HERMENÉUTICA BÍBLICA
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De la -> exégesis, que es la realización concreta de la interpretación hay que distinguir la hermenéutica: «el arte de la interpretación». En sentido técnico la expresión h.b. designa la investigación, fundamentación y formulación de los principios y reglas válidas para la interpretación de la sagrada Escritura, la doctrina o el método de la interpretación de la Escritura.

1. Historia de la hermenéutica bíblica

Ya los exegetas de la antigüedad eclesiástica se esforzaron desde Orígenes por elaborar puntos de vista hermenéuticos (cf. A. BEA, LThK2 II 435). En la época moderna la reforma, el racionalismo de la ilustración y las ciencias naturales y las del espíritu han dado nuevos impulsos a la h.b. Un planteamiento nuevo de la problemática hermenéutica se debió a F.E.D. Schleiermacher, que concibió la hermenéutica como arte de entender. Mirando sobre todo a la radicación (resaltada particularmente por el -> existencialismo) de la pregunta hermenéutica en la vida humana misma (como lugar del entender), en nuestro siglo R. Bultmann ha planteado e intentado resolver el problema hermenéutico con una intensidad sin par hasta ahora (cf. la visión esquemática del desarrollo histórico en G. EBELING, RGG3 III 242-262). La hermenéutica católica recibió fuertes impulsos gracias a las grandes encíclicas bíblicas de León xiii, de Benedicto xv y principalmente de Pío xix (1943: Divino af flante spiritu), cuyos puntos de vista en parte no se han hecho operantes hasta estos últimos tiempos. Al extendido intento de limitar los principios interpretativos de la encíclica Divino af flante spiritu al AT se opuso la Instrucción sobre la verdad histórica de los evangelios, publicada el año 1964 por la pontificia comisión bíblica y después, de modo más general, la constitución dogmática De divina revelatione del concilio Vaticano xx (Dei verbum). Ésta propuso, en el cap. xx principalmente, una nueva formulación, altamente significativa, de la verdad de la sagrada Escritura (a saber: sus libros enseñan «firmemente, con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación» (n .o 11) y explicó con notable amplitud importantes principios hermenéuticos (número 12). La constitución sin duda da nuevos impulsos para el esclarecimiento de cuestiones hermenéuticas todavía no solucionadas o discutidas aún en el campo católico principalmente cuando acentúa que el esfuerzo de la ciencia especializada ha de preparar y posibilitar el juicio maduro de la Iglesia (n° 12). Por esta determinación de la relación entre la exégesis y el magisterio se reconoce implícitamente la importancia fundamental de la elaboración de una hermenéutica adecuada a la Escritura.

II. Posibilidad y necesidad de la hermenéutica bíblica

La posibilidad y la necesidad de una h.b. nacen en realidad de la reflexión sobre la posibilidad y necesidad de la interpretación de la sagrada Escritura. «Puesto que Dios en la sagrada Escritura ha hablado a través de hombres y en forma humana»; y, como la constitución Dei Verbum dice claramente, puesto que estos hombres (a los cuales en anteriores documentos oficiales se calificaba cautelosamente tan sólo de auctores instrumentales), a pesar de la intervención divina, fueron «verdaderos autores» (ver¡ auctores); en consecuencia los escritos de ambos Testamentos son creaciones lingüísticas plenamente humanas. Lo que Dios quiso decir, lo expresó con palabras humanas, de manera que el sentido pretendido por Dios es el mismo de la palabra humana. El que la Escritura sea palabra de hombres históricos, presupone necesariamente la vinculación de sus maneras de concebir, de pensar y de hablar al lugar, al tiempo y a la persona del autor... De este carácter de la Biblia como palabra humana se derivan - lo mismo que en todas las producciones del lenguaje humano- tanto la posibilidad de una reproducción intelectiva (puesto que la manifestación verbal en cuanto tal no es algo en sí oscuro, sino que tiende a comunicar un sentido a producir una intelección) la tarea o la necesidad de la interpretación.

III. Cometidos de tipo general

Mencionemos los siguientes: a) la mejor reconstrucción posible del texto original (crítica textual), que ha de servir de base para la interpretación; b) la filología bíblica y la historia del concepto, tanto en general como de cara a las peculiaridades lingüísticas y estilísticas de un determinado período, o de un autor concreto, o de una determinada obra; c) la arqueología, la topología, la etnografía, la historia comparada de la cultura y de la -> religión, y, en general, la historia del cambiante contorno (exterior y espiritual) de ambos Testamentos y de sus escritos particulares; d) el esfuerzo por conocer al autor de un escrito, su origen, su posición y formación y la situación especial desde la que escribe y para la que escribe.

IV. Principios hermenéuticos fundamentales

Se derivan de la doble dimensión de la Biblia como palabra de Dios y como palabra humana. En cuanto la palabra de Dios en la Biblia nos sale al encuentro como lenguaje humano, objetivamente hemos de mencionar en primer lugar aquellos principios que son válidos, aun prescindiendo de la pretensión de la Escritura de ser palabra de Dios 2. Principios teológicos (1), y en segundo lugar los principios que se desprenden de tal pretensión (2).

1. Principios generales

«Habiendo, pues, hablado Dios en la sagrada Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la sagrada Escritura comprenda lo que él quiso comunicarnos, debe investigar con atención qué pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.» Con esta frase sobre la explicación de la Escritura, la Constitución dogmática (n .o 12) reconoce que la afirmación pretendida por el hagiógrafo es la que expresa el sentido literal (cuyo alcance no siempre coincide con la significación inmediata de los vocablos), y señala como principio fundamental y general de la h.b. la búsqueda de la intención de los enunciados y, con ello, de la afirmación que un texto hace en cada caso. A la vez menciona tres medios principales para descubrir la intención de la afirmación de un escrito bíblico en general y en particular: a) investigar y tener en cuenta la forma de pensamiento y de expresión condicionada en general por el mundo circundante (mencionemos, p.ej., estas tres unidades lingüísticas e intelectuales: la hebrea, la greco-helenista y la judeo-helenista); b) la investigación del género literario, debiendo advertirse que la aclaración añadida: «Puesto que la verdad se propone y se expresa ya de maneras diversas en los textos históricos de diferente modo (in textibus vario modo históricos), o proféticos, o poéticos, o en otras formas de hablar», deja abierta la cuestión sobre el número y la modalidad de los géneros y formas ya descubiertos o que todavía puedan descubrirse, y resaltar la variabilidad del concepto de historia que haya de usarse; c) investigar y tener en cuenta la situación desde la cual y para la cual escribe el hagiógrafo. Además de tomar en consideración: d) el procedimiento, denominado círculo hermenéutico, por el cual de las afirmaciones particulares y fácilmente comprensibles se saca una imagen conjunta y a partir de ella se intenta a su vez esclarecer lugares especialmente difíciles. Esto tiene validez tanto para la explicación de cada escrito particular y de grupos de escritos, como para la interpretación de la Biblia en general.

El hecho confirmado por la Iglesia de que los escritos de ambos Testamentos, en virtud de la -> inspiración son -> palabra de Dios y testimonio normativos de la -> revelación de Dios que ha llegado a su fin en Jesucristo, tradicionalmente ha dado origen a tres principios hermenéuticos que, desde el punto de vista de su fundamentación, pueden valer como principios «teológicos», y que también ha mencionado expresamente la constitución Dei Verbum. A saber, se debe tener en cuenta: a) la -> tradición viva de la Iglesia universal; b) la -> Escritura como magnitud unitaria; c) la -> analogía de la fe (n° 12). El reconocimiento del valor regulativo de la tradición viva de la Iglesia universal se funda históricamente en que por un lado, cada libro surgió del seno de la Iglesia con miras al servicio de la predicación actual, y, por otro, la fijación definitiva del -> canon de ambos testamentos, entendido como norma non normanda, es una función de esta Iglesia viva, en la cual, según el NT, por el -> Espíritu Santo actúa el Cristo glorificado como fuerza de la automanifestación de Dios. La importancia heurística de la tradición viva de la Iglesia no puede valorarse ni utilizarse excesivamente en su aspecto positivo. Cuando en casos particulares se recurre a «la unidad de toda la Escritura» (explicación de una afirmación o de un escrito particular por el contexto bíblico total; ante todo teniendo en cuenta los textos paralelos, sobre todo en los libros más tardíos) y a la «analogía de la fe» (explicación de un lugar por la armonía interna de toda la revelación propuesta por la Iglesia) como medio para hallar el sentido de un texto; a fin de evitar concordancias forzadas hay que tomar en consideración, además de la intención del enunciado -que debe deducirse del contexto próximo y del remoto-, el estadio de la revelación al que pertenece el texto en cuestión (EnchB 109).

En cuanto la sagrada Escritura es testimonio del Dios que ofrece su alianza y de su voluntad salvífica y santificadora que se ha revelado definitivamente en Cristo, y en cuanto en la historicidad de la -> existencia el entender y el decidir están en interdependencia mutua, la interpretación sólo puede alcanzar su fin si al más adecuado método histórico y científico se añade una fundamental actitud personal y existencial del exegeta, a saber, la disposición a hacerse «discípulo» a la vez que «historiador» (L. Bakker), a ver en su significación «histórica» la acción y la palabra de Dios atestiguadas en la Escritura, a entenderlas como un suceso que le afecta a él mismo, que le promete y llena, que lo agracia y juzga. Sólo cuando el exegeta se acerca a la Escritura con esa postura, se cumple la más sublime exigencia de la hermenéutica.

V. Un principio hermenéutico unitario

La pregunta de qué es (o no es) la «fe» en sentido bíblico, y especialmente en sentido neotestamentario, así como la cuestión (relacionada con la anterior) de la «preinteligencia», son temas que en el marco del debate en torno a la -> desmitización han pasado decididamente al centro de la discusión. Tal como hoy se reconoce en general, en lo relativo a los textos históricos no se dan un preguntar y un entender plenamente libres de prejuicios, pues también el intérprete moderno procede de una concreta situación histórica y lleva siempre consigo una preinteligencia innata y adquirida (de tipo filosófico, teológico, etcétera), una subjetividad determinada, a base de la cual investiga las fuentes e intenta adquirir una comprensión total de los fenómenos atestiguados por la Biblia. Si por «preinteligencia» (o «prejuicio») se entienden determinados esquemas particulares o totales que se llevan consigo, determinados juicios y opiniones previas, el exegeta debe estar dispuesto a que los textos los pongan en duda, o los confirmen, o los corrijan, en cuanto estos textos dan una información segura, o al menos fundada. Además de esto hay que conceder, especialmente a R. Bultmann: a) que cada interpretación está soportada necesariamente por una cierta preinteligencia del asunto estudiado, a saber, por la previa «relación vital con la cosa» expresada en el texto (Glaube und Verstehen ii 227); b) que esta preinteligencia, necesaria también para la interpretación de la Escritura, se da en el preguntar acerca de Dios que mueve la vida humana, y que en la conciencia de cada hombre particular puede tomar distintas formas, p. ej., pregunta sobre la salvación y el sentido del mundo y de la historia, sobre la salvación ante la muerte y la seguridad ante el destino cambiante, sobre el destino y la finalidad de la existencia de cada

uno; c) que la pregunta por la concepción de la existencia humana (y de su realización) que se manifiesta en el mensaje neotestamentario de Cristo es una cuestión legítimamente hermenéutica, y que, por consiguiente, la Escritura debe interpretarse existencialmente (interpretación -> existencial). El pensamiento de que los hombres conocen y aprehenden la revelación divina como la consumación gratuita de su aspiración más profunda, corresponde a lo que antes hemos llamado «más sublime exigencia» de la h.b. Pero resulta muy problemática la exigencia hermenéutica de que el mensaje de Cristo expresado «mitológicamente», sea interrogado y esclarecido exclusivamente a base de una inteligencia compatible con la concepción que el hombre actual tiene de sí mismo y de la realidad (concepción que se identificaría con la de las ciencias naturales). Con todo, es innegable que todavía espera una solución el problema planteado por las diversas explicaciones de la revelación de Cristo que aparecen en el NT, en las cuales de ningún modo se da una armónica unidad sistemática. ¿Se puede hallar un principio hermenéutico que permita ponderar la auténtica transcendencia de cada una de las afirmaciones bíblicas, las cuales usan concepciones y formas de expresión ligadas al tiempo y están condicionadas por la situación, es decir, por determinadas necesidades pastorales? Y la reciente discusión también nos plantea la cuestión, hermenéuticamente importante, de qué significa «revelación» o «acción» o «palabra» de Dios, y de cómo puede producirse y se produjo en concreto la automanifestación de Dios.

IV. El problema hermenéutico del AT

Tanto el postulado hermenéutico de Bultmann, para quien la historia judía del AT «en su contradicción interna, en su fracaso» es una profecía, como el esfuerzo, quizás más general todavía, de comprender la importancia teológica de la exégesis históricocrítica (fundamentalmente afirmada), suscitaron una intensa reflexión sobre el problema hermenéutico del AT. Aquí se trata ante todo de la relación entre los dos testamentos, de decidir si, hasta qué punto y en qué sentido para la interpretación del AT es hermenéuticamente legítima una preinteligencia cristiana. Prescindiendo del extremo de una nivelación de ambos testamentos, en el campo protestante actúan ante todo dos tendencias. Por un lado, los que exigen (partiendo de la acentuación de la discrepancia entre ambos testamentos) que el AT sea comprendido según la inteligencia que él tiene de sí mismo en su tiempo, la cual no se legitima por el NT, y que sea introducido en el entender evangélico como un poder que afecta a nuestra existencia (p. ej., P. Baumgärtel; en forma distinta F. Mildenberger). Por otro lado, la dirección que se basa en el pensamiento de la unidad del testimonio bíblico y de una significación «prefigurativa» de los sucesos veterotestamentarios. En ella, con acentuaciones distintas, se defiende una moderada interpretación «tipológica» (entre otros G. v. Rad; W. Eichrodt; H.W. Wolff), la cual queda fundamentada hermenéuticamente de diversos modos, y a veces es considerada como imposible de regular hermenéuticamente defiende una línea intermedia F. Hesse; cf. el volumen de C. Westermann).

También la exégesis católica más reciente parece ver el «problema hermenéutico más inquietante con relación al AT» en la tensión entre la interpretación «histórica» y la «cristiana». «Hemos de interpretar históricamente, pues, por honradez intelectual, debemos buscar lo significado originariamente. Y hemos de interpretar cristianamente, pues en la Biblia se trata para nosotros de la palabra de Dios» (N. Lohfink). Se intenta una síntesis ante todo por la doctrina del «sentido pleno» (sensus plenior), según la cual en el sentido literal, por encima de lo conocido y conscientemente querido por el autor (o según otros, por lo menos presentido), hay una plenitud de sentido pretendida por Dios que rebasa el contenido literal. Su existencia es defendida hasta hoy (D.P. de Ambroggi; R.E. Brown; P. Benoit; P. Grelot), pero también es discutida (R. Bierberg; G. Courtade; J. Schmid; B. Vawter). Aun reconociendo en principio la posibilidad del sentido pleno (así como la del parecido sentido «típico»), se presenta problemática sobre todo la respuesta a la pregunta acerca de los criterios hermenéuticos fundados practicables por los que pueda establecerse en concreto el sentido pleno de los diversos textos particulares del AT. El problema se agudiza por el hecho de que los métodos exegéticos de los hagiógrafos neotestamentarios, condicionados por el tiempo, y sus diversas exégesis cristianas de ciertos pasajes (mera ilustración, auténtica demostración por una profecía) con frecuencia contradicen a las exigencias obvias de la exégesis histórica, de modo que no se consigue armonizar las citas o las demostraciones escriturísticas del NT con el sentido literal histórico-filológico de los textos correspondientes del AT. En ciertas citas se puede conceder «que el sentido de las palabras intentado por los autores del AT o por Dios mismo está ya en la línea de su sentido pleno cristiano» (J. SCHMID, 173); pero con frecuencia los hagiógrafos del NT dan a los textos del AT un sentido distinto (incluso opuesto) del pretendido por los autores veterotestamentarios, les dan un sentido al que no conduce ninguna línea desde el «sentido literal» del AT. En el intento de encontrar una síntesis sin juicios arbitrarios entre la interpretación histórica y la cristiana (p. ej., H. Gross: correspondencia y superación como propiedades esenciales del principio bíblico «promesa-cumplimiento»; N. Lohfink: interpretación cristiana con la historia plena de la tradición, que abarca la interpretación del NT), junto con la acentuación de la orientación hacia Cristo inherente al testimonio de la Escritura y al acontecer veterotestamentario de la revelación, deberá tenerse en cuenta sobre todo el carácter auténticamente histórico de la revelación en general y de la que empieza con la acción de Jesús en particular, y habrá que librarse de la idea insostenible de que la revelación en Jesús se puede contender como el cumplimiento rectilíneo de un diseño (preparado en el AT o que mediante combinaciones pueda deducirse de él) en que se hallaran anticipados la persona, el camino y la obra del revelador escatológico. La cuestión de un adecuado principio unitario para la interpretación del AT y del NT, así como de todo el canon, está esperando todavía un esclarecimiento ulterior.

Anton Vögtle