CONSTITUCIONES
DE LA IGLESIA PRIMITIVA

I. Concepto

Aquí nos referimos exclusivamente a las c. eclesiásticas de la literatura del cristianismo antiguo, que en su mayor parte se conocen sólo desde el s. xix y xx. Se trata de los más antiguos diseños conservados de directrices para el derecho, la disciplina, la liturgia y la moral en la Iglesia. Los comienzos de tales diseños, que muy pronto se hicieron necesarios para la existencia de las comunidades, se encuentran ya en el NT. Por lo que se refiere a las diferencias en el contenido y en la forma de las antiguas colecciones eclesiásticas que nos son conocidas, resultó difícil determinar la procedencia y el tiempo, así como la relación o la dependencia mutua. Hoy podríamos tener por fidedignos los siguientes datos. Como muestra más antigua de c. hemos de mencionar las cartas pastorales (cf 1 Tim 2, 1-3, 13; 5, 1-20; 6, ls; Tit 1, 6-9; 2, 2-5.9s [3, ls]).

El primer testimonio de c. autónomas de la Iglesia es la llamada Doctrina de los doce apóstoles (Did.; probablemente de la primera mitad del s. ii; atribuida generalmente a los -->padres apostólicos), la cual ejerció un influjo duradero. De comienzos del s. tii data el llamado orden eclesiástico de Egipto, que con gran probabilidad ha sido identificada como La tradición apostólica, de Hipólito de Roma (con una pequeña reelaboración). En la segunda mitad del s. III ha de situarse la Didascalía apostólica (siríaca), que muestra una notable dependencia de la Did.; casi del mismo tiempo procede el orden apostólico de la Iglesia (comienzos del s. iv). Con esto hemos mencionado los escritos fundamentales hasta ahora conocidos que sirvieron de base para grandes colecciones desde el s. iv. P. ej., la colección veronense contiene la Didascalia, las ordenaciones eclesiásticas de Hipólito y el orden apostólico de la Iglesia. La más conocida y amplia de estas colecciones la tenemos en las Constituciones apostólicas, donde están elaboradas tradiciones procedentes de la Didakhe, de la Didascalia y de Hipólito; y a manera de apéndice del mismo autor se añaden los Cánones apostólicos. Entre otras colecciones especiales se encuentran el Testamentum Domini, que representa una elaboración del orden eclesiástico de Egipto en el marco apocalíptico de un diálogo entre el Resucitado y sus discípulos. Las c. eclesiásticas proceden en parte directamente de Siria, en parte están determinadas por tradiciones orientales.

II. Peculiaridad y temática

Desde la perspectiva de la historia de la teología, estos escritos son valiosos bajo varios aspectos. Prescindiendo de su contenido variable, pues aquí no vamos a entrar en los detalles particulares, son documentos de una Iglesia que se va consolidando en su constitución, su liturgia y su moral. Con su creciente material relativo a las disposiciones sobre nombramientos, derechos y obligaciones de los minitros (doctores, apóstoles, profetas, presbíteros, obispos y diáconos), con sus directrices para la organización y celebración de la liturgia (bautismo, eucaristía, ayuno, calendario de fiestas, formularios de oraciones), con indicaciones acerca de la recta conducta de la Iglesia, con la regulación de la disciplina penitencial y el orden de estados en la comunidad; dichos escritos cons-, tituyen un testimonio elocuente sobre las circunstancias eclesiásticas de cada momento, aun cuando ese testimonio no carezca de lagunas a pesar de su profusión. Desde diversas regiones y épocas reflejan una imagen multiforme de la vida eclesiástica.

En la parénesis, en los ritos y en los textos litúrgicos se ve cómo ha sido asumido el acervo judío de procedencia oriental, pero con una modificación decisiva bajo la perspectiva cristiana, de manera que precisamente en esta recepción queda documentado el movimiento contrario al judaísmo (contra el que no pocas veces se polemiza). En conjunto se manifiesta aquí una Iglesia que, aun regulando meticulosamente su orden en cada lugar concreto, en comparación con la posterior forma de pensar, da pruebas de una mayor despreocupación y magnanimidad respecto a la unidad en la constitución y la liturgia, estando persuadida de que precisamente la diversidad es un testimonio de la unidad de la fe (Ireneo, según Eusebio, (Hist. eccl., v 24, 13 ).

De todos modos aparece aquí bajo muchos aspectos el carácter local de las c. eclesiásticas. Al comienzo de la historia de la Iglesia no se encuentra un libro de derecho uniforme, sino que, más bien, se van formando las c. eclesiásticas en medio de múltiples condiciones particulares y en armonía con la práctica concreta de una Iglesia regional. Aquí tenemos un paralelismo respecto a la evolución de la predicación, de la teología y del dogma, con los cuales está íntimamente entrelazada la práctica de la vida eclesial. Los Iglesias particulares se desarrollan con gran autonomía y variedad.

La redacción de las c. eclesiásticas, con las cuales debe crearse la regla permanente para la vida de la comunidad, demuestra la tendencia estabilizadora en medio de todo el movimiento y apertura en el proceso evolutivo. A fin de que el derecho y las costumbres quedaran investidos de la debida autoridad y así pudieran ser aceptados más allá del lugar y del momento, estos escritos fueron atribuidos a los apóstoles, con lo cual recibían un rango supremo. En el título de la mayoría de los órdenes eclesiásticos aquí comentados se indica que el autor es un apóstol (cartas pastorales, Didakhe, Didascalia, orden apostólico de la Iglesia) o por lo menos que se trata de una tradición apostólica. Con esto no se pretende afirmar quién es el autor, ni con intención crítica ni fraudulenta, sino que así queda expresada la convicción propia de la antigua Iglesia acerca del carácter apostólico y obligatorio de sus c. (lo mismo que de su predicación). Cuanto la Iglesia hace incluso en los detalles más concretos de su vida, la forma que adquiere y va cambiando en el curso de su historia, está en conexión con el tiempo apostólico y con su norma permanente, norma que en su redacción originaria había podido prescindir en gran parte de una formulación a base de parágrafos, si bien ya muestra una multitud de regulaciones y de elementos jurídicos, de los cuales seguramente sólo un pequeño número está atestiguado en los escritos neotestamentarios.

Lo mismo que la predicación, también el orden de la Iglesia está garantizado por la tradición apostólica. Aquí actúa la misma conciencia apostólica de la antigua Iglesia que: entre los numerosos y diversos escritos que estaban en circulación, delimitó el -> canon de los libros apostólicos; entre las diversas tradiciones, fijó la sucesión apostólica con ayuda de las listas de obispos; y, ante la multiplicidad de grupos cristianos, desde el s. iv estableció un «símbolo apostólico de fe». En el mismo sentido son «apostólicas» las c. Esta referencia de todo lo eclesiológicamente importante a la base fidedigna de la apostolicidad, por una parte se debe a la preocupación de no abandonarla predicación, la fe y la vida de la comunidad a un curso arbitrario y oscilante; y, por otra parte, constituye a la vez una delimitación. Todo remitirse al origen apostólico tiende inmediata o indirectamente a la autoafirmación de la Iglesia frente a corrientes heterodoxas, que a su vez acostumbran a atribuirse un origen apostólico. De ahí que esta terminología tenga en muchos casos un acento más o menos polémico o definidor, también en relación con las c. eclesiásticas, que deciden autoritativamente en cuestiones discutidas sobre los oficios, los estados, el culto, la displina y la ética en la Iglesia.

Con ello queda asegurada la eficacia duradera y homogénea de las disposiciones. Pues su autoridad apostólica no ha de considerarse solamente como una legitimación posterior de lo que ha llegado a ser, sino también como una autorización de la fijación pretendida de cara a su influjo en el futuro. Esto puede observarse claramente en la recepción, elaboración, actualización y el desarrollo de las anteriores c. eclesiásticas en las posteriores. Con lo cual en estas ordenaciones jurídicas y en su carácter literario queda sedimentada la persuasión acerca de la continuidad del orden apostólico a través de las variaciones del camino histórico de la Iglesia.

Norbert Brox