CARISMAS
SaMun


I. Doctrina bíblica

El concepto Járisma fue introducido por Pablo en la terminología teológica; los sinópticos, Juan y los Hechos de los apóstoles sin duda conocen el fenómeno de los c., pero no el concepto de c. que aparece en Rom, 1 y 2 Cor, 1 y 2 Tico y 1 Pe. Pablo creó una marcada teología de los c. (si bien él, con relación a los dones espirituales de la gracia, además de Jarísmata usa también los conceptos pneumatiká, diakoniai y energúemata [ 1 Cor 12 ] ). Es característico en él el esfuerzo (cf. sobre todo 1 Cor 12-14) por delimitar los c. frente a los fenómenos de entusiasmo y de éxtasis, por ordenarlos adecuadamente en la vida de la comunidad y por entenderlos como una nota peculiar de los bautizados (Rom 12, 6; 1 Cor 7, 7). En las listas donde se enumeran los c. (Rom 12, 6ss; 1 Cor 12, 8ss; 12, 28ss) el punto de vista decisivo es el servicio a la comunidad.

Los c. han sido dados para bien de todos (1 Cor 12, 7 );por esto Pablo prefiere el don de profecía, que es inteligible para todos y sirve a la edificación de la comunidad, al don de lenguas, que sólo sirve para la edificación y devoción propias (1 Cor 14). En la lista de 1 Cor 12, 28ss (cf. también Ef 4, 11) el Apóstol menciona en primer lugar los ministerios carismáticos de la comunidad, a saber, apóstoles, profetas y maestros, y luego, junto a c. tan extraordinarios como el donde hacer milagros, el de curar y el de hablar diversas lenguas, menciona c. que acreditan personalmente, como el poder de asistir y de gobernar (cf. además, 1 Cor 12, 8ss, donde se enumeran también: la palabra de sabiduría y de conocimiento, la fe y la -> discreción de espíritus; y Rom 12, 8, donde aparecen la benignidad y la misericordia). Para mostrar sensiblemente la ordenación mutua de los diversos c. y sus funciones, Pablo usa la imagen del cuerpo (1 Cor 12, 12-26; cf. Rom 12, 4ss). Como los fenómenos extáticos que en gran parte acompañan a los c. también se hallan fuera de la comunidad y pueden existir en la Iglesia misma sin estar legitimados por la fe, Pablo recurre al Pneutna como signo distintivo. Sólo en él es posible decir «Señor Jesús»; este «Kyrios» es el señor de los dones del espíritu (1 Cor 12, 3ss), y en él tiene su fundamento el amor que ha de superar y soportar todos los dones del espíritu, para que éstos queden adecuadamente integrados en el todo (1 Cor 13 ).

Rom 5, 16 y 6, 23, con el concepto totalmente general del inmerecido don salvífico de Dios, se aparta ya de esta especial y terminológicamente fija inteligencia de los c.; 1 Tico 4, 14 y 2 Tim 1, 6 hablan de c. en el sentido de gracia de estado o del oficio, mientras que el sentido literal de 1 Pe 4, 10 se acerca a la concepción aquí diseñada.

II. La importacia de los c. para la vida de la Iglesia

La definición de la teología escolástica, según la cual los c. son privilegia peculiaria Ecclesiae apostolicae et primitivae, no puede apoyarse seriamente en Pablo, pues, para él, ciertamente los c, son en gran parte fenómenos de entusiasmo que caracterizan la situación escatológica de la Iglesia, pero, en principio, bajo todas sus formas (extáticas o sometidas al orden comunitario) pertenecen siempre a la Iglesia, ya que el bautismo justificante y el espíritu vivo están ordenados mutuamente. Por tanto el c. habría de describirse como signo de la (dispositiva, extrasacramental) gracia victoriosa, el cual en circunstancias puede presentarse como un fenómeno extraordinario, cercano al milagro, pero también puede presentarse sencillamente como fuerza de la gracia en las pruebas cotidianas (y, con ello, como --> virtud). Los c. son una característica de la operación del Pneuma en los justificados y, por tanto, pertenecen en todo tiempo a la imagen de la Iglesia (no sólo en el periodo de su fundación o en momentos extraordinarios por los movimientos entusiásticos de devoción).

Ya las cartas pastorales anuncian un proceso que había de imponerse en el tiempo postapostólico: el c. queda vinculado al -> oficio eclesiástico y a sus órdenes. Y a esto se une que las manifestaciones abiertamente carismáticas se hacen cada vez más raras. El montanismo y el donatismo son típicos para la relación crítica entre el oficio y el c. en el tiempo siguiente. Pero la tensión entre ambos nunca se desvió tan fuertemente hacia el oficio, que los fenómenos y dones carismáticos se extinguieran totalmente. El monaquismo (donde no está totalmente anquilosado en lo institucional), el ascetismo (-> ascética), la --> virginidad, el -> martirio, la -> pobreza y los movimientos de pobreza, la -> mística, las virtudes sociales y también la ciencia teológica, fueron y pueden ser formas de aparición de lo carismático. En último término el oficio eclesiástico, si no quiere hacerse profano, es inconcebible sin c.

Los servicios de la lista de Rom y 1 Cor, los cuales tienden a un oficio y después recibieron de hecho un carácter institucional (¡cartas pastorales!), revisten un matiz carismático incluso más allá de Pablo. Las afirmaciones de la Escritura sobre el sacerdocio general (Ap 1, 6; 5, 9s) y la elección de todos en la Iglesia para un sacerdocio real y para el pueblo santo de Dios (1 Pe 2, 9, etc.; cf. Vaticano il, De eccl., n .o 11), así como la concepción neotestamentaria de la Iglesia como comunidad escatológica del tiempo salvífico que ya ha hecho su irrupción (cf. Vaticano II, De Eccl., n .o 48), exigen lógicamente la estima y el cultivo de lo carismático en todos los miembros y ámbitos de la Iglesia. Naturalmente, corresponde al oficio el último enjuiciamiento y valoración de lo carismático, pero, por otra parte, este oficio debe dejarse corregir por lo carismático y escuchar la protesta que todo c. implica contra la petrificación institucional. Como testimonio del Espíritu los c., junto con los -> sacramentos, constituyen la vida de la Iglesia en su multiformidad. Su ausencia o su opresión hace increíble a la Iglesia, conduce a la uniformidad, e impide toda dinámica.

En la Constitución sobre la Iglesia el Vaticano il concede especial atención a lo carismático (= pneumático) en la Iglesia (particularmente n .o 12, y también n .o 4, 34s, 40s, etcétera). Esta nueva valoración fue preparada en cierto modo por la encíclica Mystici corporis (AAS 35 [ 1943 ] 200s; Dz 2288), si bien ésta todavía entiende por c. en primera línea «dones prodigiosos», o sea, fenómenos especiales y marginales. Puesto que el Vaticano II reconoce la operación del Espíritu incluso fuera de los limites visibles de la Iglesia católica, el concilio también cuenta con la posibilidad de que allí existan c. (De Eccl., n .o 15; De Oec., n .o 3 ), y entiende el -> ecumenismo como expresión de lo carismático en la Iglesia (De Oec., n .o 1, 2; 4, 1, etcétera). Pues sólo el Espíritu puede conceder a la Iglesia su multiformidad y fundar la unidad en ella.

Estévao Bettencourt