ARQUEOLOGÍA CRISTIANA
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I. Concepto, fuentes, método, misión

La a.c. es una ciencia histórica y como tal forma parte del conocimiento de la antigüedad cristiana. Sin embargo, mientras el conocimiento relativo a la antigüedad cristiana abarca la patrística, la hagiografía, la liturgia y la administración eclesiástica, en cuanto estas parcelas del saber nos informan sobre la vida de la Iglesia dentro de la cultura grecorromana hasta la muerte de Gregorio Magno (t 604), la a.c., como disciplina particular, se limita a investigar la tradición monumental del cristianismo primitivo. A este respecto, en el método crítico de la investigación de los monumentos juegan un papel decisivo la determinación de la autenticidad, del lugar de origen, de la antigüedad de los mismos y su interpretación. La a.c. de suyo prescinde de la investigación de la tradición literaria, pero indirectamente tiene que recurrir también a ella, como fuente secundaria para una más exacta interpretación teológica de las fuentes primarias, que son los monumentos. A estas fuentes secundarias o indirectas pertenecen: la -> Escritura, la Didakhe, la traditio apostolica, los -> padres apostólicos, los -> apologistas griegos del s. ii, los escritores cristianos del s. iii al vi, los apócrifos, los escritos antiheréticos del s. ii, las actas y pasiones de los mártires, los calendarios, los martirologios, los sinaxarios, los menologios, los sacramentarios, las listas de papas y de obispos, los itinerarios y los catálogos topográficos (cf. P. TESTINI, Archeologia Cristiana [R 1958] 3-36).

Sólo mediante el estudio complementario de estas dos fuentes puede la a.c. cumplir con cierto grado de aproximación su misión peculiar, a saber: a base de los monumentos estudiados metódicamente, aportar datos valiosos para la historia de los -->dogmas y de la -> Iglesia, para la ciencia comparativa de las -> religiones y para la historia del derecho y del arte (L. VOELKL: LThK2 ii, 1134). Ciertamente, la a.c. no es en primera línea teología monumental o arte arqueológico, de modo que hemos de dar razón a L. Voelkl cuando dice: «...Entonces la arqueología cristiana se presenta como aquella rama de la ciencia de la antigüedad que en primera línea estudia las fuentes monumentales, debiendo defender su independencia frente a la parte arqueológica del arte e igualmente frente a la teología monumental» (l.c.). El arqueólogo cristiano ha de investigar en primer lugar el material de los monumentos; pero, una vez hecho esto, se presenta la cuestión del contenido teológico allí reflejado. Con ello se conserva la justamente exigida independencia de la a.c., pero a la vez se echa de ver que en segundo lugar ella ha de proporcionar los sillares para una teología monumental, y que así se convierte en testigo de la primitiva vida cristiana.

Por eso Pío xi en el motu proprio (11-121925) con que erigió el «Pontificio Instituto de Archeologia cristiana» decía: «Sono (sc. monumenti dell'antichitá cristiana) testimoni altrettanto venerandi che autentici della fede e della vita religiosa dell'antichitá ed insieme fonti di primissimo ordine per lo studio delle istituzioni e della cultura cristiana fin dai tempi piú prossimi agli apostolici» (AAS 17 [ 1925 ] 619 ). Por este motivo también en la enseñanza académica la asignatura llamada «arqueología crístiana» fue incluida en el grupo de las disciplinas principales (Ordinationes ad Const. apost. «Deus scientiarum Dominus» de Univ. et Facult. stud. eccles. rite exsequendam AAS 23 [ 1931 ] 271). Sobre la relación de la a.c. con la parte arqueológica del arte, podemos decir lo siguiente: Mientras la arqueología artística se ocupa de los monumentos en cuanto éstos son una obra de arte, la a.c. estudia los testimonios de carácter monumental prescindiendo de si se trata de obras de arte o de meros productos de artesanía; por esto la a.c. no puede equipararse simplemente con el «arte cristiano primitivo» y, por tanto, también bajo este aspecto conserva su autonomía. Por otra parte hemos de resaltar que dentro de las fuentes monumentales las de valor artístico ocupan un lugar especial. Así, secundariamente, la arqueología cristiana puede convertirse durante un largo trecho en ciencia del arte cristiano primitivo, y, a este respecto, el elemento formal y estilístico juega un papel importante si se le compara con el arte helenístico-romano. Según CM. Kaufmann las fuentes monumentales directas se pueden dividir en cinco grupos:

1. Arquitectura: a) Edificios sepulcrales: catacumbas, cementerios sub divo (tumbas en tierra, sarcófagos, mausoleos e iglesias cementariales; b) edificios sacrales: basílicas, baptisterios, cenobios, hospitales, episcopia, pandoquias, nosocomios; c) edificios privados.

2. Pintura: pintura de libros, frescos, mosaicos.

3. Escultura: plásticos, relieves, ornamentos, sarcófagos.

4. Orfebrería: plástica pequeña, plástica noble, escultura en madera, en marfil y en metal, arte textil, utensilios litúrgicos y devocionales (por ejemplo, ampollas), cosas de oro, ornamentación, numismática.

5. Epigrafía: inscripciones funerarias, grafitos, inscripciones de Dámaso, inscripciones posdamasianas, elogios de los mártires y títulos de edificios en las catacumbas romanas, títulos de basílicas.

II. Historia y problemas más importantes de la investigación

En el s. xv algunos peregrinos visitaron las catacumbas todavía no exploradas y dejaron allí inscripciones garrapateadas. Aquí no se puede hablar todavía de un interés científico. Lo mismo hemos de decir acerca de las visitas de los miembros de la Academia Romana (Pomponio Leto) a las catacumbas romanas; ellos valoraron los hallazgos paganos y no prestaron atención a los testimonios del cristianismo primitivo. Con todo prepararon el camino para los que en el s. xvi, ahora a causa de un verdadero interés por la primitiva vida cristiana, empezaron a descender a estas grutas. También hubo estudios epigráficos (colección de 235 inscripciones cristianas hecha por P. Sabino en 1494) que influyeron en esta dirección. Felipe Neri, que visitó las catacumbas de san Sebastián, y Carlos Borromeo se hallan entre los pioneros de la frecuentación de las catacumbas como testimonios de la primitiva vida cristiana, que por primera vez exploraron científicamente A. Fulvio y O. Panvinio. Este último fue el verdadero precursor de C. Baronio y de A. Bosio. Mientras C. Baronio fue el primero que en sus Annales Eclesiastici utilizó a fondo sobre todo las obras manuscritas de Roma, Bosio se convirtió desde 1593 en el primer investigador sistemático de las catacumbas romanas; él se dejó influir también por la literatura patrística y hagiográfica (de su obra Roma sotteranea sólo apareció en 1634 el primer libro de la segunda parte). G. Severano y P. Aringhi difundieron las obras de Bosio; R. Fabretti (t 1700) dio estímulos con sus estudios epigráficos, y B. Bebel, profesor de Estrasburgo, intentó por primera vez una exposición sistemática de la arqueología cristiana (Estr 1679).

Pero también hubo en esta época, principalmente hasta principios del s. xviii, tendencias que fueron perjudiciales al trabajo arqueológico: una búsqueda afanosa y sin espíritu crítico de cuerpos de mártires en las catacumbas, fomentada en parte por altas personalidades; tendencias surgidas en la disputa con los reformadores a utilizar los hallazgos para los fines de la teología apologética, las cuales iban unidas a la idea utópica de que a base de los datos sacados de las catacumbas se podría reconstruir un catecismo o una dogmática de la Iglesia primitiva. A pesar de este defecto, no cabe discutir a los investigadores de las catacumbas en los siglos xvri y xvizi el mérito de haber coleccionado mucho material. Si bien esta pasión coleccionista, que llevó a copiar una gran cantidad de imágenes e inscripciones, en ocasiones arrastró a cambiar de lugar algunas de éstas, lo cual es especialmente desfavorable tratándose de inscripciones que en la mayoría de casos sólo tienen significado cuando continúan en su propio lugar y contexto o, por lo menos, cuando se sigue conociendo su origen, no obstante, el valor de ese coleccionar está fuera de toda duda. También fueron importantes para el enriquecimiento de la investigación los estudios literarios de las fuentes (J. Mabillon, Bernardo de Montfaucon, los Bolandistas, L.A. Muratori).

Después de un período de investigaciones particulares, con G. Marchi se puso en marcha una nueva oleada de investigación científica de las catacumbas, que G.B. de Rossi (t 1894) se apropió y configuró en la línea de la moderna a.c. Precisamente por el estudio de itinerarios, inscripciones, calendarios y martirólogios le fue posible a De Rossi descubrir tumbas (tumba del papa Cornelio, gruta de los papas del s. ili) y obtener otros hallazgos en las catacumbas. Todo esto fue importante para la historia de los papas de la época antigua y para conocer la primitiva conciencia cristiana 'acerca de la redención de Cristo. De Rossi también marcó la dirección para la época siguiente mediante la reconstrucción de la topografía de los antiguos cementerios cristianos de Roma. Síguieron inmediatamente a De Rossi en este trabajo O. Marrucchi, M. Armellini y R. Garrucci. Precisamente Garrucci, en su obra

Storia dell'arte cristiana nei primi otto secoli delta chiesa (6 vol. [Prato 1837-81]), ha contribuido mucho por sus conocimientos bíblicos y patrísticos a una interpretación teológica de las obras, la cual después fue muy importante para el trabajo iconográfico del investigador de las catacumbas J. Wilpert (t 1944 ).

Para la moderna a.c. Wilpert representa el tipo de sabio que siguiendo un exacto método científico de trabajo, ha estudiado primero los monumentos (catacumbas, sarcófagos, mosaicos), para luego poder deducir de allí el contenido teológico. Él, en contraposición al arqueólogo P. Styger, tras las sencillas imágenes del A y del NT que se hallan en las catacumbas intentó ver una y otra vez, no sólo la mera declaración histórica, sino además la imagen o el contenido creyente que allí late.

Sin duda en esto Wilpert fue a veces demasiado lejos, pero, no obstante él tiene el mérito de que a través de ese doble estrato de trabajo, manteniendo plenamente la autonomía de la a.c., la ha enfocado como una disciplina parcial del conocimiento de la antigüedad que ayuda a descubrir el credo de la Iglesia primitiva bajo la luz de los monumentos. F. Benoit, A. Ferrua, E. Josi, E. Kirschbaum y U.M. Fasola han llevado adelante esta tendencia, quizá a veces con mayor precaución. J. Kollwitz, Th. Klauser, F. van der Meer, A. Grabar, A. Stuiber, E. Stommel, F.G. Dtilger, L. de Bruyne, A. Weis, Ch. Ihm y F. Gerke han seguido contribuyendo a que, tomando como base las investigaciones de las catacumbas y, en concreto, de los mosaicos y sarcófagos, de las imágenes del AT, de las escenas bíblicas del NT y de las imágenes de Cristo y de sus santos, se esbozara una teología sobre Cristo y su redención así como sobre la Iglesia según la mente de los primeros cristianos, lo cual a su vez ha sido muy importante para el conocimiento de la devoción primitiva. A este respecto tienen una importancia singular los trabajos de G.A. Wellen sobre la imagen de la Madre de Dios en las fuentes monumentales de ese tiempo. Aquí, lo mismo que en las imágenes de Cristo y de sus santos, no se trata solamente de ver lo que en sus obras el artista dijo entonces como representante del pueblo creyente acerca de la vida de fe. Eso aparte, estas tempranas declaraciones pueden proporcionarnos importantes estímulos, no sólo para modernas creaciones artísticas, sino también para nuestra actual vida de fe. Por ejemplo, el lugar que ocupó María en las obras monumentales de entonces debería ser un motivo de reflexión para nosotros y podría al mismo tiempo constituir un punto de partida para la transformación de nuestro pensamiento (Theotokos [ Ut-Am 1961 ] ). Pero también la arquitectura tiene el valor de una simbólica declaración creyente. A juzgar por los coetáneos testimonios literarios, la basílica es símbolo de la Iglesia y de Cristo que reina en medio de su Iglesia. Ella es igualmente imagen de la comunidad y la tienda donde habita Dios. Aquí es sumamente interesante el ver cómo la relación entre esas dos dimensiones, entre la comunidad y Cristo, se halla expresada en la construcción del local. Luego la arquitectura se transformará, centrándose exclusivamente en la sala del trono de Cristo, la cual es de nuevo interesante para entender la concepción de entonces acerca de la relación entre Cristo y su Iglesia. También aquí tenemos un punto de apoyo para una nueva reflexión en la actualidad (cf. E. SAUSER, Frühchristliche Kunst. Sinnbild und Glaubensaussage I, 1966).

Un problema importante que se plantea repetidamente en la interpretación teológica de las primeras obras cristianas es la cuestión de la relación con las obras paganas bajo el aspecto de la forma artfstica, o sea, la cuestión de si las primeras creaciones cristianas son autónomas o en parte se han apropiado formas paganas; y el problema se plantea tanto con relación a las representaciones como en lo relativo a la arquitectura. Aquí son decisivos, en el campo de la arquitectura L. Voelkl y, en el de la iconografía, Th. Klauser, con su serie de artículos Studien zur Entstehungsgeschichte der christlichen Kunst (en «Jahrbuch für Antike und Christentum», Mr 1958ss). Por lo que se refiere a las excavaciones de la época actual, para la cuestión de Pedro en Roma son importantes las que se realizan debajo de las grutas de san Pedro. Estas excavaciones han recibido recientemente una especial actualidad por la posibilidad de que se haya hallado huesos del apóstol Pedro (M. GUARDUCCI, Le reliquie di Petro soto la confessione delta Basílica Vaticana, R 1965; E. KIRSCHBAUM, Zu den neuesten Entdeckungen unter der peterskirche in Rom, en « Archiv. Hist. Pont.» 3 [1965] 309-316). Además, son importantes para la historia de la Iglesia milanesa en tiempos de Ambrosio las excavaciones hechas en Milán (S. Tecla, S. Simpliciano). Aquileya (mosaicos en el suelo), Verona (mosaicos en el suelo), Julia Concordia (basílicas, plástica de sarcófagos) ofrecen material interesante para la iconografía y para la historia de la Iglesia. También son notables los hallazgos de Barcelona (basílica) y de Santiago de Compostela; y, en Roma, la catacumba que ha sido descubierta en la vía Latina contiene las más interesantes pinturas desde el punto de vista iconográfico (unión de imágenes cristianas y paganas). Se ha hecho hallazgos igualmente importantes para el cristianismo primitivo en Recia (Imst, Pfaffenhofen, Martinsbühel) y en Noricum (Lorch junto a Enns, Agunt, Laubendorf, Teurnia).

Un relato más amplio acerca de los descubrimientos desde 1945 puede hallarse en: RQ 48ss, 1953ss.

Ekkart Sauser