LA LITERATURA APÓCRIFA DEL NUEVO TESTAMENTO

 

Características generales de los apócrifos

El término «apócrifo» («escondido») alude originariamente a que algunos de los libros así llamados pretendían contener revelaciones que por su elevación no se podían comunicar a todos; se habrían confiado a unas personas escogidas, que los habrían mantenido ocultos para darlos a conocer sólo a aquellos que pudieran entenderlos. Puesto que es falsa esa pretensión de que son libros revelados, «apócrifo» vino a significar «falso», «espúreo», y se extendió a todo texto que pretendiera hacerse pasar por revela-do sin serlo realmente.

Ya en el siglo u antes de Cristo se habían escrito apócrifos del Viejo Testamento; los cristianos retocaron varios de ellos y escribieron algunos más. Pero el mayor número de apócrifos escritos por cristianos corresponde al Nuevo Testamento.

La aparición de los apócrifos cristianos del Nuevo Testamento comienza en el siglo II, y quizá en sus primeras décadas; alcanza su mayor intensidad en el siglo Iv; y no falta alguno escrito ya en la baja Edad Media. Estos apócrifos se presentan bajo la forma de los cuatro tipos de escritos canónicos del Nuevo Testamento. La mayor parte, y los de mayor interés, adoptan la forma de evangelios apócrifos y hechos apócrifos, pero hay también cartas apócrifas y apocalipsis apócrifos.

Las razones que motivaron estos escritos son variadas. Desde el afán de buscar un apoyo «revelado» para determinadas opiniones heréticas, hasta el de poder así demostrar más fácilmente una verdad plenamente ortodoxa, pasando por el simple deseo de satisfacer la curiosidad, ayudar a la devoción o entretener. En principio, encontraron más acogida en Oriente y más resistencia en Occidente; y, en general, el paso del tiempo eliminó aquellos que tenían un contenido heterodoxo, a no ser que hubieran sido corregidos y reelaborados, y conservó los ortodoxos y los re-latos meramente novelescos.

Los libros apócrifos difieren de los canónicos en que estos últimos, según enseña la Iglesia, están inspirados por el Espíritu Santo. Pero aun sin esta intervención especial del Magisterio, no sería difícil distinguir entre unos y otros, pues sus diferencias son obvias hasta en lo más ex-terno, en su estilo y en su forma. Así por ejemplo, los evangelios apócrifos suelen embellecer los relatos de los evangelios canónicos, mostrando un gran entusiasmo por lo llamativo, por lo extraordinario y lo milagroso.

Es posible, pero poco probable y en todo caso difícil de demostrar, que algún dato realmente histórico no recogido en otros escritos se halle en los apócrifos. Sin embargo, constituyen una fuente histórica interesantísima; pero por otras razones; de lo que realmente nos informan es de lo que pensaban los que los escribieron y qué cosas les gustaba oír a los lectores de su tiempo; también nos proporcionan algún dato sobre la primitiva liturgia, sobre las costumbres de los cristianos y, lo que es más interesante, sobre sus creencias; además, nos ayudan a entender el arte religioso, que, en sus múltiples manifestaciones, ha buscado con frecuencia inspiración en algunas de las páginas de estos libros que no estén en desacuerdo con la fe, y especialmente en las más poéticas.

 

Evangelios apócrifos

Sabemos que existió un gran número de apócrifos de los evangelios, pero de muchos de ellos conocemos el nombre y poco más: un fragmento o una indicación sobre su tendencia general, proporcionados por algún autor antiguo que nos habla de ellos.

Así sabemos que hubo un Evangelio según los hebreos (quizá revisión y prolongación del Evangelio canónico de San Mateo en arameo, la misma lengua en que estaba escrito el de los hebreos; debió de ser compuesto en el siglo II); el Evangelio de los Doce o Evangelio ebionita (de comienzos del siglo uu); el Evangelio de los egipcios (gnóstico; del siglo II); el Evangelio de Tomás (herético, probablemente gnóstico, quizá maniqueo; una parte de él se transformó en uno de los evangelios de la infancia de que trataremos enseguida; del siglo II); el Evangelio de Felipe (gnóstico; del siglo in); el Evangelio de Matías (del siglo II); y una lista de otros, en general gnósticos también: los evangelios de Bernabé, de Andrés, de Judas Iscariote, de Tadeo, de Eva, de Basílides, de Cerinto, de Valentín, de Apeles.

Los evangelios apócrifos que sí han llegado hasta nosotros se pueden clasificar en cuatro grandes grupos: los apócrifos de la natividad, los de la infancia, los de la pasión y resurrección, y los de la asunción. Veamos algo de cada uno de ellos.

1) Los apócrifos de la natividad están representados por el Protoevangelio de Santiago, del que dependen muy estrechamente varios otros, como los latinos del Pseudo Mateo y Sobre la natividad de María. Comienzan a aparecer en el siglo II, y su carácter ortodoxo es quizá el responsable de que hayan llegado a nosotros. El tema tratado es el nacimiento de la Virgen y su educación, y el nacimiento y primeros años de Jesús; junto al deseo de saciar la curiosidad hay un objetivo teológico: defender la virginidad de María. Han tenido gran influencia en el arte cristiano y en libros piadosos posteriores, algunos muy cercanos a nuestros tiempos. El Protoevangelio debió de ser escrito en el siglo ii, pero la forma en que nos ha llegado debe de ser ya del iv.

2) Los apócrifos de la infancia tratan más bien de la adolescencia de Jesús. Parece que dependen de una fuente común siríaca, del siglo iv o del v, que, con diferentes reelaboraciones y préstamos tomados del Protoevangelio, habría dado lugar a los cuatro ejemplares más característicos del grupo: el Evangelio de la infancia del pseudo Tomás, el Evangelio árabe de la infancia, el Evangelio armenio de la infancia, y la Historia árabe de José el carpintero.

3) Los apócrifos de la pasión y la resurrección presentan tres núcleos fundamentales, formados por:

a) el Evangelio de Pedro; describe las últimas escenas de la pasión, la resurrección de Jesús y sus primeras apariciones, en las que depende mucho de los sinópticos; trata de librar de culpa a Pilatos, rasgo común con otros escritos cristianos antiguos, echándola en este caso a Herodes; es probable que fuera escrito en Siria, hacia el año 150;

b) el Ciclo de Pilato; está formado por los relatos de la pasión, resurrección y descenso a los infiernos, en los que Pilato tiene un papel destacado. Componen este ciclo el Evangelio de Nicodemo o Actas de Pilato, al que se puede añadir una colección de escritos relacionados, algunos de ellos también muy antiguos, como las correspondencias entre Pilato y Tiberio, o entre Pilato y Herodes, la Muerte de Pilato, la Declaración de José de Arimatea y la Venganza del Salvador.

Las Actas de Pilato, que es el nombre más antiguo de los dos con que se conoce este apócrifo, parecen ser la refundición de una obra anterior que había sido escrita para refutar y desplazar a unas Actas de Pilato de procedencia pagana; estas últimas, destinadas a la propaganda anticristiana, habían circulado por el año 311, durante la gran persecución. Además, la obra está en realidad compuesta por otras dos, independientes entre sí; la primera, Actas de Pilato en sentido estricto, presenta el testimonio de Pilato e incluso el de los judíos como favorable a la inocencia y a la divinidad de Jesús; la segunda, Descendimiento de Cristo a los infiernos, relata la resurrección de Jesús y su bajada a los infiernos; las dos parecen ser del siglo II, aunque la forma en que han llegado a nosotros puede ser de principios del v;

c) por fin, el Evangelio de Bartolomé toca una serie de puntos muy dispares: la encarnación, la bajada de Jesús a los infiernos, la creación de los ángeles y la caída de Lucifer y otros. Parece proceder de Egipto y ser del siglo iv.

4) El último grupo de evangelios apócrifos está forma-do por los apócrifos de la asunción, de los que hay un número extraordinario; se centran en la asunción de María, y parecen depender de una fuente común, que podría ser incluso de principios del siglo H. Los elementos en que todos coinciden son: el hecho de la asunción, la reunión de todos los Apóstoles, y la vela que hacen a la Virgen en el valle de Josafat.

 

Hechos apócrifos de los Apóstoles

Son en general de tendencia herética, aunque después han sido retocados por autores ortodoxos, y tienen un tono popular y novelesco; resultan interesantes para la historia del culto en los siglos u y In, como fuente de algunos himnos cristianos muy antiguos, etc.

La Historia de San Pablo (de finales del siglo u) está formada por dos cartas apócrifas, una de los corintios respondiendo a la segunda de San Pablo y una tercera de San Pablo a los corintios; por las actas de Pablo y Tecla, una doncella de Iconio que se convierte y sigue a Pablo predicando la fe; y por el martirio de San Pablo.

De la Historia de Pedro quedan sólo fragmentos, pero los Hechos de Pedro (de finales del siglo II) se conservan algo más completos. Otra Historia de Pedro y Pablo (del siglo In) habla de la amistad entre estos dos Apóstoles, del viaje de San Pedro a Roma, y del martirio de ambos. La Historia de Santo Tomás (del siglo III) relata su predicación en la India.

 

Cartas y apocalipsis apócrifos

En cuanto a las cartas apócrifas de los Apóstoles, hay varias atribuidas a San Pablo: la tercera a los corintios acabada de aludir, una a los laodicenses (del siglo 1v), otra a los alejandrinos (perdida) y ocho cartas cruzadas entre Pablo y Séneca, que se habría convertido al cristianismo (del siglo Iv). También hay una Carta de los Apóstoles (de la mitad del siglo II), con un tono apocalíptico, y una Carta de Tito, que procede probablemente de círculos priscilianistas.

A los apocalipsis apócrifos pertenece el Pastor, de Hermas, ya estudiado; un apocalipsis de Pedro (de la primera mitad del siglo II), con una descripción del cielo y otra del infierno; uno de Tomás (de hacia el año 400), con revelaciones del Señor sobre el fin del mundo; y otros más: uno de Esteban, dos de Juan Bautista, varios de María, uno de Bartolomé, uno de Zacarías; a éstos hay que añadir aún un grupo de nada menos que ocho apocalipsis hallados en 1945 en la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, ya citada.

 

TEXTOS

A. DE SANTOS OTERO ha publicado un buen número de apócrifos, junto con su traducción castellana, en su libro Los evangelios apócrifos, BAC n. 148, tercera edición, Madrid 1975. Los fragmentos reproducidos aquí corresponden a esta obra.

Evangelio del Pseudo Mateo

Pertenece al ciclo de la natividad, al menos en su primera parte; depende del Protoevangelio de Santiago, anterior al siglo v en su versión actual, pero originado ya en el siglo Ir; el Evangelio del Pseudo Mateo en su redacción actual, es probablemente de mediados del siglo vi.

La niñez de María:

(Este fragmento refleja a la vez una gran admiración por la Virgen María y una mentalidad monacal; con otros análogos, in-fluyó mucho en obras posteriores como las de Sor María de Agreda o de la madre Emmerich).

Y María era la admiración de todo el pueblo; pues, teniendo tan sólo tres años, andaba con un paso tan firme, hablaba con una perfección tal y se entregaba con tanto fervor a las alaban-zas divinas, que nadie la tendría por una niña, sino más bien por una persona mayor. Era, además, tan asidua en la oración como si tuviera ya treinta años. Su faz era resplandeciente cual la nieve, de manera que con dificultad se podía poner en ella la mirada. Se entregaba también con asiduidad a las labores de la lana, y es de notar que lo que mujeres mayores no fueron nunca capaces de ejecutar, ella lo realizaba en su edad más tierna.

Ésta era la norma de vida que se había impuesto: desde la madrugada hasta la hora de tercia hacía oración; desde tercia hasta nona se ocupaba de sus labores; desde nona en adelante consumía todo el tiempo en oración hasta que se dejaba ver el ángel del Señor, de cuyas manos recibía el alimento. Y así iba adelantando más y más en las vías de la oración. Finalmente, era tan dócil a las instrucciones que recibía en compañía de las vírgenes más antiguas, que no había ninguna más pronta que ella para las vigilias, ninguna más erudita en la ciencia divina, ninguna más humilde en su sencillez, ninguna interpretaba con más donosura la salmodia, ninguna era más gentil en su caridad, ni más pura en su castidad, ni, finalmente, más perfecta en su virtud. Pues ella era siempre constante, firme, inalterable. Y cada día iba adelantando más.

Nadie la vio jamás airada ni le oyó nunca una palabra de murmuración. Su conversación rebosaba tanta gracia, que bien claro manifestaba tener a Dios en la lengua. Siempre se la encontraba sumida en la oración o dada al estudio de las sagradas letras. Tenía al mismo tiempo cuidado de que ninguna de sus compañeras ofendiera con su lengua, o soltara la risa desmesuradamente, o se dejara llevar por la soberbia, prorrumpiendo en injurias contra alguna de sus iguales. Continuamente estaba bendiciendo al Señor; y con el fin de no substraer nada a las alabanzas divinas en sus saludos, cuando alguien le dirigía uno de éstos, ella respondía: Deo gratias. Y de ahí viene precisamente el que los hombres correspondan al saludo diciendo: Deo gratias. Cada día usaba exclusivamente para su refección el alimento que le venía por manos del ángel, repartiendo entre los pobres el que le daban los pontífices. Frecuentemente se veía hablar con ella a los ángeles, quienes la obsequiaban con cariño de íntimos amigos. Y si algún enfermo lograba tocarla, volvía inmediatamente curado a su casa.

(6; BAC 148, 193-195) Escenas de la huida a Egipto:

Asimismo, los leones y leopardos le adoraban e iban haciéndoles compañía en el desierto. Adondequiera que María y José dirigieran sus pasos, ellos les precedían, enseñándoles el camino. E inclinando sus cabezas, adoraban a Jesús. El primer día que María vio cabe sí a los leones, juntamente con otras diversas fieras, quedó sobrecogida de temor. Pero Jesús le dirigió una mirada sonriente y le dijo: «No tengas miedo, madre. Ellos se apresuran a venir a tus plantas, no para causarte daño, sino para rendirte pleitesía». Y, dicho esto, hizo desaparecer todo te-mor de sus corazones.

Los leones hacían el camino juntamente con ellos y con los bueyes, asnos y bestias que llevaban los bagajes. Y no hacían mal a nadie, sino que marchaban tranquilos entre las ovejas y carneros que habían traído consigo desde Judea. Andaban entre lobos sin miedo y sin que unos a otros se hicieran ningún daño. Entonces se cumplió lo que había dicho el profeta: «Pacerán lobos con corderos, y el león y el buey juntamente se apacentarán de paja». De hecho había dos bueyes y un carro, en el que llevaban su equipaje, siendo los propios leones los que iban delante señalando el camino.

(19; BAC 148, 217-218) Jesús a los ocho años:

(Aunque pertenece al mismo evangelio, este fragmento corresponde más bien al ciclo de la infancia).

Hay un camino que, saliendo de Jericó, conduce hasta el río Jordán, en el lugar por donde pasaron los hijos de Israel. Allí mismo se dice que descansó también el arca de la alianza. Teniendo, pues, Jesús la edad de ocho años, salió una vez de Jericó con dirección al Jordán. A la vera del camino, muy cerca ya de las márgenes del río, había una madriguera, donde una leona criaba sus cachorros. Ésta era la causa por la que nadie transitaba seguro por aquellos parajes. Llegó, pues, Jesús al lugar, a sabiendas de que en aquella caverna había parido la leona sus crías. A vista de todos entró en la cueva. Los leoncitos que le vieron, corrieron a Él y le adoraron. Jesús se sentó en medio de la gruta, y ellos correteaban en torno suyo, acariciándole y jugueteando, mientras que los leones más viejos estaban retirados cabizbajos, haciéndole fiestas con la cola. La gente que observaba esto desde lejos, al no ver a Jesús, se decía: «De no ser que éste, o sus padres, hubiera cometido grandes pecados, no se hubiera lanzado espontáneamente a los leones». Y, mientras los circunstantes pensaban estas cosas y estaban sumidos en una grande aflicción, he aquí que Jesús salió de la gruta y los leones iban jugueteando ante Él. Mas los padres de Jesús estaban observando todo esto cabizbajos y desde lejos. Asimismo, la demás gente se mantenía a distancia, sin que osaran acercarse por miedo a los leones. Jesús entonces empezó a hablar de manera que todos le oyeran: «¡Cuánto mejores que vosotros son estas bestias, que reconocen y glorifican a su Señor, a quien vosotros, hombres hechos a su imagen y semejanza, desconocéis! Los brutos animales me re-conocen y se amansan. Los hombres me ven y no me conocen».

Después atravesó Jesús el Jordán en compañía de los leones y en presencia de todos. Las aguas del río se partieron entonces a derecha e izquierda. Y Jesús se dirigió a los leones de manera que todos pudieran oírle: «Id en paz, sin hacer daño a nadie y sin que tampoco los hombres os lo hagan a vosotros hasta que volváis al lugar de donde habéis salido». Y ellos se despidieron de Él, no de viva voz, sino con su actitud, y retornaron a sus cubiles. Jesús volvió hacia su madre.

(35-36; BAC 148, 234-236)

 

Evangelio árabe de la infancia

Originalmente, redactado en siríaco; quizás del siglo v. Episodios de la huida a Egipto; la joven muda:

Al día siguiente, bien provistos de vituallas, se separaron de ellos. AI anochecer llegaron a otra ciudad, donde se estaban celebrando unas bodas. Pero la novia, por virtud del maldito Satanás y por arte de encantadores, había perdido el uso de la palabra y no podía hablar.

Y cuando la pobre desdichada vio a María que entraba en la ciudad llevando a su hijo, nuestro Señor Jesucristo, dirigió hacia ella su mirada. Después extendió sus manos hacia Cristo, le tomó en sus brazos, le apretó contra su corazón y le besó. Y meciendo su cuerpecito del uno al otro lado, se inclinó sobre él. Al momento se desató el nudo de su lengua y se abrieron sus oí-dos. Entonces glorificó y dio gracias a Dios por haberle sido de-vuelta la salud. Y los habitantes de aquella ciudad se llenaron de regocijo y pensaron que era Dios con sus ángeles el que había bajado hasta ellos.

(15; BAC 148, 317)

Episodios de la huida a Egipto; los bandidos:

Y de allí pasaron a una región desierta que, al decir de las gentes, estaba infestada de ladrones. A pesar de ello, determina-ron José y María atravesarla de noche. Y durante la marcha vieron dos ladrones apostados en el camino y con ellos muchos otros malhechores de la misma banda que estaban durmiendo. Los dos primeros se llamaban Tito y Dúmaco. Dijo, pues, aquél a éste: «Te ruego que les dejes marchar libremente, de manera que pasen desapercibidos a nuestros compañeros». Oponiéndose a ello Dúmaco, le dice Tito de nuevo: «Mira, puedes contar con cuarenta dracmas; ahora toma esto en prenda». Y le alargó la faja que llevaba en la cintura. Todo esto lo hacía con el fin de que su compañero no hablara y los delatase.

Y viendo María el favor que este ladrón les había hecho, se dirige a él y le dice: «El Señor te protegerá con su diestra y te concederá la remisión de tus pecados». Entonces Jesús intervino y dijo a su madre: «Madre mía, de aquí a treinta años me han de crucificar los judíos en Jerusalén y estos dos ladrones serán puestos en cruz juntamente conmigo. Tito estará a la derecha. Dúmaco a la izquierda. Tito me precederá al paraíso». Ella respondió: «Aparte esto de ti Dios, hijo mío».

Y se alejaron de allí con dirección a la ciudad de los ídolos, la cual a su llegada se convirtió en colinas de arena.

(23; BAC 148, 322)

 

Historia de José el carpintero

Texto original quizá del siglo iv o v. Anuncio de la muerte de José; plegaria de José:

Mas le llegó a mi padre José la hora de abandonar este mundo, que es la suerte de todo hombre mortal. Cuando su cuerpo enfermó, vino un ángel a anunciarle: «Tu muerte tendrá lugar este año». Y, sintiendo él su alma llena de turbación, hizo un viaje a Jerusalén, penetró en el templo del Señor, se humilló ante el altar y oró de esta manera:

«¡Oh Dios, Padre de toda misericordia y Dios de toda carne. Señor de mi alma, de mi cuerpo y de mi espíritu! Si es que se han cumplido ya los días de vida que me has dado en este mundo, te ruego, Señor Dios, que envíes al arcángel Miguel para que esté a mi lado hasta que mi desdichada alma salga del cuerpo sin dolor ni turbación. Porque la muerte es para todos causa de dolor y turbación, ya se trate de un hombre, de un animal doméstico o salvaje, o bien de un gusano o pájaro; en una palabra, es muy doloroso para toda criatura que vive bajo el cielo y en que alienta un soplo de espíritu tener que arrostrar el trance de ver su alma separada de su cuerpo. Ahora, pues, Señor, mío, haz que tu ángel esté al lado de mi alma y de mi cuerpo para que es-ta recíproca separación se consume sin dolor. No permitas que aquel ángel que me fue dado el día en que salí de tus manos vuelva hacia mí airado su rostro a lo largo de este camino que emprendo hasta ti, sino que se muestre más bien amable y pacífico. No permitas que aquellos cuya faz se muda dificulten mi marcha hacia ti. No consientas que mi alma caiga en manos del cancerbero y no me confundas en tu tribunal formidable. No permitas que las olas de ese río de fuego, en que han de ser acrisoladas todas las almas antes de ver la gloria de tu rostro, se vuelvan furiosas contra mí. ¡Oh Dios, que juzgas a todos en ver-dad y en justicia, ojalá que tu misericordia me sirva ahora de consuelo, ya que tú eres la fuente de todos los bienes y a ti se te debe toda la gloria por eternidad de eternidades! Amén».

(12-13; BAC 148, 346-347)

Plegaria de Jesús en la muerte de José:

«Padre mío misericordioso, Padre de la verdad, ojo que ve y oído que oye: escúchame, que yo soy tu hijo querido; te pido por mi padre José, la obra de tus manos. Envíame un gran coro de ángeles juntamente con Miguel, el administrador de los bienes, y con Gabriel, el buen mensajero de la luz, para que acompañen al alma de mi padre José hasta tanto que haya salvado el séptimo eón tenebroso. De manera que no se vea forzada a emprender esos caminos infernales, terribles para el viajero por estar infesta-dos de genios malignos que por ellos merodean y por tener que atravesar ese lugar espantoso por donde discurre un río de fuego igual a las olas del mar. Sé además piadoso para con el alma de mi padre José cuando venga a reposar en tus manos, pues éste es el momento en que (más) necesita de tu misericordia».

Yo os digo, venerables hermanos y apóstoles benditos, que todo hombre que, en llegando a discernir entre el bien y el mal, ha-ya consumido su tiempo siguiendo la fascinación de sus ojos, cuando llegue la hora de su muerte y haya de franquear el paso para comparecer ante el tribunal terrible y hacer su propia defensa, se verá necesitada de la piedad de mi buen Padre. Pero sigamos relatando el desenlace de mi padre José, el bendito anciano.

Al exhalar su espíritu, yo le besé. Los ángeles tomaron su alma y la envolvieron en lienzos de seda. Yo estaba sentado junto a él, y ninguno de los circunstantes cayó en la cuenta de que había ya expirado. Entonces puse su alma en manos de Miguel y Gabriel para que le sirvieran de defensa contra los genios que acechaban en el camino. Y los ángeles se pusieron a entonar cánticos de alabanza ante ella, hasta que por fin llegó a los brazos de mi Padre.

(22-23; BAC 148, 352-353)

Actas de Pilato (o Evangelio de Nicodemo)
Probablemente del siglo II

(Parte primera: Acta Pilati)

El juicio ante Pilato; intervención de Nicodemo y otros:

Mas cierto judío por nombre Nicodemo se puso ante el gobernador y le dijo: «Te ruego, bondadoso como eres, me permitas decir unas palabras». Respondió Pilato: «Habla». Y dijo Nicodemo: «Yo he hablado en estos términos a los ancianos, a los levitas y a la multitud entera de Israel reunida en la sinagoga: ¿Qué pretendéis hacer con este hombre? Él obra muchos milagros y portentos que ningún otro fue ni será capaz de hacer. Dejadle en paz y no maquinéis nada contra él: si sus prodigios tienen origen divino, permanecerán firmes; pero, si tienen origen humano, se disiparán. Pues también Moisés, cuando fue enviado de parte de Dios a Egipto, hizo muchos prodigios, señalados previamente por Dios, en presencia del Faraón, rey de Egipto. Y estaban allí unos hombres al servicio del Faraón, Jamnes y Jambres, quienes obraron a su vez no pocos prodigios como los de Moisés, y los habitantes de Egipto tenían por dioses a Jamnes y a Jambres. Mas, como sus prodigios no provenían de Dios, perecieron ellos y los que les daban crédito. Y ahora dejad libre a este hombre, pues no es digno de muerte».

Dijeron entonces los judíos a Nicodemo: «Tú te has hecho discípulo suyo y así hablas en su favor». Díjoles Nicodemo: «¿Pero es que también el gobernador se ha hecho discípulo suyo y habla en su defensa? ¿ No le ha puesto el César en esta dignidad?». Estaban los judíos rabiosos y hacían rechinar sus dientes contra Nicodemo. Díjoles Pilato: «¿Por qué hacéis crujir vuestros dientes contra él al oír la verdad?». Dijeron los judíos a Nicodemo: «Para ti su verdad y su parte». Dijo Nicodemo «Amén, amén; sea para mí como habéis dicho».

Mas uno de los judíos se adelantó y pidió la palabra al gobernador. Éste le dijo: «Si algo quieres decir, dilo». Y el judío habló así: «Yo estuve treinta y ocho años echado en una litera, lleno de dolores. Cuando vino Jesús, muchos que estaban endemoniados y sujetos a diversas enfermedades fueron curados por El. Entonces se compadecieron de mí unos jóvenes y, cogiéndome con litera y todo, me llevaron hasta Él. Jesús, al verme, se compadeció de mí y me dijo: Toma tu camilla y anda. Y tomé mi camilla y me puse a andar». Dijeron entonces los judíos a Pi-lato: «Pregúntale qué día era cuando fue curado». Y dijo el interesado: «Era en sábado». Dijeron los judíos: «¿No te habíamos informado ya de que curaba en sábado y echaba demonios?».

Otro judío se adelantó y dijo: «Yo era ciego de nacimiento. oía voces, pero no veía a nadie, y, al pasar Jesús, grité a grandes voces: Hijo de David, apiádate de mí. Y se compadeció de mí, impuso sus manos sobre mis ojos y recobré en seguida la vista". Y otro judío se adelantó y dijo: «Estaba encorvado y me enderezó con una palabra». Y otro dijo: «Había contraído la lepra y me curó con una palabra».

(5-6; BAC 148, 415-417) 174

(Parte segunda: Descensus Christi ad inferos, según la redacción griega)

El descendimiento a los infiernos:

Dijo entonces José: «¿Y por qué os admiráis de que Jesús haya resucitado? Lo admirable no es esto: lo admirable es que no ha resucitado él solo, sino que ha devuelto a la vida a gran número de muertos, los cuales se han dejado ver de muchos en Jerusalén. Y si no conocéis a los otros, sí que conocéis por lo menos a Simeón, aquel que tomó a Jesús en sus brazos, así como también a sus dos hijos, que han sido igualmente resucitados. Pues a éstos les dimos nosotros sepultura hace poco, y ahora se pueden con-templar sus sepulcros abiertos y vacíos, mientras ellos están vivos y habitan en Arimatea». Enviaron, pues, a unos cuantos y comprobaron que los sepulcros estaban abiertos y vacíos. Dijo entonces José: «Vayamos a Arimatea a ver si les encontramos».

Y levantándose los pontífices, Anás, Caifás, José, Nicodemo, Gamaliel y otros en su compañía, marcharon a Arimatea, donde encontraron a aquellos a quienes se refería José. Hicieron, pues, oración y se abrazaron mutuamente. Después regresaron a Jerusalén en compañía de ellos y los llevaron a la sinagoga. Y, puestos allí, se aseguraron las puertas, se colocó el Antiguo Testamento de los judíos en el centro y les dijeron los pontífices: «Queremos que juréis por el Dios de Israel y por Adonai, para que así digáis la verdad, de cómo habéis resucitado y quién es el que os ha sacado de entre los muertos».

Cuando esto oyeron los resucitados, hicieron sobre sus rostros la señal de la cruz y dijeron a los pontífices: «Dadnos papel, tinta y pluma». Trajéronselo, pues, y, sentándose, escribieron de esta manera.

«¡Oh Señor Jesucristo, resurrección y vida del mundo!, da-nos gracia para hacer el relato de tu resurrección y de las mara-villas que obraste en el infierno. Estábamos, pues, nosotros en el infierno en compañía de todos los que habían muerto desde el principio. Y a la hora de medianoche amaneció en aquellas oscuridades algo así como la luz del sol, y con su brillo fuimos todos iluminados y pudimos vernos unos a otros. Y al instante nuestro padre Abrahán, los patriarcas y profetas y todos a una se llenaron de regocijo y dijeron entre sí: Esta luz proviene de un gran resplandor. Entonces el profeta Isaías, presente allí, dijo: Esta luz procede del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; sobre ella profeticé yo, cuando aún estaba en la tierra, de esta manera: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, el pueblo que es-taba sumido en las tinieblas vio una gran luz.

Después salió al medio un asceta del desierto, y le pregunta-ron los patriarcas: ¿Quién eres? Él respondió: Yo soy Juan, el último de los profetas, el que enderecé los caminos del Hijo de Dios y prediqué penitencia al pueblo para remisión de los peca-dos. El Hijo de Dios vino a mi encuentro y, al verle desde lejos, dije al pueblo: He aquí el cordero de Dios, el que borra el peca-do del mundo. Y con mi propia mano le bauticé en el río Jordán y vi al Espíritu Santo en forma de paloma que descendía sobre Él. Y oí asimismo la voz de Dios Padre, que decía así: Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido. Y por esto mismo me envió también a vosotros, para anunciaros la llegada del Hijo de Dios unigénito a este lugar, a fin de que quien crea en Él, sea salvo, y quien no crea, sea condenado. Por esto os recomiendo a todos que, en cuanto le veáis, le adoréis a una, porque ésta es la única oportunidad de que disponéis para hacer penitencia por el culto que rendisteis a los ídolos mientras vivíais en el mundo vano de antes y por los pecados que cometisteis: esto no podrá hacerse ya en otra ocasión.

Al oír el primero de los creados y padre de todos, Adán, la instrucción que estaba dando Juan a los que se encontraban en el infierno, dijo a su hijo Set: Hijo mío, quiero que digas a los progenitores del género humano y a los profetas a dónde te envié yo cuando caí en trance de muerte. Set dijo: Profetas y patriarcas, escuchad: Mi padre Adán, el primero de los creados, cayó una vez en peligro de muerte y me envió a hacer oración a Dios muy cerca de la puerta del paraíso, para que se dignara hacerme llegar por medio de un ángel hasta el árbol de la misericordia, de donde había de tomar óleo para ungir con él a mi padre y así pudiera éste reponerse de su enfermedad. Así lo hice. Y, después de hacer mi oración, vino un ángel del Señor y me dijo: ¿Qué es lo que pides, Set? ¿Buscas el óleo que cura a los enfermos o bien el árbol que lo destila, para la enfermedad de tu padre? Esto no se puede encontrar ahora. Vete, pues, y di a tu padre que después de cinco mil quinientos años, a partir de la creación del mundo, ha de bajar el Hijo de Dios humanado; El se encargará de ungirle con este óleo, y tu padre se levantará; y además le purificará, tanto a él como a sus descendientes, con agua y con el Espíritu Santo; entonces sí que se verá curado de toda enfermedad, pero por ahora esto es imposible.

Los patriarcas y profetas que oyeron esto se alegraron gran-demente.

(1-3; BAC 1413, 442-446)

La entrada de Adán y del buen ladrón en el paraíso, según la redacción griega:

Iba, pues, camino del paraíso teniendo asido de la mano al primer padre, a Adán. (Y al llegar) hizo entrega de él, así como también de los demás justos, al arcángel Miguel. Y cuando entra-ron por la puerta del paraíso, les salieron al paso dos ancianos, a los que los santos padres preguntaron: ¿Quiénes sois vosotros, que no habéis visto la muerte ni habéis bajado al infierno, sino que vivís en cuerpo y alma en el paraíso? Uno de ellos respondió y dijo: Yo soy Henoc, el que agradó al Señor y a quien Él trasladó aquí; éste es Elías el Tesbita; ambos vamos a seguir viviendo hasta la consumación de los siglos; entonces seremos enviados por Dios para hacer frente al anticristo, y ser muertos por él, y resucitar a los tres días, y ser arrebatados en las nubes al encuentro del Señor.

Mientras éstos se expresaban así, vino otro hombre de apariencia humilde, que llevaba además sobre sus hombros una cruz. Dijéronle los santos padres: ¿Quién eres tú, que tienes aspecto de ladrón, y qué es esa cruz que llevas sobre tus hombros? Él respondió: Yo, según decís, era ladrón y salteador en el mundo, y por eso me detuvieron los judíos y me entregaron a !a muerte de cruz juntamente con Nuestro Señor Jesucristo. Y mientras estaba Él pendiente de la cruz, al ver los prodigios que se realizaban, creí en Él, y le rogué, diciendo: Señor, cuando reinares no te olvides de mí. Y Él me dijo en seguida: De verdad, de verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraíso. He venido, pues, con mi cruz a cuestas hasta el paraíso y, encontrando al árcangel Miguel, le he dicho: Nuestro Señor Jesús. el que fue crucificado, me ha enviado aquí; llévame, pues, a la puerta del Edén. Y cuando la espada de fuego vio la señal de la cruz, me abrió y entré. Después me dijo el arcángel: Espera un momento, pues viene también el primer padre de la raza humana, Adán, en compañía de los justos, para que entren también ellos dentro. Y ahora, al veros a vosotros, he salido a vuestro encuentro.

Cuando esto oyeron los santos, clamaron con gran voz de esta manera: Grande es el Señor nuestro y grande es su poder.

(9-10; BAC 148, 453-454)

La entrada de Adán y de los santos en el paraíso, según la versión latina:

Entonces Nuestro Señor Jesucristo, Salvador de todos, piadosísimo y suavísimo, saludando de nuevo a Adán, le decía benigna-mente: La paz sea contigo, Adán, en compañía de tus hijos por los siglos sempiternos. Amén. Y el padre Adán se echó entonces a los pies del Señor y, levantándose de nuevo, besó sus manos y derramó abundantes lágrimas diciendo: Ved las manos que me hicieron, dando testimonio a todos. Luego se dirigió al Señor, diciendo: Viniste, ¡oh Rey de la gloria!, para librar a los hombres y agregar-los a tu reino eterno. Y nuestra madre Eva cayó de manera semejante a los pies del Señor, y, levantándose de nuevo, besó sus manos y derramó abundantes lágrimas, mientras decía: Ved las manos que me formaron, dando testimonio a todos.

Entonces todos los santos le adoraron y clamaron diciendo: Bendito el que viene en el nombre del Señor; el Señor Dios nos ha iluminado. Así sea por todos los siglos. Aleluya por todos los siglos; alabanza, honor, virtud, gloria, porque viniste de lo alto para visitarnos. Y, cantando aleluya y regocijándose mutuamente de su gloria, acudían bajo las manos del Señor. Entonces el Salvador examinó todo detenidamente y dio un mordisco al infierno: pues, con la misma rapidez con que había arrojado una parte al tártaro, subió consigo la otra a los cielos.

Entonces todos los santos de Dios rogaron al Señor que dejase en los infiernos el signo de la santa cruz, señal de victoria, para que sus perversos ministros no consiguieran retener a ningún inculpado a quien hubiere absuelto el Señor. Y así se hizo; y puso el Señor su cruz en medio del infierno, que es señal de victoria y permanecerá por toda la eternidad.

Después salimos todos de allí en compañía del Señor, dejan-do a Satanás y al infierno en el tártaro. Y se nos mandó a nosotros y a otros muchos que resucitáramos con nuestro cuerpo para dar testimonio en el mundo de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y de lo que tuvo lugar en los infiernos.

Esto es, hermanos carísimos, lo que hemos visto y de lo que damos testimonio, después de ser conjurados por vosotros, y lo que atestigua Aquel que murió y resucitó por nosotros: porque las cosas tuvieron lugar en todos sus detalles según queda descrito.

(9-10; BAC 148, 468-471)

 

Libro de San Juan Evangelista

Apócrifo asuncionista, probablemente del siglo 1v o anterior. Dormición, entierro y asunción de la Virgen:

Volvióse entonces el Señor y dijo a Pedro: «Ha llegado la hora de dar comienzo a la salmodia». Y, entonando Pedro, todas las potencias celestiales respondieron el Aleluya. Entonces un resplandor más fuerte que la luz nimbó la faz de la madre del Señor y ella se levantó y fue bendiciendo con su propia mano a cada uno de los apóstoles. Y todos dieron gloria a Dios. Y el Señor, después de extender sus puras manos, recibió su alma santa e inmaculada.

Y en el momento de salir su alma inmaculada, el lugar se vio inundado de perfume y de una luz inefable. Y he aquí que se oyó una voz del cielo que decía: «Dichosa tú entre las mujeres». Pedro entonces, lo mismo que yo, Juan y Pablo y Tomás, abrazamos a toda prisa sus santos pies para ser santificados. Y los doce apóstoles, después de depositar su santo cuerpo en el ataúd, se lo llevaron (...)

Obrado este milagro llevaron los apóstoles el féretro y depositaron su santo y venerado cuerpo en Getsemaní en un sepulcro sin estrenar. Y he aquí que se desprendía de aquel santo se-pulcro de nuestra Señora, la madre de Dios, un exquisito perfume. Y por tres días consecutivos se oyeron voces de ángeles in-visibles que alababan a su Hijo, Cristo nuestro Dios. Mas, cuan-do concluyó el tercer día, dejaron de oírse las voces, por lo que todos cayeron en la cuenta de que su venerable e inmaculado cuerpo había sido trasladado al paraíso.

Verificado el traslado de éste, vimos de pronto a Isabel, la madre de San Juan Bautista, y a Ana, la madre de nuestra Señora, y a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a David que cantaban el Ale-luya. Y vimos también a todos los coros de los santos que adoraban la venerable reliquia de la madre del Señor. Se nos presentó también un lugar radiante de luz, con cuyo resplandor no hay nada comparable. Y el sitio donde tuvo lugar la traslación de su santo y venerable cuerpo al paraíso estaba saturado de perfume. Y se dejó oír la melodía de los que cantaban himnos a su Hijo, y era tan dulce cual solamente les es dado escuchar a las vírgenes: y era tal, que nunca llegaba a producir hartura.

(44-45; 48-49; BAC 148, 602-605)

 

Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica

Apócrifo asuncionista; probablemente, de principios del siglo iv.

Entierro y asunción de la Virgen:

Y llevándose los apóstoles el precioso cuerpo de la gloriosísima madre de Dios, señora nuestra y siempre virgen María, lo depositaron en un sepulcro nuevo (allí) donde les había indica-do el Salvador. Y permanecieron unánimemente junto a él tres días para guardarle. Mas, cuando fuimos a abrir la sepultura con intención de venerar el precioso tabernáculo de la que es digna de toda alabanza, encontramos solamente los lienzos. (pues) había sido trasladado a la eterna heredad por Cristo Dios, que tomó carne de ella. Este mismo Jesucristo, Señor nuestro, que glorificó a María madre suya inmaculada y madre de Dios, dará gloria a los que la glorifiquen, librará de todo peligro a los que celebran con súplicas anualmente su memoria y llenará de bienes sus casas, como lo hizo con la de Onesíforo. Éstos recibirán, además, la remisión de sus pecados aquí y en el siglo futuro. Pues Él la escogió para ser su trono querúbico en la tierra y su cielo terrenal y, a la vez, para ser esperanza, refugio y sostén de nuestra raza; de manera que, celebrando místicamente la fiesta de su gloriosa dormición, encontremos misericordia y favor en el siglo presente y en el futuro, por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea dada la gloria y la alabanza juntamente con su Padre, que no tiene principio, y el santísimo vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén .

(14; BAC 143, 643-645)

 

Narración del Pseudo José de Arimatea
Apócrifo asuncionista; redacción tardía.

El testimonio de Tomás y la dispersión de los apóstoles

Entonces dijo el bienaventurado Tomás: «¿Dónde pusisteis su cuerpo?». Ellos señalaron el sepulcro con el dedo. Mas él replicó: «No, no está allí este cuerpo que es llamado santísimo». A lo cual repuso el bienaventurado Pedro: «Ya otra vez te negaste a darnos crédito acerca de la resurrección de nuestro Maestro y Señor, si no te era dado ver y palpar con tus dedos. ¿Cómo vas a creer ahora que el santo cadáver se encontraba ahí?» Él, por su parte, insistía diciendo: «No está allí». Entonces, como encolerizados, se acercaron al sepulcro, que estaba recién excavado en la roca, y apartaron la piedra; pero no encontraron el cadáver, con lo que se quedaron sin saber qué decir al verse vencidos por las palabras de Tomás.

Después el bienaventurado Tomás se puso a contarles cómo se encontraba celebrando misa en la India. Estaba aún revestido de los ornamentos sacerdotales, (cuando), ignorando la palabra de Dios, se vio transportado al monte Olivete y tuvo ocasión de ver el cuerpo santísimo de la bienaventurada (virgen) María que subía al cielo: y rogó a ésta que le otorgara una bendición. Ella escuchó su plegaria y le arrojó el cinturón con que estaba ceñida. Entonces él mostró a todos el cinturón.

Al ver los apóstoles el ceñidor que ellos mismos habían colo-cado, glorificaron a Dios y pidieron perdón al bienaventurado Tomás, (movidos) por la bendición de que había sido hecho objeto por parte de la bienaventurada (virgen) María y haberle caído en suerte contemplar su cuerpo santísimo al subir a los cielos. Entonces el bienaventurado Tomás les bendijo, diciendo: «Mirad qué bueno y qué agradable es el que los hermanos vivan unidos entre sí».

Y la misma nube que les había traído, llevó a cada uno a su lugar respectivo, de una manera análoga a lo ocurrido con Felipe cuando bautizó al eunuco, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, y con el profeta Habacuc, cuando llevó la comida a Daniel, que se encontraba en el lago de los leones, y al momento retornó a Judea. De idéntica manera fueron devueltos también los apóstoles rápidamente al lugar donde antes se encontraban para evangelizar al pueblo de Dios.

(19-22; BAC 148, 657-658)

ENRIQUE MOLINÉ