el infierno y el paraíso. En el período de Medina el Corán muestra el gran cambio en la vida de Mahoma, que es ahora jefe y dicta sus disposiciones según las circunstancias. En el Corán se moldea la mentalidad de los musulmanes, que creen hallar en él cuanto conviene saber en esta vida para llegar felizmente a la otra. Sin embargo, el Corán solo no basta, pues son muchos los casos no previstos en él. Pero el Corán es base y raíz de nuevas disciplinas, y a la vez es norma a la que quieren atenerse los doctores de todos los tiempos. La muerte (632) vino a poner fin, de modo inesperado, a la actividad de Mahoma. Quedaba el i. como edificio sin terminar; lo fueron completando las generaciones siguientes.

II. Evolución histórica

Nada se había previsto sobre la sucesión. Se ha dicho que entre las horas más críticas de la historia del i. hay que contar las que siguieron inmediatamente a la muerte de Mahoma. Lograron por fin imponerse sus íntimos, designando a Abrí Bakr como primer califa. Así nació de improviso la institución del califato, que estaba totalmente indeterminado en sus funciones, en sus atribuciones y en el modo de nombramiento. A este respecto no hay indicación alguna en el Corán. La rebelión de las tribus que habían pactado con Mahoma provocó las sangrientas guerras de sucesión (ridda). Una vez reducidas, empieza la serie de agresiones a las tierras sujetas a Persia y a Bizancio, agresiones que se convierten en invasión al darse cuenta los beduinos de la increíble debilidad defensiva y de la riqueza de las zonas invadidas. La batalla de Yarmuk (636) significaba para Bizancio la pérdida de Siria; la de Qadisiya acababa con el dominio persa en las riberas del Tigris; la de Nihawand (641) abría a los árabes la meseta de Persia. Vencidos los bizantinos en Egipto (640), todo el país quedaba sujeto a los árabes. Los tres primeros califas (Abrí Bakr, Otmán, Ornar) gobernaron desde Medina. Tras el agitado período del califato de Ali, la sede del gobierno se traslada a Damasco con los califas omeyas. Éstos continúan la expansión conquistadora. Durante el califato de al-Walid, en el año 711, antes de cumplirse el siglo de la muerte de Mahoma, las armas musulmanas llegaban por occidente hasta el Atlántico y la península Ibérica, mientras por oriente alcanzaban las riberas del Indo y del Yaxartes. Con la caída del califato omeya empieza la desmembración del califato. Los califas de Bagdad no dominan ya en la península Ibérica, sujeta a los omeyas de Córdoba, y tras un siglo de apogeo van perdiendo también muchas otras tierras, que se convierten en un mosaico de estados independientes. De vez en cuando surgen en el horizonte político astros mayores que sujetan a su poder gran parte de los Estados menores. Tales son en el siglo x los omeyas en Córdoba, los fatimíes en Egipto, y los gaznawíes en tierras de oriente. El siglo xi ve el predominio de los turcos seldyúcidas en oriente y el de los almorávides en occidente. Éstos son suplantados en el siglo siguiente por los almohades, mientras en Egipto dominan los ayyúbíes. Entre los siglos xxii y xiv dominan los mamelucos en Egipto, los mongoles en Persia y la Horda de Oro en las estepas rusas. El poder de los turcos otomanos nace en el siglo xv, se afirma con la conquista de Constantinopla en 1453, llega a su zenit con Selim Yawuz y Süleymán Qánñnú, y entra luego en lenta decadencia hasta desaparecer al fin de la primera guerra mundiall. Persia vive años de grandeza bajo el chah Abbás i. Contemporáneo es el apogeo del Gran Mogol en la India. Hoy son tierras del i.: Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Mauritania, Senegal, Tchad, Nigeria en su parte norte, Sudán menos las provincias meridionales, Eritrea, Somalia, la costa oriental africana hasta Zanzíbar, toda la península arábiga, Siria, Turquía, Irak, Persia, Afganistán, Pakistán, Indonesia. Hay fuertes núcleos de musulmanes en la India, en la China, en la península Malaca y en la Unión Soviética. No es posible dar una estadística, pues faltan muchos datos. Podríamos dar la cifra aproximada de 450 millones de musulmanes.

III. Teología y moral

1. La teología de los primeros tiempos del i. se limitaba prácticamente a la afirmación de la existencia y unicidad de Alá, así como de la misión profética de Mahoma, y a la observancia de los preceptos fundamentales, llamados «pilares del islam». Sobre esta base se fue elaborando, no sin controversias de extrema violencia, la estructura dogmática, que puede considerarse fijada a principios del siglo VIII de nuestra era. La dogmática trata ante todo de las cuestiones relacionadas con Alá y la prueba de su existencia. Alá es único, eterno, primero y último. No es cuerpo ni substancia ni accidente. Carece de las seis direcciones (arriba-abajo, delante-detrás, izquierda-derecha). No tiene límites ni composición de partes. Entre sus atributos se enumeran la sabiduría, la omnipotencia, la vida, la voluntad, el oído, la visión, la palabra. Alá es libre para hacer lo que le plazca; lo mismo podría perdonar a todos los infieles que castigar a todos los justos. Con todo, él es justísimo en sus determinaciones. Pero no hay analogía entre su justicia y la humana, pues en el mundo se entiende que injusticia es atropellar el derecho de otro; ahora bien, ante Alá no hay derechos. Todos los actos de las criaturas, buenos y malos, son determinados por Alá. Aunque en el Corán se hallan pasajes en pro y en contra del libre albedrío, la opinión que predomina en el i. es favorable al determinismo. Se niega la acción de causas segundas distintas de la causa primera. No hay relación necesaria entre causa y efecto. Se trata de una sucesión de hechos normalmente querida por Alá. La sustancia es el átomo. Los átomos al asociarse o disociarse forman o deshacen los cuerpos. Los accidentes son momentáneos. Alá los crea en cada instante. El fuego quema porque Alá produce el accidente de la quemadura. En cuanto a los actos humanos, como no pueda admitirse que suceda algo contrario a la voluntad omnipotente de Alá, y como por otra parte el testimonio de la conciencia afirma que podemos elegir entre dos extremos, se afirma que Alá crea en nosotros la facultad de elegir entre el bien y el mal, y que el acto elegido lo crea directamente Alá en correspondencia (no obligada) con la elección del hombre.

Hay que creer además en los enviados de Alá y todo lo que éstos dicen en su nombre. Mahoma es el último de los profetas y su ley abroga todas las anteriores siempre que no las confirme explícitamente. Además del hombre, Alá ha creado los ángeles, los demonios y los ginn. Éstos son seres intermedios entre los ángeles y los hombres; han sido creados de puro fuego y están dotados de poderes sobrehumanos. Algunos de ellos son musulmanes. Es menester también creer en la vida futura, en el juicio final, en el paraíso con sus goces y en el infierno con sus penas. En cuanto a los preceptos morales se ordena hacer el bien y evitar el mal. No está bien definida la división entre pecados graves y leves. Todos los pecados, excepto la apostasía, pueden ser perdonados. El Corán exhorta a la beneficencia en favor de los huérfanos, de los pobres, de los peregrinos y de los cautivos; recomienda la plegaria, la fidelidad a los pactos, la resignación en el infortunio. Se admite la existencia del alma, pero no se profundiza en su verdadero concepto. Es opinión generalizada que el alma sobrevive a cuerpo. Se disputa si muere con éste para resucitar con él, y si es creada para cada nuevo ser humano o bien ha tenido una existencia propia antes de unirse al cuerpo. Los «pilares del i.», deberes primordiales de los fieles, son la oración, la limosna, el ayuno, la peregrinación y la guerra santa. Los musulmanes dividen el mundo en dos grandes campos: los países que son musulmanes, y los que todavía no están sujetos al islam. Al fin del mundo todos estarán sujetos al islam. Los musulmanes han de hacer oración cinco veces al día: al alba, al mediodía, a media tarde, al ponerse el sol y al caer la noche. Para hacerla hay que orientarse en dirección a la Meca. La limosna es un medio de justificar y de purificar los bienes que Alá concede. Pronto se convirtió en un impuesto sobre el patrimonio. El ayuno del ramadán consiste en abstenerse por completo durante todo el día, desde que apunta el alba hasta el ocaso, de toda clase de alimentos y de bebidas. La obligación de peregrinar a la Meca, por lo menos una vez en la vida, afecta a todos los musulmanes que se hallen en condiciones de poder hacerlo. No hay en el i. una distinción neta entre lo temporal y lo espiritual. Hasta para los actos más triviales hay normas que directa o indirectamente se relacionan con la voluntad de Alá.

2. La sari`a (camino) es el derecho islámico. Sus fuentes son: a) el Corán; b) la sunna, es decir, el ejemplo de Mahoma, sus hechos y dichos, conocidos por tradición y compilados en colecciones; c) para casos no previstos en el Corán o la sunna, la deducción por analogía y el juicio fundado en motivos prudentes; d) el consentimiento general de los doctores, o la práctica constante del pueblo. Gracias a estos factores y sobre todo al último, el i. ha hallado el medio de asimilar nuevos elementos y de eliminar los caducos.

En los siglos viii y ix, apoyándose en destacados juristas, nacen las escuelas de derecho. Las que han llegado hasta nuestros días son la maliki, la safi`i, la hanafi y la hnbali. Difieren sólo en puntos de menor importancia. El orden establecido por Mahoma es el de una comunidad de hermanos en la fe, de cualquier raza y condición, iguales ante Alá. El foro interno pertenece a la jurisdicción de Alá, único juez de los corazones. En el foro externo se distingue entre los actos relativos al culto y los que regulan la vida social.

3. El influjo religioso en la vida pública halla particular expresión en días y tiempos determinados. Los más solemnes son la fiesta menor, que se celebra al fin del ayuno del mes de ramadán, y la fiesta mayor, con que todo el i. solemniza el fin de la peregrinación a la Meca. También los momentos importantes de la vida, desde la cuna hasta el sepulcro van acompañados de observancias rituales. La circuncisión es muy general en el i., pero, aunque así lo crean muchos, no es obligatoria. Las prohibiciones más conocidas en materia de alimentos son las referentes a las bebidas alcohólicas y a los productos del cerdo. El Estado fundado por Mahoma era una teocracia. Siendo el último de los profetas, no podía dejar sucesión en materia religiosa, pero necesitaba un jefe temporal, el califa, como mandatario y gestor de los intereses de la comunidad. La ley musulmana no puede ser territorial, pues se funda en la profesión de fe religiosa; es personal y obliga sólo a los musulmanes. Los demás residentes son tolerados a cambio de tributo y de sumisión pacífica. Bajo tales condiciones los cristianos y los judíos obtienen autorización para ejercer en privado su religión, así como la protección de personas y bienes. Pero pertenecen a un orden social inferior. La plena capacidad jurídica y religiosa pertenece sólo al varón adulto. Los derechos de la mujer están limitados.

4. Se ha dicho que la ascética y la mística caen fuera del espíritu del i. Cierto que en el Corán no hay pasajes con claro sentido ascético y que la tradición musulmana generalmente es contraria al ascetismo. Pero ya desde los primeros tiempos hubo gente piadosa que se daba al ascetismo y entraba por las vías de la mística. Son conocidos los nombres de Hasan al Basri, (+ 728) y de Ráb`ia al-`Adawiya (+801). La voz súfi (lana) empezó a usarse en el s. viii para designar a los ascetas que a imitación de los cristianos vestían un tosco sayal de lana. El florecimiento del sufismo en el siglo ix provoca reacciones hostiles entre los sunníes ortodoxos. Los sufíes exponían el ideal de la vida musulmana de modo muy distinto, y además, los ortodoxos no hallaban ninguna posibilidad de relación recíproca entre la excelsitud de Alá y la insignificancia del hombre. Para los sunníes ortodoxos el amor de Alá consistía en adorarle y obedecerle según las normas establecidas. Ellos no querían oír hablar de amor, y mucho menos de unión con Alá. La lucha entre sufíes y sunníes ortodoxos fue larga y no ha terminado del todo. Pero gracias a la obra de al-Gazzáli el sufismo moderado halló entrada en la ortodoxia y se fue generalizando en el i. Se ha dicho que el sufismo ha introducido la moral en el i. Todavía hoy ejerce su influjo en buena parte de la comunidad musulmana. Han contribuido considerablemente a su propagación y a estimular el deseo de un acercamiento a Alá las grandes obras de famosos poetas y escritores clásicos. También han contribuido a ello las tariqa, asociaciones de quienes movidos por fines piadosos se someten a una dirección experimentada en las vías del espíritu. Su fin primario es religioso y ético, pero se ha hecho inevitable que las tariqa más numerosas y ricas hayan llegado a ser factores con los cuales han tenido que contar los gobiernos, no sólo en cuestiones de orden interno, sino también en el plano internacional. Baste recordar el influjo ejercido entre los otomanos por la tariqa bektáfiyya, a la que pertenecían los genízaros, y ver que en nuestros tiempos los jefes de la tariqa sanüsiyya han llegado a ser la dinastía reinante en Libia. Las tariqa han sido en todo tiempo como una religión dentro de la religión y como un Estado dentro del Estado; esto les ha atraído la hostilidad de ulemas y de muftíes, los cuales veían en ellas un grave peligro para la propia preponderancia. Actualmente esas instituciones van perdiendo mucho de su primitivo influjo, pero en muchas regiones lo conservan en buena medida. En la constante evolución del i. ha ido dejando su impronta la actividad de teólogos, jurisconsultos y sufíes. Ha habido variedad de opiniones y tendencias, movimientos filosófico-teológicos, escuelas jurídicas con diversos matices, variadísimas doctrinas místicas. En el desarrollo de tales actividades se ha tocado a veces e incluso rebasado el límite entre la ortodoxia y la herejía.

IV Sectas

Pero sólo pueden llamarse con propiedad herejes del i. aquellos grupos que, habiéndose separado del tronco común en cuestiones fundamentales, han querido vivir independientes, como sociedad completa con organización y cabeza propias. La efímera unidad inicial del i. vino a naufragar, no en escollos de controversias teológicas, sino en litigios de ambiciones humanas, suscitadas por la cuestión de la herencia política de Mahoma. Los harigi resolvían el problema en sentido democrático, afirmando que cualquier musulmán digno y apto podía ser elegido califa. Los sunníes ortodoxos limitaban la candidatura a la tribu de Qurayá, que era la de Mahoma. Los partidarios de 'Alï, yerno de Mahoma, rechazaban el principio electivo y defendían la sucesión hereditaria del califato en la familia de 'Alï. Si`a significa en árabe partido o secta, y por antonomasia se ha aplicado este nombre a los partidarios de 'Alï, los si`í. Los repetidos fracasos en los campos de batalla y en las combinaciones políticas acentuaron el carácter religioso de las reivindicaciones de la sï'a y fomentaron la división de ésta en muchas sectas menores. Los harigi afirmaban la necesidad de las obras para la existencia de la fe, y la pérdida de la calidad de creyente si se cometía un pecado grave, con lo cual el culpable era reo de muerte. Hoy queda la rama de los ibdíes en algunos puntos de Argelia y de la Tripolitania, y sobre todo en Omán y en Zanzíbar. A la profunda diferencia sobre el origen de la dignidad suprema que separa a los sunníes de los si`í, hay que añadir otra no menos grave sobre las prerrogativas de dicha dignidad. Para los sunníes el califa no es más que el soberano temporal encargado de proteger la religión, pero sin magisterio religioso ni otro privilegio que le eleve sobre los demás musulmanes. Para la sí'a, por el contrario, el imám, jefe supremo, goza de ciencia sobrehumana, es impecable e infalible, y su magisterio es definitivo. Tuvo la sï'a un período de auge en los siglos xi-xii, cuando las dinastías sï¡ies de los buwahíes dominaban en Bagdad, y en Egipto llegaron al poder los fatimíes. Ya desde el principio hubo escisiones en la sï'a. Las más antiguas e importantes datan del s. viii, cuando por una parte los zaydíes establecieron en el Yemen un gobierno que ha durado hasta 1963, y cuando los septimanos ismá`ilíes se separaron de los duodecimanos. Los primeros se llaman así porque la serie hereditaria de sus imám termina en el séptimo, mientras los segundos la prolongan hasta el duodécimo. Una rama moderna de los septimanos son los ismá`ilíes del Aga Khan, cuyos grupos se hallan esparcidos en Persia, Arabia central, la India y África oriental. Pero el grupo más importante y numeroso de la sï'a es el de los duodecimanos, que predominan en el Irán desde que la dinastía de los safawíes impuso definitivamente su doctrina en el país. También se hallan extendidos en el Irak, sobre todo en las ciudades de Samarra, Bagdad, Nagaf y Karbalá. Dejando aparte otras sectas menores, conviene mencionar algunos grupos que, si bien han nacido del i. ya no pueden ser consideradas como musulmanes. Así de la sï'a han salido los drusos, minúsculo grupo repartido entre Siria y el Líbano, y los babis y baha'is. Éstos radican principalmente en Persia, pero se han propagado también entre los neopaganos de occidente, y sobre todo en los Estados Unidos. Su religión profesa el humanitarismo y la fraternidad universal. De ella ha dicho C.A. Nallino que con frecuencia es sólo máscara de indiferencia religiosa. En el Irán no han faltado sangrientas manifestaciones de intolerancia contra los bahá'is. A veces se ha dado el nombre de secta a los wahhábíes, pero sin fundamento, porque se trata de un movimiento de reforma religiosa para volver al primitivo i. La secta ahmadiyya, fundada por Gulám Ahmad de Qadyán en el Panjab a fines del siglo pasado, se halla separada de la ortodoxia porque su fundador se declaró profeta. La secta, copiando métodos protestantes, se dedica a propagar el i. no sólo en países musulmanes, sino también en Europa y América. Sus adictos se presentan como genuinos musulmanes, y creen serlo, pero los ortodoxos los persiguen, y, cuando se ofrece ocasión, los condenan a muerte si no se retractan. Se han dividido en dos ramas: lahoríes y qádyáníes. Aquéllos han buscado un compromiso con la ortodoxia. Éstos mantienen firmes las afirmaciones del fundador.

V. Islam y cristianismo

1. Bajo la perspectiva de la historia y fenomenología de la religión, el i. ha de encuadrarse ante todo en las religiones que se basan en una revelación (judaísmo, cristianismo). Sin embargo, por la negación de las verdades fundamentales cristianas (Trinidad, filiación divina de Jesús, final de la revelación en la época apostólica, redención) está desde el principio en abierta oposición con el cristianismo, oposición que se refleja por primera vez en la teología griega (Juan Damasceno) y en la siríaca (Teodoro Abu Kurra). Pero estos autores veían en el i. solamente un movimiento herético del judaísmo. Sólo con la aparición en el i. de una reflexión teológica y científica acerca de sí mismo (kalam) sobre la base de la filosofía griega, se dio en adelante (penetración del i. en la cultura occidental, reconquista, cruzadas) el fundamento adecuado para una confrontación consciente entre la teología cristiana y la islámica (en el campo cristiano: Pedro el Venerable, Raimundo Llull, Tomás de Aquino [Summa contra gentiles]). Como consecuencia de los hechos políticos (guerras turcas, ocaso del imperio otomano) se interrumpió casi por completo el diálogo entre el cristianismo y el islam. El hecho de que no se diera una confrontación en el plano de la teología — prescindiendo de las excepciones mencionadas —, no fue óbice para que se hicieran repetidos intentos de extender la misión cristiana en el i. (primero en España [s. IX]; en el siglo xiii Francisco de Asís y Raimundo Llull; luego las órdenes de los dominicos, franciscanos, carmelitas y capuchinos; en el siglo xvi los jesuitas; recientemente los padres blancos, Ch. de Foucauld, los hermanitos de Jesús). La mayor dificultad para la misión es la identidad entre el orden religioso, el político y el cultural en el islam. La misión islámica por su parte, especialmente la de los tiempos más recientes, va dirigida hacia África y la India.

2. Desde el renacimiento y, más tarde, especialmente desde el siglo xix, creció el interés de la ciencia profana por el i. (orientalistas); pero esta evolución tuvo una repercusión muy débil en la teología. El diálogo entre el cristianismo y el i., que por primera vez ha vuelto a emprenderse en el Vaticano II, es fruto de muchos presupuestos que no podemos enumerar aquí. El concilio habla del i. en dos lugares:

a) en la declaración Nostra aetate (del 28-10-1965) sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas, la cual en el n.° 3 dice: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuraron someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno.

»Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres.»

b) La constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium (del 21-11-1964) en el capítulo segundo «sobre el pueblo de Dios», donde en el nº. 16 se habla de las diversas formas de ordenación al pueblo de Dios de los que todavía no han recibido el evangelio, después de los judíos menciona a los musulmanes: «Pero el designio de salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que confesando profesar la fe de Abraham, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día.»

Evidentemente la descripción del i. ofrecida en la primera declaración omite precisamente las preguntas más difíciles (poligamia, inferioridad de la mujer...). Pero en la mayoría de los países musulmanes se hacen serios intentos de reforma en este campo. La caracterización de la religión islámica por el concilio propiamente sólo se refiere a la teodicea musulmana, pero no a la fe islámica, que incluye la misión profética de Mahoma. Sin embargo, a pesar de estos aspectos débiles del documento, el reconocimiento solemne de Alá, único Dios de la creación, puede considerarse como la base para todo diálogo futuro entre el cristianismo y el islam.

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Felix M. Pareja