LOS ESCRITORES DE ROMA Y DE ÁFRICA DEL SIGLO III


En Occidente no se dio un fenómeno comparable al de la escuela de Alejandría. Pero sí hubo unas cuantas personalidades que nos han dejado una importante obra literaria. Todos ellos pertenecen a Roma o a África; dadas las estrechas relaciones existentes entre las iglesias respectivas y, en concreto, entre estos escritores, los trataremos juntos.

De muy poco antes de comenzar el siglo tenemos dos apologías famosas, aunque muy diferentes en su estilo; una fue escrita en Roma por MINUCIO FÉLIx, y es su única obra; la otra fue escrita en África por TERTULIANO, un autor especialmente prolífico que seguirá escribiendo a lo largo de los dos primeros decenios del siglo.

Contemporáneo de Tertuliano, aunque como escritor le sobrevive hasta el 235, SAN HIPÓLITO es un teólogo romano, quizá de origen alejandrino, y que aún escribe en griego; Hipólito compondrá un gran número de obras teológicamente muy valiosas, pero que en general nos han llegado sólo a través de traducciones.

Luego, ya a mediados de siglo, NOVACIANO en Roma y especialmente SAN CIPRIANO en Cartago, contribuirán también a la literatura cristiana de Occidente.

Tertuliano y Minucio Félix, así como Novaciano algo después, el primero en África y los otros dos en Roma, son los primeros escritores cristianos que utilizan el latín, que entra con ellos en la literatura cristiana. Ya hemos dicho que hasta entonces en Roma se había utilizado el griego, en el que acabamos de ver que sigue escribiendo Hipólito; pero también en África parece que había sido ésta la lengua de la comunidad cristiana: el mismo Tertuliano escribió cinco de sus obras en griego, aunque cuatro de estas cinco las tradujo después él mismo al latín.

La adopción del latín no fue sin embargo súbita. A medida que en la comunidad de Roma debía de ir aumentando la proporción de cristianos de habla latina, se iría haciendo también más corriente el uso de esta lengua. Hacia la segunda mitad del siglo 11 se traduce ya al latín la carta de Clemente de Roma a los Corintios, y a través de esta traducción sabemos de la existencia de una versión latina de al menos algunos de los libros de la Escritura. El latín usado en estas traducciones fue en general la lengua hablada comúnmente y no el latín culto escrito; se introdujeron también muchos términos teológicos griegos, que se usaban ya de tiempo atrás en la Iglesia, cuando era el griego la lengua usual de los cristianos de Roma, y cuyo significado era por tanto bien comprendido por todos. Tertuliano, considerado en tiempos pasados como el creador del latín eclesiástico, en realidad demuestra con sus obras que aquél ya existía, aunque sin duda jugó un papel importante en su desarrollo.

Vamos a tratar ahora de esos cinco autores, dispuestos en orden aproximadamente cronológico.

Minucio Félix

MINUCIo FÉLIX era un abogado de Roma, cristiano, que nos ha dejado la única apología escrita en latín y en Roma, el Octavio. Esta apología es al mismo tiempo la mejor escrita de las que tenemos, y ha sido objeto de incontables estudios; su lenguaje es elegante, su exposición serena, su pensamiento claro. El autor tuvo sin duda a Cicerón como modelo, y también se observan influencias de Séneca así como, en menor grado, de otros autores, a los que alguna vez cita. Como es usual en las apologías, no aparecen citas de la Escritura, que no tenía ningún valor especial a los ojos de un pagano, y lo que se explica de la fe de los cristianos se limita a las verdades que podemos conocer con la razón natural.

La exposición toma la forma de una conversación entre tres amigos, uno pagano y dos cristianos, de los cuales uno es el autor y el otro Octavio. El primero en exponer sus argumentos es el pagano, Cecilio; el conocimiento de la verdad, dice, es sumamente incierto, por lo que más vale hacer caso de las enseñanzas de los mayores y seguir la vieja religión pagana, cuyos dioses, además, han dado la prosperidad a Roma; es inaudito que hombres sin cultura se atrevan a pensar lo contrario, y que en su orgullosa ignorancia quieran suplantar a los dioses al paso que viven en la mayor inmoralidad y proponen unas doctrinas inverosímiles. Octavio le responde que esta pretendida incultura y la humildad de los cristianos esconden la verdadera sabiduría, de manera que hasta los filósofos antiguos estuvieron de acuerdo en muchas de las cosas que ellos enseñan; la antigua religión es una mezcla de leyendas y supercherías, y es razonable abandonarla; los cristianos, lejos de ser inmorales, se esfuerzan por vivir de acuerdo con normas muy elevadas, de manera que su comportamiento es casi su mejor defensa. Al final del diálogo, Cecilio queda convencido.

La fecha del escrito, por sus estrechas relaciones con el Apologeticum de Tertuliano, relaciones que son sin embargo difíciles de determinar con precisión, se puede situar alrededor del año 197.

Tertuliano

TERTULIANO es el primero de los escritores de África y uno de los más notables. Hasta él, es escaso lo que sabemos de la Iglesia de África. La primera noticia es de poco antes, del año 180, y nos la da el acta de los mártires de Scillium. Para entonces esa Iglesia está ya muy organizada; no mucho más tarde Tertuliano dirá que si los cristianos abandonasen las ciudades, éstas se quedarían vacías: una exageración retórica, sin duda, pero significativa a pesar de todo; ciertamente, los cristianos de África eran ya muchos, estaban arraigados desde tiempo atrás, y mantenían relaciones estrechas con los de Roma.

Tertuliano nació en Cartago, probablemente hacia el año 155, de padres paganos. Hijo de un centurión, con una buena formación en derecho, se hizo famoso en Roma como abogado. Se hizo cristiano hacia el 193 y se estableció en Cartago. Aunque San Jerónimo afirma que fue ordenado sacerdote, continúan las dudas sobre si permaneció laico o no. Sus escritos se extienden desde el 197 hasta el 220; fue hacia el 207 cuando se pasó abiertamente al montanismo, del que fue cabeza en África, como ya hemos dicho. Su muerte debió de ocurrir hacia el 230.

Dejando aparte a San Agustín, Tertuliano es el escritor latino más importante. Es notable su conocimiento de la filosofía y de la literatura latina y griega; su estilo es vivo, de frase breve, aficionado a la paradoja. Valiente hasta la temeridad, probablemente fue el heroísmo de los mártires lo que más le acercó a la fe. Sus argumentos son a veces poco convincentes por exceso: trata de probar demasiado, de deshacer completamente al adversario, y una apariencia de recurso al sofisma puede obscurecer su amor apasionado a la verdad.

Las primeras obras que escribió son apologías; una consecuencia inmediata de su conversión, pues, dirigiéndose a los paganos, dice al comienzo de la primera de lasmencionadas más abajo: «los que con vosotros antes ignoraban y con vosotros odiaban, así que comienzan a conocer dejan de odiar lo que dejaron de ignorar; es más, se hacen aquello que, odiaban y comienzan a odiar aquello que eran». Por eso desea dar a conocer la religión de los cristianos, deshacer las calumnias, mostrar los errores de los adversarios. En definitiva, son los temas que ya conocernos de la literatura apologética.

Dos obras muy semejantes abordan este objetivo. La primera está dirigida Ad nationes, «a los paganos»; la segunda, Apologeticum, «apología», se dirige a los gobernadores provinciales romanos. Esta segunda, poco después de su aparición estaba ya traducida al griego, y es la obra mejor conocida de todas las suyas y la más conseguida.

También pueden clasificarse como de apología las obras siguientes: el alegato dirigido A Scápula, procónsul de África desde 211 a 213, que perseguía cruelmente a los cristianos y al que trata de convencer de que mientras esa persecución es dañosa para el estado romano, en nada puede perjudicar a los cristianos; el escrito Contra los judíos, donde expone las relaciones entre la ley antigua y la nueva y cómo aquélla fue abrogada; y El testimonio del alma, en que desea mostrar cómo el alma que no ha sido aún pervertida por la filosofía manifiesta una tendencia natural a conocer al Dios de los cristianos y las principales verdades de esta religión; como se puede ver, su actitud hacia el saber profano es muy distinta de la de los escritores griegos contemporáneos.

Junto a los escritos de defensa contra los ataques exteriores, se pueden poner aquellos otros que defienden la fe contra las herejías. Se trata de obras no muy extensas, a excepción de una de ellas que lo es en extremo: el tratado Contra Marción, que, con gran diferencia, es la obra más voluminosa de Tertuliano y que fue redactado tres veces; entre otras cosas, nos da mucha información sobre esta herejía dualista, de la que ya hemos hablado: Contra Hermógenes está escrito contra un gnóstico de Cartago de este nombre. Contra los valentinianos, contra esta secta gnóstica.

Sobre el bautismo, escrito contra unas objeciones de tipo racionalista, es el primer tratado conocido sobre un sacramento, y de una importancia teológica considerable. En Scorpiace defiende el martirio contra los gnósticos, y en Sobre la carne de Cristo y Sobre la resurrección de la carne, defiende la realidad de ambas, íntimamente ligadas tanto en la mente de Tertuliano como en la de los que las negaban. Contra Práxeas, que identificaba el Padre con el Hijo, escribió con gran acierto, de manera que muchas de las fórmulas sobre la Santísima Trinidad son semejantes a las utilizadas por el concilio de Nicea, y fueron recogidas por escritores posteriores, entre ellos San Agustín; sin embargo, propende algo hacia el subordinacionismo. El tratado Sobre el alma, bastante extenso, es una refutación de diversas opiniones erróneas de su tiempo, al mismo tiempo que expone las suyas, tratando de derivarlas de las Escrituras; entre otras cosas, habla de una cierta corporeidad del alma, que sería también engendrada por los padres, lo cual es un error («traducianismo»).

Finalmente, tiene interés su tratado Sobre la prescripción de los herejes, en el que ataca radicalmente su proceder, adaptando una noción del derecho procesal: a los herejes no les es lícito usar las Sagradas Escrituras en apoyo de sus tesis, pues las Escrituras están confiadas a la Iglesia; por tanto, aquellos de sus argumentos que pretenden basarse en la Escritura no tienen derecho siquiera a ser oídos: no hace falta responder a sus razones, basta con señalar que no están autorizados a presentarlas.

El último grupo en que hemos clasificado las obras de Tertuliano lo forman aquellas que versan sobre problemas prácticos, ya sean sobre la disciplina o sobre la moral y la perfección cristianas. Como se verá enseguida, es en ellas donde más se acusará su inclinación creciente hacia elmontanismo. Quizá la mejor manera de dar una idea de su gran variedad sea enumerar sus títulos, en un orden que pretende ser aproximadamente cronológico, de modo que ilustre también ese desplazamiento hacia el montanismo.

Estas obras son: A los mártires, una de las primeras, breve, sencilla y admirable, dirigida a confortar a los que ya en la cárcel esperaban el martirio. Sobre los espectáculos, donde condena los juegos públicos (circo, anfiteatro, etcétera) tanto por su origen y su significado religioso como por su contenido inmoral. Sobre el vestido de las mujeres, rigorista. Sobre la oración, dirigido a los catecúmenos, con la más antigua explicación conocida del padrenuestro, y con una serie de consejos prácticos sobre cómo orar, en los que se ve una concepción realmente cristiana de la vida. Sobre la paciencia, la manera de sufrir las contradicciones de la vida y el sentido de éstas. Sobre la penitencia, que comprende tanto la preparación al bautismo como a la segunda penitencia.

A mi mujer, sobre el matrimonio, un tema en el que insistirá con menos acierto más adelante, cuando comience a deslizarse hacia el montanismo, y de nuevo cuando ya sea plenamente montanista. Exhortación a la castidad, dedicado a un amigo cuya esposa acababa de morir, para persuadirle de que no se case de nuevo. Sobre la monogamia, en que se sigue mostrando enemigo de las segundas nupcias, escrito en un tono brillante y amargo a la vez. Sobre el velo que han de llevar las vírgenes. Sobre la corona, en que sostiene que el cristiano no puede servir en el ejército, y en el que critica ya a los católicos.

Sobre la huida en la persecución, que según él en ningún caso está permitida por Dios, otro paso dentro del montanismo. Sobre la idolatría, donde expone cómo el cristiano queda excluido de muchas ocupaciones y profesiones por la relación que tienen, en mayor o en menor grado, con el culto de los ídolos. Sobre el ayuno de los psíquicos, es decir, de los católicos, a los que ahora ataca violentamente porque no están de acuerdo con su actitud rigorista. Sobre la modestia, también muy violento, y en el que sostiene que el poder de perdonar no pertenece a la jerarquía de la Iglesia, sino a una jerarquía espiritual y profética. Sobre el palio, un manto griego que usaban los filósofos, en que se defiende de las críticas por haberlo comenzado a usar, y que tanto puede ser una obra primeriza como una de las últimas.

Quizá debido en parte a su deslizamiento hacia la herejía, Tertuliano fue poco leído por la posteridad; con excepción del Apologeticum, sus obras nos han llegado en mal estado, y algunas se han perdido.

San Hipólito

SAN HIPÓLITO escribió desde los alrededores del año 200 hasta el 235 en que murió. Por la temática y la forma de sus escritos, y por los autores que muestra haber leído, Hipólito parece que era un oriental afincado en Roma; y por sus posiciones teológicas, que había mantenido una especial relación con Alejandría.

Hipólito es el último escritor romano que emplea el griego. El creciente desuso y desconocimiento de esta lengua en Roma se da como una de las razones que explicarían la pérdida del original griego de la mayoría de sus obras, tan numerosas quizá como las de Orígenes, que por cierto le había oído predicar el año 212 en su viaje a Roma; además, aunque estas obras gozaron de una enorme popularidad en Oriente, aun allí desaparecieron los originales griegos de bastantes, de manera que es gracias a traducciones latinas, coptas, etiópicas, árabes, siríacas, armenias, georgianas y eslavas como nos han llegado muchas de ellas.

Así y todo, muchas de sus obras se han perdido, quizátambién por lo que diremos de su actividad cismática o por sus doctrinas heterodoxas. Pues Hipólito, que parece que se declaraba discípulo de Ireneo y que en sus obras antiheréticas depende bastante de él, si bien se pronuncia claramente contra el modalismo que recientemente había estado muy vivo en Roma, se acerca sin embargo peligrosamente al subordinacionismo, con una doctrina del Logos que no es ortodoxa. El modalismo entendía las tres personas divinas como tres manifestaciones o «modos» de Dios, de manera que no habría distinción real entre ellas; mientras que el subordinacionismo sostenía, con diversos matices, que el Hijo es inferior al Padre y le está subordinado.

Hipólito criticó duramente al papa Calixto cuando éste suavizó las normas penitenciales sobre los pecados especialmente graves y, acusándole de modalista, se hizo elegir obispo de Roma, con lo que fue el primer antipapa. Siguió con su actitud durante dos pontificados más hasta que, desterrado junto con el papa Ponciano a la isla de Cerdeña por el emperador Maximino el Tracio, parece que tanto él como el papa renunciaron al pontificado y fue elegido otro papa, acabándose así el cisma. Ambos murieron en Cerdeña el 235, sus cuerpos fueron casi enseguida trasladados a Roma, y ambos son considerados mártires.

A mitad del siglo xvi se descubrió una estatua de Hipólito, que está ahora a la entrada de la Biblioteca Vaticana; le había sido erigida casi inmediatamente después de su muerte, y tiene grabados los títulos de sus obras.

El grupo de sus obras antiheréticas está formado por el Syntagma, o Contra las herejías, que no se conserva pero es reconstituible en gran parte gracias a los fragmentos que tenemos. Y por los Philosophumena, o Refutación de todas las herejías, que desde muchos puntos de vista es su obra más importante; muy posterior a la primera, fue escrita después del año 222; su finalidad es exponer las diferentes filosofías que han existido, cosa que hace medianamente, y, sosteniendo que cada herejía procede de la combinación de una filosofía con creencias paganas y sin ningún apoyo en las Escrituras, pasa después a describir y refutar las herejías que conoce; esta segunda parte está mucho más conseguida y, aunque depende de Ireneo, maneja otro material gnóstico para el que también es, por tanto, una apreciable fuente de información.

De sus obras dogmáticas tenemos sólo una completa, que además está en griego, El Anticristo; en ella, basándose en las profecías de Daniel, explica que la llegada de este personaje no es inminente, y se extiende sobre sus características y las de su venida; está escrita hacia el año 200.

Los tratados exegéticos formaban una gran parte de su obra, como le ocurría a la de Orígenes, y siguen el método alegórico de éste, aunque con mucha más moderación. Tenemos un Comentario sobre David; en él se fija el nacimiento de Cristo en el 25 de diciembre, lo que constituye la mención más temprana de esta fecha; sin embargo, el pasaje correspondiente parece que es una interpolación, aunque muy antigua. Tenemos también un Comentario al Cantar de los Cantares: una homilía sobre la Historia de David y Goliat; una Homilía sobre los Salmos, que incluye una introducción amplia a este libro; y una Homilía sobre la Pascua. Se conocen los nombres de 17 obras de exégesis perdidas, pertenecientes en su mayoría al Antiguo Testamento.

Dos obras de cronología merecen también mencionarse. Una es la Crónica, escrita para tranquilizar a los que pensaban que el fin del mundo estaba muy cerca; incluye material tomado de otras obras contemporáneas, y de interés en otros campos, como por ejemplo la medida de la distancia entre Alejandría y España, con la descripción de costas, puertos, lugares para aprovisionamiento de agua y demás informaciones útiles para la navegación. El Cómputo pascual es una obra que trata de determinar con exactitud la fecha de la Pascua, para no depender de los cálculos de los judíos; pero el sistema que propugna no es idóneo, y a los pocos años ya no concordaba con la astronomía.

Pero la obra que quizá ha interesado más en nuestros días es la Tradición apostólica. Conocida su existencia, se creía perdida hasta que a principios de siglo se pudo mostrar su estrecha relación con una obra conocida modernamente como «Constitución de la Iglesia egipcia». Se ha podido reconstruir de manera aceptable a través de las numerosas traducciones orientales, pues mientras pronto se perdió en Occidente, en Oriente tuvo una gran influencia a través de sus versiones copta, etiópica y árabe, moldeando la liturgia, las costumbres y el derecho de muchas Iglesias orientales. De ella derivan además un gran número de constituciones eclesiásticas orientales posteriores; por ejemplo, las «Constituciones apostólicas» de la Iglesia de Siria, de hacia el 380; el «Testamento de Nuestro Señor», quizá también de Siria, al parecer del siglo v; y los «Cánones de Hipólito», quizá de Siria y de hacia el año 500.

La Tradición apostólica es la constitución eclesiástica más antigua después de la Didajé. Está formada por tres partes principales. La primera trata especialmente de la ordenación de obispos y presbíteros, y de materias afines o relacionadas, y parece que refleja lo que se hacía entonces en Roma, pues se dice que se recogen estas costumbres para prevenir innovaciones; tiene una importancia considerable para la historia de la liturgia: en ella figura la primera anáfora eucarística que conservamos, y se advierte que la liturgia está pasando de un período de fórmulas variables, lo que prevalecía aún en tiempos de San Justino, a otro de fórmulas fijas, ya establecidas cuando la obra se traduce al árabe y al etiópico.

En la segunda parte se legisla sobre los que acaban de convertirse, sobre las actividades que no son lícitas a los cristianos, sobre los catecúmenos y el bautismo, la confirmación y la primera comunión. En la tercera parte, se habla de algunas costumbres cristianas, como las reglas para el ayuno o para el ágape; respecto a este último, se distingue con gran claridad entre el pan bendito y la «Eucaristía, que es el Cuerpo del Señor».

Entre los documentos atribuidos a San Hipólito está el Fragmento muratoriano, llamado así por haber sido descubierto y publicado en el siglo xvin por L. A. Muratori. No se sabe en realidad quién lo escribió, e Hipólito es, dentro de la conjetura, el autor que tiene más probabilidades. Pero el documento tiene un considerable interés en sí mismo. Seguramente de finales del siglo u, de origen probablemente romano y, probablemente también, no oficial, contiene la lista más antigua que se conoce de los escritos del Nuevo Testamento que se aceptan como inspirados. Además de nombrar cada libro, da datos sobre su origen apostólico, o sobre los motivos por los que un libro se rechaza como no inspirado. La importancia de este documento para la historia del canon de la Escritura es grande.

La readmisión de los apóstatas

NOVACIANO y SAN CIPRIANO se encuentran estrechamente relacionados entre sí, y vamos a presentarlos juntos, aunque luego tratemos separadamente de ellos y de sus obras.

A mediados del siglo III hubo una controversia en Occidente sobre el perdón del pecado de apostasía. Hasta entonces, ese pecado estaba excluido de la penitencia eclesiástica, y el apóstata, separado déla comunidad de los fieles hasta el final de su vida, tenía que confiar en que Dios oiría sus súplicas privadas. Sin embargo, había la costumbre de que el obispo readmitiera a aquellos apóstatas por los que intercedían los que estaban o habían estado presos esperando el martirio, los llamados «confesores» porque habían confesado la fe.

Pero la persecución general de Decio, de la que ya hemos hablado, acababa de producir un número excepcional de apóstatas, de diversos grados. Ante la obligación de sacrificar a los dioses, algunos lo habían hecho, otros lo habían simulado a través de una tercera persona o bien se habían conseguido por algún medio un certificado de haber sacrificado sin haberlo hecho realmente; en algunos lugares eran más que los que habían permanecido fieles. Y había largas colas ante los confesores, que intercedían incluso por personas que no conocían, y hasta había uno que lo hacía en general, por todos los apóstatas dondequiera que se encontrasen; además, esas intercesiones se estaban haciendo a veces con una cierta arrogancia, como si sus súplicas al obispo fueran órdenes.

Cipriano, obispo de Cartago desde 248 hasta 258, modificó esta práctica. En adelante, estas súplicas se examinarían con cuidado, cuando cesara la persecución, y los interesados serían admitidos a la penitencia pública pero no reconciliados sin más. Ante la oposición de muchos pero con el apoyo de los obispos de África reunidos en sínodo, Cipriano escribió a Roma explicando el asunto. En Roma, el papa San Fabián acababa de morir mártir, y en la sede vacante gobernaba la Iglesia romana el presbítero Novaciano, a quien le pareció bien la decisión de Cipriano, aunque era innovadora.

Poco después fue elegido un nuevo papa, San Cornelio, que aprobó también la práctica de San Cipriano. Pero Novaciano, al parecer herido por no haber sido elegido él, y movido por su tendencia rigorista, rompió con Cornelio, comenzando a sostener que no se debía admitir a la penitencia a los apóstatas. Aunque Cornelio condenó esta doctrina y excomulgó a Novaciano y a sus seguidores en un sínodo romano, a éste le apoyaban algunos presbíteros y confesores y fundó una secta, la de los novacianos, con su jerarquía y sus iglesias. Esa secta, al encontrar eco en la tendencia rigorista que también existía en otras partes, se extendió bastante; más adelante, en el año 326, sería hasta legalmente reconocida por Constantino. Un siglo después tenía aún una iglesia en Roma, y en África y en Oriente perduró todavía más tiempo; aún a comienzos del siglo VII se escribiría en Alejandría un tratado contra los novacianos.

Otra controversia tuvo lugar, esta vez entre Cipriano y el sucesor del papa Cornelio, Esteban; Cipriano negaba el valor del bautismo conferido por los herejes, en contra de lo que era práctica común en Alejandría y en Roma, como también lo había sido en África hasta unos 30 años antes; controversia a la que puso fin la muerte de San Cipriano en el martirio.

Vamos ahora a ver algo más de cada uno de estos dos personajes.

Novaciano

NovACIANO era hombre erudito e inteligente, formado en la filosofía estoica, profesor de retórica, y con una gran reputación en Roma. Sus adversarios, que son casi nuestra única fuente de información, le dibujan como vanidoso.

Es el primer teólogo romano que escribe en latín, con gran elegancia por cierto, y a través de sus escritos se refleja un carácter algo parecido al de Tertuliano.

Nos han llegado cuatro de sus obras. Conocemos el nombre de otros siete escritos, y que escribió muchos más. Afortunadamente se conserva el más importante de todos los que escribió, Sobre la Trinidad; en él recoge la doctrina tradicional, tal como la expresaron autores anteriores, pero con una mayor precisión y orden, y también de manera más amplia y completa; lo debió de escribir antes de su ruptura con la Iglesia. Las otras tres obrasconservadas tratan de temas morales, expuestos con cierta extensión, y son Sobre los alimentos de los judíos, Sobre los espectáculos y Sobre las ventajas de la castidad.

San Cipriano

SAN CIPRIANO nació en África, probablemente en Cartago, en la primera década del siglo. Su familia era pagana, acomodada y culta. Fue maestro de elocuencia en Cartago, donde consiguió fama, hasta que se convirtió, dio sus riquezas a los pobres y poco después fue ordenado sacerdote. Al año de su elección en el 248 como obispo de Cartago, comenzó la persecución general de Decio del 250 y, pensando en el bien de la comunidad, Cipriano se escondió y procuró, desde su escondite, ayudar y dirigir a sus fieles. En cambio, unos años después, en la persecución de Valeriano, Cipriano no huyó, fue primero desterrado y luego, llamado del destierro, vuelto a juzgar y decapitado en el año 258. Las actas de su martirio se conservan, y las hemos recogido unas páginas más atrás.

Hombre culto y equilibrado, aunque admiraba mucho a Tertuliano supo evitar sus extremismos; no tiene sin embargo la penetración de éste. Sus escritos son de carácter práctico; le interesan más las almas que las ideas, y a menudo trata de justificar sus acertadas actuaciones con teorías que lo son menos, o que resultan contradictorias con las establecidas por él mismo en otra ocasión. Fue muy leído en el medievo, como lo atestigua el gran número de manuscritos de sus obras que nos han llegado.

Su primera obra, A Donato, es una explicación de los motivos de su conversión, y una invitación a que muchos le sigan. Sobre el vestido de las vírgenes trata de las costumbres que éstas deben observar, y depende de la obra de Tertuliano sobre el vestido de las mujeres, pero evitando estridencias en el fondo y en la forma. Sobre los apóstatas, escrito a su regreso después de la persecución de Decio, establece las normas que se seguirán para la readmisión de aquéllos. Sobre la unidad de la Iglesia, uno de sus tratados más influyentes a lo largo de los tiempos, está escrito sobre el trasfondo del cisma de Novaciano: hay una sola Iglesia, edificada sobre Pedro, y fuera de ella no hay salvación, «no puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por Madre». La autenticidad de unos párrafos sobre el primado de Pedro ha sido objeto de una larga controversia que dista de estar cerrada.

La oración del Señor está basada en el tratado de Tertuliano sobre la oración, pero es más completo y profundo, y está más centrado en la exposición del padrenuestro. A Demetriano, un escrito original y lleno de fuerza, recuerda la literatura apologética, y responde a las acusaciones de que los cristianos son responsables de los males que azotan a la humanidad, con la idea de reforzar al mismo tiempo la fe de los cristianos. Sobre la mortalidad, escrito bajo el recuerdo de la persecución de Decio y de una peste que le sucedió poco después, da una interpretación profundamente humana y cristiana sobre el hecho inevitable de la muerte.

Sobre las buenas obras y las limosnas es una invitación a la limosna, especialmente necesaria en las circunstancias de miseria acabadas de aludir, y muy leída en la antigüedad. Las ventajas de la paciencia depende muy de cerca del tratado sobre la paciencia de Tertuliano, y parece tratarse de un sermón. Sobre los celos y la envidia explica cómo éstos son los mayores enemigos de la unidad de la Iglesia y cómo son vencidos únicamente por el amor al prójimo. A Fortunato, exhortación al martirio, escrito a petición de éste, recoge pasajes y sentencias bíblicas sobre el tema. A Quirino, tres libros de testimonios es una apología contra los judíos, una explicación de cómo Cristo era el Mesías que ellos esperaban y de cómo hizo cuanto de Él había sido escrito, y un resumen de los deberes cristianos,tratados cada uno de estos tres temas en uno de los libros. Finalmente, Que los ídolos no son dioses es una obra de carácter apologético que responde a su título; su autenticidad es discutida, y muchas de sus ideas están tomadas de apologías latinas anteriores.

Por último, hay que mencionar las Cartas de San Cipriano, una colección de sesenta y cinco escritas por él a la que acompañan dieciséis que recibió, de Novaciano y del papa Cornelio entre otros, y que son una fuente extraordinariamente valiosa para la historia, especialmente eclesiástica, del período. También tienen interés para el filólogo, pues reproducen muy de cerca el lenguaje hablado del momento.

 ENRIQUE MOLINÉ