EJERCICIOS ESPIRITUALES

I. Origen, esencia y método

Los e. se desarrollaron en el transcurso de los siglos a tono con los cambios en la -->espiritualidad de la época respectiva. Así se formaron poco a poco los diversos elementos esenciales de la práctica actual: retiro durante un tiempo exactamente determinado, procedimiento planificado según determinados puntos de vista bajo la dirección de un director de ejercicios, y elaboración de un propósito determinado para imitar a Cristo.

El ejemplo de Jesús en el desierto y el de los apóstoles cuando esperaban la venida del Espíritu Santo (Act 1, 13) motivaron que ya muy pronto bastantes obispos y fieles que se sentían llamados se retiraran a la soledad durante largo tiempo. Eutimio (t 463) fue uno de los más celosos promotores de este movimiento, que en los siglos vi y vri se había extendido ya por todas partes. En la edad media se construyeron en muchos monasterios celdas apropiadas e incluso «ermitas» para huéspedes que querían practicar ejercicios espirituales.

Los padres del desierto fueron los primeros que crearon formas fijas para estos ejercicios, con meditación, examen de conciencia y prácticas ascéticas, las cuales en el siglo xiii adquirieron mayor profundidad y rigor. Pero fue la devotio moderna, sobre todo Mombaer y García de Cisneros, la que fijó en sus detalles los caminos (la mayoría de las veces divididos en siete partes) y grados de meditación, aunque se abstuvo de crear un método unitario, rígido y aplicable a otros ámbitos espirituales.

Como resalta Pío xi en la encíclica Mens nostra, Ignacio de Loyola asumió inmediatamente la herencia de la tradición patrística y monacal. Él recogió las partes esenciales más importantes para elaborar un método de meditación y, con sus Ejercicios, creó un sistema ascético de espiritualidad que se distingue por el equilibrio de sus elementos particulares y su unidad armónica, y que sirve al único fin de hallar en paz a Dios nuestro Señor. Como dice Paulo iii en la bula de aprobación, Ignacio se apoyó en la Escritura y en las experiencias de la vida espiritual. Él no parte de principios teoréticos, sino de hechos de la historia salvífica. No da al principio una definición de creación, de pecado o de vocación, sino que muestra la realidad de la creación, del pecado y de la vocación divina tal como la sagrada Escritura y la doctrina de la fe presentan estos hechos. Partiendo de ahí llega a las consecuencias teológicas y a los problemas personales del ejercitante. Quiere conseguir que adquieran vida en éste las doctrinas fundamentales del cristianismo: la Trinidad, la creación, la redención, la gracia, el pecado original, así como la realidad de la Iglesia. El ejercitante debe saber desde el principio que se halla bajo la acción constante de Dios. Gradualmente es llevado a una nueva comprensión de su vida y de la importancia que las realidades sobrenaturales y naturales tienen para su existencia. A la luz de Dios el hombre conoce el sentido de la creación, de la historia y de su propia vida, experimenta su encadenamiento por el pecado y también el ofrecimiento de la redención en Jesucristo, y finalmente, por la conmoción de esta doble experiencia, llega a la -> metanoia. Jesús, en cuanto salva, vincula simultáneamente a su misión. En el curso ulterior de los e. el ejercitante, tomando parte con su meditación en la vida, muerte y resurrección de Jesús, debe penetrar cada vez más profundamente en el «espíritu» de Cristo, en su pensar, sentir y querer, a fin de que, en medio de la apertura interna que da ese compartir los sentimientos de Jesús (Flp 2,5; de donde nace una vigilancia critica para la -> discreción de espíritus), pueda experimentar la llamada que le señala su misión especial en la Iglesia. Los ejercicios están así a servicio del crecimiento en el amor, que conoce en cada caso su propio camino y en todas las cosas descubre a Dios, a quien se ha de servir a lo largo de la vida entera. Ese esfuerzo se realiza en unión inmediata con el Señor y bajo la guía del director de e., siguiendo las reglas que Ignacio propone en sus Ejercicios espirituales, obra que no quiere ser un libro edificante ni la exposición teórica de un sistema, sino que se propone servir de guía espiritual y recoger la iluminación divina que Ignacio experimentó en Manresa el año 1522, a cuya luz todas las cosas le parecían nuevas, «como si fuera él otro hombre con otro entendimiento» (Autobiografía, n .o 30). En los años siguientes, hasta el 1548 (aprobación por Paulo iir), Ignacio reelaboró varias veces el diseño de Manresa y lo convirtió en un manual para directores de e., apoyándose también a este respecto en estímulos ajenos (sobre todo en la Imitación de Cristo, de TOMÁS DE KEMpIS).

Los ejercicios tienden a una renovación total del individuo y, por su mediación, de la sociedad. Por esto, aunque al principio no se dieron a grupos sino individualmente, sin embargo no sólo produjeron un profundo cambio en la vida de algunos hombres, sino que llevaron además a obras de reforma en muchas diócesis, en conventos y en otras instituciones eclesiásticas, sobre todo porque pronto se practicaron e. comunitarios tomando como base la forma ignaciana. Cada casa de e. (la primera fundación se llevó a cabo el año 1561 en Alcalá) se convirtió en un centro espiritual con amplio ámbito de influencia. Carlos Borromeo basó sus esfuerzos por la renovación del clero en los ejercicios ignacianos. La casa «Asceterium», fundada el año 1569 en Milán, constituyó el punto de partida para un poderoso movimiento de e. En el siglo xvii, por la actuación de grandes misioneros populares, este movimiento se extendió a amplios círculos en casi todos los países católicos. Las casas nuevas, ampliadas (la primera casa de este tipo se abrió en Vannes el año 1659), hicieron posible la organización de cursos regulares de e., de modo que cada vez pudieron participar más fieles en estos e. espirituales.

La difusión y eficacia de los e. se debió en buena medida a las constantes recomendaciones de 36 papas, en más de 600 declaraciones de diversa índole. Pío xi nombró a Ignacio patrón de los e. (25-7-1922) y en la encíclica Mens nostra (20-12-29), dedicada a los e., caracterizó así el libro de Ignacio: Es « el manual más sabio y amplio de dirección de almas..., es la dirección más segura hacia la conversión interna y hacia la más profunda piedad».

II. Espiritualidad

La espiritualidad y la pedagogía de los e. se manifiestan mediante el estudio de su texto y la investigación de su función en la vida espiritual de su autor (cf. principalmente la Autobiografía). Los trozos más importantes de su primer manuscrito (otoño del año 1522) son: la llamada del rey, las dos banderas, la historia del pecado y el examen de conciencia, los rasgos fundamentales de las reglas para la discreción de espíritus. La primera fijación escrita de su fin la ofrece Pedro Fabro: modus ascendendi in cognitionem divinae voluntatis. El conocimiento de la voluntad de Dios con relación a cada uno y la «elección» de una vida que satisfaga cada vez más a esta voluntad están en el punto central de los e. ignacianos.

La pedagogía que guía a este fin empieza en la labilidad pecadora del hombre y en su acción entre la voluntad de Dios y la oposición del mundo. Por la discreción de espíritus hay que iluminar la situación, superar las imágenes y los motivos demasiado humanos de conducta y dejar libre la mirada para la voluntad divina en la figura del Hijo de Dios hecho hombre. Este esclarecimiento y ahondamiento se producen en aquel proceso íntimo que lleva al «sentire», un conocimiento de corazón que supera el conocimiento racional de los objetos de la fe y su aprehensión afectiva, y que hace oír la llamada de Dios en el centro de la personalidad humana. Por la mediación humana (director de ejercicios) debe alcanzarse que él mismo, el creador y Señor, se comunique a sí mismo al alma que se le entrega, y la disponga para aquel camino donde en adelante mejor pueda servirle. A este conocimiento de corazón sigue la elección, la cual, más que una aplicación de leyes generales a un caso particular con ayuda del pensamiento deductivo, es la armonía sentida internamente de la pura apertura del hombre a Dios ante un objeto concreto de elección. De esta elección ejercitada continuamente resulta aquel orden de la vida para salvación del alma que la gracia de Dios señala a cada uno.

La evidencia de la llamada sentida en lo más íntimo queda también fundamentada por otro momento cognoscitivo, por las «meditaciones acerca de Cristo nuestro Señor» (de la segunda a la cuarta semana). La imagen de Cristo que aparece en los e. surgió en la «eximia ilustración» junto al río Cardoner (Manresa 1522). Su contenido es: la dinámica de las personas divinas en la Trinidad y sus huellas en la creación; el Hijo de Dios hecho hombre, como prototipo y origen de todas las cosas creadas, y como fundador del orden redentor con su presencia permanente en el hombre y en el mundo; finalmente, la función mediadora que la humanidad glorificada del Señor tiene en la obra de salvación. De esta consideración cristológica del mundo se sigue que tanto la realidad mundana como la Iglesia, aunque con distinta claridad, son lugar de la experiencia de Dios, e igualmente que la búsqueda de la voluntad divina ha de dirigirse hacia esos ámbitos y que Dios puede buscarse y hallarse «en todas las cosas». El «sentire» como palabra clave de Ignacio para referirse al conocimiento espiritual tiene por tanto como una «estructura hipostática» (H. Rahner), la cual impide todo espiritualismo exaltado. La plena e intacta visibilidad de la obra de salvación en Cristo y en su Iglesia es, por ello, la medida del impulso espiritual que experimenta cada uno y constituye el límite de los posibles objetos de elección en el seguimiento de Cristo. En el descubrimiento de esta medida que la iglesia impone a cada uno hay que buscar el papel del director de e. El principio fundamental del conocimiento ignaciano de la elección está expresado en las reglas sobre el sentire cum Ecclesia, de las cuales la 1ª. y la 13ª conservan su validez por encima del condicionamiento temporal de las otras. El «ordenamiento de la vida para salvación del alma» tiene el carácter de servicio (mystique de service: J. de Guibert). Pero el servicio a Dios como creador y Señor ha de realizarse en medio del mundo. Por tanto, en todo programa de vida planificado y decidido en la elección («fruto de los e.») ha de estar contenida la preocupación espiritual por el prójimo, como imitación de la entrega divina a los hombres por la redención de Jesús. Este giro hacia «afuera» del hombre preocupado por la salvación de su propia alma es lo peculiar de la espiritualidad de los ejercicios.

Ignacio Iparraguirre (I) - Ernst Niermann (II)