C) ESCOLÁSTICA PRIMITIVA

 

1. Los siglos que medían entre la terminación de la época patrística y finales del siglo xi fueron tiempos de escasa actividad espiritual. Los hombres de ese período se redujeron a reunir y seleccionar la herencia recibida, sin desarrollar la propia iniciativa en orden a la comprensión racional y valoración crítica del material. Tras algunos intentos a este respecto en la prescolástica, los cuales apenas tuvieron repercusión, la situación cambió con Anselmo de Canterbury (1033/34-1109), que por su punto de partida metódico del Credo ut intelligam (Proslogion, c. 1) ha sido llamado con razón padre de la -->escolástica. Pero no hemos de ignorar que en el momento inicial de la e.p. Anselmo constituye una cima solitaria con su obra teológica, distinguiéndose fuertemente del ambiente circundante tanto por la meta que se propone como por lo que de hecho realiza. Él se proponía penetrar más profundamente en los misterios creídos con ayuda de la razón purificada por la fe; y en esta empresa renunció plenamente al argumento de autoridad, aunque sin caer en una disolución racionalista de los misterios salvíficos. A diferencia de Anselmo, el argumento de autoridad desempeña un gran papel en toda la e.p. Además, en el curso del siglo xlr, el intellectus fi dei siguió cada vez más la dirección de una teología de conclusiones, la cual no se interesaba tanto por penetrar más profundamente en cada misterio de fe, cuanto por lograr un progreso externo del saber tomando como base las diversas verdades de la fe. 

2. Este giro en la teología y filosofía no se debió al descubrimiento de nuevas fuentes o de métodos desconocidos hasta entonces, sino que fue obra de influyentes personalidades científicas; y a la vez se produjo en correspondencia con las innovaciones en todos los campos de la actividad humana: economía, artesanía, nuevos caminos comerciales; orden social: feudalismo, desarrollo de las ciudades; política: estados nacionales; arquitectura: gótico; literatura: poesía cortesana, novelas caballerescas; en el terreno religioso: victoria de la -> reforma gregoriana.

3. El horizonte filosófico en que se realizó esta renovación es el ->neoplatonismo, tal como lo transmitió sobre todo Agustín, que después de la Escritura es la mayor y más citada autoridad en la e.p. Junto a Agustín, pero en un plano muy inferior, hay que citar como fuentes a Casiodoro, Isidoro de Sevilla, Marciano Capella, Gregorio Magno, Jerónimo, Dionisio Areopagita, Juan Damasceno, Orígenes. En medio del creciente interés por problemas puramente filosóficos, sobre todo en la escuela de Chartres (Adelardo de Bath, Bernardo y Thierry de Chartres, Clarenbaldus de Arras, Guillermo de Conches) se acudió además a Platón mismo, aunque de sus obras sólo se conocía un fragmento del Timeo en la traducción de Calcidio. Partiendo de esta situación histórica del espíritu puede comprenderse que para toda la e.p. Platón fuera el filósofo por excelencia y gozara de alto prestigio.

4. Mientras que hasta el umbral del siglo xii la labor teológica y la cultura estaban reservadas con pocas excepciones a las escuelas conventuales, ahora aparecen con un influjo que crece rápidamente en la vida eclesiástica y cultural las escuelas catedralicias, en las cuales junto a la teología se enseñan las artes liberales, la jurisprudencia y en parte también la medicina. Con esto se inicia la ya mencionada transformación en el programa del pensamiento teológico. Mientras que las órdenes monásticas contemplativas (benedictinos, cistercienses) tendían a una unión afectiva y mística con Dios -ésta era la meta de Anselmo a pesar del método apologético y dialéctico -, a la teología escolástica le interesaba en primer término el progreso científico, que se alcanzó sobre todo gracias a la aplicación metódica de la dialéctica. Se dispuso del instrumental lógico para esto gracias a las traducciones de las obras de Aristóteles y a los comentarios de Boecio sobre ellas (Logica vetus). Aquí no se cultivó la dialéctica por sí misma, contra lo que en gran parte sucedía en la facultad de «artes», procedimiento que algunas veces condujo a un formulismo puramente lógico y que, con ello, hizo sálir a la palestra a los antidialécticos como el extremo opuesto, sino que la dialéctica fue puesta totalmente a servicio de la teología. Sobre todo Pedro Abelardo (1079-1142), con sus comentarios a la Lógica y su escrito Sic et non (aquí se justifica expresamente la introducción de la dialéctica en la teología, y se demuestra su legitimidad mediante la armonización de sentencias contradictorias de los padres), y Gilberto de Poitiers (hacia 1080-1154), con sus comentarios a los Opuscula sacra, de Boecio, contribuyeron a que se abriera paso la aplicación de la dialéctica en el terreno teológico, contra la resistencia procedente de los círculos de la teología monástica, en cuya cumbre se encontraba un hombre tan influyente como Bernardo de Claraval (hacia 1090-1153). Mientras que Abelardo fue condenado en el concilio de Soissons (1121) y en el sínodo de Sens (1141) a causa de sus errores teológicos, Gilberto, que había sido acusado ante el papa por sus errores trinitarios, pudo escapar a la condenación en los dos consistorios de París (1147) y de Reims (1148). Él quedó vencedor en la disputa con Bernardo. Junto a estas acusaciones, que en parte estaban justificadas y en parte son comprensibles por las falsas interpretaciones, se dio también una impugnación por principio de la dialéctica y de su aplicación a la teología, así p. ej., en Walter de San Víctor. Gracias al conocimiento de las restantes obras del Organon aristotélico (Logica nova: Analytica posteriora, Topica, De elenchis sophisticis) hacia mediados del siglo xii, todo este movimiento recibió un intenso impulso nuevo, con lo cual los antidialécticos perdieron cada vez más terreno y prestigio. No siempre es posible una delimitación clara entre la teología monástica y la escolástica. En la escuela victorina y especialmente en Hugo de San Víctor (t 1141), el teólogo más universal de esta época, ambas direcciones llegaron a sintetizarse en una fructífera unidad. Lo común y específico en la teología de la e.p. es el método, que se encarnó en la configuración externa de la enseñanza y de la literatura científica (comentario, cuestión, suma) y que, a pesar del procedimiento estrictamente racional, concedió a la fe la primacía sobre el conocimiento natural, dada la situación histórico-salvífica del hombre caído (homo incurvatus: Anselmo de Canterbury). Bajo el aspecto de lo temático o del material, esta época se caracteriza por una gran variedad. En torno a maestros famosos se forman escuelas, así, p. ej., en Laón (Anselmo y Radulfo de Laón, Guillermo de Chanpeaux, el fundador posterior de la escuela de San Víctor), en Chartres (Gilberto de Poitiers o «Porretano», Juan de Salisbury, Otto de Freising, Alanus ab Insulis, Radulfo Ardens, Joaquín de Fiore), en París (Abelardo, Pedro Lombardo, Pedro de Poitiers, Roberto Curson, Simón de Tournai, Pedro de Capua, Praepositinus, Esteban Langton, Guillermo de Auxerre), en San Víctor (Hugo, Ricardo). Cada una de las escuelas tenía sus propias opiniones doctrinales en determinadas cuestiones discutidas, y mantenía con los demás una relación de fructífera disputa. Una uniforme concepción general de la teología estaba excluida de antemano por el mero hecho de que faltaba una metafísica que pudiera crear la condición previa para ello. Se pretendió armonizar el material teológico de las colecciones de sentencias según las leyes de la dialéctica, y sistematizarlas de acuerdo con ciertos principios de división. En conexión con Agustín se intentó una doble división en valores absolutos y relativos (utenda et fruenda). El esbozo de Abelardo establece una triple división en fides, caritas, sacramentum. En este esfuerzo por un esbozo sistemático de la teología reviste una importancia especial Pedro Lombardo (hacia el 1095 hasta 1160), con sus Libri quatuor sententiarum. Apoyándose en la mayor parte de los símbolos de fe compuestos en los primeros tiempos, él articula esta obra según el orden cronológico de la historia salvífica. Y así surgen cuatro libros: 1, Dios; 2, la creación; 3, la redención; 4, los sacramentos y la escatología. El Lombardo no pertenece a las grandes figuras creadoras del siglo xii. Su obra se caracteriza más bien por una equilibrada y crítica selección entre las diferentes direcciones escolares y por una buena ordenación del material teológico. La obra del Lombardo, por puntos de vista puramente prácticos, desde fines del siglo xii se convirtió en manual escolar de la teología; con lo cual la ordenación contenida en ella llegó a imponerse, y en cierto modo se ha conservado hasta nuestros días con diversas modificaciones.

5. Junto a la sistematización del material de las sentencias y a la solución de muchos problemas particulares, la contribución de la e.p. a la escolástica en general consistió en la formación y aplicación del método dialéctico. Se dedicó especial atención a la elaboración de una clara y precisa terminología filosófica y teológica; la lógica del lenguaje de esa época da un testimonio elocuente de esto. Partiendo de aquí se produjo igualmente un cambio en la actitud frente a Platón (en la forma neoplatónico-agustiniana), cambio que condujo a la alta escolástica. Gracias a la utilización de la lógica aristotélica -el s. XII sólo conoció a Aristóteles como lógico y en cuanto tal lo tuvo en alta estima - y a la concomitante penetración de algunos pensamientos metafísicos del Estagirita, finalmente fue creándose poco a poco el presupuesto para una amplia recepción de sus escritos metafísicos desde los primeros decenios del siglo XIII. El conocimiento del «nuevo Aristóteles» fue sumamente importante para la teología y filosofía de este tiempo y, dentro de la continuidad en la transición, constituye la cesura entre la e.p. y la alta escolástica. En este tiempo cae también la fundación de las primeras universidades (Bolonia, París), con lo que comienza algo nuevo en la misma forma externa de la vida científica.

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Richard Heinzmann