TEODORETO DE CIRO


TEODORETO DE CIRO, que murió hacia el 466, había nacido en Antioquía hacia el 393. En el 423 fue elegido obispo de Ciro, ciudad cercana a Antioquía; aunque se había resistido a ser obispo, cumplió bien con sus obligaciones. Sin ser nestoriano, atacó la doctrina de Cirilo de Alejandría y del concilio de Éfeso, contra los que escribió; fue depuesto por su oposición al monofisismo de Eutiques; más adelante, después de hacer una declaración contra Nestorio, participó junto a los autores ortodoxos en el concilio de Calcedonia de 451; sin embargo, cien años después, el concilio II de Constantinopla (553) condenó aquellos escritos suyos dirigidos contra Cirilo y contra Éfeso. Su obra literaria fue ingente. Se conservan algunos de sus tratados dogmáticos, comentarios a las Escrituras, algún sermón y cartas. Su Curación de las enfermedades griegas se suele considerar la última apología y una de las mejores, y está dedicada a refutar el paganismo; incluye citas de más de cien autores paganos.

Comentarios a la primera carta a los Corintios

Modelo de la exégesis de Teodoreto:

21. Porque cada cual, al comer, se adelanta a tomar su propia cena, y uno tiene hambre y otro se embriaga. Muestra que aquellas mesas comunes pugnaban diametralmente con la mesa del Señor. Pues de ésta participan por igual todos; aquí, por el contrario, uno pasa hambre y otro se embriaga. Y no dijo: bebe o se sacia, sino se embriaga, acusándole por dos capítulos: porque bebe sólo él y porque se embriaga. Después, increpando, añade:

22. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que menospreciáis la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? Si os acercáis para comer opíparamente, esto hacedlo en vuestras casas; porque esto es para la Iglesia afrenta y manifiesta insolencia. Pues ¿cómo no ha de ser algo fuera de lugar el que dentro del templo de Dios, estando presente el Señor, que nos preparó una mesa común, comáis vosotros opíparamente y los pobres pasen hambre y se sientan avergonzados a causa de su pobreza? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré en esto? No os alabo. Usa de su acostumbrada mansedumbre; increpa espiritualmente, no judicialmente. Después les recuerda más claramente los sagrados misterios.

23ss. Porque yo recibí del Señor lo mismo que os transmití a vosotros: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan y, habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Tomad, comed: éste es mi cuerpo, que por vosotros es partido; haced esto en memoria mía. Y de la misma manera el cáliz, después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre; haced esto, cuantas veces bebiereis, en memoria mía. Les recordó aquella sagrada y santísima noche, en la cual dio fin a la pascua figurativa, mostró el arquetipo del tipo y abrió las puertas del misterio saludable, y no solamente a los once apóstoles, sino también al traidor distribuyó su precioso cuerpo y sangre. Y enseña que siempre podemos gozar de los bienes de aquella noche.

26. Porque cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Pues después de su venida no habrá más necesidad de símbolos del cuerpo, puesto que aparecerá el cuerpo mismo. Por eso dijo: hasta que venga. Esto el divino Apóstol lo puso como ejemplo, enseñando cuán fuera de lugar estaba lo que se atrevían a hacer los corintios. Y habiendo comenzado a hablar de los misterios, les advierte también acerca de esto lo que debían hacer.

27. De manera que, cualquiera que comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignadamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Aquí, ciertamente, arguye a aquellos que eran ambiciosos, a aquel que había fornicado, y juntamente con éstos, a los que habían comido sin reparo cosas inmoladas a los ídolos, y, además, también a nosotros, que nos atrevemos a recibir los divinos misterios con mala conciencia. Pues aquello: será reo del cuerpo y de la sangre, significa que así como Judas lo entregó y lo insultaron los judíos, así lo deshonran los que reciben su santísimo cuerpo con manos inmundas y lo meten en una boca sacrílega. Después que los ha aterrorizado así, les advierte lo que debían hacer.

28. Pruébese el hombre a sí mismo, y de esta suerte coma del pan y beba del cáliz. Sé tú juez de ti mismo y árbitro minucioso de tus actos; analiza el estado de tu conciencia, y entonces recibe el don.

29. Porque quien come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación, no haciendo discernimiento del cuerpo del Señor. Pues no solamente no obtendrás de ahí la salvación si recibes indignamente aquel don, sino que, además, pagarás la pena de tu petulancia para con él. Y hace creíbles las cosas futuras por las que ya habían sucedido.

30. Por esto hay entre vosotros muchos enfermos y achacosos y mueren bastantes. Estas cosas las puso como ya sucedidas. Pues no se hubiera atrevido a escribir lo que no había sucedido, sabiendo lo evidente que sería su engaño.

31s. Que, si nos examinásemos bien a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Mas al ser juzgados, somos corregidos por el Señor, a fin de que no seamos condenados con el mundo. Si quisiéramos examinar nuestra vida y diéramos contra nosotros una sentencia justa, no recibiríamos de Dios sentencia de castigo. Y, sin embargo, aunque cometamos los mayores delitos, el Señor nos castiga moderadamente, para que no seamos entregados a la perdición de los impíos. Y que lo que dijo acerca de los misterios lo puso como ejemplo, enseñando que ellos tenían en las iglesias mesas comunes en consideración a aquella sagrada mesa, lo atestigua lo que sigue:

33s. Así que, hermanos míos, cuando os juntéis para comer, esperaos unos a otros. Si alguno tiene hambre, coma en su casa, a fin de que no os juntéis para condenación. Lo demás, cuando vaya, lo arreglaré. Pues no le era posible atender a todas las cosas, habiendo escrito de las más necesarias, las demás reservó para arreglarlas con su presencia. Mas nosotros, sacando provecho también de esto, huyamos de cualquiera cosa que menoscabe la fe, tengamos cuidado de los pobres y, limpiando previamente la conciencia, de tal manera participemos de los divinos misterios, que recibamos al Señor bueno para que habite en nosotros: con el cual al Padre, juntamente con el Santísimo Espíritu, gloria y magnificencia ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

(11, 21-34: BAC 118, 801-809).