GUERRAS DE RELIGIÓN
SaMun

La sociedad por su esencia constituye un complejo movimiento de reflexión. Por un lado, todo hecho, como realidad que tiene un sentido interpersonal, queda integrado en un contexto de significación. Por otro lado, toda inteligencia común de las significaciones sociales se traduce a una objetividad material. En consecuencia una g. como acto nunca es solamente el conjunto de acciones político-militares, sino que, con el mismo realismo, tiene también la significación que le dan las sociedades beligerantes. En cuanto esta significación refleja, como toda actividad de la reflexión, aspira a lograr su plenitud en una realidad que tenga un sentido absolutamente satisfactorio y, en este dinamismo, presenta necesaria y esencialmente una dimensión religiosa (dando aquí a la palabra «religión» la acepción de sentido social absoluto), una g., como todo suceso social, tiene también su importancia religiosa y así, en última instancia, es siempre una g. de r. Sin embargo, según las maneras fundamentales como se puede realizar la sociedad, entre los distintos tipos posibles de conflictos guerreros, desde el punto de vista de su importancia religiosa se pueden distinguir dos tipos diferentes en principio, de los cuales sólo el segundo ha de considerarse específicamente como guerra de religión.

1. Sociedades muy homogéneas, fuertemente integradas (en el sentido de que todas las esferas de la vida social están reflejamente unificadas en un conjunto coherente), cuando llegan a la g. entre ellas, junto con las bases materiales y las instituciones políticas está siempre sometida a decisión su propia interpretación cultural y religiosa de la vida social. En las antiguas sociedades esta pluridimensionalidad de la g. quedaba reflejada con particular claridad en el calificativo de g. santa, en la cual estaban implicados los dioses respectivos, como supremas hipóstasis que representaban la concepción de la sociedad acerca de sí misma. En ella, la autoafirmación militar y política era a la vez una prueba del poder de la divinidad o las divinidades correspondientes. Aquí la g. tenía incluso una especial función integrante, pues nunca como en ella se exigían tan expresamente la unidad interna del organismo social y la unión con su Dios, aspectos que se manifiestan precisamente en la acción bélica («así la g. puede ser considerada como un hecho eminentemente cultural» [G. v. Rad]; «El campamento de la g., cuna de la nación, fue también el más antiguo santuario. Allí estaba Israel, y allí estaba Yahveh» [J. We]lhausen]). Esta unidad inmediata de finalidades e intereses en todos los grados de la autorrealización de la sociedad se continuó claramente en la edad media, aunque con una creciente complicación, en las grandes guerras entre el «occidente cristiano» y los imperios islámicos (-a cruzadas, -> reconquista). En ambas partes la muerte en la g. era considerada como una entrada inmediata en la forma ideal de una sociedad integrada: la «comunión de los santos». Incluso en el pasado más reciente y en la actualidad se tiende a una tal integridad, con efectos distintos, en Estados con fuerte matiz ideológico, como los socialistas y los que encarnan una postura militante anticomunista, especialmente los fascistas (cf. la proclamación de distintas fases de la segunda guerra mundial como «cruzada» contra el fascismo, por un lado, o contra el comunismo en defensa de la cristiandad occidental, por otro lado).

2. Las guerras específicamente religiosas, que por lo menos gradualmente se distinguen de las meramente «profanas» (y de las «g. santas», que pueden darse al mismo tiempo), presuponen una diferenciación en la sociedad, en el sentido de que los diversos niveles de la actuación social, sobre todo los políticomilitares y los religiosos, han adquirido una amplia independencia mutua. O, más exactamente, en el sentido de que sus respectivas implicaciones sociales retroceden de tal modo comparación con los niveles llegados a una autonomía dinámica, que los motivos políticos y religiosos ya no se presentan como modalidades reflexivas de una - motivación, sino como diversos móviles yuxtapuestos y en concurrencia. Las g. de r. en sentido específico constituyen un momento totalmente determinado de crisis en ese proceso de diferenciación. Por una parte, aquí se ha llegado ya, en la esfera de la conciencia y en la institucional, a una separación entre el plano político-militar y él religioso, y, con ello, a una delimitación de las distintas motivaciones. Pero, por otra parte, la tendencia a la integración conjunta de la sociedad se resiste a llevar a la práctica en una estructura social pluralista la diferenciación que ya se ha producido. Y así las corrientes que empujan en esa dirección son impugnadas (con medios políticos y militares) como destrucción herética de una sociedad que aparentemente todavía conserva la unidad religiosa (en este sentido las g. de r., a diferencia de las «g. santas», por su estructura en principio son guerras civiles, a saber, crisis o conflictos dentro de una sociedad en un estadio determinado de su desarrollo).

El primer ejemplo, todavía no muy rico en consecuencias, y además militarmente muy parcial, de una g. de r. en la historia europea podría ser el de las -> persecuciones cristianas en el imperio romano. Pues, en ellas, un poder estatal que desde mucho tiempo se había hecho autónomo (precisamente cuando estuvo en manos de los mejores emperadores, que se esforzaron no sólo por asegurar una posesión geográfica y económica, sino también por lograr la mezcla interna de la sociedad regida por ellos) intentó imponer al menos algunos momentos de su clásica concepción religiosa contra el pluralismo de distintos cultos, para preservar así un resto de mediación social absoluta, buscando en la uniformidad religiosa la base última de toda cohesión. En la era de -, Constantino este conflicto se convirtió en una g. de r. en el sentido expuesto, aunque luego no se llegó a una fundamental crisis social, sino al «giro constantiniano». La reintegración total de la sociedad, ahora en el horizonte y con la fuerza de la religiosidad cristiana.

Frente a esto, en las guerras religiosas de principios de la ---> edad moderna se dio por primera vez la crisis que implica ese tipo de contiendas bélicas. De ellas salió un progreso histórico-dialéctico que, con un radicalismo todavía absolutamente imprevisible, determina nuestra actual situación social en lo relativo a la teoría sobre la religión y en la práctica religiosa. El trasfondo social de estos sucesos está en la singular situación del cristianismo durante la --> edad media, que tenía en el papa una suprema institución primariamente religiosa y en el emperador una suprema institución primariamente política. Ambas instituciones querían de igual manera - aunque nunca en decidida concurrencia - establecerse como medio absoluto que diera la última integración social por encima de la creciente división de Europa en Estados y naciones (división que, entre otras causas, fomentó ese antagonismo). Tal situación fue desde el primer momento un factor muy poderoso para la desintegración del orden medieval. Esa diferencia social llevó a una crisis violenta, no tanto por la contienda inmediata entre papa y emperador (la cual constituye una singular lucha histórica en la esfera teológico-política por la función absoluta de mediación social, y así representa una g. peculiar con su vertiente explícitamente religiosa), cuanto por el interés y los esfuerzos religiosos y político-sociales de toda la cristiandad occidental por reprimir a los grupos «heréticos», que se separaban explícitamente y amenazaban la frágil integridad del orden social de la edad media.

Este intento todavía tuvo éxito en la guerra contra los albigenses (1181; 1209-29), que fue proclamada como una cruzada de la sociedad contra los -> cátaros, pero tuvo, más bien, el carácter de una acción policíaca por parte de las autoridades políticas y religiosas. También en la guerra contra los husitas, declarada asimismo en 1420 con una bula de cruzada, la «cristiandad» actuó todavía contra los herejes como un cuerpo social unitario bajo la guía común del papa y del emperador. Pero ya aquí (tanto en lo militar como en lo jurídico: «compactatos de Praga») se pudo imponer ampliamente dentro de la Iglesia y del imperio un grupo separado política y nacionalmente y, al principio, también en el aspecto religioso.

La reforma, finalmente, introdujo la ruptura definitiva de las anteriores instancias mediadoras de la sociedad occidental. Esa ruptura ya no puede curarse, ni por la expansión de los turcos entendida como un peligro común, contra el cual se proclamó la «g. santa», ni por las largas y cruentas g. de r. en la historia europea. Ciertamente el emperador todavía entendió la guerra contra la liga de Smalkalda (1546-1547) como «una ejecución en el marco del derecho imperial» (Iserloh) y, además, como una acción para restaurar el orden social y político; en este sentido, el papa prestó su auxilio a Carlos v. Pero en el momento culminante del triunfo del emperador fue precisamente el papa quien, por motivos de poder, obstruyó la oportunidad de un apaciguamiento religioso-político del imperio retirando sus tropas, y así consolidó la posición de los estamentos protestantes en la dieta de Augsburgo (1547) y para la «paz religiosa de Augsburgo» (1555). Se impuso irrevocablemente la desintegración religiosa, y con ello total, de la sociedad occidental en todos los planos de mediación: en Francia por las guerras de los hugonotes (1526-1570, paz de St. Germain; en 1572 la noche de san Bartolomé; en 1576 el edicto de pacificación de Beaulieu; formación de la liga católica, en 1598 el edicto de Nantes); y en el Imperio por la guerra de treinta años (1618-1648), que es la mayor lucha civil que ha habido a causa de la autointerpretación religiosa de una sociedad. Al quedar indecisa, ella forzó el reconocimiento definitivo de una sociedad «pluralista», dividida en la mediación de un sentido absoluto. Esta ruptura se hizo evidente en la total ineficacia de la apelación papal contra la paz de Westfalia: «El sistema europeo de Estados se emancipó del papado» (Jedin) como absoluto factor integrante de la sociedad.

Estas g. de r., como amplísima crisis en las posibilidades de mediación de la sociedad europea (y en cuanto tales hallaron su continuación más consecuente en la --> revolución francesa), son los primeros presupuestos sociales para la filosofía social de la -a ilustración y del -* liberalismo, que incluso teóricamente, tuvieron en cuenta el pluralismo como nuevo modo de interacción social. Y también sirven de presupuestos para la problemática constitutiva de la sociedad moderna, la cual, sobre la base del -> pluralismo y de la desvinculación progresiva entre política y religión, tiene que integrarse de nuevo en todos los niveles de reflexión como niveles de mediación social. Este problema, más encubierto que resuelto en su radicalismo por la prolongación de máximas abstractas, procedentes en tiempos del cristianismo, p. ej., los «derechos del --> hombre» como un elemental consentimiento social, y esquivado simplemente por la actual autocomprensión ideológica tanto del mundo «libre» como del «socialista» como del «tercer mundo», de todos modos ha sido abordado políticamente por el nuevo modo de mediación (lábil en principio) de la democracia. Frente a esto, en el campo religioso la enseñanza impartida por las g. de r. ha sido entendida un tanto superficialmente como una exhortación a la -> tolerancia fáctica, como una renuncia a la fuerza militar para imponer el propio modelo de integración y de salvación. El problema apenas ha sido descubierto en toda su hondura. Reconociendo positivamente el pluralismo social, la tarea específicamente moderna consiste en esbozar teóricamente - con espíritu crítico frente a sí mismo - y llevar a la práctica el posible sentido de lo absoluto, la significación que en principio tiene aquel estadio de mediación en el que se cumple evidentemente la dialéctica de la reflexión social, y con ello el sentido categorial de aquello que todavía sea posible como religión (cf. también -> Iglesia y mundo).

Konrad Hecker