ECONOMÍA, ÉTICA DE LA

La é. de la e. trata, dentro del marco de la ética social, sobre el sentido y el orden justo de la economía según los principios morales. La ética y la economía son, desde luego, dos ámbitos específicamente distintos con sus leyes peculiares. Sin embargo, en el marco de toda cultura ambos órdenes están estrechamente unidos. El espíritu económico (el estilo de la economía) es una emanación del respectivo espíritu de la cultura y de la vida en cada época (A. Müller-Armack). Por eso, el -> derecho natural cristiano halla aplicación en la economía, por lo general en un sentido «complementario» (Tomás de Aquino), es decir, tal como se deriva de los datos que cambian en el marco de la evolución social (J. Messner).

Los más importantes conceptos claves son aquí la -> propiedad y el -> trabajo. El contenido de ambos está sometido, dentro del marco de la historia humana, a un cambio continuado.

I. Evolución histórica

A base de muchas observaciones, la historia de la religión ha llegado a la conclusión de que ya el hombre primitivo en su actuación económica se guiaba por ideas morales. Para su pensamiento religioso de tipo mágico, el trabajo, la caza, la rapiña, el cambio y el comercio son actividades que ayudan a su débil vida. La posesión y la propiedad son para él o su familia (comunidad) algo sagrado (parentesco entre cambio y sacrificio, técnica y magia como fruto de Ja « superioridad» humana [G.v.d. Leeuw], origen mágico del dinero). El trabajo era para el hombre primitivo parte inseparable de su vida, aunque él no tenía aún un concepto adecuado para expresar esto (Fourastié).

El mundo agrícola con sus siete milenios de antigüedad no conoce ninguna duda general sobre el derecho de propiedad. Lo mismo que el trabajo, la propiedad es para él «una realidad dentro de la substancia de la vida en el mundo, una realidad destacada en el orden económico y legítima bajo el aspecto ético» (A. Gehlen). De su afirmación y estimación de la propiedad, de la voluntad de estabilidad y de la disposición a subordinarse a lo común nace con el progreso de la cultura el orden jurídico. En la civilización superior de los griegos y los romanos, el trabajo (a excepción del agrícola) era tenido por despreciable, y se imponía, por ende, a metecos (extranjeros) y esclavos. Sin duda esta mentalidad tuvo también la culpa de que, aun existiendo muy altos conocimientos científicos, en la antigüedad no se desarrollara la técnica.

El derecho romano (con variantes germánicas) siguió en vigor para el mundo cristiano de occidente. Sin embargo, el pensamiento cristiano pronto puso nuevos acentos. Cuando Tomás de Aquino dijo: «La propiedad privada es lícita, pero es obligatorio su uso para el bien común», quiso, por una parte que el derecho de propiedad se entendiera como una seguridad de la libertad humana, pero, por otra, también resaltar la obligación respecto de la comunidad que con ella va unida (la «hipoteca social de la propiedad»). Ya en los primeros tiempos del cristianismo el trabajo fue afirmado como obediencia al orden divino del mundo y como medio de penitencia. Benito de Nursia (ora et labora) le confirió valor moral, de suerte que vino a convertirse en resorte principal de la configuración medieval del mundo.

Así el mundo agrícola y feudal (incluso el dominio del suelo) se apoyó hasta muy entrada la edad moderna sobre el terreno de «lo jurídica y moralmente admisible» (H. Mitteis), y, por tanto, se guiaba por el «derecho natural» en el más pleno sentido de la palabra. En cierto modo, todas las estructuras sociales tenían sus raíces en un suelo «natural». La fidelidad por un lado condicionaba protección y amparo por otra. También la artesanía, el comercio y el orden ciudadano en general conocían el concepto capital de unos ingresos adecuados al «estamento». Para todos los estamentos estaban en vigor ciertos derechos y deberes de acuerdo con la tradición. Los derechos tradicionales podían también ponerse a salvo en caso de necesidad por medio de la resistencia. La diferencia entre pobre y rico era tenida (dentro de ciertos límites) como consecuencia del orden divino. Todo esto entrañaba naturalmente la existencia de grandes injusticias, que también eran sentidas como tales.

Así, las cuestiones capitales de la é. de la e. que se debaten en la actualidad, surgieron por primera vez con el capitalismo y la economía capitalista, así como con su polo opuesto, el -> socialismo. El sistema industrial en la actualidad es calificado a menudo como «la superación de un segundo umbral absoluto» dentro de la historia humana (A. Gehlen, H. Freyer); el primero habría sido, siguiendo esa imagen, el tránsito a la forma de vida sedentaria en el neolítico. A este gran giro precedieron, evidentemente, evoluciones de larga duración, p. ej., la -> secularización del pensamiento y el absolutismo; y, en el terreno económico, el fisiocratismo, el mercantilismo, la manufactura, el sistema editorial, etcétera. Estas etapas previas del gran capitalismo tuvieron su propia ética económica: el pueblo debía ser conducido al bienestar haciendo de él una sociedad trabajadora. A ello se encaminaba, entre otras cosas, una dura guerra contra la pobreza, la mendicidad y la ociosidad. Prisiones, casas de trabajadores, de pobres y huérfanos fueron puestas al servicio de la disciplina y educación para el trabajo, y con ello se creó un estamento de trabajadores que ostentaba ya las notas del proletariado. La revolución industrial misma fue cimentada por el liberalismo (mecanización del hilado y tejido, la máquina de vapor, todo el sistema de fábricas). El liberalismo, con su exacto conocimiento del cambio de la situación económica, defendía que «la ganancia del empresario está justificada como mérito por el servicio a la comunidad» (J. Messner).

Los epígonos de los clásicos defendieron la opinión de que la economía del libre mercado se mantendría en equilibrio por el mero afán individual de ganancia y así - si no inmediatamente, por lo menos con el tiempo- se produciría la plena armonía de intereses. En esta mentalidad no hay ya lugar para la ética económica. En su puesto se introdujo, una vez tranquilizada la conciencia de los empresarios capitalistas, la ley económica de la libre competencia. Su víctima fue el proletariado obrero, cuya miseria había de durar un siglo completo (salarios de hambre, nuevas oleadas de paro, difusión del trabajo de niños en Inglaterra hasta el año 1875).

El industrialismo reorganizó completamente el trabajo de las fábricas por la división del mismo (primero sólo entre los hombres, luego entre el hombre y la máquina). El trabajo vino a ser una mercancía (la idea del trabajo como materia prima) y, por otro lado, se convirtió en una mera repetición sin aportación personal (primitivo taylorismo, producción en serie de los años veinte). Fábrica y explotación se convirtieron en «construcción artificial de hombres parciales» (W. Sombart). El precio de esta economía sin ética se pagó por millones con moneda humana. Han sido necesarias varias generaciones para que desaparecieran las más duras atrocidades.

El desarrollo del industrialismo sin duda era indetenible y necesario. El sistema industrial ha hecho posible en dos siglos escasos triplicar con creces la población de la tierra, ha elevado el nivel de vida en medida antes inconcebible y, a base de los medios de comunicación (tráfico y noticias), ha creado la actual unidad del género humano. Con todo, puede darse por seguro que la evitación de los daños humanos (sobre todo en la época del gran capitalismo propiamente dicho) por medio de una auténtica é. de la e., si bien habría retardado algo el desarrollo del industrialismo, sin embargo no lo habría impedido. Pues la técnica moderna fue puesta y sigue estando al servicio de la economía, pero es casi independiente de un determinado sistema económico. Por otra parte, juntamente con el correspondiente espíritu económico, ella es la base más importante del sistema industrial.

La --> «cuestión social», suscitada por el capitalismo en su gran época, sacó a la palestra poderosas fuerzas contrarias a él, sobre todo los sindicatos y los partidos socialistas. A la vez se levantaron voces en favor de una auténtica é. de la e., lo mismo en las Iglesias que en la ciencia (cátedras de sociología, asociación para la política social; cf. -> movimiento social cristiano, en sociedad). De este modo, y gracias a la política estatal de signo social, se ha desarrollado propiamente una ética moderna de la economía. Lo mismo que las llamadas «ciencias del comportamiento»: la psicología, la sociología, la economía nacional y la antropología, que antes estaban sólo in nuce en la filosofía y teología; así también la actual é. de la e. ha nacido de las necesidades de los tiempos novísimos. Puede muy bien decirse que la actual -> doctrina social cristiana (en --> sociedad) se ha desarrollado en gran parte partiendo de temas de ética económica y en contraste con la imagen individualista y utilitaria del mundo. Sin duda todos estos problemas significan una responsabilidad enorme para la é. cristiana de la economía.

El socialismo marxista se volvió con toda su fuerza contra el capitalismo liberal, y puso en la picota con singular energía sus monstruosidades. K. Marx protestó apasionadamente contra la explotación del hombre por el hombre en la lucha de clases y en la «enajenación» que va ligada a ella. Sin embargo, su doctrina no se ordena a la reforma del sistema de clases, sino a su aniquilamiento por medio de la revolución universal. Sólo con la victoria de esta revolución y por el dominio del proletariado se encontrará el hombre a sí mismo. Únicamente entonces la esencia humana, de suyo sana, podrá existir sanamente. Marx creía plenamente en la omnipotencia del hombre técnico y científico, que en la comunidad creada por él debe dominar la historia y la naturaleza, y redimirse a sí mismo. Sin embargo, su materialismo histórico y su determinismo ético no contiene una ética económica propiamente dicha. Su doctrina es más bien una filosofía milenarista de la historia.

Ya los «revisionistas» reconocieron en el marxismo ciertas ideas relativas a valores éticos. Así, actualmente hay en el socialismo múltiples indicios de una ética de la cultura y de la economía. Esa ética se distingue de la cristiana sobre todo porque, más o menos interpreta la sociedad como «utilitaria organización externa» (J. Schasching).

II. Problemas actuales de la ética económica

Desde el punto de vista de la actual é. de la e. es de desear, no sólo una amplia defensa de los ingresos, sino también la posibilidad de acceso a la propiedad (vivienda propia, creación de un capital ahorrado, participación en la propiedad de los medios de producción). La seguridad y el bienestar sociales no deben ir tan lejos, que se paralice la iniciativa para la solución de los propios problemas. La política económica debe hallar un sano equilibrio entre la seguridad del dinero y la del pleno empleo, pues la inflación es por lo menos tan dañosa como cierta medida de desocupación o paro.

Puesto que la libertad es un principio primario de orden social, también en la economía ha de respetarse cuanto sea posible (p. ej., en la elección de profesión y puesto de trabajo, en el empleo de los ingresos y en la libre iniciativa empresarial). La propiedad sólo debe limitarse en cuanto lo exija absolutamente el bien común (ninguna «expropiación por votación»).

Los dos principios fundamentales de la doctrina social católica (-> solidaridad y -> subsidiaridad) también tienen validez en la economía. De donde se sigue que el estado en principio debe encomendar la economía a la responsabilidad individual. Ha de rechazarse toda forma de economía por «comando», aun en los países en vías de desarrollo, que están dando el «primer paso crítico» hacia la creación del capital.

Por otra parte, las necesidades de los países en vías de desarrollo son para el mundo occidental la «cuestión social de hoy». La renta «per capita» en los EE. UU., Canadá, Australia y en los países del noroeste y centro de Europa oscila entre 500 y 1.500 dólares al año. En todo el sudoeste asiático y en la mayoría de los países africanos y sudafricanos, esta cuota está alrededor o por debajo de los 100 dólares. El 30 % de la* población del globo posee el 80 % de los bienes, mientras el 70 % de los hombres deben contentarse con el restante 20 % de todos los bienes y productos. Esta irritante desigualdad debe equilibrarse según el criterio de una auténtica é. de la e. mediante la ayuda generosa al desarrollo.

El papa Pablo vi exigió en su encíclica Populorum progressio (28-3-1967) que el pensamiento cristiano de la solidaridad no sólo se aplicara a la economía de cada país, sino también al mundo entero. Dada la creciente desigualdad inicial de los países en vías de desarrollo con relación a los países industriales, las reglas de juego de la libre mecánica del mercado no pueden determinar por sí solas las relaciones económicas internacionales. El círculo diabólico de pobreza, falso desarrollo y crecimiento descontrolado de la población es en muchos casos herencia del -> colonialismo e imperialismo de ayer. Hoy, por tanto, la superabundancia de los países ricos ha de emplearse en bien de los más pobres.

Max Pietsch