IGLESIA UNIVERSAL
SaMun

Este artículo debe ser considerado como cοmplemento de los artículos —> Iglesia e -> Iglesia y mundo. Viene a situarse entre ambos. Su tema es actual porque por primera vez hoy la Iglesia está acercándose de hecho y en forma históricamente palpable a la condición de I.u., como lo ha dado a entender claramente el concilio Vaticano II, y porque de esa circunstancia se deducen notables consecuencias para la cοnductα de la Iglesia.

1. En un primer sentido, puramente dogmático y siempre válido, se puede llamar a la Iglesia «I.u.» porque en principio está destinada a todos los hombres, tanto los que pertenecen a ella (yα desde pentecostés), como los que llegarán o nο llegarán a pertenecer a la Iglesia en sentido pleno, incluida su constitución social. En este sentido la I.u. (universal potentia et destinatione) implica una doble realidad: a) La Iglesia es para todos los hombres el sacramentum salutis, con independencia de si pertenecen actual y plenamente a la unión visible de la misma; esto significa que la gracia de Dios en Cristo, sin la cual nadie alcanza la salvación sobrenatural en la vida del Dios trinitario, tiene su manιfestación histórica y escatológica (incluso para los no bautizados) en la Iglesia. b) Ningún hombre puede por principio y a priori ser excluido de la obligación de pertenecer también a la unión visible de la Iglesia. Esto segundo va inherente a la doctrina de la «necesidad de medio» de la Iglesia y del -> bautismo. Pero hemos de formular este segundo sentido de la necesidad de medio de la Iglesia para todos en la forma en que lo hemos hecho porque, al menos hοy, teológicamente ya no se puede sostener que todo hombre reciba de la providencia salvífica de Dios una posibilidad tan actual y real de conocer que la Iglesia y el ingreso en ella son necesarios para la salvación, que nadie llega a perder tal posibilidad sin culpa propia. Pero si existen muchos hombres particulares que sin culpa personal nο pertenecen de hecho y de un modo visible a la Iglesia (hasta su muerte), no se puede decir respecto de cada individuo que Dios quiera obligarle actual e inmediatamente a pertenecer a la Iglesia (de lo contrarío debería darle también una posibilidad de cumplir semejante voluntad, lα cual quedaría sin efecto por culpa del hombre). Así, pues, la necesidad de medio de la Iglesia y la obligación de pertenecer a ella (por encima de la Iglesia como sacramentum salutis omnium) sólo cabe formularlas como lo hemos hecho: a priori nadie puede afirmar con razón que la pertenencia visible a la Iglesia no cuenta para él como posibilidad concreta, y ροr ello como deber actual, que no pueda ser la oportunidad salvífica en la cual se decide concretamente su salvación.

2. Pero la Iglesia puede y debe ser llaιnada I.u. en un sentido más estricto de la historia actual. Hoy en la imagen de su aparición concreta se ha convertido en I.u., en Iglesia para todo el mundo. Con esto no se afirma evidentemente que todos los hombres sean cristianos (bautizados) y católicos; ni implica este concepto la opinión de que al menos hoy la Iglesia está tan presente a to-dos los hombres, comο llamada de la gracia de Dios, que sólo pueda ser desoída por culpe personal; tampoco se dice con este concepto histórico de I.u. que la Iglesia esté ya «implantada» de tal modo en todos los pueblos y culturas (espacios históricos), que ya no sea una iglesia de misión en el sentido del Decreto sobre las misiones del concilio Vaticano II (cf. el nº. 19 de este decreto). No se puede discutir en modo alguno que aún hay regiones en el mundo donde la Iglesia católica (más aún: el cristianismo) prácticamente no está presente todavía (p.ej., algunas regiones de Asia). En todo caso la Iglesia es aύη Iglesia de misión en extensas zonas asiáticas (China, Siberia, etc.), en el mundo islámico y en muchas partes de Africa; es decir, la comunidad de los fieles está tan poco arraigada en la vida social del país correspondiente, tan escasa es su adaptación a la cultura local, tan reducido el número de sacerdotes, religiosos y fieles seglares, tan modestas son las «instituciones» (sin obispos nativos, etc.), que no puede decirse que la actividad misionera haya llegado «a una cierta conclusión». Y, sin embargo, se puede hablar ya hoy de una I.u. en un sentido de actualidad histórica. Lo que hace 150 años no se podía decir, hoy yα se puede afirmar: la Iglesia está «presente» de alguna manera en casi todas partes; tiene (ροr lo menos si prescindimos del sector, ciertamente muy grande, en que gobierna el comunismo ateo militante) en todas las partes del mundo Iglesias locales o misiones, su doctrina y existencia pertenecen en todas partes a aquello que la opinión pública conoce y con lo que se cuenta; en el grupο de sus dirigentes la Iglesia tiene representantes de todas las naciones y grupos raciales de cierta importancia, etc. A ello se añade (quizás como factor decisivo, aunque inicialmente condicionado por la historia universal profana) que los pueblos y las historias nacionales, antes prácticamente separados de un modo total por un terreno histórico que no era de nadie, hoy se hαn fundido (debido sobre todo al colonialismo europeo que se inició en el siglo xvi) hasta formar una familia actual de pueblos y una única historia universal (proceso que continúa con resultados cada vez mejores), de manera que hοy cada historia particular (de un pueblo, de una cultura, de un continente) se ha convertido en un factor que condiciona empíricamente cualquier otra historia particular (como sub-raya una y otra vez la constitución pastoral del Vaticano II). El resultado natural de todo ello es que las grandes religiones culturales υ vivas, aunque hayan surgido en un enclave histórico particular y hayan tenido allí su dominio originario de vida e influencia, hoy se han convertido en un elemento condιcιonante de la historia dcl mundo, aunque su presencia «corporal» (a través de instituciones o de un número considerable de adeptos) en determinados lugares sea muy débil o simplemente no se dé. Esto vale con mayor razón del —> cristianismo: por el númerο de sus fieles, que relativamente es el más alto y por el hecho de ser la religión del ámbito cultural de donde hα partido la actual unificación de la —> historia universal. Y vale aún más aplicado a la Iglesia mayor de la cristiandad. Hay que pensar además que el hecho de lα unificación de la historia universal no tiene sólo una importancia práctica para el devenir en la I.u. de hoy (en efecto, la expansión europea, y las misiones a escala mundial se condicionan mutuamente desde el siglo xvi, aunque no en provecho sino en perjuicio de las misiones, por la sospecha de que éstas forman parte del imperialismo europeo; véase —> colonialismo y descolonización). Se da también otra conexión fundamental: esta relación racional europea con el —> mundo, que apunta a su transformación, así como la -> técnica, que fueron condición y fundamento de la expansión europea, forjadura de la historia universal —pese a todas las excrescencias de racionalismo, tecnocracia y secularización del mundo hasta el —> ateísmo práctico o militante— han brotado en definitiva de una postura cristiana ante el mundo, para la cual éste pierde todo carácter divino ροr ser una criatura, cuyo fin está en servir de marco y material para que el hombre se encuentre a sí mismo.

3. Mas con este hecho se dan también ciertas consecuencias para el ser y el obrar de la Iglesia, de las cuales sólo cabe mencionar algunas. En una I.u., enmarcada en la unidad de una única historia universal, crecen la importancia, obligación y dependencia de cada Iglesia particular frente a las demás. Las antiguas Iglesias particulares fundan (nο sólo con sus -> misiones) Iglesias jóvenes en «pαíses no cristianos»; y el destino de éstas repercute en las mismas Iglesias antiguas. Lo cual, a su vez, agrava el deber misionero, que ahora viene a ser empíricamente una parte de la obligación de subsistir que pesa sobre las Iglesias antiguas, ya que su propio destino está condicionado por el destino del cristianismo en todo el mundo. En esta situación de una única historia universal, en la cual todos los pueblos se hacen al mismo tiempo independientes, la Iglesia debe expresar claramente su carácter de I.u. de todos los pueblos, que tienen en ella los mismos derechos: con la institución lo más rápida posible de un episcopado y de un sacerdocio nativos, con la admisión en su vida de todas las culturas y mentalidades nacionales en igualdad de derechos, con la supresión del antiguo europeísmo en las misiones, con la internacionalización de la curia romana, con la adaptación de la liturgia a cada pueblo, la cual debe ser una liturgia universal diferenciada, no una liturgia latina (y casi únicamente romana). En medio de una única historia universal, la única I.u. debe aparecer como sujeto agente de la autorrealización eclesiástica con más claridad que antes, y no sólo mediante la acción del -> papa como supremo garante y representante de la unidad visible de la Iglesia: con la acción de todo el episcopado como supremo gremio de dirección colegiada de la I.u., con una distribución de los sacerdotes en todo el mundo por encima de los intereses de las Iglesias locales, con la «ayuda al desarrollo» de las Iglesias misionales y de las de Sudamérica, con la responsabilidad práctica de cada obispo ( y aun de cada cristiano) frente a toda la Iglesia y cada una de sus partes. La I.u. deberá buscar y seguir desarrollando — por encima de los concordatos nacionales, etc. — las relaciones de diálogo y colaboración con otras instituciones que representan socialmente la unidad de la familia humana y de su historia: entre otras, con la ONU, la UNESCO, el Consejo mundial de las Iglesias (-> diálogo y colaboración entre las Iglesias, en -a ecumenismo, C).

El devenir de la unidad actual de la humanidad es un proceso que todavía no ha concluido. Por ello (junto a los motivos propia y directamente teológicos) también la única I.u. se halla todavía en desarrollo y está confiada a la responsabilidad de todos los cristianos.

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Karl Rahner