SAN MARTÍN DE BRAGA


SAN MARTÍN DE BRAGA, que murió en el 580, había nacido en Panonia, conoció la cultura helénica en Palestina, y hacia la mitad del siglo vi lo encontramos en Galicia. A él se debe la conversión de los suevos del arrianismo al catolicismo. De los varios monasterios que fundó, el de Dumio, en las cercanías de Braga, sería el más conocido, y de allí pasó a la sede metropolitana de Braga.

En algunas de sus obras morales y ascéticas depende de Séneca: literalmente, en Sobre la ira, y, en cuanto al estilo, en la Fórmula de la vida honesta, un tratado sobre las cuatro virtudes cardinales compuesto para el rey de los suevos y que en el medievo circuló precisamente bajo el nombre de Séneca. En otras obras, el sabor es más netamente cristiano: Sobre la soberbia, Para rechazar la jactancia, Exhortación a la humildad, Sentencias de los Padres egipcios. Tiene especial interés para conocer las costumbres populares de la época su obra Sobre la corrección de los rústicos, contra las costumbres paganas que aún perduraban. También tiene una colección de cánones de concilios orientales, los Capítulos de Martín, y una carta Sobre la inmersión triple, escrita contra el bautismo con una sola inmersión, que le parecía de inspiración modalista. De él conservamos también algunas composiciones poéticas.


Fórmula de la vida honesta

La magnanimidad:

Si la magnanimidad, que también se llama fortaleza, está en tu ánimo, vivirás libre, intrépido, alegre. Es propio del hombre de ánimo grande no vacilar, ser constante, y esperar intrépido el fin de la vida. Nada hay grande en lo humano, sino el ánimo que desprecia lo grande. Si eres magnánimo, nunca te sentirás agraviado. De tu enemigo dirás: No me ha perjudicado, sólo ha intentado hacerlo; y cuando le veas en tu poder, tendrás por venganza el sólo poder vengarte. Pues has de saber que perdonar es un género de venganza honesto y grande. No murmures de nadie, no pongas trampas a nadie, enfréntate a él abiertamente. No busques conflictos, a no ser que no haya más remedio; pues los fraudes y el engaño son propios del débil. Serás magnánimo si no deseas los peligros, como el temerario, ni los temes, como el temeroso; pues nada hace al ánimo miedoso, si no es la conciencia de una vida reprensible. La medida de la magnanimidad es no ser tímido ni osado.

(2; traducción hecha sobre PL 72, 25)